26 junio, 2006

Un Estado preñado de consejos.

El Estado se ha puesto en estado y anda pariendo consejos. No he dicho conejos, sino consejos. Es un gusto. Hoy, si no te cae un consejo no eres nadie, pintas menos que un varón cuarentón y heterosexual. No me refiero a que alguien te aconseje, sino a que te hagan consejero. Existen consejos a la medida de quien haga falta, prêt à porter o de tallas grandes, de corte tradicional o de modisto caro, clásicos o innovadores, para cualquier orientación política, sexual o futbolística.
Mismamente a ZP, hombre medido que tiene el Estado en la cabeza, la prudencia por virtud y la reflexión reposada por patrón de comportamiento, le ha dado estos días un punto consejil de aquí te espero. Si los periódicos no mienten (y por qué no habrían de mentir, en este país en que la trampa tiene tratamiento presidencial), la semana pasada ZP propuso ser miembros del Consejo de Estado, nada menos, a Bono, que aceptó (señorito, deme algo), a Pujol y Maragall, que rechazaron. Del ama de llaves de La Moncloa no hay noticia por el momento, pero sí sabemos que ha sido designada también consejera de Estado nuestra Amalia Arias. Así está el género; o sea, el percal. Y, por cierto, Aznar, que ya era consejero en cúspide gracias a la precautoria medida de ZP al convertir en consejeros de Estado a los expresidentes, se ha ido a aconsejar en privado a un superpreboste de la comunicación. Se ve que cogió práctica cuando se pasó cierta noche telefoneando a los directores de periódico.
Las familias bien están cambiando a toda marcha sus muy añosas costumbres. Antes preguntaba la mamá a la hija casadera si su pretendiente poseía patrimonio notable y abolengo antañón; ahora prefieren consejeros o consejeras de lo que sea y en cualquier combinación posible con sus vástagos, según género, especie y nación. ¿Que ese chico estudió tres carreras y no llegó a consejero de nada? Un inútil, hija, te lo digo yo, un muerto de hambre. ¿Que la muchacha aquella que pretende a nuestra hija es una profesional brillante y con muchas luces? Y qué, no es ni del Consejo de la Mujer, a ver para qué le sirve ni lo uno ni lo otro ni lo de más allá. Y así.
¿Y qué decir de los niños/as? Antiguamente, tontitos, los/as infantes/as siempre respondían que de mayores querían ser bomberos, toreros, futbolistas o señoras de su casa. Ahora contestan a la primera que su sueño es llegar a consejeros/as. Deberíamos preocuparnos seriamente por el futuro de estas generaciones jóvenes y proporcionarles buena formación. Que un consejero como dios manda no se improvisa, vaya. Que las escuelas enseñen escalada de consejos igual que antes adiestraban en corte y confección; que se implante una actividad extraescolar denominada "sí, bwana"; que Almodóvar filme "El silencio de los consejeros". Convendría también que comenzáramos una buena colección de libros de autoayuda para consejeros en ciernes o en ejercicio. Propongo títulos, un poco al azar, con la esperanza de que los autores surjan la primavera próxima, a más tardar: "Inteligencia emocional del consejero", "Consejos para consejos", "Una escalera grande y otra chiquita: cómo pillar Consejo", "En el nombre del padre: no muerdas la mano del que te hace consejero", "Disciplina inglesa para consejeros/as", "Políticas de género en consejos genéricos", "Diez claves para el consejero gagá", "Pompa, ostentación y portocolo" -no es una errata-, "No te equivoques de consejo: reglas mnemotécnicas para consejeros discretos", "Ortografía, sintaxis y genuflexión", "Cómo hacer productivas las reuniones del Consejo: papiroflexia y otros vicios solitarios". Y tantos más. Sugiero, a mayores, que obras tan imprescindibles se vendan en los quioscos en edición barata y a precio asequible para familias con hipoteca.
Lo que pasa es que no alcanzan las sillas para tanto personal que se deja querer, no hay consejos bastantes para tantos consejeros pomposos, trepantes o en cesantía política. Antes uno se jubilaba y los compañeros le organizaban una cena de despedida y le regalaban una placa de alpaca con inscripción tópica. Ahora si no te hacen consejero es que te ningunean aposta, por muchas viandas con que te agasajen. Pero no hay cama pa tanta gente, como dice la canción. De ahí que urja poner a funcionar las neuronas monclovitas para que el Estado, sin embarazo, alumbre nuevos consejos imprescindibles. Puesto que ya existen el de la Juventud y el de la Mujer, cabe confiar en que pronto recoja el BOE la dichosa epifanía del Consejo del Varón, el de Los Otros y el de la Vejez.
Estamos pasando del Estado gestor al Estado consejero, pues en lugar de administrar u organizar no hace más que regalar consejos. Si usted es pobre de solemnidad le remitirán al mercado para que se busque la vida, pero si usted es sumiso y conoce al menos tres de las cuatro reglas le van a dar plaza en consejo a nada que se insinúe. Y no digamos si fue usted militante de partido con fingido alarde de corriente crítica interna, en ese caso sí que le cae consejo fetén, seguro; o embajada.
Sépanlo los incautos que se empecinan en mendigar a la puerta de las iglesias en horas de misa o novenas: están perdiendo el tiempo allí; so vagos.

1 comentario:

IuRiSPRuDeNT dijo...

"Como decir Sí aunque crea que debe decir NO"

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