¿Será posible? Casi todos los días a la hora de la sobremesa me llaman a casa los pelmas de Telefónica. “¿Hablo con Fulano de Tal?” Un sí desabrido. “Encantada de saludarle. Mi nombre es Jennifer Alexandra y le llamo de Telefónica para informarle de una promoción que le va a interesar”. Leches en vinagre, otra vez se nos olvidó descolgar el teléfono. La niña de noche se duerme tardísimo y, en cambio, las siestas las respeta. Mi chica y yo..., no sé si me entienden. Esto ya es un trío, el trío que diariamente nos oferta Telefónica.
Ya no sé qué hacer con ellos. Con los de Telefónica, quiero decir. Me han ofrecido el famoso trío unas cuarenta veces, pero hasta hoy era pagando un plus por el puto Imagenio. Menos mal que nunca había aceptado. De canales ya voy bien servido. Pero hoy la oferta era distinta, pues no sólo daban gratis el Imaginio y sus tropecientos canales (supongo que cocina, dibujos animados y apasionantes partidos de béisbol), sino con un descuento en la factura mensual que ahora pago por teléfono y ADSL. Me lo explica durante unos quince minutos una operadora que cada tres segundos decía “¿vale?”. Pues vale. Creí que bastaba decir que sí. Pero no. Me pidió que le repitiera mi nombre, mi NIF y no sé si la talla de zapato. Le eché paciencia. Cuando creía que todo había concluido, me dice que me pasa con el departamento de verificación y que me van a preguntar todo lo que ya hemos hablado, pero que sólo debo responder “correcto” y “de acuerdo”. Suena una musiquita y me habla ahora un varón con acento andino. Vale. Otra vez el nombre, el NIF y lo del zapato. Y yo que de acuerdo, que sí y que vale. Me cuenta que hay que pagar la cantidad que me había anunciado su compañera más mantenimiento de línea, más dieciséis por ciento de IVA. De acuerdo. Siguiente pregunta: “¿Coinciden estos datos de factura con los que le había comunicado mi compañera?” Oiga, pues no, pero no importa, los acepto y en paz. Sorpresa: “Lo siento, señor, tenemos que reiniciar la grabación. Conteste solamente correcto o de acuerdo”. ¿Cómo dice? Suena un pitido y vuelve la misma voz: “¿Es usted el señor Fulano de Tal?” Yo: mecagoentó, no tengo más tiempo para grabaciones. “Señor, le paso con mi supervisor”. El supervisor: “¿Es usted Fulano de Tal?”, Sí, joder. “¿NIF tal?”. Que sí, coño. “Muchas gracias, le paso a mi compañero”. Y vuelve el andino: “Recomenzamos la grabación, señor. ¿Es usted Fulano de Tal?”. ¡No quiero más grabaciones!, grito. “Señor, hemos de grabar por su seguridad y la nuestra”. ¡No quiero más grabaciones! “¿Con qué está disconforme, señor?”. Con todo, no quiero ni imagenios ni gaitas, ¡déjenme en paz! “Le paso con mi supervisor, señor”. El supervisor: “Señor, tenemos que recomenzar la grabación, le paso con mi compañero”. Miro a mi alrededor pensando que tal vez no es real lo que me está pasando, quizá ando metido en una pesadilla con forma de bucle. Pero descubro que no es así porque en ese mismo instante Elsa, ya despierta, ha conseguido arrimar una silla a la cocina, subirse en ella, abrir un armario y destapar un tarro con sal que comienza a regar a su alrededor. “¿Es usted Fulano de Tal?”. Otra vez el andino. No puede ser. ¡Socorro! Voy a colgar, pero cuando me estoy quitando el teléfono de la oreja todavía escucho una voz desesperada que me dice “Tenemos que grabar, señor, para que no se pierda nuestra gran oferta”.
No me atrevo a hacer lo que me pide el cuerpo, que es arrancar el teléfono y destrozarlo con un martillo. Temo que de inmediato se presente en mi puerta un comercial de Telefónica y que me pregunte si soy el señor Fulano de Tal. Voy a llamar al Teléfono de la Esperanza, a ver si ahí me dan solución.
Ya no sé qué hacer con ellos. Con los de Telefónica, quiero decir. Me han ofrecido el famoso trío unas cuarenta veces, pero hasta hoy era pagando un plus por el puto Imagenio. Menos mal que nunca había aceptado. De canales ya voy bien servido. Pero hoy la oferta era distinta, pues no sólo daban gratis el Imaginio y sus tropecientos canales (supongo que cocina, dibujos animados y apasionantes partidos de béisbol), sino con un descuento en la factura mensual que ahora pago por teléfono y ADSL. Me lo explica durante unos quince minutos una operadora que cada tres segundos decía “¿vale?”. Pues vale. Creí que bastaba decir que sí. Pero no. Me pidió que le repitiera mi nombre, mi NIF y no sé si la talla de zapato. Le eché paciencia. Cuando creía que todo había concluido, me dice que me pasa con el departamento de verificación y que me van a preguntar todo lo que ya hemos hablado, pero que sólo debo responder “correcto” y “de acuerdo”. Suena una musiquita y me habla ahora un varón con acento andino. Vale. Otra vez el nombre, el NIF y lo del zapato. Y yo que de acuerdo, que sí y que vale. Me cuenta que hay que pagar la cantidad que me había anunciado su compañera más mantenimiento de línea, más dieciséis por ciento de IVA. De acuerdo. Siguiente pregunta: “¿Coinciden estos datos de factura con los que le había comunicado mi compañera?” Oiga, pues no, pero no importa, los acepto y en paz. Sorpresa: “Lo siento, señor, tenemos que reiniciar la grabación. Conteste solamente correcto o de acuerdo”. ¿Cómo dice? Suena un pitido y vuelve la misma voz: “¿Es usted el señor Fulano de Tal?” Yo: mecagoentó, no tengo más tiempo para grabaciones. “Señor, le paso con mi supervisor”. El supervisor: “¿Es usted Fulano de Tal?”, Sí, joder. “¿NIF tal?”. Que sí, coño. “Muchas gracias, le paso a mi compañero”. Y vuelve el andino: “Recomenzamos la grabación, señor. ¿Es usted Fulano de Tal?”. ¡No quiero más grabaciones!, grito. “Señor, hemos de grabar por su seguridad y la nuestra”. ¡No quiero más grabaciones! “¿Con qué está disconforme, señor?”. Con todo, no quiero ni imagenios ni gaitas, ¡déjenme en paz! “Le paso con mi supervisor, señor”. El supervisor: “Señor, tenemos que recomenzar la grabación, le paso con mi compañero”. Miro a mi alrededor pensando que tal vez no es real lo que me está pasando, quizá ando metido en una pesadilla con forma de bucle. Pero descubro que no es así porque en ese mismo instante Elsa, ya despierta, ha conseguido arrimar una silla a la cocina, subirse en ella, abrir un armario y destapar un tarro con sal que comienza a regar a su alrededor. “¿Es usted Fulano de Tal?”. Otra vez el andino. No puede ser. ¡Socorro! Voy a colgar, pero cuando me estoy quitando el teléfono de la oreja todavía escucho una voz desesperada que me dice “Tenemos que grabar, señor, para que no se pierda nuestra gran oferta”.
No me atrevo a hacer lo que me pide el cuerpo, que es arrancar el teléfono y destrozarlo con un martillo. Temo que de inmediato se presente en mi puerta un comercial de Telefónica y que me pregunte si soy el señor Fulano de Tal. Voy a llamar al Teléfono de la Esperanza, a ver si ahí me dan solución.
(Ilustraciones: Camilo Uribe)
4 comentarios:
que paciència
yo pasé por lo mismo hace un mes, lo que no te dicen es que la velocidad del adsl para el ordenador queda en nada, menos de 1 mb, que el imagenio se lo come todo, la factura ya la reclame este mes pues apuntan lo que no corresponde, eso si , me atendieron bién y me han tranferido el diferencial. Paciencia
Telefónica contrata a estos personajes timofónicos en correspondencia con su capacidad de crispación (cualquier día nos sale ZP, con lo que le gusta a el que se creen de estas cosas).
A mí me llamo exactamente por lo mismo, por esa reducción en el importe, pero sin perdime datos ni nada por el estilo. El caso es que cuando le pregunté a ver si tenía truco o había que hacer algo me volvio a repetir todo, que si lo que tenia contratado etc etc etc...
"Si ya me lo ha dicho, señora, y le he entendido a la primera" y nada la señora no escucha a lo que le dices y termina al final con un sonoro "me entiende?", "no, que va, me lo puede volver a leer?"
" el trío de telefónica" hahaha
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