En León ocurren fenómenos paranormales. No, no me refiero a nadie de la política local, ni hombre ni mujer. Hablo de la vida ordinaria y de la gente del montón. Yo mismo. Les cuento esto tan raro y me dicen si alguna vez les ha pasado también. Se trata de que me vuelvo invisible, al menos para determinadas personas. Aunque gesticule, hable, me mueva o ponga caras, no notan mi presencia, para ellos no estoy allí, me he transformado en fantasma, pero sin sábana y cadena, un fantasma en pelota picada, que es uno del que nada se ve, aunque esté con todo.
Me sucede cada tanto y en distintos lugares. Por ejemplo, en algunas tiendas. Entro en un comercio y no hay nadie más que la dependienta, que está hablando por su móvil. Pienso que he tenido suerte y que no me va a llevar más de un par de minutos comprarme los guantes o la media docena de pasteles, lo que sea. Pero la vendedora no capta mi presencia, aunque toso, carraspeo, suspiro, hago como que se me cae algo al suelo... Nada, no me percibe y sigue a lo suyo, que si la tortilla la dejé en la nevera, mi amor, que si mamá, por Dios, no se te ocurra contarle eso a Eduardo, que si te echo de menos, papito, y verás cuando vuelva a casa. Asustado, retorno a la calle y le pregunto la hora al primer transeúnte que me cruzo, o choco aposta con algún jubilado, todo para comprobar que sigo siendo de carne y hueso, y, albricias, sí lo soy, nada más que desaparezco en aquel local al que, por supuesto, no regresaré.
Donde más me duele es en los bares. No es en todos ni siempre, solo de vez en cuando. Llego, me pido mi verdejo, me lo sirven como si fuéramos enemigos de toda la vida y me quedo esperando la tapa la mar de ilusionado, acezante cual chucho. Como tarda, miro a un lado y otro de la barra y constato que cada parroquiano tiene la suya, este jamón, aquel oreja, el otro tortilla, más allá patatas ali-oli. Fabuloso, qué me tocará. Y nada. El camarero va y viene y no repara en mí. A otro, al que sirvió más tarde, le pone callos, maldición. A mí no me ve. Tampoco me oye, hasta que grito fuerte y parece que recupero mi presencia. Qué, ¿no hay tapa?, le suelto. Y entonces me planta delante cuatro aceitunas con hueso, sin mirarme y no sé si también sin verme.
Me sucede cada tanto y en distintos lugares. Por ejemplo, en algunas tiendas. Entro en un comercio y no hay nadie más que la dependienta, que está hablando por su móvil. Pienso que he tenido suerte y que no me va a llevar más de un par de minutos comprarme los guantes o la media docena de pasteles, lo que sea. Pero la vendedora no capta mi presencia, aunque toso, carraspeo, suspiro, hago como que se me cae algo al suelo... Nada, no me percibe y sigue a lo suyo, que si la tortilla la dejé en la nevera, mi amor, que si mamá, por Dios, no se te ocurra contarle eso a Eduardo, que si te echo de menos, papito, y verás cuando vuelva a casa. Asustado, retorno a la calle y le pregunto la hora al primer transeúnte que me cruzo, o choco aposta con algún jubilado, todo para comprobar que sigo siendo de carne y hueso, y, albricias, sí lo soy, nada más que desaparezco en aquel local al que, por supuesto, no regresaré.
Donde más me duele es en los bares. No es en todos ni siempre, solo de vez en cuando. Llego, me pido mi verdejo, me lo sirven como si fuéramos enemigos de toda la vida y me quedo esperando la tapa la mar de ilusionado, acezante cual chucho. Como tarda, miro a un lado y otro de la barra y constato que cada parroquiano tiene la suya, este jamón, aquel oreja, el otro tortilla, más allá patatas ali-oli. Fabuloso, qué me tocará. Y nada. El camarero va y viene y no repara en mí. A otro, al que sirvió más tarde, le pone callos, maldición. A mí no me ve. Tampoco me oye, hasta que grito fuerte y parece que recupero mi presencia. Qué, ¿no hay tapa?, le suelto. Y entonces me planta delante cuatro aceitunas con hueso, sin mirarme y no sé si también sin verme.
6 comentarios:
Esto de la tapa es tremendo, la viva imagen de la iniquidad. Vivo en Segovia y alguna vez pasa... Tal como lo describes, tu todo ilusionado y nada... Yo ya no doy opción, quiero tal y una tapa de cual... Si por lo que sea se me olvido, digo qué hay de tapa (no póngame una tapa, sino que tapa quiero). Suele pasar en bares llenos de gente... Respecto al movil, te dan ganas de, una vez te están atendiendo, coger el tuyo y empezar un soliloquio...
Felicidades por el blog, no suelo comentar pero es que hoy me ha llegado al alma.
Pues si, me pasa lo mismo, tranquilo, no es usted el unico "fantasma"... en esos casos la mejor solución ya la apunta usted mismo: si uno es "fantasma" al entrar, pues se da media vuelta y se va cual "fantasma", y los de la tienda/bar/churreria/macdonalds que se queden sin el dinero "fantasma"
Con los dependientes de El Corte Inglés pasa mucho U_U
Ante lo del teléfono, una posible estrategia -cierto que no planificable volitivamente, pero cuando se presenta, vive dios que se presenta- consiste en acercarse despacito al mostrador que los separa, girarse de medio cuerpo, fingiendo interés en alguna mercadería, y largar un cuesco de percherón dispéptico. A continuación, volverse a girar hacia la controparte. Manteniendo expresión, mirada, actitud corporal, tan corteses como imperturbables.
Otra sí perfectamente controlable consiste en interrumpirla, y pedirle por favor si tiene una tarjeta de la casa. Cuando la otra parte se la dé -normalmente con gesto árido y sin interrumpir la conversación por el móvil- saca Vd. su móvil, marca el número fijo del establecimiento, interrumpe la llamada antes de que suene, y se lo mete en el bolsillo. A continuación se pone a mirar la mercancía expuesta, y medio minuto después, marca el número desde el bolsillo, sin sacar el teléfono. Cuando la contraparte corra a contestar, corta Vd. la llamada. Repita el ciclo sesenta-setenta veces. Cuando los loqueros lleguen a ponerle la camisa de fuerza a la contraparte y a llevársela a comenzar con los electroshocks, coge Vd. de los anaqueles lo que le interesa, deja el dinero correspondiente debajo del mostrador, y se va tan contento.
Salud,
si, eso también me ha pasado a mi alguna vez en el pueblo de al lado; que entras a la tienda y la dependienta esta a su bola, con el movil, cascando con la de al lado. Y pienso, como se nota es una empleada sin comisión jajajaja. porque luego voy a la capi a hacer mis cosas y entro en cualquier comercio y enseguida tienes a dos, diciendote esto u lo otro jajaja. en los bares, una vez en filologia tardaron media hora en ponerme un café, no volví más..Me había largado de otra cafeteria por la cola y me meti en una que pasaron de mi, pero vamos; como no volví. En cuanto a la tapa es que tienes que levantar la mano, como en el cole..jajajaja.
No se queje profesor, en Valencia no te ponen tapa, directamente.
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