26 marzo, 2013

Cómo pedir un proyecto de investigación (II)



                En la entrega anterior hablamos del investigador principal y el equipo. En esta vamos a tratar el tema del tema: ¿sobre qué investigaremos? ¿Qué tema presentaremos que les pueda parecer apropiado y viable a esos evaluadores apostados en el anonimato?

                Lo primero y más importante, un consejo que muchos no asimilan: el proyecto no lo va a evaluar un funcionario progre o carca y no lo va a revisar un cargo político poseído por los tópicos, repleto de prejuicios tontainas e hinchado de corrección política. Que no, que no, que eso no pasa en ningún lado. ¿Por qué me pongo así con esto? Porque son muchísimos los aspirantes a financiación para su proyecto que meten la pata por ese empecinamiento en imaginar que son unos paniaguados de la burocracia y unos cultivadores esmerados del carguete de confianza los que deciden si el tema sale o no sale, si el proyecto cuela y no. Y no es así, repito por enésima vez. No son políticos ni burócratas los que tomas esas decisiones, son profesores, colegas, buenos o malos, decentes o deshonestos, pero colegas.

                Entonces, ¿quién puntúa y, en consecuencia, decide? Pues primero van a calificar el proyecto unos profesores como usted mismo, querido solicitante, nunca menos de dos, pero pueden ser hasta cuatro o cinco, dependiendo de convocatorias y Administraciones convocantes. ¿Y quién decide si el proyecto de usted lo mira Pepe o lo valora Juana? Pues otro profesor, que tendrá el encargo de repartir ese juego para los proyectos de una materia o grupo de materias. Por ejemplo, a Fulano el Ministerio Tal o la Agencia Nacional o Autonómica Cual lo nombra, por un tiempo o para una convocatoria, coordinador de evaluadores de proyectos de Derecho Privado No Rentable: Derecho Civil, Derecho Internacional Privado, Derecho Romano. Como hay que ahorrar, le meten también los de Filosofía del Derecho y Derecho Eclesiástico del Estado. En total, le caen, pongamos, veinte proyectos. Para cada uno de ellos él busca y asigna uno o dos evaluadores, según como se organice ese tema en cada lugar. Y luego él revisa esas evaluaciones para ver si son presentables o no o si son concordantes o discordantes.

                Miren, hace tiempo me tocó alguna vez ese papel. Sí, a mí mismo. Siempre está detrás un tipejo así como yo o como usted mismo cuando a usted le llega la oferta para evaluar un proyecto sobre “Los derechos más humanos de los hijos menores de padres mormones en la era de la globalización”. Siento decírselo, pero no es que el Ministro se haya acordado de usted, so creída, ni que haya aparecido su nombre encabezando el ranking de expertos retozones en derechos inverosímiles. Para nada, todo viene de uno que puede estar en el despacho de al lado o que a usted lo conoce de cuando aquella vez o que, simplemente, tiró al azar de la base de datos de evaluadores con que trabaja el organismo pertinente, aunque esto es poco recomendable.

                Y otra cosa les voy a confesar. En esa función se aprende un montón sobre el mundo académico y sus enfermedades profesionales. Por eso hay que afinar mucho si se quiere salir airoso de esa labor de gestor de evaluaciones de proyectos. Les explico por qué ahora mismo. En esta vida académica hay dos virtudes que no abundan y un vicio muy asentado. Las dos virtudes no abundantes son la valentía y la objetividad. El vicio, la mala leche con antifaz. Y ahí ves a muchos evaluadores devanándose los sesos sobre cómo hacer la putada y quedar como un rey; o cómo prevaricar a favor de alguno pareciendo crítico del todo. La falta de objetividad lleva a que muchos apliquen por encima de todo la dialéctica amigo-enemigo, todos los parabienes para los de la propia escuela y escuelas adyacentes, aunque el candidato rebuzne, y ni agua a los enemigos de mi maestro, que son mis enemigos por naturaleza y dado que yo soy un mierda. Nada de objetividad por ese lado. Pero también hay mucho miedo: mira que si luego se entera el evaluado de que lo traté fatal y resulta que uno de su cuadra está el año que viene en lo de los sexenios y me toca pedir y luego me atizan en la investigación a mí… Sí, pura altura de miras y equitativo talante, así somos.

                Por lo común, el que puntúa sometido al doble y contradictorio acicate de la mala uva y el canguelo se le detecta por las sibilinas contradicciones. En la motivación pone el proyecto de vuelta y media, que si el investigador principal sabe poco, que si el equipo da pena, que si el tema es vulgar y el presupuesto un robo…; pero de calificación planta un notable alto, un ocho con cinco. Esto, bien interpretado, significa lo siguiente: les tiene ganas a esos, bien porque sean de la mafia rival, bien porque le parezcan ciertamente inútiles, pero teme que se descubra que evaluó él, por lo que se reserva el argumento si llega el reproche: ah, no, yo os puse casi un nueve sobre diez. Lo de resaltar los fallos del proyecto es la manera que a él le parece eficaz para que la comisión final empiece a sospechar del solicitante y lo mire con lupa. Pillín el tipo.

                También se le ve el plumero al del caso contrario, al que quiere sí o sí que salga adelante el proyecto que valora, pues es de un amiguete, pero sabe que si le pone un diez sobre diez alguien se va a mosquear ante semejante perfección. Así que le coloca un nueve con cinco y dice que es todo buenísimo, pero que hay un defectillo en el método propuesto para alcanzar esos objetivos.

                Porque abundan aquellos virtuosos de la mala leche con lacito rosa o tales habilidosos del merengue con miajita de sal, es por lo que el coordinador o gestor de evaluadores, o como se llame, acaba teniendo un papel bien relevante. ¿Por qué? Porque, es él quien selecciona a los otros y tiene que ir tomando nota de cómo se las gasta cada uno, a fin de no volver a dar cancha a los que no sean decentes y trabajadores. Los ya experimentados en esos menesteres, y los hay, ya funcionan con listas muy fiables de evaluadores en los que se puede confiar y otros a los que bajo ningún concepto hay que volver a confiarles tan seria responsabilidad.
                ¿Cómo se asigna un buen evaluador? Lo hará mejor el coordinador que tenga más información y mayor picardía para bien. Lo primero es buscar la objetividad y neutralidad: a ser posible, que el que juzga no sea ni amigo ni enemigo del juzgado. Lo segundo, la ecuanimidad: vete eliminando a los zánganos y arbitrarios y quédate con los que trabajan a fondo la evaluación. Lo tercero, la especialización, intenta que quien revisa sepa del tema del proyecto, pues en caso contrario sólo podrá guiarse por signos externos muy engañosos.

                Toda esa larga historia venía a cuento de desengañar a los aspirantes que creen que ganan puntos si plantean proyectos sobre temas muy monos y políticamente correctos y que estén de moda entre el pijerío pseuintelectual y de canapé. Pues no. Eso es un craso error. De ahí esta insistencia mía en forma de consejo: usted, que está elaborando un proyecto de investigación en materia jurídica, no piense en qué cuestiones emocionarían a un vicerrector algo lerdo o un subsecretario ministerial de cuota, sino en que es muy posible que se lo valorará un profesor estándar, que sabe de su materia y que con toda probabilidad se va a molestar si ve que usted pide dinero para ponerse a estudiar una solemne frivolité. ¿Entienden ahora mis bromas con la globalización? Me juego ahora mismo una cena cara a que en 2012 se han pedido más de cincuenta proyectos de Derecho que llevan el término globalización en su título, ya sean esos proyectos de Derecho Civil, Penal, Administrativo, Mercantil, Romano… Y no digamos los de Filosofía del Derecho, ahí son más de la mitad, si bien probablemente combinarán la palabreja con cualquier de estas otras: género, paz, violencia, discapacitados, niños y multicultural. Términos, que por cierto, también abundan en los proyectos de las disciplinas jurídicas que parecían serias y sesudas antes de llenarse de afeites posmodernos.

                Este es mi consejo, queridos amigos: si usted va hacer un proyecto de investigación, no piense cuál le gustaría al secretario de organización del Partido de los Pijos Pomposos, sino que hágase estas cuentas: imagine cuatro o cinco catedráticos y titulares de su disciplina que sean sencillamente normales y que se dediquen a su profesión y no a montar observatorios o a vivir del género o de cualesquiera exóticas especies y pregúntese qué cuestiones les pueden estimular un poco. Así de sencillo. Por ejemplo, si usted es civilista, ¿cuál de estos dos temas le parece que tendrá mejor recepción entre posibles evaluadores de su área que vayan de buena fe y le tengan cariño a su materia? El primero se llama así: “Responsabilidad por productos defectuosos y mecanismos de protección del consumidor en el Derecho español y de la Unión Europea”. El segundo lleva este título: “La mujer del siglo XXI ante el Derecho civil. Entre lo global y lo local”. Bueno, o este: “El hombre del siglo XXI ante el Derecho civil: entre locales”. O mire éste, del mismo tipo: “Los derechos humanos de la niña discapacitada de religión minoritaria y bajo custodia compartida en el ámbito de la globalización, de la crisis del sistema financiero internacional y  de la violencia de género: una perspectiva interdisciplinar”. O de cómo meter más tópicos y más apretados. ¿Se creen que hablo de broma y que no hay de esto? Pues miren, es de lo que más. Un día salimos a tomar algo y se lo demuestro a usted sin traicionar datos que puedan ser confidenciales.

                Miren, les digo más y con gran sinceridad. Escasean tanto los proyectos sobre temas de toda la vida, temas de dogmática dura y de teoría difícil, y abundan tanto los que tratan de asuntos del telediario de ayer o del marujeo de los trepillas bienpensantes, que cuando un penalista serio se encuentra con que debe evaluar un proyecto sobre el dolo eventual en los delitos de resultado, un civilista uno sobre el legado de cosa mueble, un administrativista uno sobre protección de espacios de interés paisajístico o un constitucionalista uno sobre los conflictos competenciales entre tribunales constitucionales y jurisdicción ordinaria, les entra una emoción que, sólo por el título y por ver que todavía no ha muerto su especialidad bajo el peso de los derechos humanos, el género, la globalización, los niños, los discapacitados, la paz, los grupos indígenas, la multiculturalidad, los principios constitucionales o los observatorios, que sólo por eso, por el título, ya se predisponen para calificar estupendamente y a nada que dentro haya algo mínimamente potable. Les hablaré por mí mismo: ¿saben cuánto hace que no veo un proyecto de iusfilósofos que verse sobre algo de teoría de las normas o de los sistemas jurídicos o sobre cuestiones de interpretación y aplicación del derecho? Uf, ni me acuerdo. En cambio, llevo un puñado, buenos o malos -algunos buenos, todo hay que decirlo- sobre géneros, violencias, naturaleza, variadas bioéticas que siempre son la misma, derecho a la paz, sea en el mundo o en casa, derechos humanos de los altos, de los bajos, de los cojos, de los bizcos, de los que calzan para la derecha, de los que cargan para la izquierda, derechos humanos de los animales, derechos humanos de las flores y derechos humanos de los derechos humanos. Es sofocante, asfixiante, agotador y desmoralizador: aquí ya ni uno quiere ponerse a estudiar, por ejemplo, de qué manera el sistema jurídico está cambiando, en sus estructuras, sus elementos y su modo de operar, por la interacción entre derechos nacionales y supranacionales. Con lo complicado que es eso, mejor presento un proyecto sobre “El derecho a mirar en arroyos y cascadas: un enfoque interdisciplinar desde la globalización”. Luego, cuando les llega el no, arguyen que los evaluadores son unos fachas insensibles a los encantos del agua. Ya te digo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya aparte del tema en si, lo que se detecta en estos artículos es una endogamia sobrecogedora. Parece como si te movieses cada día entre la mismísima mafia. Aquí ni hay controles ni contrapesos ni mucho menos responsabilidades o consecuencias. Casi peor que la política, oiga.

Ya se que tu estas del lado de los ángeles pero me pregunto como haces para sobrevivir inmaculado en este infierno que nos describes (casi) día a día.

Saludos

Anónimo dijo...

Usted falta a la verdad, porque yo fui evaluador de proyectos hace algunos añitos y todo se sabe, todo... Están dados antes de meterlos en la aplicación. No hay objetividad ninguna, y la posibilidad de que a profesores independientes, honrados, les apoyen es una quimera.
En estos casos, lo que hay que hacer, es sentarse en el quicio y, mientras sobrevienen tiempos mejores, ver pasar muertos... Es una guerra, sin más. Falta a la verdad. Lo lamento pero es así.