Definitivamente creo que va siendo hora de cambiar las reglas de la democracia. Elegir a los gobernantes sí, pero de otra manera. Esto de las urnas y de andar yendo los domingos al colegio, aunque sea a votar, es un engorro y sale bastante caro. Sistemas más ágiles y expeditivos, eso es lo que necesitamos. Y más del gusto de la calle, que es una calle que da gusto.
Es que ayer vi el debate, ¿saben? Lo siento, la carne es débil. Ya estoy pagando hoy la penitencia, no se preocupen. Miren qué humor. Empieza uno con un ratito nada más, luego otro poco, al final empacho y al día siguiente resaca. Y con resaca la reflexión se vuelve dramática.
Lo primero que se debe tener en cuenta es que al pueblo hay que darle de lo que le gusta y como le gusta. Nada de posibilidad de votar a los que no sean favoritos, que eso es tirar el voto con caballo perdedor, nada de devanarse los sesos comparando farragosos programas. Ideas claras y distintas. Y pocas. A votar al que mejor píe y desde el sofá y pensando con la parte de apoyo.
Puede que sea demasiado simple pedir que la gente vote mediante llamada o sms al acabar el debate entre las dos lumbreras mayores. Propongo más bien un sistema de puntos que cualquier probo ciudadano pueda aplicar con gran sencillez, un baremo que tome en consideración lo más relevante del discurso de los dos maniquís diseñados por asesores tan misteriosos como perversos. ¿Qué cosas podrían puntuar? Pues veamos.
En primer lugar, las trolas. Por cada trola, un tanto, con un límite de cien por testuz parlante.
En segundo lugar, que compute también (que hermoso verbo para este tema, computar) la capacidad para poner cara de palo cuando a uno le echan en cara sus propias mentiras. El que intente demostrar que no había mentido pierde; el que ponga pinta de y qué pasa tío, miento porque me sale del programa y al pueblo soberano le gusto así, que agregue otro puntito a su casillero.
En tercer lugar, cincuenta puntos extra para aquel que más veces emplee términos como diálogo, pacto, acuerdo y consenso. Ay, nos encanta la disposición al consenso, ese buen carácter del que insiste todo el rato en que lo mejor es que nos queramos los unos a los otros y negociemos todo el tiempo todo, hasta las armas del crimen. Y, de propina, cincuenta puntos para el que ya haya demostrado fehacientemente que se pasa los diálogos, pactos, acuerdos y consensos por las partes con las que gobierna. Pues no perdamos de vista que a la ciudadanía le emociona tanto el talante tolerante como la habilidad para dar patadas en la espinilla por debajo de la mesa.
En cuarto lugar, que se prime al candidato que exponga un mejor programa de pasado. Por la invocación de la guerra de Iraq, un punto. Por la de la inflación del año noventa, dos puntos. Por traer a colación a los GAL, tres puntos. Por la mención del franquismo, cuatro puntos. Por la de la guerra civil, cinco. Por la remisión a Cánovas y Sagasta, seis puntos. A Zarra y Marcelino, siete. Por la apelación a que tenemos que ganarle a Napoleón la Guerra de la Independencia, ocho puntos. Por el cerco de Numancia, nueve, y por el error de Adán y Eva con la dichosa manzana, diez.
Por supuesto, no se debe dejar de ponderar la exquisita oratoria de nuestros líderes. Un puntito por cada vez que no coordinen a derechas el sujeto con el verbo o el adjetivo con el sustantivo. De ahí sale otro buen cargamento de tantos, muy repartidos, eso sí.
Y la mirada, fundamental valorar la mirada. Que se sume algo cada vez que uno de ellos pone esa mirada de psicópata que nos llena de confianza en sus dones y de optimismo sobre nuestro futuro en sus manos. O la expresión en general, tanto más meritoria en ellos y más tranquilizadora para nosotros cuanto más tenga de expresión bovina u ovina.
En fin, habrá que parar ahí para no hacer demasiado extensa la tabla y que no se nos enrede el respetable en cálculos complejos en exceso. Pero, si cabe una última consideración, no estaría mal que se premiara también el botón de la americana, dándole más valor al que lo lleve más tirante y fuera de lugar, pues será señal de que el sastre también es de su partido y mira bien por la tela.
Con esto y poquito más llegaríamos a esa democracia madura que tanto ansiamos, el pueblo soberano vería bien reflejados sus valores y los candidatos plenamente reconocidos sus mejores méritos. Y todos contentos, oiga.
Es que ayer vi el debate, ¿saben? Lo siento, la carne es débil. Ya estoy pagando hoy la penitencia, no se preocupen. Miren qué humor. Empieza uno con un ratito nada más, luego otro poco, al final empacho y al día siguiente resaca. Y con resaca la reflexión se vuelve dramática.
Lo primero que se debe tener en cuenta es que al pueblo hay que darle de lo que le gusta y como le gusta. Nada de posibilidad de votar a los que no sean favoritos, que eso es tirar el voto con caballo perdedor, nada de devanarse los sesos comparando farragosos programas. Ideas claras y distintas. Y pocas. A votar al que mejor píe y desde el sofá y pensando con la parte de apoyo.
Puede que sea demasiado simple pedir que la gente vote mediante llamada o sms al acabar el debate entre las dos lumbreras mayores. Propongo más bien un sistema de puntos que cualquier probo ciudadano pueda aplicar con gran sencillez, un baremo que tome en consideración lo más relevante del discurso de los dos maniquís diseñados por asesores tan misteriosos como perversos. ¿Qué cosas podrían puntuar? Pues veamos.
En primer lugar, las trolas. Por cada trola, un tanto, con un límite de cien por testuz parlante.
En segundo lugar, que compute también (que hermoso verbo para este tema, computar) la capacidad para poner cara de palo cuando a uno le echan en cara sus propias mentiras. El que intente demostrar que no había mentido pierde; el que ponga pinta de y qué pasa tío, miento porque me sale del programa y al pueblo soberano le gusto así, que agregue otro puntito a su casillero.
En tercer lugar, cincuenta puntos extra para aquel que más veces emplee términos como diálogo, pacto, acuerdo y consenso. Ay, nos encanta la disposición al consenso, ese buen carácter del que insiste todo el rato en que lo mejor es que nos queramos los unos a los otros y negociemos todo el tiempo todo, hasta las armas del crimen. Y, de propina, cincuenta puntos para el que ya haya demostrado fehacientemente que se pasa los diálogos, pactos, acuerdos y consensos por las partes con las que gobierna. Pues no perdamos de vista que a la ciudadanía le emociona tanto el talante tolerante como la habilidad para dar patadas en la espinilla por debajo de la mesa.
En cuarto lugar, que se prime al candidato que exponga un mejor programa de pasado. Por la invocación de la guerra de Iraq, un punto. Por la de la inflación del año noventa, dos puntos. Por traer a colación a los GAL, tres puntos. Por la mención del franquismo, cuatro puntos. Por la de la guerra civil, cinco. Por la remisión a Cánovas y Sagasta, seis puntos. A Zarra y Marcelino, siete. Por la apelación a que tenemos que ganarle a Napoleón la Guerra de la Independencia, ocho puntos. Por el cerco de Numancia, nueve, y por el error de Adán y Eva con la dichosa manzana, diez.
Por supuesto, no se debe dejar de ponderar la exquisita oratoria de nuestros líderes. Un puntito por cada vez que no coordinen a derechas el sujeto con el verbo o el adjetivo con el sustantivo. De ahí sale otro buen cargamento de tantos, muy repartidos, eso sí.
Y la mirada, fundamental valorar la mirada. Que se sume algo cada vez que uno de ellos pone esa mirada de psicópata que nos llena de confianza en sus dones y de optimismo sobre nuestro futuro en sus manos. O la expresión en general, tanto más meritoria en ellos y más tranquilizadora para nosotros cuanto más tenga de expresión bovina u ovina.
En fin, habrá que parar ahí para no hacer demasiado extensa la tabla y que no se nos enrede el respetable en cálculos complejos en exceso. Pero, si cabe una última consideración, no estaría mal que se premiara también el botón de la americana, dándole más valor al que lo lleve más tirante y fuera de lugar, pues será señal de que el sastre también es de su partido y mira bien por la tela.
Con esto y poquito más llegaríamos a esa democracia madura que tanto ansiamos, el pueblo soberano vería bien reflejados sus valores y los candidatos plenamente reconocidos sus mejores méritos. Y todos contentos, oiga.
4 comentarios:
Hablando de esemeses, me ha llegado uno sobre UPD. Nessun si amorma, que decía el de Turandot, uséase no se ofenda nadie, pardiez, pero tiene gracejo jodío y retorcido: Unión de Progres de Derechas.
(Desde tan cerca, quizá a ustedes no les haga gracia, pero con distancia sí que la tiene).
Como casi siempre, totalmente de acuerdo.
Poesía a la altura de la política
española.
Entrevista a uno de nuestros "LIDERES".
¿ Que es para vd. lo que mola ?: echar más gorda la trola.
¿ Y de virtudes, cual debe ser computada ?: quien más fuerte dé la patada.
¿ Resumiendo, qué le gusta ?: pensar un poco me asusta.
¿ Y el qué su voto asegura ?: el tener la cara dura.
¿ Pues que es para vd. lo cuerdo ?: vivir sólo del recuerdo.
¿ Pero entonces, del futuro ?: por ése no apuesto un duro.
Y entonces, ¿ la democracia ?: qu'est que c'est, eso es en Francia.
Hombre, estimado Above, puesto que los de UPyD me caen moderadamente bien, me permito decirle que lo de las derechas me da igual, pero lo de progre me ofende profundamente. Es como si lo llamasen a uno tonto de las posaderas. Ya sé, ya sé que su intención no era faltar, pero el día que me vea cara de progre me pillaré una buena depresión. Cada uno tiene sus fobias, compréndalo.
Saludos cordiales.
Ya, si la gracia jodía y retorcía es que pincha por tós laos...
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