19 julio, 2006

Corazón.

Visito a mi madre en su residencia al caer la tarde, después de mi charla en un curso de verano en Avilés. Comenzaba a llover. Está muy poco consciente, débil, agotada. Ese corazón ya no puede repartir energía por su cabeza y su cuerpo que se achica. Y hoy tiene fiebre, arde. Estoy con ella unas horas a solas y le pongo paños fríos en la frente para aliviarle la calentura. Le hablo y mueve la cabeza tenuemente para responderme. Sólo un par de veces logro que entreabra los ojos. Pienso mucho en silencio al principio, pero luego caigo en la cuenta de que oye todo y creo que posiblemente le gusta que le cuente cosas. La animo a que resista, pese a que sé que instintivamente y sin aspavientos se va acomodando para el definitivo viaje, aceptando el final con la naturalidad de esa parte animal que conservamos siempre para los momentos extremos y que nos honra y nos eleva.
Luego se me ocurre repetir lo que más le gusta en los últimos tiempos, que cantemos juntos las canciones de la tierra de los dos y de los tiempos de ella. Me sigue sin abrir los ojos, sólo moviendo levemente los labios, y le retorna a la boca la expresión de niña que tanto le noto estas semanas. Así vamos repasando juntos, con mi voz y con su alma, los viejos cantares.
Fui al Cristo y enamoreme,
mal haya de enamorar.
Desde que te vi aquel día,
morena mía, ya no te podré olvidar.

O aquella otra:
Soy de Verdiciu,
nací a la vera
del cabu Peñes
xunto a la mar
.

O la de:
Baxaron cuatro alleranos,
todos cuatro de madreñes
y en Santullano pidieron
fabes, tocín y morcielles.
Les fabes non taben buenes,
morciella no había ninguna,
el tocín taba en el gochu,
válgame Dios qué fartura.

Me pareció que sonreía, allá en el fondo. Ansiaba, seguro, esa juventud nueva a la que se acerca, para quedarse, ese mar de recuerdos eternos.
Antes de irme la propuse un trato, que resistiera unos días más para que, a cambio, el domingo podamos ir a llevarle ese ramo de flores que también es suyo, porque la ayuda a perpetuarse y le permitirá viajar tranquila, aún más tranquila. Asintió con más energía. Pero haga lo que haga, está ya para siempre en su derecho, y hará bien. No me debe nada, nada.
Al irme la besé de nuevo y acerqué mi cara a su boca y le pedí que me diera un beso. Me dio tres, con los ojos cerrados y las últimas fuerzas. Creo que ya está descansando en paz.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Que sea ligero el paso cuando uno es acompañado así. Ligero para los dos. Dónde lograr la serenidad para hacer ese paseo por el lado de acá, una vez caídos los mitos y cuando la resignación no sabe a tanto...
Un fuerte abrazo en estos meses de despedidas.
ATMC

Anónimo dijo...

Un abrazo. Las cosas llegan. Quedese con lo mejor. Emocionante y digno. Mucho.

Tumbaíto dijo...

Las madres siempre dan más de lo que tienen. Supongo que pueden darse a ellas mismas.

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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