27 septiembre, 2010

Nuestro hombre en Helsinki. 6. Por Fernando Losada

Para repasar las primeras entradas de esta serie que narra las andanzas de un investigador universitario en Helsinki, vea aquí, aquí, aquí, aquí y aquí).
¡Toc, toc! ¿Se puede? No quiero resultar demasiado pesadito, pero qué le voy a hacer, tengo muchas cosas que contaros, así que ya estoy de nuevo sentado ante el ordenador seleccionando cuál de mis múltiples aventuras es la que os relato. Como soy persona ordenada, ya sabéis, creo que lo adecuado es comenzar por el principio, de modo que en esta ocasión echaremos la vista atrás al mes de junio, a un momento crucial en mi estancia en este país: precisamente a cuando conseguí comprender en su completa dimensión la visión que los finlandeses tienen del Derecho.

Mi primera intuición en este sentido era que su aproximación al Derecho, a diferencia de la española, era muy teórica. Si en España un especialista en Derecho Laboral, por poner un ejemplo, se conoce al dedillo el Estatuto de los Trabajadores y afronta los problemas jurídicos relacionados con su materia desde la perspectiva del derecho positivo, en Finlandia las cosas son muy distintas. Aquí no es que no se conozcan los preceptos jurídicos vigentes, sino que la aproximación a los problemas es teórica. Para que se me entienda: están todos embadurnados de filosofía del derecho (y no solo), de manera que si uno mantiene un debate jurídico con un experto en derecho procesal la atención no se centrará en el artículo X de la ley correspondiente, sino en cómo determinado concepto teórico es plasmado en la normativa, o cómo se ajusta ésta a la idea de justicia del pensador de turno (aquí Foucault está a la orden del día). Para un jurista español esta forma de aproximarse a las cosas es cuando menos novedosa. En mi caso resultó, sobre todo al principio, relativamente estimulante. Pero claro, a todo se le pueden encontrar pegas. Y una es que cuando esta forma de abordar el Derecho se exagera, acaba uno analizándolo todo en términos del pensamiento de Nietzsche o Derrida, por citar algunos de los nombres que habitualmente salen a relucir por estos lares; y no es que tenga nada en contra de ello(s), pero desde luego a mí este nivel de abstracción me desborda. Y yo me pregunto, ¿cómo pueden estudiar la Unión Europea sin haber leído los Tratados que la constituyen (algo que un investigador me reconoció por entonces)? Yo creo que a partir de la lectura de un precepto concreto se puede abstraer hasta llegar a debatir la composición atómica de los Tratados o la morfología cerebral de Sarkozy, pero ponerse a elucubrar sobre estas cosas sin un sólido apoyo terrenal me parece de lo más arriesgado. En términos tanto académicos como de salud mental. En cualquier caso, en estas situaciones me siento perdido y acabo intentando aterrizar de forma discreta sus disquisiciones y divagaciones acercándolas a un tema más concreto, pero no es tarea fácil, porque esa es su cultura jurídica.

Lo que sigue es el relato del peculiar modo en el que dejé de admirar la capacidad teórica de esta gente y pude relativizar las cosas. Resulta que en una soleada mañana del mes de junio, como digo, nos comentaron compañeros del Centro en el que trabajamos que un reconocidísimo filósofo del derecho finlandés estaba en Helsinki (permítaseme obviar nombres, pero es conocido a escala mundial) y que, en tanto que miembros de la Asociación de Filosofía del Derecho Finlandesa (o algo por el estilo), han organizado un pequeño encuentro con él. La charla se organizará en Suomenlina, una isla a quince minutos en barco que cuenta con una fortificación considerada por la UNESCO patrimonio de la humanidad. Además, nos dicen que las presentaciones de este profesor son muy especiales y que de verdad merecen la pena, y nuestra impresión tras un anterior contacto con este profesor era precisamente esa (sí, este era uno de los "contentillos" competidores a los que nos enfrentamos jugando al mölkki). Todo eran alicientes, así que aceptamos gustosos la invitación y nos dispusimos con el mejor de los ánimos a disfrutar de lo que se aventuraba sería una jornada de lo más interesante.

Fuimos todos juntos en el barco, donde ya tuvimos alguna que otra conversación surrealista (un profesor se me acercó alabando mi buen gusto cinematográfico; yo, encantado con el halago, le dije que muchas gracias y, antes de que pudiera preguntar cómo narices sabía él qué películas me gustaban a mí ya me comentó que me había incluido en el curso de "Cine y Derecho"; esta vez la sorpresa me paralizó y, de forma un tanto automática, de nuevo le di las gracias, y sin dejar que le preguntara cómo conocía él los secretos de mi corazón, esto es, mi profundo amor por el cine, ya me soltó que no le había respondido al correo electrónico con su propuesta... ¿Qué propuesta? Esta hilarante confusión, que nos mantuvo en vilo un buen par de minutos, se aclaró cuando por fin se dio cuenta de que yo no era el tercer investigador post-doctoral que el Centro ha reclutado... Y es que resulta que el susodicho es también español -o casi, si se me permite la coña: es y ejerce de vasco). Ya en Suomenlina nos encaminamos hacia la sala que habían alquilado para el evento, para lo cual tuvimos que recorrer buena parte de la isla, que a mí me pareció bonita, pero de ahí a considerarla patrimonio de la humanidad hay un buen trecho... tengo que enterarme de qué criterios son los que permiten adquirir tal condición, porque de otra manera no me lo explico. Paseando y charlando llegamos finalmente al lugar. Una mujer de laaaarga trenza, anchas caderas y falda hasta los tobillos pero que no impedía atisbar unas botas militares estaba esperando en la entrada. Resulta que, como veréis, era miembro de la asociación, así que también se unió al acto.

Vamos a ver si consigo describiros la situación: la sala era de techo más bien bajo (como corresponde a las edificaciones de largo tiempo atrás) y estaba muy bien equipada (como corresponde a las edificaciones finlandesas). Pero lo que más nos llamó la atención es que en la mesa de trabajo había viandas para parar un tren: sándwiches de estos que se preparan por aquí, a los que uno no sabe cómo hincarles el diente, porque sólo constan de una rebanada de pan con tropecientas mil cosas por encima. Me pregunto si no conocerán la idea del sándwich como el resultado de colocar entre dos rebanadas de pan lo que uno desee... además de que es mucho más fácil comérselos de esa manera (utilizando los dedos de una sola mano a modo de pinza) no distorsionan el concepto de sándwich. Que lo llamen "tosta" si quieren estar a la moda, pero entonces que me pongan cuchillo y tenedor, sobre todo si me lo cargan con huevo, pepinillo, espárragos, varios tipos de hoja de lechuga (enroscada, caracolada, violeta, verde, iceberg) y salsa césar, por poner un ejemplo. Comerse una de estas especialidades a una o dos manos, durante un acto social y sin acabar manchando al de al lado tiene mérito. Yo lo conseguí, pero el de mi derecha no.

Decía que en esta sala estaba dispuesta una gran mesa con cantidades ingentes de comida y bebida (vino y cerveza) y en torno a la cual nos sentamos. A mi izquierda Massimo y Dorota, una de las compañeras del Centro que con mayor entusiasmo nos recomendó participar en el acto. A mi derecha un par de jovencillos finlandeses (uno de ellos el poco hábil con el arte del sándwich de su propio país). Enfrente se sentaban, de izquierda a derecha, el profesor que tanto apreciaba mi gusto por el cine, una señora de unos cincuenta años que (yo) no sabía quién era, la mujer de laaaarga trenza, otra compañera del Centro (Susanna) y un señor de unos 40 años, tez aceitunada al más puro estilo brasileño, pelo negro rizado y unos tirantes que conseguían retener de alguna manera sus 120 kilos dentro de los pantalones. Encabezando la mesa por la izquierda estaba Míster X, el famoso profesor que impartiría la charla.

No sé cómo relatar el esperpento que sigue. Creo que lo primero que me llamó la atención fue que nuestro famosísimo profesor llevaba su gorra puesta. Una gorra de esas de béisbol. Y no se la quitó para ponerse a hablar. De hecho, comenzó diciendo que dejarse la gorra puesta era una declaración de intenciones (un "statement"). No conseguí comprender qué tipo de declaración era esa, pero tampoco le di mayor importancia. Tras la típica presentación laudatoria del profesor que tanto apreciaba mi gusto por el cine, y antes de cederle la palabra a Míster X, se nos informó de que podíamos proceder a comer. Como los mediterráneos mirábamos con cara ciertamente extrañada, la mujer de la laaaarga trenza amablemente nos indicó que "POR FAVOR, COGED UN SÁNDWICH". Cuando lo escribo así no quiero hacer ver que nos lo dijera a voz en grito, ¡sino con una voz gutural que ni el mismísimo M. A. Barracus! ¡Menudo shock! De forma automática me encomendé en silencio a todos los santos de la seriedad que pudieran existir y aguanté la risa como pude. Fue un esfuerzo sobrehumano.

Pero ahora era el turno de Míster X, que empezó a contarnos por qué había elegido la isla de Soumenlina para su charla sobre responsabilidad extracontractual y filosofía del derecho. Resulta bastante complicado haceros llegar con meras palabras la performance que este hombre comenzó a representar ante nuestros ojos como platos y nuestras quijadas que, desencajadas, se desplomaban sobre nuestros pechos (cada uno el suyo). Lo de menos es que, maravillado, nos pasara un libro jurídico para que admiráramos su portada, repleta de pequeñas figuritas que parecían de barro "todas iguales pero que si nos aproximamos lo suficiente son todas distintas" (la esencia de la sociedad: iguales en derechos pero distintos en el resto); lo de más es que se tapara la cabeza con las manos explicándonos la historia de una niña que había venido con sus padres a Suomenlina un fin de semana, algo muy típico y tremendamente extendido entre los finlandeses, y que se había puesto a recorrer las diferentes zonas de la isla (en este punto correteaba por la sala como si de una niña con sus coletas al viento se tratase), llegando a un lugar especialmente bonito para ella (ahora saltaba como un canguro, mi cabeza siguiéndole de izquierda a derecha, desde donde estaba el profesor que tanto apreciaba mi gusto por el cine hasta el pseudo-brasileño ancho de caderas -parecido a Eddie Murphy en la película esa en la que está caracterizado de gordo- y de vuelta, pasando por la "mujer" de la laaaarga trenza); la niña se quedó pasmada ante la belleza del lugar (suspiro exaltado), y corrió siguiendo un sendero que parecía conducir a una atalaya privilegiada cuando (y esto con gritos de "¡Oh! ¡Qué tragedia!") cayó por el precipicio que las autoridades finlandesas no habían señalizado porque una de las condiciones para obtener la distinción de patrimonio de la humanidad requiere no alterar el estado de las cosas. "¡Oh! ¡Qué drama! ¡Qué tragedia!" Manos en la cara, parece que se le saltan las lágrimas. Se aprieta la gorra contra la cabeza. Piensa en la familia de la niña, en el funeral. ¿Quién lo paga? "¡Oh! La desgracia se cierne sobre esta familia, se ensaña con ella, porque no hay indemnización posible". Bueno... en este plan durante una hora. Inenarrable. Literalmente, porque no sé cómo narrároslo. Pero esperpéntico.

Cuando terminó la charla y unas preguntas de verdad absurdas (porque ¿qué se podría preguntar con sustancia a un actor de vodevil representando una tragedia infantil?), se nos dijo que ahora empezaba lo bueno, esto es, que a beber y a hablar... Yo me excusé alegando la cantidad ingente de trabajo que tenía, Massimo lo mismo, y salimos de allí pitando. Lo primero que me comentó fue su shock post-articulación verbal de la "mujer" de la laaaarga trenza, y lo segundo que hubo un momento durante la "representación" en el que casi muere de risa al ver mi cara de incredulidad, alucinación o espanto ante lo que estábamos presenciando. Soy el último que quiere hacer del derecho una cosa aburrida, pero esto era una payasada, de verdad. Deberíamos considerar a Míster X el nuevo Charlie Rivel.

Al día siguiente, en el trabajo, Dorota y Susanna nos preguntaron si merecía o no la pena asistir a la magnífica representación que habíamos presenciado, y yo no supe sincerarme y simplemente dije que no me había convencido del todo. Nos dijeron que se fueron de allí a las nueve de la noche (esto había acontecido a eso de la una de la tarde) y que estuvieron hasta entonces bebiendo, comiendo y departiendo acerca de cuestiones jurídicas. Todo pagado por la asociación, a su vez sufragada por un par de despachos de abogados del país. Vamos, que los despachos de abogados les alquilan a los filósofos unas instalaciones en una isla para que se emborrachen y puedan hacer representaciones chorras con la excusa de resolver problemas jurídicos. ¡Tremendo!

Bueno, todo esto viene a que desde ese día abrí los ojos a la realidad de los juristas finlandeses. Me encanta su habilidad teórica, pero de lo sublime a lo ridículo hay un pequeño paso, y muchas veces no tienen reparos en darlo y seguir corriendo aun más allá. Me andaré con ojo en adelante. De momento no he vuelto a ninguna de estas reuniones, aunque tampoco se me ha vuelto a invitar. Tal vez cuando haya trapecistas, que son muy emocionantes, me apunte de nuevo. Hasta entonces prefiero Foucault, Derrida y Nietzsche, por muy desbordado que me sienta cuando me los mentan.

¡Un gran abrazo a todos!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Resumiendo, que en todas parte cuecen habas...

Anónimo dijo...

jajajaja. vaya tela, pero si aqui pasa lo mismo. haberse quedado "nuestro hombre de helsinki" bebiendo, comiendo, no sé si ¿fumando? ¿los filandeses fuman? total...es que hacen lo mismo que aquí. Aqui nuestros seminarios, congresos , es igual...pero claro...depende de lo que controles o te quieras exponerte o de lo que te importe o de las relaciones externas a tu trabajo tengas para salir...ainss...en tierra extraña a lo mejor ha de aprovecharse más esas ocasiones para interactuar,..beber sólo no es plan..y beber con gente con la que pueda tener consecuencias tampoco...Lo mejor con la gente de toda la vida, pero en tierra extraña..hay que adaptarse al sucedáneo...