22 enero, 2012

Películas

He estado en el cine esta tarde de domingo. A mucha gente no le gusta ir sola, a mí también solo me gusta. Más digo, estoy cogiendo la buena costumbre de aprovechar para ese propósito las sobremesas de las comidas familiares domingueras. No lo hago contra las comidas familiares, en modo alguno, sino a favor de mi afición al cine. Lo cuento porque puede que a más de uno no se le ocurra. La primera vez le mirarán con algo de perplejidad; a la tercera ya le parece de lo más normal a todo el mundo que usted aproveche ese rato para cultivar su afición. Así que ojo al ejemplo.

Lo que sucede es que mi relación con el llamado séptimo arte es algo problemática. No soy ningún entendido y como, en consecuencia, carezco de grandes condicionamientos, las películas que me gustan me gustan y las que no, no. También he descubierto últimamente las ventajas de llegar a la sala con poca información previa. Por ejemplo, de las películas que hoy había me sonaba haber visto en algún titular que la de Los descendientes es candidata a premios o algo y que George Clooney hacía un buen papel.

Unas me gustan y otras no, ya digo. No veo muchas en los últimos años. De entre ellas, recuerdo que he disfrutado en alguna de animación sumamente inteligente, como Rio. Me reí y lo pasé de maravilla con Habemus Papam. En un avión me extasié con El secreto de sus ojos. No me da ningún corte marcharme a media película cuando me resulta apestosa y lo he hecho más de cuatro veces. No aguanto ni medio bien el cine intelectualoide con estreñimiento nórdico. Cada uno es como es y cada cual tiene sus manías.

Luego están las que te entretienen de sobra con el argumento, pero que ves que son más falsas que la falsa moneda. Como la de hoy, Los descendientes. Los americanos son unos verdaderos genios cuando se trata de combinar tópicos y que parezca arte. Topicazos de envoltura muy moderna o progre, pero con un fondo conservadorón que da grima. Mismamente esta tenía un toquecillo ecologista, igual que a algunos cócteles se les pone granadina para que quede mono el color. Y el cuento de los actores, olala. En su supuesta interpretación sublime, George Clooney andaba todo el tiempo como si hubiera sido víctima reciente de un empalamiento traicionero. No sé, a lo mejor es el modo en que las mazorcas expresan sus sentimientos más intensos. Pero prefiero un actor antes que una mazorca.

Por un motivo sí debería ir menos a ciegas, para no pasarlo mal en la sala. Tendría que preocuparme de saber si en la película va a haber protagonismo de niños o adolescentes. Si hay pequeños inocentes (subráyese “inocentes”) que son víctimas de crímenes o desgracias, que sufren, no lo soporto. Pero, generalmente, si no sufren, me gustaría ser yo el malvado que los hiciera padecer con saña. Peor si el filme es americano. Sin ir más lejos, los de hoy harían las delicias de una asamblea de partidarios fervorosos de Herodes, entre los que me cuento. Sí me encantaría contemplar un día una película con dos partes o con mezcla de géneros. Primero que salgan unos quinceañeros así como en su vida normal y en su ser ordinario; luego, que empiecen a pasarles cosas horribles, que los abofeteen, que se caigan por un barranco o que su padre resulte un monstruo asesino que se ensañe con sus despojos, los de su prole. Ah, eso sí sería disfrutar. O una de adolescentes maleducados y ruidosos que están en sus casas y a sus cosas y de repente llega un comando de padres vengativos o de tíos enloquecidos y empieza a fumigarlos y los muelen a palos y después hacen unas hamburguesas con ellos y las donan a una granja de cerdos. Me embarga la ternura solo de pensarlo.

El buen arte se nota porque sirve para que saquemos lo mejor que llevamos dentro. Ya ven que hoy me ha ocurrido así. Puede que la película no fuera tan mala, aunque en el fondo no se trate más que del enésimo canto a la familia. Ah, la familia, lo más excelso del Averno.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

"El secreto de sus ojos".. es una verdadera delicia de film. Le recomiendo que vea "El mismo amor la misma lluvia" protagonizada por los mismos actores (Ricardo Darín y Soledad Villamil), y dirigida por el mismo Juan José Campanella. Se trata de un excelente film, si bien es verdad que la madurez de los actores es un punto a favor de una película realizada diez años después que la primera.

Exiliado dijo...

El buen cine no tiene por qué ser intelectualoide ni pretencioso. De hecho, considero que las mejores películas son aquéllas que tiene un guion inteligente, acompañado por una buena interpretación y una buena dirección, pero en las que el espectador no tiene la sensación de que le están intentando adoctrinar con un “mensaje”, por muy loable que éste pueda ser. La historia del cine está llena de películas soberbias que abordan temas complejos y profundos pero que no tratan al espectador con condescendencia.

No he visto la película a la que se refiere pero sí algunas escenas de ella que muestran la actitud insolente e irrespetuosa de una hijas menores con su padre. Por desgracia, se confunde hoy en día el amor por los hijos con el compadreo humillante. La presión del entorno tiene algo de circunstancia atenuante, pero el que consiente que su hijo adolescente le insulte quizá tiene lo que se lo merece.