19 mayo, 2011

Sindicatos en la universidad

Que yo me lleve mal con Pepe y Pepa o que los critique, no implica que esté en contra de la humanidad en general o de cuantos se llamen así. Que yo reproche los defectos de Pepe, que es enemigo de Juan, no implica que tenga que ser amigo de Juan o estar a su favor, o que no pueda ver igualmente sus tachas. Que no me gusten tales y cuales partidos políticos, aun cuando sean los absolutamente dominantes, no implica que me oponga al sistema de partidos o a cualquier partido posible. Que no me agrade la amistad entre Fulano y Mengano no implica que me oponga a la amistad como concepto o como práctica, que sea un antisistema. Y así sucesivamente.

Que más de una vez haya criticado la función que en las universidades están cumpliendo los sindicatos no implica que sea contrario a la actividad sindical o que piense que no tiene su legítimo lugar también en las universidades. Pero sí puede presuponer dos cosas: que no estoy de acuerdo con el papel que están asumiendo esos sindicatos o que discrepo de las tareas que se les asignan o se les reconocen.

Comencemos con una información. En mi universidad acaban de celebrarse elecciones sindicales entre el profesorado y el personal de administración y servicios. Estos son los datos resultantes en lo que concierne a las elecciones dentro del PDI.

En el profesorado (personal docente e investigador), los votos totales fueron 294. El sindicato más votado obtuvo seis delegados, con 95 votos. El siguiente recibió 86 votos, que le otorgan cinco delegados.

Ahora reparemos en estas otras cifras. Concurrieron a las elecciones cuatro sindicatos y sumando el total de sus candidatos resulta que había 92 candidatos. Si suponemos –será mucho suponer, pero peor me lo ponen- que cada uno de esos noventa y dos candidatos haya ido a votar y si restamos esos votos de aquellos 294 votantes, resulta que fueron 202 los profesores no candidatos que dieron su voto. No tengo ahora las cifras del censo total de votantes posibles, pero hablamos de un porcentaje bien reducido.

Se dirá que el reproche, en su caso, habrá que hacérselo a los que prefieren abstenerse y no a las organizaciones sindicales, y puede tener su punto de razón el argumento. Pero no estaría de más que quien corresponda se preguntara por qué es tan escaso el apego a los sindicalistas o tan grande la distancia que el profesorado ha tomado de ellos. Los porcentajes de participación del personal administrativo son bastante más altos, por cierto.

Antes de pasar a otras razones, aportaré un nuevo indicio de que mi escepticismo no va con los sindicatos como tales, sino con cuestiones prácticas o estructurales: mi mujer iba en el número dos de la lista de UGT y ha resultado elegida, en consecuencia. Tenemos separación de bienes; y de males. O será que no hay peor cuña que la de la misma madera. Pero, bromas aparte, no me gustaría que se me malinterpretara.

¿Hay labores que legal y legítimamente corresponden a los sindicatos? Por supuesto. Pueden y deben bregar con reclamaciones salariales, con asuntos concernientes a las condiciones de trabajo (horarios, descansos, seguridad e higiene, régimen de permisos, ayudas sociales…). Seguro que de eso hacen bastante, o lo que pueden, al menos; no lo pongo en duda. Pero tengo la manía de leer los documentos que periódicamente nos envían y resulta que lo que más se ve es que andan todo el día peleando para que los de tal cuerpo inferior en el escalafón se equiparen a los de tal otro superior, para que se ablanden las exigencias o controles para llegar a profesor titular o catedrático, para que, a efectos de ascensos y promociones, se reconozcan como méritos muy meritorios labores que poco o nada tienen que ver con la buena docencia o la investigación de calidad; actividad sindical incluida.

Y, queridos amigos, amada mía, eso es lo que queda y esa es la imagen que domina. Por eso tantísimos no votan, porque no quieren tener absolutamente nada que ver con semejantes tejemanejes y porque ni una sola lista propone un programa exento de tal quincalla.

Pero no solo es que quede feo tanto esfuerzo para consolidar y aumentar el sueldo de muchos que no son más que unos zánganos y unos inútiles; esa es la parte de culpa de las organizaciones. Es que leyes y reglamentos cada vez dan más cancha a los sindicatos para meter la nariz y negociar cuestiones que tienen que ver con el juicio sobre la calidad de la docencia y la investigación y el modo de medirla. Y de eso los sindicatos, como tales, ni saben ni tienen por qué saber. Y si unimos esta cuestión con la anterior, resulta lo que sabemos de sobra: que usan ese poder indebido para primar a los más incompetentes. Mas la pescadilla se muerde la cola, pues averiguamos quién negoció esas normas que abren a los sindicatos más puertas indebidas y resulta que las pactó el ministerio del ramo con... los sindicatos. Ah, acabáramos.

Que sindicatos con nula base y escasísimos votantes se sienten en mesas negociadoras en las que se juega el destino de los docentes y los investigadores, las claves para su ascenso o la manera de medir su trabajo es un sinsentido que ofende. Para eso no nos representan en modo alguno. Para otras cosas sí, por supuesto. Para eso no, de ninguna manera y bajo ningún concepto.

Hasta ahora la resistencia ha sido pasiva y ha consistido en no votar. Como soplan vientos de cambio, pero del bueno y no del meramente retórico, habrá que ir pensando en plantarse de otra manera. No para sacar los sindicatos de la universidad, pues hacen falta, sino para ponerlos en su sitio. Para que no se dediquen al mamoneo con los rectores, por ejemplo, o a la compraventa de favores o a joder a los que se pasan las horas en los laboratorios en lugar de en las cafeterías del campus.

Ánimo, corazón, y enhorabuena. Fíjate qué oposición tan constructiva vas a tener en casa, mismamente.

2 comentarios:

Cambalache dijo...

Cutres:

http://www.diariodeleon.es/noticias/noticia.asp?pkid=607090

Rollo Tomasi dijo...

Y cutre máximo:

http://www.elmundo.es/elmundo/2011/05/18/valencia/1305722904.html