Esta semana hablaremos de cómo hacer un niño. Vale, un niño o una niña que el día de mañana sea vasco o vasca, o manchego manchega. No es tal fácil como parece. Para empezar, lo primero que hace falta para concebir en un aquí te pillo es no desearlo. Hay mucho bebé no deseado, lo sé, casi tanto como deseado y que no viene. Por algo será.
Aquí se impone el primer consejo a esas parejas ansiosas que desean más que nada en el mundo contribuir con su decisiva aportación a la perpetuación de la especie: no cambien sus costumbres en el tálamo, en el ascensor o donde las tengan. Digo más, cuando pongan manos a la obra traten de imaginarse que el ayuntamiento carnal es fruto de una cita a ciegas entre semidesconocidos en noche de celebración de una victoria de su equipo de fútbol favorito, vayan provistos de preservativos reforzados, consulten a Ogino, apeense en marcha, recurran a todo tipo de artimañas anticonceptivas, júrense precauciones y variadísimos cuidados. De esa manera el embarazo vendrá como llegaban antes las cigüeñas desde París, por sorpresa y a traición. En caso contrario, la cosa se puede poner difícil. A las semillitas hay que engañarlas, pues acostumbran a hacer lo contrario de lo que se les pide.
Debe de ser un problema de bloqueo, una broma psicosomática, pero basta que el personal ande sediento de descendencia para que no la consiga. Posiblemente influyen el estrés reproductivo y el agotamiento carnal. Todos conocemos unas cuantas parejas de ésas que de un día para otro cambian sus costumbres y dejan de hacer sobremesa con los amigos o abandonan el trasnoche de los viernes porque están fabricando un hijo rebelde. Pero adónde vais de pronto y a toda prisa, les preguntan los amigos, y ellos responden que es que han decidido tener descendencia. ¿Ha aumentado la pasión y les sobreviene un calentón conceptivo con sólo pensarlo? Para nada, muy al contrario. Andan sin ganas, pero es que toca. Se marchan a cumplir con el débito con la misma cara con que un lunes por la mañana salen para el curro, tristones y reticentes, pero es lo que hay. En la peluquería han oído que la única manera de embarazarse es insistiendo día tras día y que, chica, basta que te tomes un respiro para que sea ése el día fértil, y otro mes echado a perder. Además, el ginecólogo les ha explicado que los ciclos femeninos son sumamente irregulares y que conviene aplicarse en los días teóricamente propicios, pero igualmente en los otros, pues nunca se sabe y la naturaleza es como es.
Aquí se impone el primer consejo a esas parejas ansiosas que desean más que nada en el mundo contribuir con su decisiva aportación a la perpetuación de la especie: no cambien sus costumbres en el tálamo, en el ascensor o donde las tengan. Digo más, cuando pongan manos a la obra traten de imaginarse que el ayuntamiento carnal es fruto de una cita a ciegas entre semidesconocidos en noche de celebración de una victoria de su equipo de fútbol favorito, vayan provistos de preservativos reforzados, consulten a Ogino, apeense en marcha, recurran a todo tipo de artimañas anticonceptivas, júrense precauciones y variadísimos cuidados. De esa manera el embarazo vendrá como llegaban antes las cigüeñas desde París, por sorpresa y a traición. En caso contrario, la cosa se puede poner difícil. A las semillitas hay que engañarlas, pues acostumbran a hacer lo contrario de lo que se les pide.
Debe de ser un problema de bloqueo, una broma psicosomática, pero basta que el personal ande sediento de descendencia para que no la consiga. Posiblemente influyen el estrés reproductivo y el agotamiento carnal. Todos conocemos unas cuantas parejas de ésas que de un día para otro cambian sus costumbres y dejan de hacer sobremesa con los amigos o abandonan el trasnoche de los viernes porque están fabricando un hijo rebelde. Pero adónde vais de pronto y a toda prisa, les preguntan los amigos, y ellos responden que es que han decidido tener descendencia. ¿Ha aumentado la pasión y les sobreviene un calentón conceptivo con sólo pensarlo? Para nada, muy al contrario. Andan sin ganas, pero es que toca. Se marchan a cumplir con el débito con la misma cara con que un lunes por la mañana salen para el curro, tristones y reticentes, pero es lo que hay. En la peluquería han oído que la única manera de embarazarse es insistiendo día tras día y que, chica, basta que te tomes un respiro para que sea ése el día fértil, y otro mes echado a perder. Además, el ginecólogo les ha explicado que los ciclos femeninos son sumamente irregulares y que conviene aplicarse en los días teóricamente propicios, pero igualmente en los otros, pues nunca se sabe y la naturaleza es como es.
Y, claro, llegan a la habitación nostálgicos de las copas que no se tomaron, muertos de sueño o con ganas de dormirse con la última de Millennium ante los ojos, pero se ponen a la tarea con entrega de burócrata albanés. Y así no es. Aquello no es una habitación, es un laboratorio del CSIC: que si tómate la temperatura, que si colócate así, que si fíjate en este grano que me ha salido y que debe de ser señal propicia, que si no te muevas ahora a ver si esto prende, que si no hagas el cafre y déjate de caprichos, que vamos a lo que vamos. Un horror.
Tengo para mí que los hijos salen hoy en día tan problemáticos porque son concebidos sin pasión; no sin amor, como les gusta decir a los curas, no: sin pasión. Hoy tengo que entregar la declaración de la renta, pagar el IBI, renovar el carnet de conducir, llamar al fontanero, cambiar el móvil, llevar el coche a lo de la ITV y embarazar a mi señora. Todo con el mismo afán y por ese orden. Y pasa lo que pasa. Llega al fin la noche y, como es trámite y débito, no se esmeran un pimiento. Ni rastro del viejo salto de cama de ella y él con el pijama de presidiario a media asta, hala, mi vida, a ver si acabamos pronto y un mes de estos podemos descansar tranquilos con la satisfacción del deber cumplido. Y eso por no hablar de a qué oscuras fantasías se entregará en silencio cada parte para que no decaiga el ánimo ni nada.
Rece usted para que el propósito no se tuerza durante mucho tiempo, pues en ese caso tocará peregrinar de médico a laboratorio, y vuelta al médico. La mujer, consultará si debe seguir tomando ácido fólico, pues ya lleva cinco garrafas y como si nada. La suegra de él comenzará con sus muy sutiles insinuaciones: ¿no debería Pepe mirárselo, hija? Mamá, Pepe ya tuvo tres hijos en su anterior matrimonio. Huy, huy, peor me lo pones. Y allá se va Pepe a mirárselo, con el rabo entre las patas. Resulta que tienen que contarle los espermatozoides, no vaya a ser que los tenga echados a perder por la mala vida que se daba antes de casarse. Ya, ya, mala vida, piensa Pepe, pero transige. Así que, para colmo, ahora le toca hacérselo a mano y la única manera es ponerse a recordar lo feliz que era cuando se lo hacía así habitualmente. Y a esperar el veredicto de los contables, que probablemente va resultar tal que así: o que son pocos o que son lentos. Si el médico se la tenía guardada, aprovechará la ocasión y dictaminará que son pocos y lentos y que, por supuesto, hay que dejar de fumar, de comer fabada y de tomarse gin-tonics. Más que nada, para que la vida siga teniendo sentido y el hijo que ha de venir nazca en un hogar dichoso.
Lo de las damas tampoco es para envidiar. Doctor, que no me quedo embarazada. Y el doctor: ¿pero hacen el amor todos, todos los días? Ay, sí, doctor, qué agobio. ¿Y a qué horas? Por la noche, doctor, aunque a veces estamos rendidos. Ah, pues prueben por las mañanas. Es que nos levantamos a las seis para ir a trabajar, doctor. Nada, nada, ustedes verán, pero creo que no están poniendo de su parte. Sus partes ya juran en arameo, pero durante los siguientes meses a poner el despertador a las cuatro y a montárselo con la legaña y escuchando Onda Cero.
Naturalmente, en esas condiciones aún menguan más las posibilidades de que haya fruto. De modo que la buena mujer vuelve a su médico, que le va a encargar unas radiografías y va a descubrir, justo entonces, que tiene un granito en el útero y que va a ser por eso. Ya veremos si hay que operar, de momento sigan intentándolo así, pero ahora durante la siesta, y nada de fumar, de gin-tonics y de fabadas. Ya tenemos a los dos de la pareja sumidos en plena alegría de vivir y definitivamente convencidos de que de esta depresión sólo se consigue salir con ayuda de un hijo.
Ése es el momento más peligroso y ya pueden los tórtolos extremar el cuidado. Marido de viaje de trabajo durante un mes, fiesta de la ofi de ella, desmelene como cuando antes y, total, no me quedo embarazada ni a tiros... ¡Zás! O encuentro casual de él en la T4 con una vieja amiga que va al mismo congreso, fíjate qué coincidencias tiene la vida. Y, total, como tengo unos espermatozoides que no dan pie con bola... Y ¡zás!, ese puñetero día andaban acelerados. Qué ganas de contárselo a la suegra, pero chitón y a arreglar el desaguisado como buenamente se pueda.
Pero algo importante han aprendido. La próxima vez, mi amol, hacemos como que nos encontramos en Barajas o en la fiesta de tu trabajo. Y entonces sí. Retorcidos que son los humanos; o que la naturaleza es sabia y lo antinatural es lo otro, vaya usted a saber.
Tengo para mí que los hijos salen hoy en día tan problemáticos porque son concebidos sin pasión; no sin amor, como les gusta decir a los curas, no: sin pasión. Hoy tengo que entregar la declaración de la renta, pagar el IBI, renovar el carnet de conducir, llamar al fontanero, cambiar el móvil, llevar el coche a lo de la ITV y embarazar a mi señora. Todo con el mismo afán y por ese orden. Y pasa lo que pasa. Llega al fin la noche y, como es trámite y débito, no se esmeran un pimiento. Ni rastro del viejo salto de cama de ella y él con el pijama de presidiario a media asta, hala, mi vida, a ver si acabamos pronto y un mes de estos podemos descansar tranquilos con la satisfacción del deber cumplido. Y eso por no hablar de a qué oscuras fantasías se entregará en silencio cada parte para que no decaiga el ánimo ni nada.
Rece usted para que el propósito no se tuerza durante mucho tiempo, pues en ese caso tocará peregrinar de médico a laboratorio, y vuelta al médico. La mujer, consultará si debe seguir tomando ácido fólico, pues ya lleva cinco garrafas y como si nada. La suegra de él comenzará con sus muy sutiles insinuaciones: ¿no debería Pepe mirárselo, hija? Mamá, Pepe ya tuvo tres hijos en su anterior matrimonio. Huy, huy, peor me lo pones. Y allá se va Pepe a mirárselo, con el rabo entre las patas. Resulta que tienen que contarle los espermatozoides, no vaya a ser que los tenga echados a perder por la mala vida que se daba antes de casarse. Ya, ya, mala vida, piensa Pepe, pero transige. Así que, para colmo, ahora le toca hacérselo a mano y la única manera es ponerse a recordar lo feliz que era cuando se lo hacía así habitualmente. Y a esperar el veredicto de los contables, que probablemente va resultar tal que así: o que son pocos o que son lentos. Si el médico se la tenía guardada, aprovechará la ocasión y dictaminará que son pocos y lentos y que, por supuesto, hay que dejar de fumar, de comer fabada y de tomarse gin-tonics. Más que nada, para que la vida siga teniendo sentido y el hijo que ha de venir nazca en un hogar dichoso.
Lo de las damas tampoco es para envidiar. Doctor, que no me quedo embarazada. Y el doctor: ¿pero hacen el amor todos, todos los días? Ay, sí, doctor, qué agobio. ¿Y a qué horas? Por la noche, doctor, aunque a veces estamos rendidos. Ah, pues prueben por las mañanas. Es que nos levantamos a las seis para ir a trabajar, doctor. Nada, nada, ustedes verán, pero creo que no están poniendo de su parte. Sus partes ya juran en arameo, pero durante los siguientes meses a poner el despertador a las cuatro y a montárselo con la legaña y escuchando Onda Cero.
Naturalmente, en esas condiciones aún menguan más las posibilidades de que haya fruto. De modo que la buena mujer vuelve a su médico, que le va a encargar unas radiografías y va a descubrir, justo entonces, que tiene un granito en el útero y que va a ser por eso. Ya veremos si hay que operar, de momento sigan intentándolo así, pero ahora durante la siesta, y nada de fumar, de gin-tonics y de fabadas. Ya tenemos a los dos de la pareja sumidos en plena alegría de vivir y definitivamente convencidos de que de esta depresión sólo se consigue salir con ayuda de un hijo.
Ése es el momento más peligroso y ya pueden los tórtolos extremar el cuidado. Marido de viaje de trabajo durante un mes, fiesta de la ofi de ella, desmelene como cuando antes y, total, no me quedo embarazada ni a tiros... ¡Zás! O encuentro casual de él en la T4 con una vieja amiga que va al mismo congreso, fíjate qué coincidencias tiene la vida. Y, total, como tengo unos espermatozoides que no dan pie con bola... Y ¡zás!, ese puñetero día andaban acelerados. Qué ganas de contárselo a la suegra, pero chitón y a arreglar el desaguisado como buenamente se pueda.
Pero algo importante han aprendido. La próxima vez, mi amol, hacemos como que nos encontramos en Barajas o en la fiesta de tu trabajo. Y entonces sí. Retorcidos que son los humanos; o que la naturaleza es sabia y lo antinatural es lo otro, vaya usted a saber.
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