Este otro artículo de Ángel Puerta que trae hoy el ABC también tiene su miga. Retrata con nitidez en qué clase de país de patanes gorrones nos estamos conviertiendo.
Conste que la guasa a costa del "andalú" la hicimos nosotros aquí primero, hace dos o tres semanas.
Ahí va el artículo.
Alimentarze´n katalán.
Por Ángel Puerta.
Cuando el paroxismo por las lenguas propias y los hechos diferenciales alcanza el nivel de la histeria se cae sin remedio en el ridículo, si no en la memez. Hace unos días una dietista iba a dar una charla sobre nutrición a los alumnos del instituto de secundaria Sant Llorenç de Balàcia, en Ibiza, para orientarles sobre una alimentación sana y adecuada para su edad. Pero el gozo de la especialista -que ya había impartido cursillos en otros colegios de las islas- se vio en el pozo cuando responsables del centro en cuestión le indicaron que la lección magistral no podía ser en español, o sea, que tenía que darla en catalán o marcharse con sus consejos y buenas intenciones a ilustrar a otra parte. No entendía la dietista que para los docentes del Sant Llorenç fuera más importante la imposición del catalán -en una comunidad bilingüe como la balear- que lo que pudieran aprender sus alumnos para alimentarse mejor. Ignora la dietista que cuando la barretina aprieta, la sangre no riega bien el cerebro. Realmente resulta difícil comprender que la politización de la escuela y su prostitución para convertirla en centros de adoctrinamiento lleve a estos maestros-comisarios a la irresponsabilidad de privar a sus alumnos de una parte importante de su educación -el español- que les ofrece un «mercado» de 400 millones de hispanoparlantes para su posterior desarrollo profesional.
Cuando el paroxismo por las lenguas propias y los hechos diferenciales alcanza el nivel de la histeria se cae sin remedio en el ridículo, si no en la memez. Hace unos días una dietista iba a dar una charla sobre nutrición a los alumnos del instituto de secundaria Sant Llorenç de Balàcia, en Ibiza, para orientarles sobre una alimentación sana y adecuada para su edad. Pero el gozo de la especialista -que ya había impartido cursillos en otros colegios de las islas- se vio en el pozo cuando responsables del centro en cuestión le indicaron que la lección magistral no podía ser en español, o sea, que tenía que darla en catalán o marcharse con sus consejos y buenas intenciones a ilustrar a otra parte. No entendía la dietista que para los docentes del Sant Llorenç fuera más importante la imposición del catalán -en una comunidad bilingüe como la balear- que lo que pudieran aprender sus alumnos para alimentarse mejor. Ignora la dietista que cuando la barretina aprieta, la sangre no riega bien el cerebro. Realmente resulta difícil comprender que la politización de la escuela y su prostitución para convertirla en centros de adoctrinamiento lleve a estos maestros-comisarios a la irresponsabilidad de privar a sus alumnos de una parte importante de su educación -el español- que les ofrece un «mercado» de 400 millones de hispanoparlantes para su posterior desarrollo profesional.
En esta vorágine de nacionalpaletismo hay numerosos antecedentes, pero uno muy significativo fue el de un ayuntamiento, creo que leridano, que para realizar una pequeña reparación necesitaba contratar a un albañil. Un requisito imprescindible era que supiera catalán. Lógico. Todo el mundo sabe que los ladrillos se pegan mucho mejor en catalán. Y claro, estas cosas de la lógica nacionalista dejan su impronta y van a más, porque la memez es tan contagiosa como el «culo veo, culo quiero». Por ejemplo, en Andalucía -perdón, en la «realidad nacional» andaluza- un grupillo de escritores de corte «realidadnacionalista» se está inventando, nada menos, que la «lengua andaluza». Parten de la simpleza de escribir el español -y por tanto andaluz- como se habla por esas tierras del sur. «O zea, tar k´azín». Como no pueden agarrarse a una gramática histórica andaluza, adoptan una grafía «histérica» de imitación «euskérica» y se quedan tan panchos. Imitación de plástico hortera. Como si Andalucía no tuviera ya su propio hecho diferencial en una personalidad, una cultura y una idiosincrasia tan acusadas y reconocidas, o más, que las que se atribuyen algunas autodenominadas «naciones» históricas. Pero estos escribidores «realidadnacionalistas» se empeñan, en su complejo, en «euskochapurrear» el español sacando el saco de las «k», las «h» y las «z» y espurreándolas a troche y moche («trotxe y motxe») por sus textos en español -y por tanto andaluz- para que todo el mundo se crea que la Andalucía que venden está «ar lao de Birbao». Vamos, un toco-mocho («toko-motxo», en «euskaluz» o «andakera»). Por mucho que se empeñen estos falsificadores de lenguas, «eh kara la kakatúa» o «er Zebiya eh kampeó de la Güefa» no es «euskozú», sino español plagado de faltas de ortografía. Lo demás no son más que zarandajas de trilero o ganas de subvención.
1 comentario:
Estimado Profesor:
Me alegro de no ser el único que está escandalizado con el bable. Mi perspectiva es todavía más curiosa. Nací en una aldea remota del occidente de Asturias y mis abuelos, que hablaban en la intimidad algo muy parecido al gallego, ayudaron a criarme en un pueblo de Gijón en los años 70.
En primer lugar, me hace ilusión que el dialecto de mis abuelos me permita entender el gallego y el portugués. En segundo lugar, tengo que decir que el bable de la televisión asturiana produce hilaridad a quienes tuvimos la fortuna de vivir en los alrededores de Gijón de niños. Pero el gallego de la televisión gallega no le va a la zaga. Por ejemplo, cuando visito a mis padres a Oviedo, mi hijo y yo nos sentamos a ver un infame programa de humor de la televisión gallega. Los protagonistas tienen que hacer esfuerzos denodados para hablar el gallego que se lleva ahora (se les nota en la cara). En cada frase, usan una palabra en castellano para la que yo (pobre de mí) siempre tengo un complicado sinónimo en gallego. Luego, esta será la escena: mi hijo riéndose de las tonterías que hacen los cómicos, yo gritando los sinónimos adecuados y mis padres riéndose de todo.
Ahora viene la reflexión. Hace unos días murió John Kennet Galbraith un controvertido economista adoptado como icono por los “progresistas” de medio mundo. En los años sesenta empezó a decir que la empresa Ford no podía permitirse que el modelo Mustang fracasase después de lo que había gastado en su desarrollo. Por lo tanto, debía manipular a los consumidores para que les gustase el modelo en cuestión. En otras palabras, era más fácil crear un mercado compuesto de personas manipuladas por la publicidad que crear un producto que agradase a los consumidores. El corolario es que el gobierno y los sindicatos debían intervenir para convertirse en contrapoder de estas empresas. No niego la capacidad de manipulación de la publicidad. Sin embargo, hay unas cuantas cosas extrañas. El primer detalle es que yo fui manipulado en el vientre de mi madre en una aldea asturiana ya que el primer día que encontré un Ford Mustang en las calles de Oviedo me quedé prendado. Un día, cuando mi hijo tenía tres años observé el efecto que tenía en él este coche: ojos como platos y boca ligeramente abierta. Otra generación, había sido manipulada. Lamentablemente, la casa Ford perdió la receta de la manipulación y no tuvo tanta suerte con otros modelos. Por tanto, una explicación alternativa más sencilla es que acertaron con el Mustang y fallaron con otros modelos.
El bable es ahora una pequeña industria que cuenta con un producto de coste reducido. De hecho, se pueden usar palabras que hayas oído por ahí y cuando éstas no te sirvan usas alguna del castellano o del inglés. Es importante comparar el coste de trabajar con este producto con el de hacerse traductor de árabe, chino, swahili o mismamente Ingles. Por una parte, es costoso hacerse experto en estos idiomas y, por otra, nadie sabe a ciencia cierta cual de ellos tendrá un incremento importante en la demanda en los próximos años. En el lado de la demanda del bable, el vulgo está muy alienado y no acaba de ver su utilidad. Por otra parte, la manipulación del consumidor por la publicidad es costosa y tiene efectos inciertos. Por tanto, la solución mágica es manipular a un gobierno autonómico. Este nos obligará a pagar a precio alto (a través de los impuestos) un producto de coste reducido que la mayor parte de las personas no compraría voluntariamente a un precio positivo.
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