27 enero, 2007

Ordeanza Municipal en León

Las autoridades se vuelven ordenancistas y esto suscita controversia. Ayer, una ministra proscribe la hamburguesa de gran formato, y hoy es el Ayuntamiento de León el que prohíbe escupir en la calle, hacer ruido, cantar, maltratar a los animales, dañar los árboles de los parques ... Hay quien se siente molesto por estos sermones y se recuerda la libertad individual, incluso los más leídos invocan a Stuart Mill, pero a mí me parece que, mientras los ministros y los alcaldes se dediquen a estas ingenuidades, no harán cosas peores, que a fe que son capaces de hacerlas. Evidentemente, nadie les va a hacer caso y ellos lo saben, pero en esto consiste la farsa social, que a todos entretiene y de la que todos vivimos. ¿Cuántas veces habré leído en las Ordenanzas de ruido que está prohibido el escape libre de las motos? Cientos, y cada día hay más escapes libres con sus alegres zumbidos. ¿Cuántas que está prohibido tocar el claxon? Otras tantas y hay que ver al conductor del autobús municipal pegando una gran pitada con su vehículo potente para saludar a Purita que está cruzando el semáforo.
Se trata de pasar el rato y ¿qué modo más incruento de hacerlo que aprobando normas en los plenos municipales? Yo vivo en un ambiente, el universitario, donde el rector y los órganos de gobierno aprueban en cada sesión una porción de reglamentos que, una vez santificados, nadie se ocupa de aplicar. O, lo que es peor, que yacen dormidos, aparentemente inertes, y sin embargo, de pronto, abren un ojo, se desperezan, se despabilan, se yerguen como un aparecido y se disponen a ser aplicados... a un caso particular. Que esta diligencia repentina encubre el otorgamiento de un privilegio al compañero que ha votado correctamente o la perpetración de una venganza contra el otro compañero que no ha sabido lo que había que votar, es cosa de todos conocida pero nadie se atreverá a denunciarlo.
Y así seguimos. Ahora se va a prohibir en León que se hagan “pintadas, escritos, inscripciones...” y ya hay quien ha puesto el grito en el cielo acusando al Ayuntamiento de restringir la libertad de expresión. Tranquilizo al alarmado: que pinte cada cual lo que le venga en gana pues el Ayuntamiento, una vez cumplido el rito aprobatorio, una vez ultimada esa liturgia purificadora, se va a olvidar del asunto, reclamado por una nueva bronca sectaria, la que se renueva cada día.
Lo mismo va a ocurrir con “los juegos en espacios públicos que puedan causar molestias”. Pero si los mozalbetes van en patines por las aceras a toda velocidad y se llevan por delante a viandantes pacíficos, de todas las edades, que acaban escayolados, y nadie dice nada a esos mequetefres. He sido testigo de ello en la misma calle de Ordoño, ante las barbas rasuradas o pobladas, de un agente municipal. Así que tranquilos, mozalbetes, a seguir dándole al patín y a seguir sembrando el pavor entre quienes confían en los espacios peatonalizados.
Lo que sí me parece mal es que la lista de prohibiciones afecte al canto. ¿Por qué se va a prohibir que un joven o una jovena, distinguidos por la musa Eutherpe, se anime con una balada o un aire de moda? A mí me encataría oír “O sole mio” o un Figaro del Barbero de Sevilla bien entonados. Y no digamos un tango, una milonga, una zamba o una ranchera. Hasta el número uno de los cuarenta principales, que ya es ser generoso porque suele ser una porquería de muchos quilates. Eso sí: exigiría finura melódica y gusto, matices en el fraseo, calidez en el decir, es decir, excelencia.
Porque ¿afecta también la medida municipal al violinista? Los hay que a duras penas tratan de hacer sonar la pequeña música nocturna de Mozart o el otoño de Vivaldi pero estas gentes ¡son tan entrañables, dan tanta hermosura a las calles en las que se esfuerzan rememorando a los clásicos! ¿Qué hay contra ellos? Si se les multa, que se multe también al concejal con barriga y papada, porque pone en riesgo el canon estético y desafía la armonía de la creación.

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