21 abril, 2007

Plagios, chapuzas, desmanes. Hagan juego.

Están los partidos como para autosumergirse en la taza del retrete y tirar de la cadena. Un día pillan al PP de Melilla encargando por su cuenta papeletas electorales en una imprenta y Acebes explica que qué importa, si, total, hasta se pueden bajar de internet las papeletas de marras. Uno no sabe si Acebes nos toma el pelo o si el hombre es así, tal como se muestra, que manda carallo.
Y otro día el candidato del PSOE por Canarias, López Aguilar, tenido por la última esperanza de una jerarquía psoebrista que tiene rostro de cemento y mañas calabresas, presenta una lista de medidas de su programa electoral que están plagiadas a pelo del pasado programa electoral de Ciutadans. Alucina, vecina.
Este asunto del plagio me recordó una sabrosísima anécdota de la última campaña para las elecciones a Rector de la Universidad de León. Uno de los candidatos, economista de oficio, presentó un programa escrito la mar de gordo y prolijo. Estas cosas nadie suele leerlas, pero a algún pervertido se le ocurrió echar un vistazo a fondo y, oh sorpresa, se encontró en el texto con varias referencias a las medidas que le convienen a la Universidad de Extremadura. ¿Extremadura? Sí, he escrito bien, las elecciones eran en León, pero se hablaba de la Universidad de Extremadura. No fue difícil averiguar la razón: el programa estaba copiado, hasta en esos pequeños detalles, de uno que había presentado un candidato poco antes para las elecciones a Rector de aquella Universidad, la de Extremadura.
Oiga, y se pone uno a meditar y mire qué curiosas coincidencias descubre. Este candidato a Rector que he dicho, catedrático de Universidad. López Aguilar, catedrático de Universidad. El que le organizó el apaño del plagio, un tal Juan Romero Pi, catedrático de Universidad. Uy, uy, uy. Qué duda cabe de que no todos los catedráticos plagian, ni muchísimo menos. Pero, caramba, parece que la mayoría de los que andan en tan turbios negocios son catedráticos o llegan a tales. Así que, ante la duda y admitiendo que pueden pagar justos por pecadores, usted nunca le preste un mechero ni diez euros a un catedrático. Y unos folios hermosamente escritos tampoco. No vaya a encontrárselos en un programa electoral cualquier día. Y, para colmo, si pierden las elecciones dirán que la culpa fue suya de usted, por no escribir mejor. A lo mejor hasta le obligan a dimitir. A usted, naturalmente.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que bueno.

Anónimo dijo...

Sí, hubo una vez un mundo en el que ser catedrático tenía prestigio ...

De esos ecos pasados se alimentan los juegos lingüísticos que nos ¿sorprenden?

Que pasan por el uso fuerte, fundante, del verbo "ser". Decir "Manolito es CU" debería ser interpretado cautamente como "la vida ha llevado a Manolito a trabajar como funcionario de la administración pública con rango de CU; sigamos inquiriendo, que de todo puede haber".

En vez de escoger ese camino prudente, cumplimos tres operaciones raras, "de mal rollo" como se dice ahora: 1) construimos un compendio de virtudes intelectuales y éticas, como síntesis (probablemente imaginaria) de Bobbios, Planckes y Unamunos (quienes, de forma relativamente accidental, fueron CU, mientras que hacían cosas sustanciales; sustancia que proyectamos incautamente sobre las dos letritas, olvidando los miles y miles de contraejemplos que han sido y serán), 2) identificamos radical, esencialmente a Manolito con dicho compendio, 3) cual cocinero que vomita al probar la cucharada del guiso donde echó amorosamente salfumán, después de saltear cuidadosamente los preservativos usados recogidos de aceras malfamadas en aceite ennegrecido de motor diesel, nos horrorizamos ante la incoherencia del resultado.

Saludos divertidos,