La red, o sea Internet, es todo un desafío para la imaginación literaria como elemento nuevo que es de nuestras vidas (como lo fue la rosa sin la que no hubieran podido vivir los poetas, o el asesino sin el que no hubiera podido vivir Simenon). La red es despensa y cementerio. Despensa porque a ella podemos acudir para abastecernos de aquello que necesitamos, sea un viaje o unas zapatillas, pero es al tiempo cementerio pues que en ella se entierran millones de asuntos. Ahora bien, se trata de un cementerio raro porque en él reviven los muertos: cada vez que obtenemos un dato acudiendo al correspondiente nicho en el que se halla yerto, le devolvemos la vida y le sacamos a pasear y a orearse. O sea que estamos ante un cementerio, no bajo la luna, como aquellos de que escribió Georges Bernanos, sino de un cementerio al sol de la velocidad, que se toma su función de una manera original y alegre. Revolucionaria. No almacena cuerpos para llevarlos al Juicio final porque este Juicio es seguir enterrado solo que entre papeles procesales, sino que almacena para darnos el gustazo de volver a levantar a sus criaturas y hacerlas caminar erguidas. Seguiremos escribiendo sobre la red, nuevo culto y nueva liturgia. Y del misterioso sepulturero que todo lo ordena.
Ha sido en esta red donde ha circulado una pregunta estrambótica dirigida a millones de internautas, a saber, ¿qué es más excitante, el chocolate o el beso? No sé cuáles han sido los resultados, lo que me interesa es la cuestión planteada. ¿Qué alternativa es esa? Excitante ¿para qué? Porque depende qué es lo que se quiera excitar. Y de otro lado ¿a qué viene formar una pareja con estos elementos tan dispares?
En España estamos acostumbrados a andar en parejas, desde la Guardia civil, que ahora incluye a parejas de verdad pues se componen de hombre y mujer, hasta el toreo donde siempre han existido: Joselito y Belmonte, Manolete y Arruza, Juli o Morante etc. O se era de uno o de otro, no ha habido lugar para las medias tintas y así el belmontista odiaba al joselitista y, viceversa, este consideraba a aquel un triste error de la naturaleza. Y lo mismo ha ocurrido en la política, o se era de Cánovas o de Sagasta, o de Maura o de Canalejas, o de Romanones o de Alba, y luego con la República, de Azaña o de Prieto, adscripciones todas que eran como credos religiosos y que se llevaban hasta las últimas dogmáticas consecuencias. Se comprende porque en ello se iba el ser o no ser de la vida: o funcionario o cesante. ¡Ahí es nada: o el sueldo musculado y fibroso, o la nada fría y estática! Ahora seguimos con lo mismo, solo han cambiado los nombres de la alternativa.
Es decir que estamos acostumbrados a andar entre parejas y movernos entre alternativas absurdas. Porque hoy nadie se acuerda de quién era Maura ni quién Canalejas, si uno era progre y el otro carca, y esto mismo ocurrirá pasados los años con nuestras actuales disyuntivas que tan apasionadamente vivimos.
Los carlistas, cuando se peleaban con los liberales durante el siglo XIX, también gustaban de las alternativas desmesuradas: o crees en Jesucristo o te mato. No parecía haber posibilidades más discretas. Pero es que en los territorios del goce estético las cosas no han sucedido de modo muy distinto. Los del 27, esos poetas tan citados por los políticos que no leen, nacieron reivindicando a Góngora frente a los demás (Lope etc) y aquí se ve cómo siempre tenemos que estar con uno y enfrente de otro u otros. Luego ellos siempre anduvieron emparejados como si hubieran sido novios mal avenidos de la estrofa y prometidos enfurruñados del estro: Rafael Alberti o García Lorca, Pedro Salinas o Jorge Guillén, Prados o Altolaguirre, Dámaso o Gerardo Diego y así sucesivamente.
Hoy, tales enfrentamientos no existen porque la mayoría de los poetas no pasan de ser concursantes de premios y por eso hay que buscar alternativas chuscas como la del chocolate y el beso. A falta de buena literatura, hay que decir que el beso, el beso de verdad, al ser el cruce de las lenguas, es todo lenguaje, pleno de adverbios, de adjetivos y de signos de admiración. Por contra, el chocolate está bien para los canónigos que gozan de la reciedumbre teológica pero a los demás nos origina caries y nos estriñe. Al final, ya se advierte, yo también he optado de forma radical y carpetovetónica.
2 comentarios:
Hace mal en optar de semejante modo. Hay besos con chocolate que hummmmmmm.
Creo que pertenecer a una "tribu" nos da seguridad, la seguridad que viene de la indefensión que produce la ignorancia. Es tan fácil estar en un grupo!. No tienes que defender nada, te defiende y protege la "comunidad" a la que perteneces. Tengo la impresión, sólo eso la impresión, de que en España está aumentando el número de ciudadanos que están descubriendo la felicidad de sentirse libres de las ataduras que les imponen la diferentes "tribus" a las que creían pertenecer. Pero quizás sea sólo eso, que al igual que a Luis Cernuda, confundo la "realidad con el deseo".
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