(Publicado hoy en El Mundo de León).
Lo de los políticos es la monda. Cuando hacen alguna tropelía y son descubiertos, no reaccionan como el resto de los mortales. Los partidos tampoco. En los partidos está el mal. Si la pareja de usted se entera de que le pone los cuernos o su jefe comprueba que se pasa las horas de tajo haciendo crucigramas, la bronca le cae sin remisión, se ponga como se ponga, y es probable que en un periquete acabe de patitas en la calle. En la política es distinto, porque cuando algún personaje queda con el culo al aire, su partido encarga una encuesta. Como lo de encuestar lleva su tiempo, el pillado en falta empieza por ciscarse en el prójimo y echa las culpas al maestro armero. En la comparecencia de rigor se presentan unos cuantos de la ejecutiva que insisten en que el ofensor es en verdad el ofendido y en que jamás se ha visto persona con tan inmaculada integridad, más que nada porque para choricetes los del partido de enfrente. Si no cuela y la ciudadanía persevera en su mosqueo, al día siguiente vuelven a aparecer y dicen que a lo mejor se debió todo a un error sin importancia y que, de todos modos, para purgarlo ya van a poner unas velas al santo del lugar y a echar una moneditas en el cepillo de la parroquia.
Al cuarto o quinto día ya tienen la encuesta y resulta que pintan bastos porque la expectativa de voto o el apoyo popular han bajado unos puntillos. Entonces suceden dos cosas. Los más pillos de ese grupo comienzan a soltar lastre y se van poniendo el flotador para saltar de ese barco, pues de pronto descubren que no era el suyo, y donde ayer dijeron digo, ahora dicen Diego. Esa noche los teléfonos no paran de sonar y aquel al que todos sus compañeros defendían anteayer ahora le dicen todos que por qué no se pega un tiro o se marcha a cultivar cebollino en la Conchinchina. Y la tragicomedia termina con una convocatoria en la que el otrora ejemplar dirigente confirma que se va a su casa y que aquí paz y después gloria. Todo eso si la encuesta ha salido negativa. Porque si los encuestados no aflojan la intención de voto, no se retira ni el apuntador.
La próxima vez que me pillen en renuncio voy a exigir yo también unas encuestas. Para no ser menos. Y, si me sale bien, pelillos a la mar.
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