Queridos todos:
Han pasado un par de semanas desde mi última comunicación, así que ya tocaba contar algunas cosas más de estas tierras del norte. En esta ocasión quiero hablaros de una parte muy importante de Finlandia: sus habitantes. Para empezar, debéis saber que esta gente va muy a su aire, esto es, que cada uno viste, piensa y actúa como mejor le parece y, muy importante, que no se mete en cómo el resto de la gente viste, piensa y actúa. Aun no tengo claro si se trata de que son muy individualistas y les importa un rábano lo que haga el prójimo o si son excesivamente respetuosos con la libertad ajena. En cualquier caso, no me parece nada mal. Esto implica, eso sí, que uno se topa por la calle con gente de lo más variopinto. Creo que lo que más me llama la atención, de momento, es la moda, sobre todo femenina, de llevar el pelo a colores. Entiéndaseme. No es que cada una lo lleve de un color, por variado que sea, sino que cada una lleva varios colores intercalados. Y lo curioso es que el efecto está tan bien logrado que al menos yo no sabría decir cuál de todos es el original...
Pero vamos a lo que interesa: ¿cómo se relaciona esta gente? Bueno, durante mi primer mes todo el mundo era muy cordial conmigo, esto es, me saludaban y esas cosas, pero poco más. Pero entonces llegó el verano y la gente joven de la facultad convocó a los jóvenes investigadores del edificio a lo que se presentaba como una ocasión que ni pintada para conocer a gente. Se trataba de celebrar el fin del invierno tomando algo mientras jugábamos al "mölkky" y después continuar la velada. Veamos cómo se desarrollaron los acontecimientos.
Ante todo, lo primero que me interesó fue saber qué era eso del "mölkky", más que nada por si había que llevar indumentaria específica para correr (me sonaba a carreras de sacos o algo parecido, no sabría decir por qué), pero como respuesta obtuve simplemente un correo diciendo algo así como "se trata de tirar un trozo de madera contra otros". Sonaba apasionante, vamos. Pero aun así, allí me planté. Había un montón de gente y lo primero que se hizo fue descorchar unas botellas de cava catalán... interesante ritual. Una vez que la gente tenía ya cierto puntillo, sacaron el famoso mölkky. A ver cómo os lo explico: se trata de una especie de bolos de madera numerados del 1 al 12 que se colocan en bloque a una cierta distancia; con un cilindro de madera cada jugador (en este caso hicimos equipos) derriba los bolos esos teniendo en cuenta que: (1) si derribas un bolo, sumas el número que le corresponde; (2) si derribas más de uno, sumas tantos puntos como bolos derribados; (3) los bolos derribados se ponen de pie en el lugar en el que hayan quedado; (4) el objetivo es llegar a un número determinado de puntos; (5) si te pasas, tienes que empezar de cero pero el número de puntos a conseguir se reduce a la mitad. Más o menos este es el juego. Como todo el mundo iba medio piripi (a las cinco de la tarde se empezaba con el cava, y esta gente come muy temprano, como a mediodía o la una), la precisión digamos que brillaba por su ausencia. Vamos, que el cilindro de madera salía disparado hacia las más insospechadas direcciones si tu intención es derribar alguno de los bolos que están frente a ti, lo que suponía un peligro para los demás competidores. Como yo me mantenía sobrio, pude evitar todo tipo de agresiones y demostrar buena aptitud para el jueguecito en particular. Desde entonces entre esta gente España se identifica con un país de gente muy precisa y habilidosa, así que cuando vengáis no destrocéis nuestra bien labrada reputación en juegos tipo petanca...
Bueno, como el cava se terminó en un pis-pás, porque esta gente bebe a un ritmo frenético, las mieles de la victoria no se pudieron saborear el tiempo que merecían, porque se decidió ir a un bar a tomar algo. A media manzana de la universidad está el Café Belge, lugar de moda donde la gente se toma sus copas, puede cenar, estar en la terraza, etc. Y, cómo no, tomar champán. Como éramos más de treinta personas, subimos a una zona que me resultó curiosa: la Groovy Library. Resulta que en una biblioteca plagada de libros, muchos de ellos en francés (aunque a tenor de cómo están las cosas por aquél país deberían incrementar el repertorio en flamenco), han montado un bar de copas. Muy curioso. Ojeé unos ejemplares de Tintín mientras charlábamos y tomábamos algo. Eso sí, no entendáis por bar de copas lo que es en España. No, aquí hay mesas, y viene a ser algo parecido a lo que en nuestro país sería una cafetería con algo de música (y mucho dinero invertido en decoración).
Al cabo de un tiempo, la gente empezó a irse. Eso sí, sin decir ni adiós. Curioso... Finalmente quedábamos cinco, y bromeábamos especulando con aquello de "me voy, que tengo una fiesta privada". Vamos, que intentábamos explicarnos por qué nadie nos decía a dónde iban o si nos apetecía acompañarles. La mínima cortesía sería recurrir a la excusa de la fiesta privada, nos decíamos. Para nuestra sorpresa, buena parte de la gente con la que estábamos tomando algo nos la encontramos al salir de la biblioteca, justo en la terraza del local... Curiosa forma de hacer piña. Pero allí estábamos los mediterráneos para echarle cara al asunto y quedarnos de charla. Al rato, la misma situación... la gente que se va y finalmente, ya a eso de las once de la noche, quedamos unas ocho personas. Tres tienen hambre y proponen ir a un restaurante a cenar algo. El sector mediterráneo no puede más que aceptar la propuesta, a fin de conocer un poco más a la gente local. Tras la media hora precisa para decidir a dónde ir ("a mí me da igual", "no tengo demasiada hambre", "nosotros somos nuevos aquí, así que...") se opta por un local determinado, apenas a una manzana. Llegamos y nos plantamos en la puerta. Por alguna extraña razón nadie entra. En ese momento, un aborigen de la minoría suecoparlante (discriminados socialmente en cierta medida, por cierto; habrá que hablar de ello en otro correo) me pregunta por mi camiseta. Le respondo. Me doy la vuelta para entrar en el restaurante y... ¡flop! Todo el mundo había desaparecido menos Massimo. "¿Ya han entrado?"; "No, se han ido"; "¿Cómo que se han ido?"; "Sí, han dicho que se iban de manera repentina y se han largado". Agucé la vista, para ver si adivinaba su perfil escabulléndose entre la gente, pero se ve que son profesionales en esto de la huida: no había ni rastro de ellos. Así que estábamos tres personas que no queríamos cenar en la puerta del restaurante... y decidimos irnos a un bar a tomar algo y hablar de estas rarezas de los nativos. Curiosa noche, la verdad.
El segundo contacto social vino propiciado por una de las directoras del centro en el que trabajo. Es tradición que con la llegada del verano organice una barbacoa en su casa, así que allí nos plantamos un montón de gente joven preparados para lo que se presumía una fiesta. Al menos esa es la palabra que nos repetían en al invitarnos. El problema fue que alguien se olvidó de llevar el "mölkky". Así que, huérfanos de trozos de madera a través de los cuales canalizar la agresividad mediante la acción de derribo, nos sentamos en torno a una mesa de la que empezaron a brotar botellas de champán francés y vinos espumosos italianos. Curiosa la afición de esta gente por este tipo de bebidas... yo me los imaginaba más apegados al vodka. Bueno, unas cuantas botellas más tarde, comida en plan barbacoa típica finlandesa. Y así se nos pasaron las horas, desde las cuatro de la tarde a las doce de la noche. Sentados, quiero decir. En algún momento moví animadamente un pie siguiendo el ritmo de alguna música y la gente se revolucionó, ¡mira qué marchoso el español!". Yo no daba crédito, la verdad. Esta sensación la corroboré asistiendo a un concierto hace unos días. Amigos, el público finlandés es el más gélido que uno se pueda echar a la cara: ni una palabra, ni un movimiento, ni un signo de emoción cuando la banda de turno interpretaba sus canciones. Eso sí, parece que les encantó el concierto, porque cuando terminaron nadie se movía de su sitio y las camisetas se agotaron. Vamos, en mi opinión, un cierto desconcierto de concierto.
Bueno, de momento voy a dejarlo aquí. Seguro que os cuento más cosas de los originales habitantes de estas tierras en próximos correos, pero por hoy es suficiente, que hay que aprovechar el domingo soleado. ¡Besos y abrazos para todos!
Han pasado un par de semanas desde mi última comunicación, así que ya tocaba contar algunas cosas más de estas tierras del norte. En esta ocasión quiero hablaros de una parte muy importante de Finlandia: sus habitantes. Para empezar, debéis saber que esta gente va muy a su aire, esto es, que cada uno viste, piensa y actúa como mejor le parece y, muy importante, que no se mete en cómo el resto de la gente viste, piensa y actúa. Aun no tengo claro si se trata de que son muy individualistas y les importa un rábano lo que haga el prójimo o si son excesivamente respetuosos con la libertad ajena. En cualquier caso, no me parece nada mal. Esto implica, eso sí, que uno se topa por la calle con gente de lo más variopinto. Creo que lo que más me llama la atención, de momento, es la moda, sobre todo femenina, de llevar el pelo a colores. Entiéndaseme. No es que cada una lo lleve de un color, por variado que sea, sino que cada una lleva varios colores intercalados. Y lo curioso es que el efecto está tan bien logrado que al menos yo no sabría decir cuál de todos es el original...
Pero vamos a lo que interesa: ¿cómo se relaciona esta gente? Bueno, durante mi primer mes todo el mundo era muy cordial conmigo, esto es, me saludaban y esas cosas, pero poco más. Pero entonces llegó el verano y la gente joven de la facultad convocó a los jóvenes investigadores del edificio a lo que se presentaba como una ocasión que ni pintada para conocer a gente. Se trataba de celebrar el fin del invierno tomando algo mientras jugábamos al "mölkky" y después continuar la velada. Veamos cómo se desarrollaron los acontecimientos.
Ante todo, lo primero que me interesó fue saber qué era eso del "mölkky", más que nada por si había que llevar indumentaria específica para correr (me sonaba a carreras de sacos o algo parecido, no sabría decir por qué), pero como respuesta obtuve simplemente un correo diciendo algo así como "se trata de tirar un trozo de madera contra otros". Sonaba apasionante, vamos. Pero aun así, allí me planté. Había un montón de gente y lo primero que se hizo fue descorchar unas botellas de cava catalán... interesante ritual. Una vez que la gente tenía ya cierto puntillo, sacaron el famoso mölkky. A ver cómo os lo explico: se trata de una especie de bolos de madera numerados del 1 al 12 que se colocan en bloque a una cierta distancia; con un cilindro de madera cada jugador (en este caso hicimos equipos) derriba los bolos esos teniendo en cuenta que: (1) si derribas un bolo, sumas el número que le corresponde; (2) si derribas más de uno, sumas tantos puntos como bolos derribados; (3) los bolos derribados se ponen de pie en el lugar en el que hayan quedado; (4) el objetivo es llegar a un número determinado de puntos; (5) si te pasas, tienes que empezar de cero pero el número de puntos a conseguir se reduce a la mitad. Más o menos este es el juego. Como todo el mundo iba medio piripi (a las cinco de la tarde se empezaba con el cava, y esta gente come muy temprano, como a mediodía o la una), la precisión digamos que brillaba por su ausencia. Vamos, que el cilindro de madera salía disparado hacia las más insospechadas direcciones si tu intención es derribar alguno de los bolos que están frente a ti, lo que suponía un peligro para los demás competidores. Como yo me mantenía sobrio, pude evitar todo tipo de agresiones y demostrar buena aptitud para el jueguecito en particular. Desde entonces entre esta gente España se identifica con un país de gente muy precisa y habilidosa, así que cuando vengáis no destrocéis nuestra bien labrada reputación en juegos tipo petanca...
Bueno, como el cava se terminó en un pis-pás, porque esta gente bebe a un ritmo frenético, las mieles de la victoria no se pudieron saborear el tiempo que merecían, porque se decidió ir a un bar a tomar algo. A media manzana de la universidad está el Café Belge, lugar de moda donde la gente se toma sus copas, puede cenar, estar en la terraza, etc. Y, cómo no, tomar champán. Como éramos más de treinta personas, subimos a una zona que me resultó curiosa: la Groovy Library. Resulta que en una biblioteca plagada de libros, muchos de ellos en francés (aunque a tenor de cómo están las cosas por aquél país deberían incrementar el repertorio en flamenco), han montado un bar de copas. Muy curioso. Ojeé unos ejemplares de Tintín mientras charlábamos y tomábamos algo. Eso sí, no entendáis por bar de copas lo que es en España. No, aquí hay mesas, y viene a ser algo parecido a lo que en nuestro país sería una cafetería con algo de música (y mucho dinero invertido en decoración).
Al cabo de un tiempo, la gente empezó a irse. Eso sí, sin decir ni adiós. Curioso... Finalmente quedábamos cinco, y bromeábamos especulando con aquello de "me voy, que tengo una fiesta privada". Vamos, que intentábamos explicarnos por qué nadie nos decía a dónde iban o si nos apetecía acompañarles. La mínima cortesía sería recurrir a la excusa de la fiesta privada, nos decíamos. Para nuestra sorpresa, buena parte de la gente con la que estábamos tomando algo nos la encontramos al salir de la biblioteca, justo en la terraza del local... Curiosa forma de hacer piña. Pero allí estábamos los mediterráneos para echarle cara al asunto y quedarnos de charla. Al rato, la misma situación... la gente que se va y finalmente, ya a eso de las once de la noche, quedamos unas ocho personas. Tres tienen hambre y proponen ir a un restaurante a cenar algo. El sector mediterráneo no puede más que aceptar la propuesta, a fin de conocer un poco más a la gente local. Tras la media hora precisa para decidir a dónde ir ("a mí me da igual", "no tengo demasiada hambre", "nosotros somos nuevos aquí, así que...") se opta por un local determinado, apenas a una manzana. Llegamos y nos plantamos en la puerta. Por alguna extraña razón nadie entra. En ese momento, un aborigen de la minoría suecoparlante (discriminados socialmente en cierta medida, por cierto; habrá que hablar de ello en otro correo) me pregunta por mi camiseta. Le respondo. Me doy la vuelta para entrar en el restaurante y... ¡flop! Todo el mundo había desaparecido menos Massimo. "¿Ya han entrado?"; "No, se han ido"; "¿Cómo que se han ido?"; "Sí, han dicho que se iban de manera repentina y se han largado". Agucé la vista, para ver si adivinaba su perfil escabulléndose entre la gente, pero se ve que son profesionales en esto de la huida: no había ni rastro de ellos. Así que estábamos tres personas que no queríamos cenar en la puerta del restaurante... y decidimos irnos a un bar a tomar algo y hablar de estas rarezas de los nativos. Curiosa noche, la verdad.
El segundo contacto social vino propiciado por una de las directoras del centro en el que trabajo. Es tradición que con la llegada del verano organice una barbacoa en su casa, así que allí nos plantamos un montón de gente joven preparados para lo que se presumía una fiesta. Al menos esa es la palabra que nos repetían en al invitarnos. El problema fue que alguien se olvidó de llevar el "mölkky". Así que, huérfanos de trozos de madera a través de los cuales canalizar la agresividad mediante la acción de derribo, nos sentamos en torno a una mesa de la que empezaron a brotar botellas de champán francés y vinos espumosos italianos. Curiosa la afición de esta gente por este tipo de bebidas... yo me los imaginaba más apegados al vodka. Bueno, unas cuantas botellas más tarde, comida en plan barbacoa típica finlandesa. Y así se nos pasaron las horas, desde las cuatro de la tarde a las doce de la noche. Sentados, quiero decir. En algún momento moví animadamente un pie siguiendo el ritmo de alguna música y la gente se revolucionó, ¡mira qué marchoso el español!". Yo no daba crédito, la verdad. Esta sensación la corroboré asistiendo a un concierto hace unos días. Amigos, el público finlandés es el más gélido que uno se pueda echar a la cara: ni una palabra, ni un movimiento, ni un signo de emoción cuando la banda de turno interpretaba sus canciones. Eso sí, parece que les encantó el concierto, porque cuando terminaron nadie se movía de su sitio y las camisetas se agotaron. Vamos, en mi opinión, un cierto desconcierto de concierto.
Bueno, de momento voy a dejarlo aquí. Seguro que os cuento más cosas de los originales habitantes de estas tierras en próximos correos, pero por hoy es suficiente, que hay que aprovechar el domingo soleado. ¡Besos y abrazos para todos!
3 comentarios:
Pues tiene buena pinta, debe estar bien. Beben como nosotros, aunque empiezan antes, así pueden recuperarse y madrugar. Y no se meten en la vida de los demás, que en España es un arte destrozar la vida de los demás. Creo que me gusta, tenga cuidado el investigador no sea que se afincione. Este lo mismo no vuelve.
Las notas de junio, por diosssssssss¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
anonimo, las notas de junio, no veas.Uno que creía que lo tenia aprobado. Voy y me encuentro que no, para sep. Y pasando de ir a revisión ¿para qué? hagas o digas lo que digas o hagas siempre encontrarán justificación. El caso es que yo pienso que me lo ha hecho para joderme y no me saque mi titulo. Pues en septiembre iré y ya le canto las cuarenta como me suspenda asi como asi.
Publicar un comentario