01 septiembre, 2013

La vuelta de Gulliver. Por Francisco Sosa Wagner



Le preguntaban hace poco a un brillante rejoneador español cuáles eran los problemas que planteaba el traslado permanente de sus caballos de un lado a otro, incluso a través del Atlántico para torear en las plazas de América. Pues bien, este hombre contestó que uno al que debía prestar atención especial era el de la animadversión de unos caballos con otros. Ello le obligaba a cuidar de que se les  separara porque, si viajaban juntos, podían acabar en peleas y con ellas en heridas más otros estropicios malhadados.

¡Acabáramos! Es decir que entre caballos cuidados, bien alimentados, viajados, admirados y acicalados, caballos que son la élite caballar, las celebrities de ese mundo a cuatro patas, los envidiados habitantes del Gotha equino, entre estos seres exquisitos resulta que existen las mismas pendencias -y sostenidas además con análoga tenacidad- que entre los empleados de las Cajas de Ahorros, de la oficina del Catastro o de la planta de perfumería del Corte Inglés. O entre los profesores de la Universidad, un gremio que algo conozco, y que saben poner un punto de maldad resabiada y de miserias como navajas, producto de sus temibles pujos científicos.

A partir del conocimiento de esta realidad uno se pregunta o yo pregunto a los biólogos y especialistas si las mismas rivalidades existen en una madriguera de conejos, en el rebaño de ovejas que tengo cerca de mi casa cuidado por unos gigantescos mastines y si, a su vez, el mastín está peleado con la oveja tal o cual o solo se enfrenta a sus hermanos de raza perruna. ¿Es verdad que en el parque de Oviedo riñen patos y pavos reales? Pues ¿y la colmena de abejas? ¿y el hormiguero veraniego? ¿y la charca donde chapotean dos docenas de ranas? Las tortugas que he visto en el Caribe, tan despaciosas y bobaliconas ¿andan también a la greña como los caballos del rejoneador? El desasosiego que todas estas preguntas causa exige una respuesta científica.

Aunque el caso de los caballos es muy difícil de asumir porque quienes hemos leído a Jonathan Swift y sus viajes de Gulliver sabemos que, en el cuarto de ellos, es donde aparece el mundo de los caballos, los Houyhnhnm, enfrentados a los yahoos (como el servidor y el correo electrónico). Y allí resulta que los Houyhnhnm -es decir, los caballos de joviales relinchos- son unos benditos adornados con perfecciones sin cuento, caballerosos y generosos, que por lo mismo no pueden soportar a los yahoos, seres humanos envidiosos, torvos, cultivadores exuberantes de todos los vicios imaginables: un asquito, en suma.

Por eso Gulliver, el viajero, se hace miembro de la comunidad equina y les admira tanto que les imita y se convierte prácticamente en un Houyhnhnm rechazando a los yahoos, para él alcancía de defectos y epítome de una maldad acumulada y refinada por siglos de vivir en la ancha alameda de la hipocresía y la impostura.

Pero, ay, el travestismo humano - caballar es difícil de lograr y por eso los Houyhnhnm le desenmascaran y lo expulsan de su logia. Solo cuando Gulliver es recogido por el capitán de un barco portugués, es decir, un yahoo, descubre que este es un hombre tierno que le protege y le ayuda.

Conclusión: como a cuatro patas parece que tampoco hay un futuro apacible, sigamos haciendo de bípedos. Acogidos a la esperanza de que en el fondo de nuestras vilezas, allá muy en el fondo, alguna vez habite el bien.   

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