Hace poco ha muerto en Roma un fraile. No sería noticia porque Roma es la Ciudad Eterna pero no así sus moradores que están hechos del barro frágil con el que todos estamos moldeados. Si el fraile viaticado tenía su importancia era porque se trataba nada menos que del jefe mundial de los exorcistas por lo que no extraña que su funeral fuera concelebrado por varias docenas de curas.
Ya estoy oyendo a algún lector impaciente que pregunta: pero ¿existen los exorcistas? Naturalmente: no solo existen sino que lo más lamentable es que no haya más y, sobre todo, mejor entrenados. Si en algo no deberíamos ser cicateros en el gasto público sería en la creación de plazas municipales o autonómicas de unos eficaces exorcistas que ingresaran por medio de pruebas públicas, devengaran un buen salario, percibieran trienios, se jubilaran con el respeto de íncubos y súcubos y fallecieran honradamente.
Del fraile desaparecido se dice que era capaz de sacar seis o siete demonios de una vez del cuerpo de una pobre cuitada accionando el hisopo con cierto ritmo y pronunciando cuatro jaculatorias de forma especialmente fervorosa. Y es que el exorcista es el zurriago de los demonios, la persona a quienes más temen Satanás, Belcebú, Lucifer o como quiera que le llamemos. Si esto es así, por algo será. Alejarlos de nuestro entorno siempre se celebrará como una tarea benéfica.
Ahora bien ¿cómo notamos que un vecino o un pariente está poseído por el demonio? Hay quien cree que estos enfermos se manifiestan mostrando su adhesión a Ahmadineyad o a Fidel Castro o creyendo lo que predican los pedagogos pero se ha demostrado que estos males exigen tratamientos prolongados en hospitales civiles. Según la tradición conocida, el poseído es un paisano que muestra una especial repulsión hacia las cosas sagradas (por ejemplo, una imagen o la cruz) o hacia personas de la misma condición (pongamos el Mesías, la Virgen, los santos o incluso el obispo de la diócesis). Cuando nos encontramos con alguien que, sin venir a cuento, desbarra contra san Agustín o contra el cardenal encargado de la doctrina de la Fe, es que esa persona está poseída por el demonio o va a estarlo. Lo mejor es no demorarse en llamar al móvil del exorcista o invocarle a través del correo electrónico.
Pero hay otros síntomas. Así por ejemplo en la bibliografía sobre exorcismo se cita también como caso para el tratamiento el hecho de “hablar con muchas palabras de lenguas desconocidas y entenderlas”. Y esto ¡al fin! aclara muchas de las tribulaciones que algunos padecemos. Es decir que quien dice job por empleo, default por quiebra, provisionar por reservar, briefing por informe, presentación por conferencia, freelancer por autónomo, paper por ponencia, abstract por resumen, monitorizar por dirigir, gobernanza por gobierno etc es un endemoniado porque tales anomalías no pueden ser consideradas como un don de dios -el don de las lenguas- sino como expresión de la lamentable condición de gurripato. ¿Cómo se le queda a uno el cuerpo cuando lee que “Rock The Post ayuda a encontrar recursos a las start-ups”? Pues como titular aparecía en un periódico de campanillas hace poco. Una de dos: o decretamos prisión de máxima seguridad para todos estos soplagaitas o los llevamos al exorcista para que les extraiga el demonio que llevan dentro.
El demonio de la majadería, de la cursilería y del papanatismo.
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