06 febrero, 2008

Montadores

Quieto parao, esta vez no va de rectores, aunque el título engañe. Me apresuro a aclarar a qué me refiero: al montaje de muebles, ingenios mecánicos y toda clase de chismes. Esto es, al enésimo hallazgo para convertir nuestras vidas privadas en un infierno y la paz de los hogares en un loco laboratorio de ingeniería.
Pasaron para siempre aquellos gloriosos tiempos en los que un sujeto compraba un cachivache cualquiera, pagaba a tocateja o como buenamente podía y recibía el preciado bien en su casa, acompañado de un señor o varios, que procedían con mano maestra a su ensamblaje, presentación y puesta a punto. Ahora ya no es así.
En estos tiempos en que la calidad de vida se mide en dígitos incomprensibles y promedios inescrutables, uno adquiere cualquier cosa y la recibe en un envoltorio descorazonadoramente pequeño. El primer reto consiste en abrir el embalaje, con cintas y pegamentos a prueba de manos inexpertas. Así que lo primero que uno ha de procurarse es un buen equipo de tijeras de todos los tamaños, cuchillas y hasta dagas y puñales de diferentes culturas. Cuando, con varias magulladuras y cortes en las manos, consigue al fin acceder a las entrañas del paquete, se topa con un amasijo de piezas y una bolsa con tornillos tuercas y extrañas llaves maestras. A base de revolver en tan desconcertante amasijo, acaba por aparecer un folleto en letra minúscula y lleno de esquemas, diagramas y planos. Después de dar con las gafas, objeto siempre necesario cuando la presbicia acompaña a la edad y que nunca está donde se lo supone, se hace una nueva constatación descorazonadora: el escueto papelillo que encierra lo que sólo con gran generosidad se puede llamar instrucciones, aparece en veinte idiomas. Si hay suerte y uno de ellos es el español –imagino la desesperación de los euskeroparalantes y catalanoadictos- el avance es menor del esperable, pues la redacción diríase obra de un burócrata ministerial o traducción pedestre de un esquimal disléxico.
Bien armados de paciencia, localizamos las piezas y las extendemos por el suelo, ocupando buena parte del exiguo apartamento que, de tal guisa, pierde su ya escasa habitabilidad. Las horas siguientes son de sudores, blasfemias o, si la víctima es creyente y practicante, castizas expresiones tipo cáspita, jolines, repámpanos, cagoenlaputaleche y, quieras que no, rediós, en simpático crescendo. En este punto y pasado ese medio día de intenso disfrute en el que resuenan las amables admoniciones de la pareja que te dice aquello de “pues en la tienda dijeron que era muy fácil” o “si estuviera aquí mi padre, esto ya estaría listo hace horas”, la ciudadanía masculina se divide en tres grupos: los que se rinden y se van para el bar sin propósito firme de retornar al casa algún día, los que perseveran y se gastan las vacaciones enteras para nada y los que llaman, con inefable sensación de minusvalía, a ese dichoso cuñado manitas que todos tenemos y que en la próxima comida familiar se va a solazar con tu íntimo fracaso.
Mi última experiencia fue con una cuna y un cacharro de ésos que llaman trona. En la tienda los ves armados y, feliz, señalas con el dedo: ése. El sádico vendedor te dice que vale y que ya te lo van a enviar perfectamente desmontado en su caja. Tú insistes: no, no, quiero ése y lo quiero así como está. La réplica te pone en tu sitio: es que así no lo servimos porque no entra en la furgoneta. Bueno, pero el que lo lleva lo montará, ¿no? Y te contesta, impasible: no, montadores no tenemos. Y agrega: pero no se preocupe, esto lo arma hasta un niño.
El nuevo incidente es con el porteador, que te lo deja en la puerta de tu casa y se niega a meterlo dentro, pues tales pasos adicionales rebasan su obligación y, además, tiene mucha prisa. Lo arrastras tú como buenamente puedes y tu hernia te permite, dejando en el parquet un indeleble recuerdo de tus padecimientos y tu escasa maña.
¿Cuántas energías gastan al año los honestos padres de familia en tareas tan imposibles? ¿Cuántos divorcios provoca el montaje doméstico de artilugios? ¿Cuántos trastornos psíquicos irreversibles causa ese duro bregar con piezas y cuñados? ¿A qué estadios primitivos de la civilización nos retrotrae ese paradigma Ikea que todo lo invade? Da igual lo que compres, un teléfono móvil, un ordenador, una estantería, una lámpara, un juego de látigos y correas, todo te viene desmontado y listo para rebajarte la autoestima.
Convendría rastrear cuándo y cómo comenzó esa degradación, en qué momento se nos igualó por abajo y se hizo de todos nosotros unos torpes aprendices de carpintero, electricista, albañil y estibador, siervos de la gleba, esclavos de la gubia. Manejo la siguiente hipótesis al respecto: todo comenzó cuando el capitalismo suprimió los calzoncillos con agujero, sustituyéndolos por esos slips que nos fuerzan a los gestos y posturas más innobles. No hay más que ver los baños masculinos de cualquier bar concurrido y a los que pretenden orinar retorciéndose y escarbándose las entretelas cual si bucearan en su propia inanidad, para darse cuenta de que en estos tiempos a los varones se nos quiere humillados, sometidos y ocupados en menesteres que podrían ser mucho más llevaderos.
No está lejana la época en que usted comprará una casa y, después de firmar la escritura del inmueble y de la hipoteca, lo llevarán a un solar donde hallará, perfectamente empaquetados, ladrillos y cementos, con una bolsita de paletas de distintos tamaños y un folleto con las indicaciones en sueco. No le costará menos, pero deberá dar las gracias a la constructora que ya no construye, pues le permite realizarse como arquitecto y peón a un tiempo y, cual penitente, ocupar los años que le queden de vida en el montaje de ese nido de amor.
Y encima nos pedirán que seamos tiernos y comprensivos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

EN DEFENSA DE LA FAMILIA

La única familia santa, la de dos personas de cualesquiera de los posibles sexos, unidos para siempre por el Rito Hipotecario, se ve AMENAZADA por la moda IKEA.

Montar una simple estantería pone a prueba el más sólido de los amores. Frases como: "¿pero es que no ves que la parte curva es para delante?" o "mira, deja: ya lo hago yo" son los peligros que acechan y pueden conducir a una pareja santa, encarnación perfecta de la Sociedad de Gananciales, al ¡¡DIVORCIO!!

Amigos: no hagan esto solos en casa.

Anónimo dijo...

Mi primera lección armando trastos de éstos, por si a alguien le resulta útil, es que siempre que nos parezca que hay más de una manera de hacer algo (encajar, atornillar, poner esa tabla con tal o cual orientación...) es que vamos por mal camino.