(Publicado hoy en El Correo Gallego)
Cuentan que hace algún tiempo un árbitro de fútbol, que tenía que arbitrar dos partidos en una tarde soleada de sábado primaveral, decidió que era una pérdida de tiempo dedicar algo más de cuatro horas a la no siempre agradable tarea de hacer respetar el reglamento balompédico. Siempre se había quejado de que su labor estaba muy mal pagada, menos aún reconocida, y de que la organización de la competición no le dejaba disfrutar de sus múltiples aficiones de fin de semana.
Contando con la comprensión de algunos otros árbitros, decidió tomar la iniciativa de convocar a los cuatro equipos a la misma hora y en el mismo campo. Jugarían sus respectivos encuentros al mismo tiempo y él, con su amplia experiencia, la connivencia de las autoridades federativas y la colaboración del gestor de las instalaciones y organizador de la liga, liquidaría el asunto sin menoscabo de su puesto y, naturalmente, de sus emolumentos, que seguirían siendo los habituales para estos dos partidos. La sorpresa de los equipos fue mayúscula; pero advertidos por el árbitro de que la nueva situación contaba con todos los parabienes de la Superior Federación Futbolera, se resignaron a disputar sus encuentros en tan singulares condiciones.
No pasó mucho tiempo sin que la degeneración de la competición hiciese nacer un progresivo malestar entre algunos futbolistas. El colegiado en cuestión no sólo arbitraba dos partidos al mismo tiempo, sino que llegaba incluso a mezclar partidos de fútbol once con partidos de fútbol siete. Tímidas protestas llegaron a los oídos del jefe del Colegio de árbitros, totalmente ajeno a la situación, que inmediatamente requirió de las competentes autoridades federativas información sobre si habían autorizado tal despropósito. "Yo no sé nada", dijo el presidente de todos los presidentes; "recabaremos más información", dijo el gestor de todos los gestores; "si es cierto lo que me dices, es una situación muy grave", dijo el que pasaba por allí.
En mi pasada actividad futbolera, con el equipo de fútbol sala de Librería Gallaecia Liber y con el equipo de veteranos del Café Bar Pedregal Brión, sufrí arbitrajes decepcionantes (del mismo modo que seguro que los árbitros sufrieron partidos y actitudes igualmente decepcionantes por nuestra parte). Pero nunca tuve imaginación suficiente para recrear un relato tan surrealista como el que he narrado. Son algunos hechos que están ocurriendo en mi Facultad los que me inspiran esta historia.
Son hechos que si se presentan en términos meramente descriptivos parecen carecer de importancia: uno o varios profesores, que tienen la responsabilidad docente de varias asignaturas a impartir en varios grupos, modifican los horarios, fusionan distintos grupos e, incluso, llegan a fusionar distintas asignaturas de planes distintos. Un simple problema de organización docente, podría decirse de forma amable. Pero si estos mimbres los trenzamos con el resto de la anterior fábula y reproducimos -que se preproducen- las actitudes de todos sus protagonistas, la historia, que ya no es historia, sino realidad, es igualmente surrealista y profundamente injusta.
Máxime si tenemos en cuenta que se está jugando con el derecho a la educación de quienes son nuestro futuro y que quienes tienen que tomar cartas en el asunto no saben, no contestan.
* Santiago Álvarez González es catedrático de Derecho Internacional Privado de la Universidad de Santiago de Compostela.
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