Se impone resucitar la consideración social de viejas profesiones porque nos inundan las nuevas, amparadas por exóticos títulos, másteres, postgrados y otras zarandajas embaucadoras. Al final de este endiablado laberinto de oficios tendrán que pedir perdón los pediatras, los abogados y los maestros de escuela pues ya ninguna de estas dedicaciones goza de prestigio entre las clases sociales nimbadas por la modernidad. La mía -profesor de una facultad de derecho- se ha debido de derrumbar hace tiempo porque mi correo electrónico está lleno de ofertas imaginativas destinadas a sacarme de la antigualla en la que vegeto: las últimas son un diploma en fabricación de cerveza sin alcohol, un postgrado en management estratégico y un máster en trazabilidad (palabro nuevo, ¡atención a él!) de alimentos argentinos. La que más me gusta es la del management estratégico porque me haría mucha ilusión enterarme qué significan tanto el sustantivo como el adjetivo.
A la vista de las desgracias que nos acaecen, la de mayor futuro es la profesión de astrólogo. Ignoro las razones por las cuales no recibo anuncios para animarme a abrazarla porque en la interpretación de los astros, en su posición y movimientos, en sus idas y venidas están las claves del diario acontecer. ¿Qué perdemos con volver a ellos, como acreditados analistas de la situación? Lo fueron y tuvieron aciertos notables. Voltaire cuenta que, en la cámara de la reina Ana de Austria, se hallaba un astrólogo en el momento sublime del nacimiento de quien conocemos con el nombre de Luis XIV. Y que, según los cortesanos, acertó a vaticinar la relevancia que este hombre tendría en las páginas de los innumerables tomos en que está escrita la Historia.
Es evidente que Voltaire se mofa de estas cosas pero es que Voltaire estaba envenenado por las “luces” y por la “razón”, causas de tantos males, entre ellos de que la astronomía le ganara la partida a la astrología. A partir de ahí el astrónomo es un científico a quien es preciso tomar en serio y el astrólogo un embaucador apto solo para ser embromado.
Algo parecido ocurrió con los juristas durante siglos. Desde la vuelta al derecho romano que se produce en la Baja Edad Media estos ocuparían un lugar de privilegio en las cámaras reales, en los parlamentos nacientes, fueron mediadores infalibles en los conflictos entre poderosos: el emperador contra los príncipes y viceversa, el Papa contra aquél y contra estos etc. Las consecuencias desastrosas son bien conocidas y sus secuelas llegan hasta nuestros días. No evitaron ninguna guerra pero llenaron el mundo de confusión.
Hoy el jurista, si está levantando cabeza, es porque hace años sus funciones les fueron arrebatadas por los economistas y hacendistas que se han revelado tan dañinos como aquellos. Profetas del tiempo pasado, pese a sus saberes matemáticos, estadísticos y econométricos, fueron incapaces para prevenirnos acerca de ni una sola de las amargas resultas de tanta alquimia busátil y bancaria como se ha cocinado en los últimos años. Manejaban números como cuerpos helados, como vegetales mustios, como escamas de unos peces muertos. Mucho nos decían pero nada nos predecían.
Si esto es así, ¿por qué no volver al astrólogo? Que nos digan de qué signo zodiacal es el presidente de este o de aquel Gobierno, el ministro inglés o el portugués, la carta astral de la canciller alemana, la eclíptica que puede influir en esta o en aquella decisión ...
¿No es esto más entretenido que un desbarajuste como el actual que, encima, está presidido por la ciencia? Quiero tener mis ilusiones y mis afanes mecidos por los cometas, por los meteoros, no por un modelo econométrico ni una serie estadística, deshuesados y falsos como un astro apagado.
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