Le preguntaban hace poco a un brillante rejoneador
español cuáles eran los problemas que planteaba el traslado permanente de sus
caballos de un lado a otro, incluso a través del Atlántico para torear en las
plazas de América. Pues bien, este hombre contestó que uno al que debía prestar
atención especial era el de la animadversión de unos caballos con otros. Ello
le obligaba a cuidar de que se les
separara porque, si viajaban juntos, podían acabar en peleas y con ellas
en heridas más otros estropicios malhadados.
¡Acabáramos! Es decir que entre caballos cuidados,
bien alimentados, viajados, admirados y acicalados, caballos que son la élite
caballar, las celebrities de ese
mundo a cuatro patas, los envidiados habitantes del Gotha equino, entre estos seres exquisitos resulta que existen las
mismas pendencias -y sostenidas además con análoga tenacidad- que entre los
empleados de las Cajas de Ahorros, de la oficina del Catastro o de la planta de
perfumería del Corte Inglés. O entre los profesores de la Universidad, un
gremio que algo conozco, y que saben poner un punto de maldad resabiada y de
miserias como navajas, producto de sus temibles pujos científicos.
A partir del conocimiento de esta realidad uno se
pregunta o yo pregunto a los biólogos y especialistas si las mismas rivalidades
existen en una madriguera de conejos, en el rebaño de ovejas que tengo cerca de
mi casa cuidado por unos gigantescos mastines y si, a su vez, el mastín está
peleado con la oveja tal o cual o solo se enfrenta a sus hermanos de raza
perruna. ¿Es verdad que en el parque de Oviedo riñen patos y pavos reales? Pues
¿y la colmena de abejas? ¿y el hormiguero veraniego? ¿y la charca donde
chapotean dos docenas de ranas? Las tortugas que he visto en el Caribe, tan
despaciosas y bobaliconas ¿andan también a la greña como los caballos del
rejoneador? El desasosiego que todas estas preguntas causa exige una respuesta
científica.
Aunque el caso de los caballos es muy difícil de
asumir porque quienes hemos leído a Jonathan Swift y sus viajes de Gulliver
sabemos que, en el cuarto de ellos, es donde aparece el mundo de los caballos,
los Houyhnhnm, enfrentados a los yahoos (como el servidor y el correo
electrónico). Y allí resulta que los Houyhnhnm
-es decir, los caballos de joviales relinchos- son unos benditos adornados con
perfecciones sin cuento, caballerosos y generosos, que por lo mismo no pueden
soportar a los yahoos, seres humanos
envidiosos, torvos, cultivadores exuberantes de todos los vicios imaginables:
un asquito, en suma.
Por eso Gulliver, el viajero, se hace miembro de la
comunidad equina y les admira tanto que les imita y se convierte prácticamente
en un Houyhnhnm rechazando a los yahoos, para él alcancía de defectos y
epítome de una maldad acumulada y refinada por siglos de vivir en la ancha
alameda de la hipocresía y la impostura.
Pero, ay, el travestismo humano - caballar es
difícil de lograr y por eso los Houyhnhnm
le desenmascaran y lo expulsan de su logia. Solo cuando Gulliver es recogido
por el capitán de un barco portugués, es decir, un yahoo, descubre que este es un hombre tierno que le protege y le
ayuda.
Conclusión: como a cuatro patas parece que tampoco
hay un futuro apacible, sigamos haciendo de bípedos. Acogidos a la esperanza de
que en el fondo de nuestras vilezas, allá muy en el fondo, alguna vez habite el
bien.
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