No soy un refinado melómano (ni melómano ni refinado) ni un experto en música culta o de la otra. Simplemente, me gusta muchas veces estar a lo mío y que no me den la lata. Tampoco me apetece, por lo general, ser oyente pasivo de las melodías que a otros se les antojan. El silencio es buena compañía y marco ideal para disfrutar de un buen paisaje, un cielo hermoso, una comida apetitosa o hasta los ojos de una morena, por qué no. Pues no, no hay manera. Te obligan a músicas ajenas, te inoculan ritmos que no deseas, te hacen escuchar estrofas que te ponen la sensibilidad en fuga y te llevan a imaginar masacres.
Sevilla, hotel de altos vuelos, restaurante elevado desde el que se divisa un laberinto de calles y tejados y, a media distancia, la torre de la Giralda. Día extrañamente neblinoso, colores plomizos, espesura del aire. En el plato, una merluza del pincho con sensual turgencia en sus carnes; al lado, una copita de buen vino blanco; al alcance de la mano, la última novela de Vargas Llosa. Ando en viaje de trabajo, solo, pero no me digan que, incluso así, no se disfruta un rato largo.
Pues no, para eso ponen la música, para joderte la levitación. Para que no te emociones, para recordarte que eres un mindundi más o que, al menos, deberías serlo, si fueras demócrata y no te dieras esos aires de lírico intelectual. Cuando digo música, ya entienden lo que digo. Cancioncillas de ésas que todo el tiempo riman amor con dolor y corazón con pasión. Como late mi corazón cuando enciendo tu pasión y los besos de tu amor me quitan hasta el dolor. Qué hedor. Prodigios de la creatividad humana. Encima, hasta tendrán los del hotel que pagarle mordida a la SGAE por estos desahogos de grupetes que se deben de llamar cosas tales como Paquí y los Pimpollos o Cochinillos o Jennifer & Kevin Alejandro o yo qué sé.
Ojo, una noche cualquiera, con dos copas -bueno, cuatro- y unos amigos marchosos, un servidor se pone a tararear esas letras pueriles y a mover el cuerpo con semejantes ritmos escolares, sin problema; en vicios peores ha ido uno a pecar más de cuatro veces. Lo que no me explico es por qué en ambientes que se pretenden tranquilos, y hasta sofisticados, castigan a todo quisque con esas músicas en escabeche, quieras que no.
Me daban ganas de preguntarle al maître, nada más que para molestar un poco, si no tenían algo de Mahler. Pero temí que me contestara que no, pero que las coquinas de Huelva estaban fresquísimas. No me extrañaría que fuera otro grupo y que su exitazo actual se titulara “dame tu chirlita, amor, que me alivie este escozor”.
Sevilla, hotel de altos vuelos, restaurante elevado desde el que se divisa un laberinto de calles y tejados y, a media distancia, la torre de la Giralda. Día extrañamente neblinoso, colores plomizos, espesura del aire. En el plato, una merluza del pincho con sensual turgencia en sus carnes; al lado, una copita de buen vino blanco; al alcance de la mano, la última novela de Vargas Llosa. Ando en viaje de trabajo, solo, pero no me digan que, incluso así, no se disfruta un rato largo.
Pues no, para eso ponen la música, para joderte la levitación. Para que no te emociones, para recordarte que eres un mindundi más o que, al menos, deberías serlo, si fueras demócrata y no te dieras esos aires de lírico intelectual. Cuando digo música, ya entienden lo que digo. Cancioncillas de ésas que todo el tiempo riman amor con dolor y corazón con pasión. Como late mi corazón cuando enciendo tu pasión y los besos de tu amor me quitan hasta el dolor. Qué hedor. Prodigios de la creatividad humana. Encima, hasta tendrán los del hotel que pagarle mordida a la SGAE por estos desahogos de grupetes que se deben de llamar cosas tales como Paquí y los Pimpollos o Cochinillos o Jennifer & Kevin Alejandro o yo qué sé.
Ojo, una noche cualquiera, con dos copas -bueno, cuatro- y unos amigos marchosos, un servidor se pone a tararear esas letras pueriles y a mover el cuerpo con semejantes ritmos escolares, sin problema; en vicios peores ha ido uno a pecar más de cuatro veces. Lo que no me explico es por qué en ambientes que se pretenden tranquilos, y hasta sofisticados, castigan a todo quisque con esas músicas en escabeche, quieras que no.
Me daban ganas de preguntarle al maître, nada más que para molestar un poco, si no tenían algo de Mahler. Pero temí que me contestara que no, pero que las coquinas de Huelva estaban fresquísimas. No me extrañaría que fuera otro grupo y que su exitazo actual se titulara “dame tu chirlita, amor, que me alivie este escozor”.
2 comentarios:
Mahler, primera vez oigo referencia. Sevilla. me queda casi ajena. Me quedé en Málaga hace casi un par de años. Da vértigo. Era yo, con dos años menos. Pues, si. Bebe dos o cuatro. Yo siempre creo que controlo. Porque tengo horarios. Y cantidades como tú. Pero a veces, necesito una referencia-Yo pienso que bebo demasiado. pienso que necesito ayuda. pienso ya no me da vergüenza pedirla. Y si pienso que soy invisible. Nadie me ve.
Pero pienso que necesito ayuda en el tema profesional. A veces me desborda y descelebro dícese con cerveza o champán.(lee, paradoja¿?
Publicar un comentario