En
la entrega anterior hablamos del investigador principal y el equipo. En esta
vamos a tratar el tema del tema: ¿sobre qué investigaremos? ¿Qué tema
presentaremos que les pueda parecer apropiado y viable a esos evaluadores
apostados en el anonimato?
Lo
primero y más importante, un consejo que muchos no asimilan: el proyecto no lo
va a evaluar un funcionario progre o carca y no lo va a revisar un cargo político
poseído por los tópicos, repleto de prejuicios tontainas e hinchado de
corrección política. Que no, que no, que eso no pasa en ningún lado. ¿Por qué
me pongo así con esto? Porque son muchísimos los aspirantes a financiación para
su proyecto que meten la pata por ese empecinamiento en imaginar que son unos
paniaguados de la burocracia y unos cultivadores esmerados del carguete de
confianza los que deciden si el tema sale o no sale, si el proyecto cuela y no.
Y no es así, repito por enésima vez. No son políticos ni burócratas los que
tomas esas decisiones, son profesores, colegas, buenos o malos, decentes o
deshonestos, pero colegas.
Entonces,
¿quién puntúa y, en consecuencia, decide? Pues primero van a calificar el
proyecto unos profesores como usted mismo, querido solicitante, nunca menos de
dos, pero pueden ser hasta cuatro o cinco, dependiendo de convocatorias y
Administraciones convocantes. ¿Y quién decide si el proyecto de usted lo mira
Pepe o lo valora Juana? Pues otro profesor, que tendrá el encargo de repartir
ese juego para los proyectos de una materia o grupo de materias. Por ejemplo, a
Fulano el Ministerio Tal o la Agencia Nacional o Autonómica Cual lo nombra, por
un tiempo o para una convocatoria, coordinador de evaluadores de proyectos de
Derecho Privado No Rentable: Derecho Civil, Derecho Internacional Privado,
Derecho Romano. Como hay que ahorrar, le meten también los de Filosofía del
Derecho y Derecho Eclesiástico del Estado. En total, le caen, pongamos, veinte
proyectos. Para cada uno de ellos él busca y asigna uno o dos evaluadores,
según como se organice ese tema en cada lugar. Y luego él revisa esas
evaluaciones para ver si son presentables o no o si son concordantes o discordantes.
Miren,
hace tiempo me tocó alguna vez ese papel. Sí, a mí mismo. Siempre está detrás
un tipejo así como yo o como usted mismo cuando a usted le llega la oferta para
evaluar un proyecto sobre “Los derechos más humanos de los hijos menores de
padres mormones en la era de la globalización”. Siento decírselo, pero no es
que el Ministro se haya acordado de usted, so creída, ni que haya aparecido su
nombre encabezando el ranking de expertos retozones en derechos inverosímiles. Para
nada, todo viene de uno que puede estar en el despacho de al lado o que a usted
lo conoce de cuando aquella vez o que, simplemente, tiró al azar de la base de
datos de evaluadores con que trabaja el organismo pertinente, aunque esto es
poco recomendable.
Y
otra cosa les voy a confesar. En esa función se aprende un montón sobre el mundo
académico y sus enfermedades profesionales. Por eso hay que afinar mucho si se
quiere salir airoso de esa labor de gestor de evaluaciones de proyectos. Les
explico por qué ahora mismo. En esta vida académica hay dos virtudes que no
abundan y un vicio muy asentado. Las dos virtudes no abundantes son la valentía
y la objetividad. El vicio, la mala leche con antifaz. Y ahí ves a muchos
evaluadores devanándose los sesos sobre cómo hacer la putada y quedar como un
rey; o cómo prevaricar a favor de alguno pareciendo crítico del todo. La falta
de objetividad lleva a que muchos apliquen por encima de todo la dialéctica
amigo-enemigo, todos los parabienes para los de la propia escuela y escuelas
adyacentes, aunque el candidato rebuzne, y ni agua a los enemigos de mi
maestro, que son mis enemigos por naturaleza y dado que yo soy un mierda. Nada
de objetividad por ese lado. Pero también hay mucho miedo: mira que si luego se
entera el evaluado de que lo traté fatal y resulta que uno de su cuadra está el
año que viene en lo de los sexenios y me toca pedir y luego me atizan en la
investigación a mí… Sí, pura altura de miras y equitativo talante, así somos.
Por
lo común, el que puntúa sometido al doble y contradictorio acicate de la mala
uva y el canguelo se le detecta por las sibilinas contradicciones. En la
motivación pone el proyecto de vuelta y media, que si el investigador principal
sabe poco, que si el equipo da pena, que si el tema es vulgar y el presupuesto
un robo…; pero de calificación planta un notable alto, un ocho con cinco. Esto,
bien interpretado, significa lo siguiente: les tiene ganas a esos, bien porque
sean de la mafia rival, bien porque le parezcan ciertamente inútiles, pero teme
que se descubra que evaluó él, por lo que se reserva el argumento si llega el
reproche: ah, no, yo os puse casi un nueve sobre diez. Lo de resaltar los
fallos del proyecto es la manera que a él le parece eficaz para que la comisión
final empiece a sospechar del solicitante y lo mire con lupa. Pillín el tipo.
También
se le ve el plumero al del caso contrario, al que quiere sí o sí que salga
adelante el proyecto que valora, pues es de un amiguete, pero sabe que si le
pone un diez sobre diez alguien se va a mosquear ante semejante perfección. Así
que le coloca un nueve con cinco y dice que es todo buenísimo, pero que hay un
defectillo en el método propuesto para alcanzar esos objetivos.
Porque
abundan aquellos virtuosos de la mala leche con lacito rosa o tales habilidosos
del merengue con miajita de sal, es por lo que el coordinador o gestor de
evaluadores, o como se llame, acaba teniendo un papel bien relevante. ¿Por qué?
Porque, es él quien selecciona a los otros y tiene que ir tomando nota de cómo
se las gasta cada uno, a fin de no volver a dar cancha a los que no sean
decentes y trabajadores. Los ya experimentados en esos menesteres, y los hay,
ya funcionan con listas muy fiables de evaluadores en los que se puede confiar
y otros a los que bajo ningún concepto hay que volver a confiarles tan seria
responsabilidad.
¿Cómo
se asigna un buen evaluador? Lo hará mejor el coordinador que tenga más
información y mayor picardía para bien. Lo primero es buscar la objetividad y
neutralidad: a ser posible, que el que juzga no sea ni amigo ni enemigo del
juzgado. Lo segundo, la ecuanimidad: vete eliminando a los zánganos y
arbitrarios y quédate con los que trabajan a fondo la evaluación. Lo tercero,
la especialización, intenta que quien revisa sepa del tema del proyecto, pues
en caso contrario sólo podrá guiarse por signos externos muy engañosos.
Toda
esa larga historia venía a cuento de desengañar a los aspirantes que creen que
ganan puntos si plantean proyectos sobre temas muy monos y políticamente
correctos y que estén de moda entre el pijerío pseuintelectual y de canapé.
Pues no. Eso es un craso error. De ahí esta insistencia mía en forma de
consejo: usted, que está elaborando un proyecto de investigación en materia
jurídica, no piense en qué cuestiones emocionarían a un vicerrector algo lerdo
o un subsecretario ministerial de cuota, sino en que es muy posible que se lo
valorará un profesor estándar, que sabe de su materia y que con toda
probabilidad se va a molestar si ve que usted pide dinero para ponerse a
estudiar una solemne frivolité. ¿Entienden ahora mis bromas con la
globalización? Me juego ahora mismo una cena cara a que en 2012 se han pedido
más de cincuenta proyectos de Derecho que llevan el término globalización en su
título, ya sean esos proyectos de Derecho Civil, Penal, Administrativo,
Mercantil, Romano… Y no digamos los de Filosofía del Derecho, ahí son más de la
mitad, si bien probablemente combinarán la palabreja con cualquier de estas
otras: género, paz, violencia, discapacitados, niños y multicultural. Términos,
que por cierto, también abundan en los proyectos de las disciplinas jurídicas
que parecían serias y sesudas antes de llenarse de afeites posmodernos.
Este
es mi consejo, queridos amigos: si usted va hacer un proyecto de investigación,
no piense cuál le gustaría al secretario de organización del Partido de los
Pijos Pomposos, sino que hágase estas cuentas: imagine cuatro o cinco
catedráticos y titulares de su disciplina que sean sencillamente normales y que
se dediquen a su profesión y no a montar observatorios o a vivir del género o
de cualesquiera exóticas especies y pregúntese qué cuestiones les pueden
estimular un poco. Así de sencillo. Por ejemplo, si usted es civilista, ¿cuál
de estos dos temas le parece que tendrá mejor recepción entre posibles
evaluadores de su área que vayan de buena fe y le tengan cariño a su materia?
El primero se llama así: “Responsabilidad por productos defectuosos y
mecanismos de protección del consumidor en el Derecho español y de la Unión
Europea”. El segundo lleva este título: “La mujer del siglo XXI ante el Derecho
civil. Entre lo global y lo local”. Bueno, o este: “El hombre del siglo XXI
ante el Derecho civil: entre locales”. O mire éste, del mismo tipo: “Los
derechos humanos de la niña discapacitada de religión minoritaria y bajo
custodia compartida en el ámbito de la globalización, de la crisis del sistema
financiero internacional y de la
violencia de género: una perspectiva interdisciplinar”. O de cómo meter más
tópicos y más apretados. ¿Se creen que hablo de broma y que no hay de esto?
Pues miren, es de lo que más. Un día salimos a tomar algo y se lo demuestro a
usted sin traicionar datos que puedan ser confidenciales.
Miren,
les digo más y con gran sinceridad. Escasean tanto los proyectos sobre temas de
toda la vida, temas de dogmática dura y de teoría difícil, y abundan tanto los
que tratan de asuntos del telediario de ayer o del marujeo de los trepillas
bienpensantes, que cuando un penalista serio se encuentra con que debe evaluar
un proyecto sobre el dolo eventual en los delitos de resultado, un civilista
uno sobre el legado de cosa mueble, un administrativista uno sobre protección
de espacios de interés paisajístico o un constitucionalista uno sobre los
conflictos competenciales entre tribunales constitucionales y jurisdicción
ordinaria, les entra una emoción que, sólo por el título y por ver que todavía
no ha muerto su especialidad bajo el peso de los derechos humanos, el género,
la globalización, los niños, los discapacitados, la paz, los grupos indígenas,
la multiculturalidad, los principios constitucionales o los observatorios, que
sólo por eso, por el título, ya se predisponen para calificar estupendamente y
a nada que dentro haya algo mínimamente potable. Les hablaré por mí mismo:
¿saben cuánto hace que no veo un proyecto de iusfilósofos que verse sobre algo
de teoría de las normas o de los sistemas jurídicos o sobre cuestiones de
interpretación y aplicación del derecho? Uf, ni me acuerdo. En cambio, llevo un
puñado, buenos o malos -algunos buenos, todo hay que decirlo- sobre géneros,
violencias, naturaleza, variadas bioéticas que siempre son la misma, derecho a
la paz, sea en el mundo o en casa, derechos humanos de los altos, de los bajos,
de los cojos, de los bizcos, de los que calzan para la derecha, de los que
cargan para la izquierda, derechos humanos de los animales, derechos humanos de
las flores y derechos humanos de los derechos humanos. Es sofocante,
asfixiante, agotador y desmoralizador: aquí ya ni uno quiere ponerse a
estudiar, por ejemplo, de qué manera el sistema jurídico está cambiando, en sus
estructuras, sus elementos y su modo de operar, por la interacción entre
derechos nacionales y supranacionales. Con lo complicado que es eso, mejor
presento un proyecto sobre “El derecho a mirar en arroyos y cascadas: un
enfoque interdisciplinar desde la globalización”. Luego, cuando les llega el
no, arguyen que los evaluadores son unos fachas insensibles a los encantos del
agua. Ya te digo.
2 comentarios:
Ya aparte del tema en si, lo que se detecta en estos artículos es una endogamia sobrecogedora. Parece como si te movieses cada día entre la mismísima mafia. Aquí ni hay controles ni contrapesos ni mucho menos responsabilidades o consecuencias. Casi peor que la política, oiga.
Ya se que tu estas del lado de los ángeles pero me pregunto como haces para sobrevivir inmaculado en este infierno que nos describes (casi) día a día.
Saludos
Usted falta a la verdad, porque yo fui evaluador de proyectos hace algunos añitos y todo se sabe, todo... Están dados antes de meterlos en la aplicación. No hay objetividad ninguna, y la posibilidad de que a profesores independientes, honrados, les apoyen es una quimera.
En estos casos, lo que hay que hacer, es sentarse en el quicio y, mientras sobrevienen tiempos mejores, ver pasar muertos... Es una guerra, sin más. Falta a la verdad. Lo lamento pero es así.
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