19 junio, 2010

¿Hosteleros o piratas?

(Publicado el pasado jueves en El Mundo de León).
Primero les cuento el caso y luego, si les parece, lo comentamos. Les sucedió hace muy poco a unos familiares míos. Acudieron a un local en el que los fines de semana actúan monologuistas que algunos conocen de la tele. El número estaba previsto para las diez de la noche. Por supuesto, no comenzó hasta las once y cuarto, para que los que aguardan consuman como es debido y el chiringuito haga caja. A fin de retener bien al personal y de que siga comiendo y bebiendo, se anuncia el sorteo de una espléndida cena con el monologuista de la semana siguiente, en un restaurante cercano. Tocó a mis parientes.
Para esa cena con el artista de las narices los citaron a las nueve menos cuarto, junto con la otra pareja “afortunada”. A las diez y cuarto no había rastro ni del famosillo con ínfulas ni de nadie que diera una explicación. Hasta que un camarero se apiada y les habla tal que así: “Más vale que vayan cenando, pues generalmente el monologuista de turno no aparece”. ¿Y no avisa?, preguntan. No, no avisa. Para qué decir que, en la espera, ya habían tomado y pagado unas cervezas. Se consuelan imaginando lo sabrosos que serán los platos. Pero no, un menú de lo más cutre: ensalada mixta muy poco mixta, un par de filetillos de lomo con patatas fritas y sin unos tristes pimientos para dar color. El color vino con el postre: unas lonchas de queso con moho. Lo del queso con moho no es marca ni denominación de origen, era moho del de toda la vida, verde. Hay fotos. Cuando se quejan del estado del queso, el camarero dice “huy, esto no era de aquí”, y se lo lleva a otra mesa. Supongo que habría una cena de ciegos allí al lado.
Mientras nadábamos en la abundancia, todo el monte era orégano y cualquier cretino se hacía de oro. La crisis pondrá a cada uno en su sitio. Los consumidores y clientes aprenderemos de nuevo a gastar donde no nos estafen, a comprar donde nos traten bien y a comer donde no quieran envenenarnos. Nuestros abuelos lo hacían así, pero cuando nos volvimos nuevos ricos se nos olvidó esa sana precaución. A los desaprensivos deberíamos echarlos al pilón o tirarlos al río. Si esto parece muy violento, también cabe meterles un pleito. Para que aprendan. Ya no estamos para bromas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me haces una gracia. Nadie da duros a dos pesetas.

Javier dijo...

¡Qué infame irreverencia hacia las dolientes clases medias! No es necesario que los de la chistera se ensucien las manos personalmente, ya lo hacen sus lacayos... ¿Nosotros?

Quizá si esos familiares no hubieran salido a cenar... Quizá si se hubieran quedado en casa leyendo un libro en lugar de ver la tele... Quizá si no les gustara tanto el circo... Quizá...

Un abrazo.

Carmen dijo...

Hombre,¿a quién se le ocurre aceptar como premio cenar con un tipo desconocido? Eso es un castigo, oiga.
Anda queee...pelín masocas sus parientes.

Un cordial saludo.