Esta semana hice un viaje relámpago a otra universidad para unos bolos, pero tuve tiempo para compartir un buen rato de charla y mantel con jóvenes profesores, competentes y muy queridos. Hablamos mucho de niños, de actividades extraescolares, de servidumbres paternas y maternas. Ya me voy acostumbrando. Antes, cuando mi otra vez, no era tan frecuente. Pero los tiempos cambian y debemos adaptarnos. Donde hay niño ya no manda marinero. Y cada vez que participo en una de esas charlas monográficas voy echando mis barbas a remojar, al oír, perplejo, cómo lo normal es recoger a las cuatro a los infantes para llevarlos a toda prisa a ballet y esperarlos a las cinco para ir corriendo a la clase de clarinete que comenzó a las cinco menos cuarto. Y el sábado a las ocho de la mañana se les debe trasladar en el coche familar al pueblo vecino, donde tienen un partido de fútbol, que será seguido, a las nueve y media y de vuelta a la ciudad, de un ensayo general para la siguiente representación teatral en el colegio con motivo del Día de Teatro, ocasión en que la carne de nuestra carne tiene un importante papel de margarita silvestre. Toda la semana anterior los papis se la pasan cortando y cosiendo el consiguiente traje de floripondio para la criatura. En fin, es lo que hay. La familia, célula básica de la sociedad y todo eso. Rouco for president y sínodo de nuevos pedagogos.
Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y por no sé qué enfermiza asociación de ideas, me puse a contarles a mis interlocutores unas teorías a las que ahora me referiré. Me miraron muy raro, de manera similar a como debía yo de observar a mi padre cuando me narraba sus batallitas de la guerra o de la mili. Cosas de mayores.
Es que a mí los jóvenes compañeros de universidad me parecen en general bastante raros. Ni el cura de mi pueblo era tan conservador ni vivía con tan estricto orden. No digo que los de las nuevas generaciones sean malos, suelen ser muy buena gente, ordenados, responsables y tal. Ultraconservadores en sus costumbres, vaya. Pondré algunos ejemplos, no sé si significativos.
Cuando un servidor era un joven profesor allá en Oviedo y cuando llegó, con treinta y pico años, a la universidad de León, el ambiente entre los y las de mi quinta y los más jóvenes que uno era bastante divertido. Cada poco y con cualquier pretexto se organizaba una cena que acababa en una buena juerga. Bebíamos, fumábamos, cantábamos, despellejábamos a quien se pusiera a tiro, nos gastábamos bromazos y acabábamos, irremisiblemente, bailando en algún antro hasta las tantísimas. Algunos hasta se marcaban unos ligoteos bien guapos. Hoy sería impensable todo ello. Cada gallina se va a su palo a ver la tele en familia.
¿Y aquellos congresos? Me llevaré a la tumba el recuerdo majo de más de una juerga congresual. Muchas de mis mejores amistades en el gremio se forjaron de madrugada entre copas, salsa y complicidades múltiples. Recuerdo el mítico local Johnny Maracas, en Valencia, donde el área se estrechaba a ritmo de merengue; o aquel fin de fiesta en Toledo, donde prolongamos la noche con la sabia decisión de meternos quince o veinte en una habitación para seguir rajando y partiéndonos de risa, previo saqueo del mueble bar de todos los cuartos. Cuando lo de Valencia a mí me tocaba ponencia a la mañana siguiente y allá me fui desde los bares, sin pasar por la cama, y fue de las pocas ocasiones en que leí mi intervención, pues la cabeza ya no daba para más. Hoy sería impensable, pues a ver qué pinta uno solo por los pubes a esas horas, sin compañía y meditando sobre la ANECA y la nueva didáctica. ¿Sin compañía? Sí, seguramente, pues el personal ha cambiado tanto que uno ya no reconoce el medio. La única esperanza es dar con alguno de la vieja guardia, de los pocos que quedan sin pasarse a la vida sana y la political correctness.
En estos tiempos el mosqueo ya comienza a la hora de comer o cenar. ¿Chistes y guasas? Apenas, pues la autocensura es potentísima, ya que a nada que te descuides te salta la feminista superficial de guardia, el multiculturalista censor, el nacionalista periférico o central o el vigilante de las nuevas virtudes en general. ¿Críticas a establishment profesoral, comenzando por cátedros y capos de escuela? No, por Dios, que alguno puede oírnos o quién sabe cuál de estos que nos miran en silencio se va a ir de la lengua, ahora que tengo pendiente la habilitación o la acreditación o que espero que me inviten a una conferencieta en Modoñedo. Hasta hace unos pocos años, cuando yo me llevaba la mar de bien con uno de los jefes de mi área de conocimiento, venían los de la misma cuadra a ponérmelo de vuelta y media, a hacer chistes sobre él, a llamarlo de todo y a hacerme velados reproches por tal amistad, con ellos compartida y competida. Desde que con él rompí amarras, ya casi no me hablan, pues una cosa es ponerlo de chupa de dómine y cosas peores, como ellos hacían y hacen cuando se sienten con sus iguales y no temen la delación, y otra tratar con auténticos réprobos que se olvidaron los miramientos. Como si los profesionales de la cosa no conociéramos la diferencia entre la teoría y la práctica. Tampoco a las putas les caen bien algunos de sus clientes, pero qué van a hacer, el oficio es el oficio.
¿Una copa después de la cena para desfasar un rato como gente normal? Bajo ningún concepto, ya ves que he cenado con agua mineral y sólo unas verduritas a la plancha, pues me estoy haciendo macrobiótico y tántrico. Con todo, puede que dos o tres jóvenes transijan, entre remordimientos y temores por su salud. Te van contando que si no se acuestan a las diez y veintisiete exactamente, están fatal al otro día. Pero si no has tomado más que agua con gas, les respondes. Ya, pero es por los biorritmos, ¿sabes? Ah, disculpa, no sabía que tenías de eso.
Y luego los móviles. Los unos llamando para anunciar en casa que salen un momentito, pero de verdad que no, que no voy a tomarme ni una cerveza, te lo juro por Snoopy, corazón. ¿Ya se acostaron los niños? Media hora después empiezan a sonar de vuelta los móviles entre la exigua concurrencia. No, que sí, ya me retiro, sí, sí, no he tomado nada, es por acompañar un ratito a Fulano, que ya sabes que se separó hace poco. No, no, no, ya lo dejo, tú no temas nada, mi vida. Sí, tranquila, ya me tomé las pastillas. La de de los ácidos de antes de cenar también. Sólo probé un poco de lechuga y un trocito de queso. No, no era queso azul, pero, con todo, me ha sentado un poquito fuerte. De acuerdo, sí, mañana sólo desayunaré los cereales y un poco de zumo de piña. De las caquitas bien, no te inquietes, mi pichón.
¿Por qué andarán las cosas así? ¿Qué ha cambiado? ¿Serán manías mías? ¿Estaré enfermo? Tal vez. Pero me entra a veces una nostalgia... Urge prejubilarse, a ver si en Benidorm las cosas pintan de otra manera.
Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y por no sé qué enfermiza asociación de ideas, me puse a contarles a mis interlocutores unas teorías a las que ahora me referiré. Me miraron muy raro, de manera similar a como debía yo de observar a mi padre cuando me narraba sus batallitas de la guerra o de la mili. Cosas de mayores.
Es que a mí los jóvenes compañeros de universidad me parecen en general bastante raros. Ni el cura de mi pueblo era tan conservador ni vivía con tan estricto orden. No digo que los de las nuevas generaciones sean malos, suelen ser muy buena gente, ordenados, responsables y tal. Ultraconservadores en sus costumbres, vaya. Pondré algunos ejemplos, no sé si significativos.
Cuando un servidor era un joven profesor allá en Oviedo y cuando llegó, con treinta y pico años, a la universidad de León, el ambiente entre los y las de mi quinta y los más jóvenes que uno era bastante divertido. Cada poco y con cualquier pretexto se organizaba una cena que acababa en una buena juerga. Bebíamos, fumábamos, cantábamos, despellejábamos a quien se pusiera a tiro, nos gastábamos bromazos y acabábamos, irremisiblemente, bailando en algún antro hasta las tantísimas. Algunos hasta se marcaban unos ligoteos bien guapos. Hoy sería impensable todo ello. Cada gallina se va a su palo a ver la tele en familia.
¿Y aquellos congresos? Me llevaré a la tumba el recuerdo majo de más de una juerga congresual. Muchas de mis mejores amistades en el gremio se forjaron de madrugada entre copas, salsa y complicidades múltiples. Recuerdo el mítico local Johnny Maracas, en Valencia, donde el área se estrechaba a ritmo de merengue; o aquel fin de fiesta en Toledo, donde prolongamos la noche con la sabia decisión de meternos quince o veinte en una habitación para seguir rajando y partiéndonos de risa, previo saqueo del mueble bar de todos los cuartos. Cuando lo de Valencia a mí me tocaba ponencia a la mañana siguiente y allá me fui desde los bares, sin pasar por la cama, y fue de las pocas ocasiones en que leí mi intervención, pues la cabeza ya no daba para más. Hoy sería impensable, pues a ver qué pinta uno solo por los pubes a esas horas, sin compañía y meditando sobre la ANECA y la nueva didáctica. ¿Sin compañía? Sí, seguramente, pues el personal ha cambiado tanto que uno ya no reconoce el medio. La única esperanza es dar con alguno de la vieja guardia, de los pocos que quedan sin pasarse a la vida sana y la political correctness.
En estos tiempos el mosqueo ya comienza a la hora de comer o cenar. ¿Chistes y guasas? Apenas, pues la autocensura es potentísima, ya que a nada que te descuides te salta la feminista superficial de guardia, el multiculturalista censor, el nacionalista periférico o central o el vigilante de las nuevas virtudes en general. ¿Críticas a establishment profesoral, comenzando por cátedros y capos de escuela? No, por Dios, que alguno puede oírnos o quién sabe cuál de estos que nos miran en silencio se va a ir de la lengua, ahora que tengo pendiente la habilitación o la acreditación o que espero que me inviten a una conferencieta en Modoñedo. Hasta hace unos pocos años, cuando yo me llevaba la mar de bien con uno de los jefes de mi área de conocimiento, venían los de la misma cuadra a ponérmelo de vuelta y media, a hacer chistes sobre él, a llamarlo de todo y a hacerme velados reproches por tal amistad, con ellos compartida y competida. Desde que con él rompí amarras, ya casi no me hablan, pues una cosa es ponerlo de chupa de dómine y cosas peores, como ellos hacían y hacen cuando se sienten con sus iguales y no temen la delación, y otra tratar con auténticos réprobos que se olvidaron los miramientos. Como si los profesionales de la cosa no conociéramos la diferencia entre la teoría y la práctica. Tampoco a las putas les caen bien algunos de sus clientes, pero qué van a hacer, el oficio es el oficio.
¿Una copa después de la cena para desfasar un rato como gente normal? Bajo ningún concepto, ya ves que he cenado con agua mineral y sólo unas verduritas a la plancha, pues me estoy haciendo macrobiótico y tántrico. Con todo, puede que dos o tres jóvenes transijan, entre remordimientos y temores por su salud. Te van contando que si no se acuestan a las diez y veintisiete exactamente, están fatal al otro día. Pero si no has tomado más que agua con gas, les respondes. Ya, pero es por los biorritmos, ¿sabes? Ah, disculpa, no sabía que tenías de eso.
Y luego los móviles. Los unos llamando para anunciar en casa que salen un momentito, pero de verdad que no, que no voy a tomarme ni una cerveza, te lo juro por Snoopy, corazón. ¿Ya se acostaron los niños? Media hora después empiezan a sonar de vuelta los móviles entre la exigua concurrencia. No, que sí, ya me retiro, sí, sí, no he tomado nada, es por acompañar un ratito a Fulano, que ya sabes que se separó hace poco. No, no, no, ya lo dejo, tú no temas nada, mi vida. Sí, tranquila, ya me tomé las pastillas. La de de los ácidos de antes de cenar también. Sólo probé un poco de lechuga y un trocito de queso. No, no era queso azul, pero, con todo, me ha sentado un poquito fuerte. De acuerdo, sí, mañana sólo desayunaré los cereales y un poco de zumo de piña. De las caquitas bien, no te inquietes, mi pichón.
¿Por qué andarán las cosas así? ¿Qué ha cambiado? ¿Serán manías mías? ¿Estaré enfermo? Tal vez. Pero me entra a veces una nostalgia... Urge prejubilarse, a ver si en Benidorm las cosas pintan de otra manera.
2 comentarios:
No cabe duda de que éstos son tiempos más moñas. Entremedias, el éxito de la revolución conservadora, los tiempos del SIDA, el arrinconamiento político de todo lo que no sea mercadolatría, etc. Todo esto ha ido imponiendo un ambiente más conservador: en la política, en las costumbres, etc. Ejemplo curioso: en la Uni, los ayudantes tienen parejas más estables que los cátedros en su día.
De entre los factores positivos, la women's lib. Ahora, los varones con prole no puede confiar en su pareja para cuidarla. O bañan al bebé y cambian las cacas, o no hay tu tía. Así que desde que tienes prole, como regla general a las siete en casa. Como muy tarde. Así no hay bohemia que valga.
Hay tiempo para todo, para estudiar los casos, para trabajarlos, para estar con la familia y para ir al club o a casa de una amiga para un quilao.
A mí lo del alcohol y las drogas me lo tiene prohibida la agresividad.
Viva la Libertad (mi hija).
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