17 julio, 2006

Memoria histórica.

Recibo del Departament de Relacions Institucionals i Participació de la Generalitat de Catalunya un folleto magnífico sobre el coloquio internacional que los días 24 a 27 de septiembre se celebrará en Barcelona sobre “Políticas públicas de la memoria”. Parece un buen programa.
Esto de la memoria histórica es algo necesario, pero que en los últimos tiempos me desasosiega, como todas las ideas buenas que se tornan eslogan y comedero de burócratas. Y sí, seguro que nos hacen mucha falta políticas públicas de la memoria, y más en estos tiempos en que son tantas las políticas de falseamiento histórico, la memoria esquizofrénica o de homenaje a diversos hijos de mala madre y lerdos varios.
No sé cómo salir de esa inquietud que me produce la combinación de dos sensaciones: la convicción, por un lado, de que muchos acontecimientos del pasado, historias de sacrificios, persecuciones, torturas y muertes, no deben caer en el olvido, para lección de futuras generaciones, desprecio eterno de los despreciables y admiración infinita de los valientes y honrados; y el temor, por otro, de que muchos quieran manipular a los muertos, seleccionar con parcialidad a los represaliados, alistar a conveniencia a los caídos o discriminar entre verdugos.
Así que se me ocurren un puñado de muy elementales criterios para el cultivo público de una memoria referida a luchas y represiones que sea digna de un esfuerzo colectivo y servidora del interés de todos, por encima de disputas de cortas miras.
1. Objetiva.
Ni siquiera a este propósito vamos a hacer de la historia una ciencia exacta, pero aquí interesa especialmente el esfuerzo para evitar la parcialidad. Por ello, lo primero que ha de buscarse es la definición de criterios rigurosos y claros para el hallazgo y público conocimiento de los acontecimientos del pasado que se estimen dignos de recuerdo permanente y de recordatorio colectivo, sea para el ensalzamiento de algunos comportamientos, sea para el desprecio y vilipendio de otros.
Mal se sirve desde relativismos diversos a una memoria histórica decente. Porque es necesario delimitar pautas objetivas. ¿Qué debe recordarse? ¿sobre qué debe proseguir el esfuerzo de la investigación, el impulso de revelar los hechos tal como ocurrieron? ¿Sobre asesinatos, secuestros, torturas por razones políticas? ¿Sobre represión de ideas y expresiones? ¿Sobre entramados políticos, militares, económicos, empresariales? Sea lo que sea, no debería quedar este trabajo previo definitorio al albur de las ocurrencias de algún director general o de los intereses torticeros de un consejero autonómico o un ministro de este o aquel pelaje. Ni a merced del péndulo y sus leyes.
2. Inclusiva y no sesgada.
Aclarado qué es lo que se quiere recordar, en este punto se hace énfasis en la imparcialidad de la aplicación de aquellos hechos así definidos y que han de averiguarse. Si buscamos que queden al descubierto asesinatos políticos, que queden todos. Si buscamos fosas comunes, destapémoslas todas. Si pretendemos desenmascarar verdugos, salgan a la luz los nombres de todos. Si nos interesa que se exhiban las miserias de los políticos miserables, aireémoslas todas sin conmiseración con ninguno.
Ese esfuerzo de trabajo imparcial con la memoria acabará haciendo justicia a las verdaderas responsabilidades de cada grupo, ideología o doctrina en el pasado. Particularmente pocas dudas me caben de que, en su conjunto, la represión franquista durante y después de la guerra civil fue más intensa y más miserable (aún) que la de los diversos grupos que después del 31 y durante la guerra decían que luchaban por la república y la libertad, mientras que algunos eran puros esbirros de aquel otro genocida llamado Stalin. Un esfuerzo de memoria no selectiva acabará dando a cada uno lo suyo y poniendo a cada cual en su lugar, en el que merece ante la historia. Fusilara o torturara por este totalitarismo o por aquel otro; o por creer de buena fe que defendía la mejor justicia y la libertad más excelsa.
El franquismo, por ejemplo, también hacía ostentación de su memoria histórica, la de sus caídos exclusivamente, glorificados como héroes y mártires. Una memoria histórica antifranquista incurriría en la misma tacha de memoria sesgada, por mucho que se quieran mejores, y lo sean muchas veces, las razones morales de los antifranquistas que las de aquellos otros. O, por poner otro ejemplo, ¿alguien considerararía aceptable un cultivo aleccionador de las víctimas de ETA que no diera cuenta también de aquella otra aberración ética que se llamó GAL? La diferente proporción no es excusa, pues una memoria histórica sometida a cálculo y promedio no es más que vil utilización de los muertos para manipulación de los vivos.
3. No partidista.
Esta nota es secuela o consecuencia evidente de la anterior. Toda memoria partidista es memoria parcial, sesgada, condicionada por el prejuicio o el interés más rastrero, estructuralmente maniquea. Se trate del partido de que se trate. Si en algo tiene gran sentido el pacto y la política de Estado, suprapartidista, es en este tema. Porque las razones para rememorar los errores y las abominaciones del pasado tienen mucho más que ver con la construcción en común de reglas y límites, con el acuerdo social civilizatorio, que con cualquier ajuste de cuentas. La memoria parcial, selectiva, partidista, es la prolongación del enfrentamiento, sublimado ahora en una división en muertos buenos y malos y en ejecutores comprendidos y verdugos reprobados. No es eso, no debe ser eso.
4. Pacificadora, no agitadora de odios y revanchas.
Los móviles del que abona la memoria son determinantes por mitad de la valía moral de tal empresa; las consecuencias del recuerdo, aun las no queridas, constituyen la otra mitad que se debe ponderar para dar el visto bueno a esas políticas. Nada a este respecto menos conveniente que el "y tú más" o el "comenzaste tú". Que hablen los hechos, pero que quien desde el Estado los saca a la luz lo haga para lección general y desde el respeto a los muertos y represaliados de cada uno, independientemente de las proporciones. ¿Nos imaginamos el efecto tan benéfico que aquí y ahora tendría un gran acuerdo entre los grandes partidos de un ala y de la otra para homenajear juntos y con lealtad y respeto a todos los que padecieron persecución, represión y muerte, con una condena unánime para todos los casos y con total independencia de si fueron más culpables los de aquí o los de allá? Para hacer ciencia histórica están los historiadores, y bien la escribirán si son independientes y profesionales. Las políticas públicas de la memoria están para hacer sociedad cohesionada por las comunes reglas de juego, para hacer convivencia y para evitar la catástrofe de la guerra en cualquiera de sus formas.
5. Reparadora.
Recordar a las víctimas del fanatismo y del abuso político es hacerles homenaje, significa solidarizarse con sus destino trágico y demostrar que no fue vana su entrega ni estéril su sacrificio, que hemos aprendido la lección y que trabajamos, desde la claridad que da el recuerdo, para que no se repitan infamias tales. Esa es la reparación que se les hace, ese es el canon que se les paga, en ese colectivo reconocimiento late la justicia que recordar significa en esos casos. Es cosa diferente de las posibles responsabilidades civiles o penales que correspondan, y aún cupieran. La pública memoria ni reemplaza ni complementa otras responsabilidades u otras reparaciones, es meramente retribución social de lo colectivamente considerado como injusto, aberrante, aleccionador. Para hacer justicia individual a los perseguidos o a sus herederos existen otros caminos, admisibles y debidos en tantísimos casos. Pero son procesos paralelos que ni tienen por qué confluir ni deben reemplazarse.
6. Ilustrada.
También el recuerdo es praxis, pero debe ser praxis ilustrada, es decir, práctica vinculada a razones y movida por ellas, teniendo que integrarse esas razones en una doctrina que nos hable a todos de lo que puede ser y lo que no y que por todos se entienda como ratificación de una forma de convivencia mejor y de lealtad a las formas sociales y política más respetuosas con la integridad y la libertad de cada uno. No ha de consistir mero lamento, aunque también, crítica negativa de lo un día acontecido, sino antes que ndada ratificación de los valores que deben aglutinarnos para que el vivir juntos no equivalga a luchar contra nadie ni a excluir a ninguno. El culto a la memoria de los de antes no está reñido con las políticas de perdón y reconciliación, más bien las exige. Sin ese propósito, se convierten tales políticas en lo contrario de lo que les da su fundamento moral, en acicate para nuevos desmanes, en amenaza.
Dicho todo lo anterior, una pequeña historia familiar. Mi padre perdió en nuestra guerra civil a un hermano. Se llamaba Valiente y cuentan en mi pueblo que era un hombre recto con inquietudes intelectuales. Llamaba la atención que en aquel tiempo y en aquella aldea porque tenía un diccionario en casa y se pasaba horas cada día leyéndolo. Luchó en el bando de los republicanos y jamás regresó. Muchos años después, mi padre se encontró en un bar con un señor y se pusieron a hablar de aquellos tiempos. Mi padre le mencionó a su hermano desaparecido y aquel hombre le dijo que lo había conocido y había compartido con él cautiverio por unos días. Los habían apresado juntos y los habían encerrado en un túnel. Cada noche sacaban a unos cuantos y se los llevaban en un camión. Uno de los guardianes era del mismo lugar que este hombre que narraba a mi padre el suceso y le advirtió que se escondiera cada noche que fueran a buscarlos, pues en ello le iba la vida. Así lo hizo y sobrevivió. A mi tío se lo llevaron una noche y lo fusilaron. Lo fusilaron los del bando franquista. Si yo pudiera averiguar dónde lo enterraron, le llevaría unas rosas y un diccionario. Y le prometería que no volverá a ocurrir, para que descanse en paz. Simplemente.

2 comentarios:

Tumbaíto dijo...

LA memoria histórica, insoportable. En España, hay millones de memorias. Millones de memorias que serán aplastadas por lo que los capitostes ideológicos decidan que es LA memoria. Y, que con métodos fascistas, repetirán hasta la saciedad.

Lo que debería ser el estudio sosegado de historiadores, se convertirá en la charlatanería de los mamarrachos.

¡Viva la isla de los famosos! ¡Viva la memoria histórica!

Lorenzo Peña dijo...

Mi querido Juan Antonio: he de leer con detalle tu escrito
(curiosamente se adelante en unos días a la
apertura de mi blog "El pueblo español"
popul.
Pero, con todo respeto y con
mi admiración por tu prosa,
siempre brillante, dejo claro que mi
punto de vista es diferente. Hace
falta una memoria vindicativa, una justicia
por la memoria, una punición por
la memoria de lo que se ha querido ocultar. Lorenzo Peña