Juan Antonio García Amado.
Dicen que los asturianos somos grandones. Y, ciertamente, cualquiera que nos oiga hablar entre nosotros, generalmente con el codo apoyado en la barra de un chigre, pensará que no hay quien nos tosa. Aunque, a la hora de la verdad, lo único seguro es que cuando hay un asturiano ya se sabe quién va a pagar las copas: él. Porque en lo demás hace tiempo que nos pintan bastos.
Entre la derechona y la izquierdina nos han metido en un bocadillo tal, que nos está asfixiando la identidad y dejándonos el futuro en cueros. La derecha hace bandera de la bandera, como en los viejos tiempos, y se apropia de tal manera de la idea de España, que basta que uno se defina como español para que todas sus amistades más guais lo rechacen de inmediato como ultraconservador asilvestrado. Poco espacio deja esa derecha, cada vez más ligera de cascos, para una defensa de Asturias que no empiece con una genuflexión en Madrid. Y a los asturianos, guasones y poco dados a las metafísicas imperiales, el asunto de si España es una o trina no nos quita el sueño. Pero la izquierda no entiende que la defensa de Asturias puede hacerse también sin reclamar lehendakari propio ni manifestarse de madreñes. A la mayoría de los asturianos nos da mucha risa ver cómo les queda la montera picona a nuestros honorables o cuan penosamente balbucean ante las cámaras un bable que no mamaron.
Pero en tiempos de necedad el más listo puede quedarse en fuera de juego; y cuando mandan tahúres, el jugador honesto no gana ni una mano. Y tal que así nos está pasando.
Resulta que, al parecer, para ser alguien en la timba del Estado español hay que sacarse el pedigree, reescribir la historia e inventarse pueblos y naciones con identidades tan pujantes como oprimidas. Y dar la matraca hasta que una coyuntura política favorable nos permita hacer saltar la banca. Dicen que ya está la cosa a punto de caramelo. Y los asturianos vemos el panorama y pensamos: para historia larga, la nuestra; para identidad bien peculiar y acreditada, la nuestra. Y, entonces, ¿por qué nadie nos hace caso?, ¿por qué llevamos décadas sin vender una escoba? Creo que la respuesta es que nuestro sano escepticismo y nuestro apabullante sentido común nos bloquean. Parece que la única manera de figurar y de trincar en condiciones es convertirse en nacionalista periférico y reivindicativo. Si de ser peculiares y tener "cultura" propia y cosiquines para enseñar se trata, estoy firmemente convencido de que los asturianos no somos menos que nadie, y más que la mayoría de los que se dicen tan suyos. Lo que pasa es que ese juego no nos va. Y voy a tratar de explicar esto hablando en primera persona y poniendo una anécdota propia como modelo de lo que sospecho que es un sentir bastante extendido.
Soy aldeano, me crié en el campo, entre las vacas, y como campesino viví mi infancia y buena parte de mi juventud. Hablo bable y en bable me entiendo con mis familiares y con mis viejos amigos, pero el bable que mi padre maneja y entiende, el mismo que hablaban mis abuelos y tatarabuelos, no el de cursillín. Cuando a los diez años me enviaron a un colegio de Gijón, los compañeros de clase se pasaron meses burlándose de mí por lo raro que yo hablaba, y me tildaban de pueblerino y gañán, ellos, con su particular castellano de la calle Corrida y la Plazuela. Bastantes años después, paradojas de la vida, a unos cuantos los vi de manifestación, con pancartas en las que se reclamaba que Asturias ye nación y que bable nes escueles. Al parecer, ellos lo habían estudiado todo un verano en Pajares. Ya tenían más profundas raíces asturianas que un servidor. Ahora a por la concejalía.
Y a lo que iba. Creo que en los tiempos que corren en nuestro país, y en los que se avizoran, la Comunidad que no se haga valer y no sepa unirse para reclamar con contundencia su lugar en la mesa y su trozo de pastel, va a quedar definitivamente discriminada, sobrepasada por el éxito de quienes invocan hechos diferenciales para barrer para casa y engordar sus cuentas y presupuestos. Y, para colmo, con la vitola de progresistas y magreando la palabra solidaridad, manda narices. ¿Y qué nos pasa a los asturianos? Pues que nos cuesta un montón entrar en ese juego y ponernos a las órdenes de tales aprendices de magos, esos modernos curas de la comunión nacional y el alma del pueblo, pura fachada alimentada con la ilusión de compartir palcos con princesas. Debemos lograr unirnos para defender Asturias sin que ello nos suponga tener que creernos un cuento más de pseudonaciones y culturas de caleya. Estamos los asturianos cada día más oprimidos y abandonados, es verdad; pero no porque no tengamos ikastolas, sino porque otras comunidades con gobiernos y gentes más desvergonzados se están llevando el gato al agua, mientras que aquí los únicos que se mueven son los que sueñan con convertirse en el Fichte de La Argañosa o el Sabino Arana de Somió.
Y por el otro lado están los grandes partidos, los que nos gobernaron y los que nos gobiernan. Y así nos va. Los unos, los engominados, con un estilo y unas capacidades como para hacer las delicias de sus enemigos, profesionales de la política de andar por casa, glamurosos de prau y club de tenis, poquita cosa y cero ideas. Los otros, los que se dicen de los obreros, siempre a medio camino entre la delación y la subvención, serviles con los superiores y crueles con los inferiores, pues aún hay clases, preocupados siempre por el cocido de la parentela y atentos para cambiar a tiempo el coche oficial. Nada tiene de raro que los unos y los otros usen sus mayores energías y sus mejores esfuerzos para apuñalarse dentro del respectivo partido, no vaya a aparecer alguien serio que nos ponga donde deberíamos estar. Por supuesto, huelga decir que toda generalización es fuente de injusticias y que hablo de equipos y promedios, no de individuos concretos. Aunque, como dirían en mi pueblo, al que salga buenu cómenlu los gochos; o buenu taba y morrió.
Así que estamos acogotados entre los unos, que gustan de hablar en nombre de raíces que ellos mismos, burguesillos con ínfulas de jet-set, no suelen tener, y los otros, que a falta de profesión hacen de la política oficio de obediencia y pesebre para ir tirando.
¿Y Asturias? A uvas, a verlas venir. El asturiano de hoy vive atrapado entre la conciencia de que hay que moverse, hacerse respetar y levantar la voz como es debido, y la convicción de que no tenemos quien nos dirija en esa empresa, que nos faltan líderes y nos sobran lacayos y filibusteros. Al paso que vamos, nos van a quitar a los asturianos hasta el faldón de la santina, para remendar con él alguna injusticia histórica padecida por catalanes o vascos. Y, mientras tanto, los mejores de nosotros queman todas sus energías en lamentos de bar, y los otros seguirán donde están un par de décadas más, hasta que se seque el tetu. Después, si fuimos buenos y obedientes, a lo mejor nos ponen de eurodiputados.
Y la pregunta sigue en pie: ¿qué puede hacer un pueblo que no es y no quiere ser menos que nadie, pero que tiene la decencia de no fingir que es más que los otros?
Entre la derechona y la izquierdina nos han metido en un bocadillo tal, que nos está asfixiando la identidad y dejándonos el futuro en cueros. La derecha hace bandera de la bandera, como en los viejos tiempos, y se apropia de tal manera de la idea de España, que basta que uno se defina como español para que todas sus amistades más guais lo rechacen de inmediato como ultraconservador asilvestrado. Poco espacio deja esa derecha, cada vez más ligera de cascos, para una defensa de Asturias que no empiece con una genuflexión en Madrid. Y a los asturianos, guasones y poco dados a las metafísicas imperiales, el asunto de si España es una o trina no nos quita el sueño. Pero la izquierda no entiende que la defensa de Asturias puede hacerse también sin reclamar lehendakari propio ni manifestarse de madreñes. A la mayoría de los asturianos nos da mucha risa ver cómo les queda la montera picona a nuestros honorables o cuan penosamente balbucean ante las cámaras un bable que no mamaron.
Pero en tiempos de necedad el más listo puede quedarse en fuera de juego; y cuando mandan tahúres, el jugador honesto no gana ni una mano. Y tal que así nos está pasando.
Resulta que, al parecer, para ser alguien en la timba del Estado español hay que sacarse el pedigree, reescribir la historia e inventarse pueblos y naciones con identidades tan pujantes como oprimidas. Y dar la matraca hasta que una coyuntura política favorable nos permita hacer saltar la banca. Dicen que ya está la cosa a punto de caramelo. Y los asturianos vemos el panorama y pensamos: para historia larga, la nuestra; para identidad bien peculiar y acreditada, la nuestra. Y, entonces, ¿por qué nadie nos hace caso?, ¿por qué llevamos décadas sin vender una escoba? Creo que la respuesta es que nuestro sano escepticismo y nuestro apabullante sentido común nos bloquean. Parece que la única manera de figurar y de trincar en condiciones es convertirse en nacionalista periférico y reivindicativo. Si de ser peculiares y tener "cultura" propia y cosiquines para enseñar se trata, estoy firmemente convencido de que los asturianos no somos menos que nadie, y más que la mayoría de los que se dicen tan suyos. Lo que pasa es que ese juego no nos va. Y voy a tratar de explicar esto hablando en primera persona y poniendo una anécdota propia como modelo de lo que sospecho que es un sentir bastante extendido.
Soy aldeano, me crié en el campo, entre las vacas, y como campesino viví mi infancia y buena parte de mi juventud. Hablo bable y en bable me entiendo con mis familiares y con mis viejos amigos, pero el bable que mi padre maneja y entiende, el mismo que hablaban mis abuelos y tatarabuelos, no el de cursillín. Cuando a los diez años me enviaron a un colegio de Gijón, los compañeros de clase se pasaron meses burlándose de mí por lo raro que yo hablaba, y me tildaban de pueblerino y gañán, ellos, con su particular castellano de la calle Corrida y la Plazuela. Bastantes años después, paradojas de la vida, a unos cuantos los vi de manifestación, con pancartas en las que se reclamaba que Asturias ye nación y que bable nes escueles. Al parecer, ellos lo habían estudiado todo un verano en Pajares. Ya tenían más profundas raíces asturianas que un servidor. Ahora a por la concejalía.
Y a lo que iba. Creo que en los tiempos que corren en nuestro país, y en los que se avizoran, la Comunidad que no se haga valer y no sepa unirse para reclamar con contundencia su lugar en la mesa y su trozo de pastel, va a quedar definitivamente discriminada, sobrepasada por el éxito de quienes invocan hechos diferenciales para barrer para casa y engordar sus cuentas y presupuestos. Y, para colmo, con la vitola de progresistas y magreando la palabra solidaridad, manda narices. ¿Y qué nos pasa a los asturianos? Pues que nos cuesta un montón entrar en ese juego y ponernos a las órdenes de tales aprendices de magos, esos modernos curas de la comunión nacional y el alma del pueblo, pura fachada alimentada con la ilusión de compartir palcos con princesas. Debemos lograr unirnos para defender Asturias sin que ello nos suponga tener que creernos un cuento más de pseudonaciones y culturas de caleya. Estamos los asturianos cada día más oprimidos y abandonados, es verdad; pero no porque no tengamos ikastolas, sino porque otras comunidades con gobiernos y gentes más desvergonzados se están llevando el gato al agua, mientras que aquí los únicos que se mueven son los que sueñan con convertirse en el Fichte de La Argañosa o el Sabino Arana de Somió.
Y por el otro lado están los grandes partidos, los que nos gobernaron y los que nos gobiernan. Y así nos va. Los unos, los engominados, con un estilo y unas capacidades como para hacer las delicias de sus enemigos, profesionales de la política de andar por casa, glamurosos de prau y club de tenis, poquita cosa y cero ideas. Los otros, los que se dicen de los obreros, siempre a medio camino entre la delación y la subvención, serviles con los superiores y crueles con los inferiores, pues aún hay clases, preocupados siempre por el cocido de la parentela y atentos para cambiar a tiempo el coche oficial. Nada tiene de raro que los unos y los otros usen sus mayores energías y sus mejores esfuerzos para apuñalarse dentro del respectivo partido, no vaya a aparecer alguien serio que nos ponga donde deberíamos estar. Por supuesto, huelga decir que toda generalización es fuente de injusticias y que hablo de equipos y promedios, no de individuos concretos. Aunque, como dirían en mi pueblo, al que salga buenu cómenlu los gochos; o buenu taba y morrió.
Así que estamos acogotados entre los unos, que gustan de hablar en nombre de raíces que ellos mismos, burguesillos con ínfulas de jet-set, no suelen tener, y los otros, que a falta de profesión hacen de la política oficio de obediencia y pesebre para ir tirando.
¿Y Asturias? A uvas, a verlas venir. El asturiano de hoy vive atrapado entre la conciencia de que hay que moverse, hacerse respetar y levantar la voz como es debido, y la convicción de que no tenemos quien nos dirija en esa empresa, que nos faltan líderes y nos sobran lacayos y filibusteros. Al paso que vamos, nos van a quitar a los asturianos hasta el faldón de la santina, para remendar con él alguna injusticia histórica padecida por catalanes o vascos. Y, mientras tanto, los mejores de nosotros queman todas sus energías en lamentos de bar, y los otros seguirán donde están un par de décadas más, hasta que se seque el tetu. Después, si fuimos buenos y obedientes, a lo mejor nos ponen de eurodiputados.
Y la pregunta sigue en pie: ¿qué puede hacer un pueblo que no es y no quiere ser menos que nadie, pero que tiene la decencia de no fingir que es más que los otros?
2 comentarios:
El blog de Arcadi Espada, del que soy mirón habitual, me ha traido -Mercutio mediante- hasta el suyo. En el otro no he escrito nunca, y tampoco en el suyo me verá demasiado. Hay ya mucho escrito, y a mí lo que me gusta es leer. Ya ve, soy un voyeur.
Como está usted poniendo casa, y uno es muy cumplido, le regalo un parrafito copiado del post del sr. Arcadi de hace unos días. Creo que encaja con su artículo. Y con el imparable devenir de los tiempos: al menos, Winston Smith se avergonzaba de su trabajo. Como verá, la Diputación de Gerona hace lo mismo sin ningún pudor.
Larga vida a su blog.
"La Diputación de Gerona retira la medalla de oro a Franco que le concedió en 1959. Entre las razones figura la necesidad de preservar la memoria histórica. Nunca se estableció qué era eso de un modo más conciso, brutal y admirable" (Arcadi Espada, 24 julio.
http://www.arcadi.espasa.com)
Asturies ye una de les más vieyes naciones d' Europa.
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