11 abril, 2007

Elogio del "voyeur". Por Francisco Sosa Wagner

El varón bien constituido es un “voyeur” en el buen sentido de la palabra, es decir un sujeto que mira, que observa a las personas del sexo contrario. En nuestro idioma se dice “mirón” pero el hecho de que se use con tanta normalidad la palabra francesa es porque está revestida de un halo pecaminoso, propio de lo que nuestro subconsciente colectivo asocia a lo que viene de Francia. Pues hasta que empezaron a llegar a estas tierras las suecas y las alemanas, tan lejanas como pingües, las mujeres francesas poblaban nuestros sueños, eran las “flores del mal” del jardín de unos deseos que se nos amontonaban como esos deberes escolares que nunca terminábamos.
Digamos “mirón” o digamos “voyeur” es preciso reivindicar el honor de tales inclinaciones, su perfecta normalidad y su acomodación a las más rigurosas exigencias de la higiene y la salud. Me refiero al “voyeur” que practica con desparpajo, sin complejos, limpiamente. Abomino sin embargo del “mirón” que se vale de un catalejo o utiliza una cerradura o un resquicio, o triquiñuelas como un espejo o una cámara. En la Orden observante del “voyeur” lo único admitido por su regla es el uso de la ventana -como en “la ventana indiscreta” de Hitchcock- o las gafas. Las oscuras son recurso desde siempre aceptado en la caza voyeurística porque se trata de un artificio modesto, ajeno pues a suspicacias mal intencionadas.
¿Puede o no puede el “voyeur” entregarse al comentario oral con amigos cercanos acerca de las pujanzas y otros excesos o muestras del brío corporal que ha podido contemplar? Por supuesto, puede. Es más, la práctica que estoy analizando se enriquece con el uso de la palabra, siempre un lujo si está seleccionada con exactitud. ¿Y puede confiarlas a Diarios, Memorias íntimas o escritos? Con mucha mayor razón ¿de qué elementos estaría compuesta la literatura erótica si no fuera por la fuerza que le ha prestado la práctica del “voyeurismo”? Ni Boccaccio hubiera escrito el Decamerón, ni François Villon sus Poesías, ni el marqués de Sade los infortunios de la virtud ... Pues ¿qué decir de los Diarios de Anais Nin donde no hay página sin la adecuada exaltación del sexo y sus recovecos más excéntricos?
Es decir, que loa al “voyeur” y que sea por muchos años. Se habrá colegido de lo que vengo sosteniendo que solo placer se obtiene de tales prácticas. Y, sin embargo, es mi deber advertir que no es así, que hay sorpresas inesperadas y no necesariamente positivas. Pues sépase que el “mirón” no es un ser en perpetua complacencia sino que a menudo se ve en la dolorosa necesidad de anotar cambios en lo que observa del cuerpo femenino que no le resultan enteramente satisfactorios.
Tal es el caso de las manipulaciones a que las actuales mujeres someten sus zonas pilosas, antes dadas a la exuberancia y, sobre todo, a un adorable desorden. Lo excitante de las antiguas disposiciones capilares es que procuraba las mejores sorpresas y era como vivir una aventura ir descubriendo poco a poco lo que de singular e intransferible había en cada cuerpo. La originalidad, propia de cada mujer, era tenida por ellas como un timbre de gloria que los hombres no solo respetábamos sino que admirábamos. También como un atractivo único pues que las diferenciaba en aspectos muy íntimos de su conformación.
Todo esto, ay, se ha venido abajo. ¿Cómo? ¿Cuál es la causa? Cualquiera lo sabe, me temo que la imposición de modas por parte de esos dictadores nuevos que son quienes determinan el formato de las caderas o el carácter adelantado o retraído de los pechos. O acaso se deba a un capricho de algunas de esas modelos resbaladizas que se exhiben en las pasarelas.
Pero lo cierto es que, en la época de las identidades y de los hechos diferenciales, uno de los más descollantes, se ha diluido y ello nos obliga a ver briznas de hierba allí donde hubo ubérrimas selvas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Nella contemplazione delle cose sta la calma serena e il piacere della vita.

Lopera_in_the_nest dijo...

Fue el "maestro de maestros", Charles Darwin, uno de los mayores "mirones" de la Historia. Miraba, reflexionaba, discutía, y finalmente sacaba conclusiones, o mejor aún, planteba un modelo para explicar la Naturaleza. En definitiva era un científico. Ahora el hombre (o mujer que hay que ser políticamente correcto) está "manipulando" la Naturaleza y parece que es más difícil sacar conclusiones, o crear modelos, que no son sino idealizaciones (o mejor fantasías).
En definitva maestro Sosa, estoy de acuerdo con Vd.