¿Qué prefiere usted, que lo llamen tonto o que le digan malo? No tengo memoria para los chistes ni los cuento bien y, de propina, sólo se me quedan algunos de los más simplones. Por eso me acuerdo de este ahora: llegan a un prado un señor de la aldea y uno de la ciudad y se encuentran a otro lugareño apasionadamente encaramado encima de una cabra y dale que te pego con ella. Al aldeano le da un tremendo ataque de risa y su interlocutor le pregunta que si lo que le hace tantísima gracia es ver a aquel vecino haciéndole el amor a una cabra, a lo que el otro responde así: no, no, eso es normal, pero me descojono porque le está echando un polvo a la más fea de todo el rebaño.
Bueno, pues pongan que en lugar de la cabra más fea fuera la más hermosa y ya tenemos la manera de responder al querido amigo que, al hilo de la sentencia sobre el tercer caso de Garzón como acusado, me preguntaba hoy si es peor que a uno le digan prevaricador o que lo llamen torpón del todo. O permítanme ilustrar con otra historieta lo que a golpe de parábola quiero explicar. Imaginen que a un señor lo acusan de violación y acaba en el banquillo de los acusados. La violación es conducta reprobable en grado sumo y, correspondientemente, delito muy grave. Pero pongan que el tribunal acaba dictando veredicto de inocencia, pues, con base en buenas pruebas, concluye que la así horrendamente forzada no fue una persona, hombre o mujer, sino una gallina. ¿Saldría el de este modo absuelto con la cabeza muy alta o más bien tocado, pese a terminar sin castigo?
Valga la comparación en lo que valga, no se me alteren por ese lado. Lo que trato de indicar es que, en efecto y como sospecha mi amigo -que no es jurista aunque sabe de todo-, a Garzón esta vez lo absuelven del delito de prevaricación, pero al mismo tiempo el Tribunal Supremo le dice que jurídicamente anda tan despistado como sexualmente desorientado estaba el de la gallina de mi ejemplo. Lo que no quita para que los partidarios del amor animal puedan manifestarse mañana a favor del enamorado de las pitas y en pro del libre intercambio de fluidos y humores entre humanos y bestias de todo pelaje o de cualquier plumaje. Cada cosa es lo que es y cada oveja con su pareja, en el más amplio sentido de la expresión.
Hace bastantes meses, años quizá -¡cómo pasa el tiempo!-, ya tuvimos en este blog buen debate sobre si cabía o no prevaricación en este caso que hoy se ha sentenciado, y hubo quien dio excelentes argumentos para sostener que no. El Tribunal Supremo acaba de dar la razón a aquella tesis de que no había delito en aquellas actuaciones, pues no incluían el dolo de hacer injusticia, de aplicar la ley torcidamente y para mal, pero con el añadido de que jurídicamente no tenía pies ni cabeza lo que Garzón planteaba. Vaya, que no era prevaricar, pero que había despiste; despiste grande en términos de derecho, aunque desde otros puntos de vista las medidas de Garzón pudieran tener otros significados o interpretaciones diversas.
Me parece que cuando, pasado un puñado de décadas, los historiadores analicen estas andanzas legales y mediáticas de la llamada memoria histórica, se sumirán en una cierta perplejidad. Verán que el partido socialista (es un decir) que gobernaba en España hizo una ley con muy fuerte carga simbólica pero sumamente cicatera a la hora de regular y fomentar lo que más importaba: el apoyo legal y económico para que los descendientes de las víctimas de la guerra civil y del franquismo puedan recuperar sus restos y honrarlos cabalmente, y también para dejar jurídicamente sin efecto, aunque sea con consecuencias meramente simbólicas, tantas condenas injustas y totalmente ilegítimas. Mucho cambiar nombres de las calles y retirar estatuas y poca facilidad para abrir e investigar fosas comunes o para recuperar el buen nombre de los abuelos condenados en las más duras épocas de la dictadura, ese podría ser el resumen. Al tiempo, el partido conservador se lo tomó como si se estuviera llamando a una nueva guerra civil o como si a cada uno de los ciudadanos de ley y orden le estuvieran mentando a la madre. Despropósito sobre despropósito.
Fue ese el instante en que Garzón se subió a la cabra o le dedicó unos requiebros a la gallina, de buena fe o aviesamente, eso no lo sé. Lo que sí creo es que se consumó así el dislate y se rizó el rizo de la paradoja: muchos de los que con muy honesta convicción pedían que se hiciera justicia a los que padecieron los crímenes del franquismo (por lo general –y por el general- los que sufrieron los crímenes del otro lado ya habían sido honrados y compensados durante la dictadura y, que se sepa, no quedaban fosas comunes por abrir en ese lado) se olvidaron de criticar al gobierno y a los partidos que no legislaban en serio y creyeron que en serio podían los jueces o podía algún juez reemplazar al legislador esquivo y disimulón. Garzón jugó a abrir expedientes a los franquistas muertos y a enredar con procesos penales hipersimbólicos y nada más que hipersimbólicos. Con tanto vivo que anda suelto, Garzón se proponía procesar a los difuntos, y muchos de los que buscaban todavía alguna justicia vieron sus esperanzas muertas mientras vitoreaban al juez más vivo. En otras palabras, que Garzón se convirtió en el símbolo y los otros símbolos, los de las viejas injusticias, pasaron a mejor vida.
Garzón acabó de protagonista de esa película, arrebató su legítimo papel a sus verdaderos actores. Los testimonios en este reciente juicio, por ejemplo, se usaron para defender jurídicamente a Garzón y para enaltecerlo mediáticamente, no para reconstruir la biografía y la honra de los asesinados de los que se hablaba. Una tristeza. Como la dama aquella a la que cantaba Cecilia, don Baltasar acabó siendo, él, el muerto en el entierro y el niño en el bautizo, la última y más visible víctima del franquismo, la que se lleva los honores o los pésames. Hay que joderse. Por eso opino, modestamente, que se puede estar completamente a favor de la llamada memoria histórica, tomada en serio, a favor del homenaje y el resarcimiento de las víctimas de Franco y sus secuaces, sin por eso tener que comulgar con Garzón o meterse en su gallinero.
Cuestión distinta es la de cómo se quiera juzgar las decisiones del Tribunal Supremo en estos casos de Garzón. Para empezar, las opiniones de fondo habrá que hacerlas después de leer las sentencias y con buenos argumentos de derecho. Caben estupendos debates en ese plan, y a ver cuándo se organiza alguno. O, si vale en esta ocasión reemplazar las fundamentaciones jurídicas por juicios de intenciones o por caza de brujas, habrá de valer del mismo modo en todo caso y llámese el acusado como se llame, Baltasar o Perico de los Palotes. Cuando un caso está radicalmente politizado y cuando andan todo tipo de pescadores buscando su ganancia en el río así revuelto, la situación de los tribunales es trágica y, decidan lo que decidan, les van a caer chuzos de punta: de un lado, de otro o de los dos. Normalmente, que les caigan de los dos es buena señal, el mejor indicio de ecuanimidad judicial.
Por otro lado, si el dolo no se puede presumir, ni en Garzón ni en el más indefenso de los acusados, tampoco tenemos por qué darlo por sentado en los magistrados del Supremo. ¿O es que por definición ellos sí prevarican cuando juzgan de las acusaciones de prevaricación de Garzón? Y, si es así, ¿prevarican cuando absuelven, cuando condenan, cuando declaran prescrito el delito o siempre y en todo caso, de tan malísimos como son?
A mi parecer, una cosa es cierta, ya haya resultado así por azar o como fruto de la más perversa maquinación: una vez que Garzón ya está fuera de la carrera judicial por obra de la anterior sentencia –y a expensas de lo que pueda ocurrir con el recurso ante el Tribunal Constitucional-, decir ahora que en este caso no delinquió, no prevaricó, pero que jurídicamente andaba a uvas, es refinadísima crueldad. Yo, en su lugar, habría preferido una nueva condena antes que ese sutil descojonarse cuando me ven salir con mi Marcelina bajo el brazo.
2 comentarios:
vamos, que lo pusieron por tonto; para librarlo del marronzo. Pero aposta o como el que no quiere la cosa..No sigo yo el culebron este de la gallina. Le has dado nueva intefaz a los comentarios, bien; hay que reciclarse.
Muy bien, y muy ameno, como siempre.
Pero, independientemente de lo chapucero o malo que fuera Garzón en sus instrucciones, ¿no le parece a usted que los tratados internacionales firmados por España justifican sobradamente que un juez pueda tomar iniciativas respecto a estos casos, por encima incluso de leyes nacionales que puedan contradecir esos tratados? Sin haber leído la sentencia, sino sólo la prensa, tengo la sensación de que el Supremo rechaza de plano esta posibilidad.
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