15 julio, 2005

Mentirosos compulsivos que triunfan

Allá por el pasado 11 de mayo los periódicos informaban de que se había descubierto que Enric Marco, quien había ejercido durante treinta años como presidente de los exprisioneros españoles en Mauthausen, era en realidad un mentiroso que jamás había conocido un campo de concentración. Llevaba con semejante trola desde 1978 y, aparte de la presidencia de la mencionada Amical Mauthausen, había recibido en 2001 la medalla de Sant Jordi. El 27 de enero había hablado en el Congreso de los Diputados. Nada menos.

Rasgarse las vestiduras por la calaña del personaje y la mezquindad de su acción sería un bonito ejercicio de hipocresía. Por aquí abundan los mentirosos que hacen carrera. Somos para eso un país muy tolerante y bien dispuesto. Baste recordar a aquel Luis Roldán que se hacía pasar por hombre de carrera para escalar puestos en la política y cuya mentira total la descubrió un periódico prácticamente el día antes de que Felipe González lo hiciera Ministro del Interior, después de trincar a manos llenas como Director General de la Guardia Civil.

¿Y quién no tiene algún compañero de trabajo o conocido que es un auténtico virtuoso de la bola inverosímil y, gracias a ello, un triunfador que se lo come todo? Yo he tenido uno muy cerca y durante mucho tiempo, en una Universidad que no voy a mencionar. Me acordé mucho de él y sus andanzas cuando hace una temporada vi aquella película de Spielberg titulada aquí Atrápame si puedes, basada, al parecer, en una historia real. No me extraña. Leonardo di Caprio hacía el papel protagonista de un mentiroso compulsivo y absoluto. Lo único en lo que su personaje no coincidía con este que comento es que di Caprio es bien parecido, como todos sabemos, mientras que mi antiguo compañero es más feo que el yeti aquel que antes pintaban en los tebeos. Coincidía la realidad y la ficción también en que el personaje sale de cada mentira anterior con una aún más gorda, y su ascenso se torna así imparable. Pero hay una diferencia muy relevante entre la película y el sujeto que yo traté, y es que en aquélla los que rodeaban al farsante no llegaban a captar que éste era un enfermo peligroso, mientras que en la historia que yo he visto sí sabían muchos con quién trataban, pero les daba gustillo igual. Como quien que se va de putas/os, que sabe en el fondo que no hay amor, pero se abandona a la ensoñación y se siente más comprendido que en casa. Tal cual, y voy a dar detalles.

Para empezar, contaré algunas de las historias más descabelladas que le escuché. Para abreviar voy a llamarlo M., inicial de mentiroso, entre otras cosas. Pues una vez M. contó a un grupo de personas que antes de dedicarse a la universidad él había hecho la carrera diplomática y había ejercido como cónsul en California. Pero que un día le llegó del Ministerio de Exteriores la fatídica llamada que le comunicaba que le tocaba ascender y que su próximo puesto, probablemente ya de embajador, sería en un país africano, creo que Burundi o similar. Y que entonces su esposa le dijo: "mira M., hasta ahí ya no voy a poder seguirte. Y piensa en nuestros hijos". Dicho y hecho, M. dejó la diplomacia y se hizo profesor, por puro amor.

Otro día recibió a una profesora argentina y se puso a explicarle que su familia era propietaria de media Patagonia, gracias a lo cual él había podido hacer tres carreras universitarias, las tres culminadas con el mayor de los éxitos. Aquella colega, que nada sospechaba aún, daba en su interior gracias al cielo por haber topado con un personaje tan influyente y de semejantes luces. En éstas sonó el teléfono, M. contestó con unos cuantos monosílabos, colgó y de inmediato se dirigió así a su patidifusa interlocutora: "esto que te acabo de comentar mi mujer no lo sabe; al fin y al cabo, es mejor no contar todas las cosas en casa, para no preocupar a la familia". Y es que en ese momento su mujer acababa de decirle que pasaba de inmediato por su despacho a buscarlo. A su mujer, por cierto, la mató varias veces en sus fantasías, pues una de las mayores aficiones de este tipo de mentirosos patológicos es fingir gravísimas enfermedades, propias o de sus familiares, con lo que, supongo, tratan de captar la compasión y la benevolencia de quienes, inadvertidos, los escuchan y los creen. Será que necesitan calor humano. Animalitos.

Él mismo se ha atribuido distintos cánceres. En una ocasión encontré a un colega del que sabía que había sido gran amigo de M., y mi sorpresa fue que ese amor se había tornado en odio. Traté de saber por qué y me explicó que se sentía engañado, pues cuando M. empezó a perder pelo por causa de una galopante alopecia, a este colega le contó que era consecuencia de la quimioterapia con que le estaban tratando un cáncer terrible. Y aprovechó para pedirle varios favores y un par de prebendas, como última voluntad, imagino. Luego el engañado supo la verdad y fue haciendo cuenta de cuántas patrañas le había endilgado M.

Pensará el lector que estoy hablando de un pobre fracasado y un ser venido a menos. Ja. Será señal de que el lector no sabe en qué país vive. No hay que despreciar las habilidades de estos sujetos. Por ejemplo, M. es la única persona que conozco que consigue llevarse bien, pero rematadamente bien, con cualquiera que gobierne en cualquier parte, de Ministros para abajo, y empezando, cómo no, por rectores y vicerrectores. Hoy gobierna un grupo y adora a M., por su gran sensibilidad y su buena disposición. Mañana gobierna el grupo contrario y adora a M., por su gran sensibilidad y su buena disposición. A todos convence de que siempre ha estado con ellos y de que son sus preferidos indudables. Su técnica es infalible. No se crea usted que llega a un despacho y de buenas a primeras cuenta que los ama. No, no. Llega lloroso por alguna afrenta que atribuye al enemigo de su interlocutor. Luego cuenta cómo su interlocutor es odiado y vilipendiado por todos, debido a su indudable valía y a su arrebatador encanto, y que él, M., ya está harto de defenderlo frente a tanto envidioso y desalmado. En ese momento al noventa por ciento de los politiquillos, académicos o no, ya se les ha hecho el culo gaseosa, como decimos los poco finos. Sus pasadas relaciones con el enemigo las explica, con todo detalle, como producto del vil engaño o del brutal chantaje a que habría estado sometido, hasta que pudo ver la luz y la liberación con la llegada de éste que ahora manda y embelesado lo escucha. Y a partir de ahí, a pedir. ¿Cómo negarle nada a un hombre tan perspicaz, a la única persona que sabe valorarnos como nos merecemos, a alguien que procede tan desinteresadamente y se juega el tipo al tomar partido con tanta convicción? Nada, nada, lo que quiera. Y ahora vamos a probar en pompa. Dime otra vez eso de que soy muy majo y muy listo, anda, porfa. Se siente uno tan solo en este cargo, tan incomprendido, tan envidiado, en fin... ¿Te importaría volver a decirme eso de que tengo unas manos muy bonitas?

En el fondo, como ya dije antes, son muy pocos los engañados. Una vez, no pude por menos de preguntarle a uno de estos mandatarios universitarios cómo era posible que no se diera cuenta de que M. le estaba metiendo unas trolas gigantescas. Y su respuesta fue: "ya sé que es un poco mentirosillo, pero es tan majo...". Palabra. Otra vez un gobernante universitario me contó, tal cual, que él sabía que M. tenía defectillos, pero que para su equipo era muy importante, pues les había presentado a políticos y empresarios muy influyentes. Ya se hará cargo el lector de la estatura de los del equipo. Y de su jefe.

En verdad, el trato con M. y sus víctimas felices me ha enseñado mucho. Los pobres políticos, los solitarios jefes, los cargos electos, desde la altura de su misión se sienten solos y necesitan mucho amor. Sus almas sensibles echan de menos un masajito, sus egos un reconfortante meneo, sus corazones, ser penetrados por la comprensión y la solidaridad. Todos quieren a M. como miembro de lo suyo. Y M. es un maestro en esas artes. Y si de paso pillamos algo..., yo qué sé, un viajecito, un proyecto, un cursito a tanto la hora, un trabajo empantanado que puede acabar un becario al que financia alguna víctima de M. Se mueve tanto y tan bien este hombre...
Hace tiempo que no lo veo, pero sé que ha ascendido y realiza importantes encomiendas de una Consejería autonómica. Llegará lejos, aún más lejos. Si fuera guapo, sería imparable.

Como me toquen las narices con este tema, canto más. Cuidadín.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Por mi profesión, que no desvelaré, me apasiona la mentira y los mentirosos. Algunas mentiras, y algunos mentirosos, merecen toda mi admiración y respeto, me caen muy bien. Otros, su compañero, merecerían perder el habla, son malignos y muy dañosos. Que todos conozcamos a alguno -seguro que a más de uno- y que a todos los que conocemos les vaya tan bien, es sólo un síntoma más de que la tontura se impone poco a poco y sin remedio. San Ignatius nos ampare.