12 julio, 2005

Lo que leen muchos juristas

Hace unos meses me hallaba ante la librería Ojanguren, en Oviedo, mirando el escaparate que dedica esta librería de toda la vida a los libros de Derecho. Apareció su dueño joven y comenzamos a hablar un rato. No recuerdo por qué derroteros de la conversación acabamos comentando sobre libros de Derecho penal. Y me dijo que allí no se vendía prácticamente ningún libro de Derecho penal. Yo, ingenuo y medio incrédulo, pese a mi arraigado escepticismo sobre la relación entre iuspericia e intelecto, me animé a decirle:
- No puedo creerlo. En esta ciudad hay juzgados, está la Audiencia, hay Facultad de Derecho y pululan en cada esquina abogados dispuestos a vender su alma al diablo por un pleito con el que llegar a fin de mes.
Su respuesta fue tajante:
- Toda esa gente no compra jamás un libo de Penal. ¿Tú en qué mundo vives?
- ¿Aunque se dediquen profesionalmente al Penal? -interrogué-.
- Por supuesto -me replicó-, consideran que ya saben más que suficiente y que leer más es perder el tiempo.
Tenía razón, supongo. Me bastó pensar en los queridos estudiantes, en los que antes conocí en la Facultad de Derecho de esa Vetusta y en los que ahora en León contemplan, con ojos sin vida y expresión bovina, mis explicaciones y las de los colegas de cualquier materia jurídica. Y empecé a repasar la lista de abogados, fiscales, jueces, procuradores... que conozco. Y profesores..., pero eso lo comento el próximo día.
A propósito del gesto de bóvido con que nos observan muchos estudiantes y de la paz de espíritu que así nos transmiten, qué gran idea sería que rumiasen. ¿Hay algo más relajante que ver a una vaca tumbada rumiando y con la mirada perdida en el infinito? Sólo esas vacas y varios de mis alumnos se acercan al ideal budista o a la perfecta ataraxia.

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