21 diciembre, 2005

Dando cortes.

El pasado día 16 leí en el Süddeutsche Zeitung una noticia que me ha estado rondando la cabeza desde entonces, como un runrún, un Estatut o la famosa mosca cojonera (a la que, por cierto, deberíamos cambiarle el nombre para evitar lo sexista del término). Voy a contarla aquí. No pretendo hacer coña de las desgracias tan raras que les pasan a algunos que están muy pirados, los pobres, pero reviento si no aprovecho para soltar un poco de lastre irónico.
Pues resulta que hay una enfermedad psíquica llamada síndrome BIID (desconozco totalmente si esas iniciales son nomenclatura científica internacional o traducción de otras al alemán). Consiste el padecimiento en que gentes enteras, es decir, que tienen la suerte de contar con todos los miembros, partes y órganos de su cuerpo, ansían ser lisiados, pues ellos a sí mismos no se ven o no se reconocen como completos, sino que su psique es la de amputados. Digo yo que lo de algunos transexuales debe de ser una variante de esto, pues se ven con pito pero ansían no tenerlo y pagan (donde no paga la SS, que, en este caso, quiere decir Seguridad Social y no lo otro, pese a la coincidencia rebanadora) para someterse a esa especie de operación aritmética, pues consiste en una sustracción (en el caso inverso es una adición), mediante la cual sintonizan su esencia con su presencia.
En el caso que el periódico teutón nos cuenta se trata de gentes que pagan hasta diez mil dólares para que clínicas clandestinas de países como México o Filipinas las operen y les quiten las piernas o los brazos con los que no se identifican. Ellos, por ejemplo, se ven inválidos (perdón, discapacitados) y en silla de ruedas, y no paran hasta conseguir hacer realidad ese sueño, esa ansia, semejante afán. Y algunos que no tienen dinero o paciencia para cirugías exóticas, provocan accidentes con esa intención, poniéndose en las vías del tren, por ejemplo, o arrojándose a un coche que pasa. Parece que les complace mucho ver su propia sangre derramada en esos trances.
Al parecer unos psiquiatras norteamericanos (cómo no) ya han estudiado la cosa y le han puesto nombre a la dolencia, o a una de sus manifestaciones: apotenofilia, que es placer, incluso orgásmico, que se obtiene al ser cortado, rebanado. Diantre. Flipo.
El periódico tira por el lado serio y se hace una pregunta con profundísima enjundia moral y política: ¿de quién es nuestro cuerpo? Porque si es de cada uno, allá cada uno con cortarse o pedir que lo hagan picadillo –chichas o zorza, que dicen en León y Galicia, señal inequívoca de entidades nacionales como patenas-. Y parece que nace un movimiento que reclama el reconocimiento jurídico del derecho a ser amputado, y no sólo por la parte que primero le mira a uno la comadrona para dar la buena nueva. Yo les regalo el lema para la campaña: ”córtate, tío”. Oye, con lemas de menos letras ganaron otros solemnes elecciones.
Arreglados estamos, al menos en lo que nos toca más cerca. Aquí ya no nos dejan ni fumar en el bar de funcionarios aguerridos ni echarnos el cigarrillo de después si la señora (o señor) es profesional y está currando para cumplir con la bíblica maldición hasta más allá de la frente. Como para pedir que nos permitan aplicarle guillotina (según el periódico, uno de los procedimientos a los que suele recurrir esta pobre gente) a una extremidad sana. Tengo yo una hernia inguinal que está de más en este cuerpo serrano, y me traen loco de vueltas, autorizaciones y consentimientos, así que mira, vete ahora y diles que de paso te dejen sin media ingle. Sucede mucho eso de que te corten lo que no venía al caso, pero siempre porque el médico se tomó unos cubatas el día anterior o anda guiñándole a la que le limpia el bisturí, pero basta que se lo pidas tú para que se mosquee y te diga que nones. Si él te quita la pierna sana (para hacerse idea de cuántas caen al año es muy recomendable consultar los repertorios Aranzadi de Jurisprudencia: si no se ve, no se cree), nadie te la devuelve, pero, si es a ti al que te estorba, ni por todo el oro del mundo te la trincha. Así son.
Por cierto, espero que mi cirujano no me ande husmeando en el blog, que con el humor que se gastan estos galenos...
PD.- El primero que comente aquí que no tengo sensibilidad ni consideración con los discapacitados, incluidos los psíquicos de que hablamos, me va a oír. Si tiene orejas, claro, porque a lo mejor...
Pase que el personal se pirre porque le raspen la papada por la parte de dentro, porque se ponga y se quite pechos al ritmo que marque la nueva temporada primavera-verano, porque se estire cien veces la panzota que vuelve en nochebuena a su ser más espléndido, porque consienta que le arranquen esos pelos, que son como mojones orientadores, a golpe de picana. Pase que haya tantos profesores que, alcanzada la silla funcionarial, se automutilen las neuronas para estar a tono con el medio. Pase. Pero que haya que tomarse en serio y financiar a estos otros, como que no, la verdad.
Ya ven, amigos, la navidad me pone así de exultante.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Opino que peor que las mutilaciones son las adiciones a la fuerza. Con lo de bobo solemne, se ha llegado a afirmar que Rajoy insultó a su presidente, lo cuál le convierte también en mi presidente, se me adiciona a la fuerza, ZP no es mi presidente.

Anónimo dijo...

Repetición de pregunta ¿qué es la libertad garciamado?, se ruega una interpretación para no juristas

Anónimo dijo...

Quizá yo también sea un insensible, pero me ha hecho mucha gracia.

Felices fiestas.