12 septiembre, 2010

Tripa, solo natural, por favor. Por Francisco Sosa Wagner

Es verdad que los despachos de Bruselas son epicentro de embrollos y además se complacen en crear un arcano de neologismos horribles. De entre ellos destaca, por su amplitud y difusión, la especialidad del anglicismo que es la más abominable.

Pero no todo son males lingüísticos ni retortijones de la gramática. A veces surge la satisfacción imaginativa y la evocación de placeres macizos. Por ejemplo, cuando se otorgan las etiquetas de calidad europea a los mejores alimentos de los veintisiete países que componen la Unión. Así, los “ovos moles de Aveiro”, una filigrana portuguesa consistente en una venturosa mezcla de yemas de huevo crudas y almíbar que se presentan envueltos en una hostia o acondicionados en barricas de madera o finos envases de porcelana. Cosa sutil los tales ovos como son también sutiles los salchichones húngaros que, cortados en tacos, nos traen a la memoria los destellos más visionarios de la historia de la Humanidad. El aceite de oliva del campo de Montiel, el jamón o paleta de bellota son otras tantas culminaciones del buen gusto y es de ver las exigencias para atribuir estas distinciones, que no se otorgan al buen tuntún, sino que son medidas y controladas con rigor por funcionarios muy serios que ponen en ello lo mejor de sus habilidades gustativas.

Así que no crea el lector que todo lo que se hace en las covachas bruselenses es medir eso que ahora, con motivo de la crisis económica, se ha dado en llamar “el test de esfuerzo del sector bancario”, una expresión que remite a un sudoroso banquero tratando de superar unas pruebas físicas que le hacen sudar y le agitan la tripa. Siempre pensé que esfuerzo, lo que se dice esfuerzo, lo hacemos quienes pagamos al banquero deudas con vocación de eternidad, más sus abultados intereses. Pero parece ser que no es así, que el esfuerzo medible y apreciable, el que cuenta, es el del banquero. Misterios de las finanzas que no pueden aclararse desde la levedad de una sosería.

Acabo de citar la tripa del banquero, elemento señalado de su esponjada anatomía como amasada que está por comidas bien seleccionadas y regada por vinos primorosos procedentes de añadas que en su día fueron mimadas por soles favorecidos por los dioses.

Pues bien, en Bruselas también nos hemos ocupado de las tripas, no de las que lucen banqueros u otros humanos afortunados, sino de las naturales, las que deben envolver los embutidos y acerca de las cuales hemos formulado una definición para evitar equívocos pues solamente se puede llamar “natural” a la que proviene del tracto intestinal de animales ungulados. Todo lo demás es artificio y engaño, envoltorio fraudulento confeccionado a base de plásticos y otros productos execrables.

Un buen botillo, por ejemplo, no es cualquier cosa sino que cuenta también con una definición ajustada en las normas europeas: “embutido elaborado con costillas, rabo y huesos, carne y porciones musculares”. No era muy difícil formularla -es verdad- pero nadie discutirá su precisión. Pues bien, el botillo, el confeccionado con arreglo a cánones severos, comparece ante los mortales en tripa natural. Y lo mismo ocurre con el chorizo de Salamanca o la longaniza de Aragón o el morcón o esa botifarra del Pallars -en Cataluña- que se llama “traidora” pero que es fiel y leal pues que jamás defrauda a quien la disfruta. O el chosco de Tineo o los embutidos de Requena ...

Sépase pues que cada país tiene sus brillos y que todos se reflejan en el firmamento representado por las estrellas de la bandera de la Unión, movida suavemente por el vientecillo de los grandes sabores, de los selectos olores ...

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Cuanto tardará en reglamentarse y dejar de engañar a los consumidores?