No, no voy a hablar de fútbol propiamente. Es por lo de poner títulos con anzuelo. Lo del fútbol es una comparación, o así.
Cuando era un crío me indignaba la actitud de mi padre cuando veíamos en la tele partidos de fútbol. ¿Que si ya había televisión en aquel tiempo lejano? Sí, hasta en mi pueblo. Andaba la globalización en pañales y balbuciente, y los cosmopolitas viajaban en trenes renqueantes. Contemplábamos en casa los partidos del Real Madrid en la Copa de Europa y los de la selección española, los unos y los otros con Amancio, Velázquez, Gento, Zoco, Pirri y compañía, tipos más recios que metrosexuales, qué horror. Y mi padre siempre deseaba que perdieran, era un anti avant la lettre. Aquello me producía profunda desazón y dudas sobre las virtudes de mi progenitor A. Él se justificaba con que el franquismo pretendía legitimarse a patadas y apuntarse los goles como propios. Lo comprendí mucho después y de traumas infantiles de ese calibre se alimenta mi escepticismo de hoy frente a los patrioterismos de toda laya.
Hasta llegar al presente y a mi dolida condición de futbolero sin equipo, hincha del juego, pero descreído de todas las hinchadas. Con tal escuadra futbolística no puedo simpatizar porque su directiva es un cueva de constructores blanqueados, del otro porque alienta ultras del sur o del norte que harían las delicias de Goebbels o Beria, del de más allá porque su afición llena todo de banderas agresivas o de regüeldos racistas. En fin.
Y el caso es que el fútbol me gusta, como juego, qué le vamos a hacer. Pero como juego limpio, eso sí. Me pasa lo mismo con la política. ¿Usted qué prefiere, que gane su equipo a base de trapacerías y de comprar hasta al árbitro, si hace falta, o ver un buen partido, lealmente disputado y, de propina, que gane su equipo con respeto a las reglas y al fair play? ¿Se trata de destrozar malamente al contrario o de alegrarse de que gane el mejor en buena lid? ¿Qué importa más, las reglas, esto es, el juego en sí, o el resultado?
Al juego político en democracia le podemos aplicar idénticas preguntas. Y, según las respuestas, nos clasificamos en fanáticos sin escrúpulo o demócratas propiamente dichos. Al demócrata le gusta más el juego en sí de lo que le interesa el resultado, por mucho que tome partido y tenga equipo de sus amores. El demócrata sabe que sin el respeto escrupuloso de las reglas no hay juego, sólo simulacro y resultados amañados, trampa, abuso. En las dictaduras y los autoritarismos el juego se simula, hay jugadores y goles, pero con más trucos que en un viejo vapor del Mississipi. Por ejemplo, Acebes y Rubalcaba tienen una pinta estupenda de tahúres consumados y de pasarse el juego limpio por salva sea la parte. Memorable aquella partida suya en tres días de marzo. De aquellos polvos... En el deporte honrado se echa la pelota fuera del campo cuando hay jugadores lesionados sobre el césped. Estos truhanes corrieron como locos, balón en ristre, hacia la portería contraria, con sus ultras jaleando. Ganó el más diestro en lo siniestro, no el juego.
Y ahí andamos. Ya ven lo que acaba de suceder ayer mismo. Montilla fue gravemente insultado en un mercado de Salamanca, hasta le arrojó huevos un grupo de españolistas exaltados y tuvo que escapar bajo protección de la guardia civil. Qué horror.
Si éste fuera un país de demócratas, es decir, de políticos y ciudadanos convencidos de que en democracia las reglas cuentan infinitamente más que los goles de cada cual, andaríamos todos, como un solo hombre y una sola mujer, alzando nuestra voz contra los energúmenos de alma parda y consigna inducida, para defender los principios de la democracia (pluralismo, libertad de expresión...) contra los hooligans descerebrados que no llegan ni a los talones de los grandes simios. No quiero ni pensar lo que le puede ocurrir a Rajoy si un día de estos se aventura por un mercado de Granollers, pongamos por caso. A este paso, mejor sería organizar ligas independientes, para que cada equipo se las ingenie con los cafres que amamantó.
Uno, modestamente, se proclama voluntario para defender a Montilla de los fantasmás del inframundo, de los fanáticos como adoquines, en cualquier campo en que quiera exponer sus ideas y su programa. A Montilla o a cualquier otro que ni mate ni agreda ni rebuzne.
La democracia es el imperio de la palabra libre, de la idea no amordazada, de la disputa en buena lid y deportivo pulso de programas y propuestas. Y se gana a los puntos, pero no de sutura. Los buenos aficionados hemos de luchar por las reglas del juego, para evitar que los partidos se conviertan en un depósito de estiércol, en un comedero de gusanos. En eso se ve el percal de cada uno. Y el talante.
Cuando era un crío me indignaba la actitud de mi padre cuando veíamos en la tele partidos de fútbol. ¿Que si ya había televisión en aquel tiempo lejano? Sí, hasta en mi pueblo. Andaba la globalización en pañales y balbuciente, y los cosmopolitas viajaban en trenes renqueantes. Contemplábamos en casa los partidos del Real Madrid en la Copa de Europa y los de la selección española, los unos y los otros con Amancio, Velázquez, Gento, Zoco, Pirri y compañía, tipos más recios que metrosexuales, qué horror. Y mi padre siempre deseaba que perdieran, era un anti avant la lettre. Aquello me producía profunda desazón y dudas sobre las virtudes de mi progenitor A. Él se justificaba con que el franquismo pretendía legitimarse a patadas y apuntarse los goles como propios. Lo comprendí mucho después y de traumas infantiles de ese calibre se alimenta mi escepticismo de hoy frente a los patrioterismos de toda laya.
Hasta llegar al presente y a mi dolida condición de futbolero sin equipo, hincha del juego, pero descreído de todas las hinchadas. Con tal escuadra futbolística no puedo simpatizar porque su directiva es un cueva de constructores blanqueados, del otro porque alienta ultras del sur o del norte que harían las delicias de Goebbels o Beria, del de más allá porque su afición llena todo de banderas agresivas o de regüeldos racistas. En fin.
Y el caso es que el fútbol me gusta, como juego, qué le vamos a hacer. Pero como juego limpio, eso sí. Me pasa lo mismo con la política. ¿Usted qué prefiere, que gane su equipo a base de trapacerías y de comprar hasta al árbitro, si hace falta, o ver un buen partido, lealmente disputado y, de propina, que gane su equipo con respeto a las reglas y al fair play? ¿Se trata de destrozar malamente al contrario o de alegrarse de que gane el mejor en buena lid? ¿Qué importa más, las reglas, esto es, el juego en sí, o el resultado?
Al juego político en democracia le podemos aplicar idénticas preguntas. Y, según las respuestas, nos clasificamos en fanáticos sin escrúpulo o demócratas propiamente dichos. Al demócrata le gusta más el juego en sí de lo que le interesa el resultado, por mucho que tome partido y tenga equipo de sus amores. El demócrata sabe que sin el respeto escrupuloso de las reglas no hay juego, sólo simulacro y resultados amañados, trampa, abuso. En las dictaduras y los autoritarismos el juego se simula, hay jugadores y goles, pero con más trucos que en un viejo vapor del Mississipi. Por ejemplo, Acebes y Rubalcaba tienen una pinta estupenda de tahúres consumados y de pasarse el juego limpio por salva sea la parte. Memorable aquella partida suya en tres días de marzo. De aquellos polvos... En el deporte honrado se echa la pelota fuera del campo cuando hay jugadores lesionados sobre el césped. Estos truhanes corrieron como locos, balón en ristre, hacia la portería contraria, con sus ultras jaleando. Ganó el más diestro en lo siniestro, no el juego.
Y ahí andamos. Ya ven lo que acaba de suceder ayer mismo. Montilla fue gravemente insultado en un mercado de Salamanca, hasta le arrojó huevos un grupo de españolistas exaltados y tuvo que escapar bajo protección de la guardia civil. Qué horror.
Si éste fuera un país de demócratas, es decir, de políticos y ciudadanos convencidos de que en democracia las reglas cuentan infinitamente más que los goles de cada cual, andaríamos todos, como un solo hombre y una sola mujer, alzando nuestra voz contra los energúmenos de alma parda y consigna inducida, para defender los principios de la democracia (pluralismo, libertad de expresión...) contra los hooligans descerebrados que no llegan ni a los talones de los grandes simios. No quiero ni pensar lo que le puede ocurrir a Rajoy si un día de estos se aventura por un mercado de Granollers, pongamos por caso. A este paso, mejor sería organizar ligas independientes, para que cada equipo se las ingenie con los cafres que amamantó.
Uno, modestamente, se proclama voluntario para defender a Montilla de los fantasmás del inframundo, de los fanáticos como adoquines, en cualquier campo en que quiera exponer sus ideas y su programa. A Montilla o a cualquier otro que ni mate ni agreda ni rebuzne.
La democracia es el imperio de la palabra libre, de la idea no amordazada, de la disputa en buena lid y deportivo pulso de programas y propuestas. Y se gana a los puntos, pero no de sutura. Los buenos aficionados hemos de luchar por las reglas del juego, para evitar que los partidos se conviertan en un depósito de estiércol, en un comedero de gusanos. En eso se ve el percal de cada uno. Y el talante.
3 comentarios:
Hermosísimo. Salvo a que a mí no me gusta el fútbol, estoy con Vd. al 100%.
Qué bonitos y necesarios son los cambios de gobierno, qué bueno es que manden "los otros", qué terrible es que siempre la silla esté ocupada por la misma gente...
¿Cuánta gente hay en política que esté convencida de que perder es necesario?
Evidentemente las reglas del juego no siempre están guardadas por todos y cada uno de nosotros. Lo que usted dice es muy cierto, pero no se puede quedar sólo en esos dos ejemplos: fútbol y política. Para cualquiera debiera ser una suprema regla del juego la honradez, y cada cual debiera saber que cuando le proponen para un cargo o le enchufan en tal puesto a dedo, vulnerando toda igualdad de oportunidades, lo que està haciendo, si acepta, es cargarse las reglas del juego. Bajo esta premisa ¿a cuantos conoce usted que amen el juego defendiendo sus reglas?. Probablemente a pocos.
Ilmo Sr Catedrático : mi mayor asombro al abrir las páginas web de Falange y encontrarme que este bastardo gobierno no tiene los suficientes pelemendanguis para encarcelar a los auténticos terroristas de ETA sino que están en las prisiones extendidas por toda España, con unos privilegios que no los tiene ningún preso común por robar una hogaza de pan y 6 kilos de chorizo o bien el famosos chiste gitano por robar una gallina que les encarcelaban simplemente por el hecho de que eran los robagallinas de la época aquella cuando ahora vemos impunemente como el gobierno del Sr ZP intentanm encarcelar a unos patriotas del partido de Alianza Nacional cuando es triste y muy doloroso lo mismo para las víctimas del terrorismo fallecidas que para sus familiares como se han bajado los pantalones sin límites de conciencia intentando acercar los presos a Vascongadas para después darles un trabajo de funcionario o de pistolero para que atenten contra la unidad de España porque estos patriotas que intentan encarcelar, su pecado ha sido defender la unidad de España y no como dicen los politicastros de éste gobierno que es por una supuesta bomba que se puso a la banda terrorista ETA sin pruebas y sin haber sido pillados con lñas manos en la masa, meramenyte por algún comentario de algún malintencionado medio espía del gobierno, cosa que a los esdpañoles no nos garantiza ninguna confianza el CNI después de lo que hemos visto en el caso Atocha ¿qué credibilidad pueden dar estos supuestos espías y estos politicastros de la actualidad que están jugando con el pan del pueblo español? sólo quieren seguir holgazaneando con unos sueldos atroces y cuando les llega la hora de jubilarse solamente por haber mal servido a España lo mismo ministros que diputados que senadores se van para sus casas con la pensión completa al mil por mil mientras hay obreros que por desgracia no han podido cotozar a la Seguridad Social los años reglamentarios y caen enfermos bien sea por una tuberculosis o por cualquier enfermedad que no esté reconocida cientificamente, no tienen derecho ni a la ayuda familiar y si revolviendo un poco la mierda después de muchas vueltas les cuesta un cojón y medio sacar una paga no contributiva de 385 euros al mes para el mantenimiento de una familia de 4 o 5 seres humanos . Dígame VI si este es el bienestar social que quieren los españoles porque con tantos errores como buen español y buen ciudadano me están dando ganas de hacerme ácrata.
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