19 noviembre, 2011

Hans Kelsen y su "Defensa de la democracia"

Como el otro día contaba de pasada, acabo de traducir un pequeño artículo de Kelsen que aún no estaba en castellano y que se titula "Defensa de la democracia". Saldrá en un libro colectivo el año que viene, pero ahora mismo cuelgo aquí un par de fragmentos.
Téngase en cuenta que está escrito en 1932, en Alemania y en los estertores de la República de Weimar, de la que el propio Kelsen decía entonces que es "la Constitución más libre que jamás se ha dado un pueblo". Sabemos lo que pasó después.
Repárese también en el valor perenne de los clásicos y en cuán fácil es comprender que resulten molestos para tantos. Kelsen es un clásico de la teoría jurídica y de la teoría política y del Estado.
¿Acaso no nos concierne ahora mismo lo que dice sobre la democracia de los especialistas y sobre la usurpación del poder por los técnicos?
Ahí van las palabras de Kelsen.

Sorprendentemente, en el campo de de la teoría social, que en gran parte no es más que un ámbito de la ideología política, el juicio sobre el valor de la democracia se ha modificado súbitamente durante el último decenio. Se vuelve cada vez más pequeño el número de aquellos teóricos dispuestos a conceder alguna ventaja a esta forma de Estado, incluso es cada vez más escaso el número de los que se esfuerzan en aprehender su esencia con objetividad. En los círculos de los teóricos del Derecho Político y de la Sociología resulta hoy poco menos que una obviedad el hablar de la democracia en términos despectivos, mientras que cuenta como moderno el saludar a la dictadura, directa o indirectamente, como el alba de una nueva época. Y ese giro de la actitud “científica” va hombro con hombro con un cambio del frente filosófico: de la claridad del empirismo crítico propio del racionalismo, del que la democracia es espacio vital, empirismo crítico tachado ahora de superficial, se retorna a la oscuridad de la metafísica, oscuridad tenida por sinónimo de profundidad, se pasa al culto a una irracionalidad nebulosa, una atmósfera particular en la que vienen medrando a sus anchas las diversas formas de la autocracia. Este es el signo de los tiempos.

Por eso es hoy doblemente necesario, por eso es hoy más urgente que nunca que aquellos pocos que han mantenido sus cabezas libres de la obnubilación de las ideologías políticas se esfuercen en reflexionar sobre la verdadera esencia y el verdadero valor de esta democracia hoy tan vilipendiada, que se comprometan públicamente a favor de ese bien, antes de que su pérdida enseñe también a los otros lo que ellos mismos pierden. Aunque no sea como si aun cupiera una gran esperanza de que la pérdida pueda evitarse. Hoy, un amigo de la democracia se parece mucho a un médico en la cabecera de un enfermo grave: se prescribe el tratamiento, aun cuando casi han desaparecido las esperanzas de que el paciente se mantenga con vida. Mas el compromiso con la democracia sería también una obligación de cada demócrata, incluso en el caso de que cualquier intento de salvarla estuviera completamente abocado al fracaso. Hay también una fidelidad a la idea, que es independiente de las posibilidades de realizarla. Y hay agradecimiento por una idea que va más allá de la tumba de su realización.

(...)

Con todo, el principal argumento que una y otra vez los defensores de la dictadura traen a colación contra la democracia es este: que su principio básico, el principio mayoritario, es inadecuado para asegurar una objetivamente correcta formación de la voluntad comunitaria. No debe decidir la mayoría, que no ofrece ninguna garantía para el bien del orden así creado, pues el principio mayoritario no es más que un método para la formación de voluntades y no brinda ninguna determinación del contenido de la voluntad. Más bien deben gobernar los mejores. Desde Platón, esta ha sido siempre la fórmula con la que se ha luchado contra la democracia, sin haber logrado poner algo mejor en su lugar. Es una fórmula tan cautivadora en su función negativa como vacía en su función positiva. Pues que los mejores deben gobernar es una obviedad, pero el gobierno de los mejores únicamente significa que el orden social debe poner a los mejores en el lugar correcto. En eso todo el mundo estaría de acuerdo. Pero de lo que todo depende es de la respuesta a esta pregunta: qué es lo correcto, en qué consiste; y a esta otra: quién es el mejor, cuál es el método que con absoluta seguridad lleva a que el mejor y nada más que el mejor alcance el gobierno y se mantenga en él, aun contra el asalto de los malos. A esta pregunta, decisiva desde el punto de vista de la teoría social y de la praxis, no se da ninguna respuesta desde el lado de los contrarios a la democracia. Ellos esperan toda salvación del líder (Führer). Pero en la autocracia queda encerrada en una mística oscuridad la creación del líder (Führer), la cual en democracia ocurre bajo la clara luz de un procedimiento públicamente controlable: mediante la elección. En la autocracia el método racional es sustituido por la fe en un prodigio social. Ese líder (Führer) tocado por los dioses, que conoce el bien y lo quiere, cuya existencia simplemente se presupone, con lo que el problema técnico-social de la organización no es resuelto, sino apartado, ocultado mediante la ideología. Pero la realidad de las dictaduras nos enseña que es el poder el que decide, que como mejor cuenta el que somete a los otros. Bajo las tesis del derecho exclusivo de los mejores a gobernar se oculta nada más que un acrítico y milagrero culto al poder.

Con apoyo en la doctrina de que debe dominar el mejor, se mantiene por regla general la exigencia de que en todas o en todas las cuestiones objetivas debe decidir el especialista y, correlativamente, se opone a la organización democrática la organización corporativa. Tan correcto como resulta afirmar que los problemas técnicos, en el más amplio sentido de la expresión, no pueden solucionarse mediante decisiones de la mayoría, tan incorrecto es sostener que haya una contraposición esencial entre el principio democrático y el principio de especialización corporativa. Ha de tenerse en cuenta, primeramente algo que a menudo se pierde de vista, como es que en un sistema político el papel de los especialistas sólo puede ser un papel secundario. En un sistema político lo decisivo es la fijación de los objetivos sociales, y esa no es una tarea para especialistas. Una vez que se ha decidido sobre las metas sociales, puede entrar en juego la actividad de los especialistas, a fin de establecer cuáles son los medios adecuados para alcanzar los fines propuestos. Nada hay más corto de miras que la sobrevaloración de los especialistas, tan común en Alemania, nada lleva con más seguridad a la pérdida del derecho a autodeterminarse que la abdicación de la razón política en favor de un ideal de objetividad que en todas las épocas ha sido la más efectiva ideología de la autocracia. Los que ponen a los especialistas en un altar olvidan con cuánta frecuencia los expertos discuten entre sí, tanto en los campos puramente técnicos o científico-naturales como en el ámbito de la técnica social. Quién puede zanjar esos debates sino el no especialista, es decir, el político. Pues el establecimiento de los fines, la fijación de las metas, y especialmente la orientación de los objetivos sociales últimos, caen fuera del ámbito de las disquisiciones para especialistas, y tampoco la organización corporativa puede por sí brindar las necesarias decisiones. Conflictos de intereses y asuntos de poder sólo pueden dirimirse por vía democrática o autocrática, mediante compromiso o mediante dictado. La organización corporativa o el especialista solo caben como asesores, no como órganos decisorios, y como tales pueden acompañar tanto a un parlamento como a un dictador.


8 comentarios:

PABLO IGLESIAS dijo...

Kelsen defendió magistralmente una democracia teórica formal liberal, no un estado social más avanzado. Su crítica a los líderes como sustitutos de la democracia, es muy acertada hoy en día: triunfo total de una forma democrática formal muy devaluada por un sistema estatal de partidos, que no practican la democracia interna y promueven el clientelismo, la corrupción, política de medios y neopopulismo.

Vivimos en tecnoburocracias, donde en el terreno de las ideas, en las constituciones que fueron una vez democráticas y plebiscitadas, la ideología ultraliberal afirma mediante reformas, que los Estados no saben seleccionar proyectos de inversión eficaces que permiten modernizar el aparato productivo, mejorar infraestructuras básicas y ampliar el potencial de crecimiento de la economía. Se impide por los " técnicos "que los grandes proyectos de inversión productiva puedan financiarse y por tanto, llevarse a cabo, suponiendo ésto un cuestionamiento añadido de carácter permanente al gasto público social y obstaculizando
la extensión práctica de nuevos derechos sociales al dificultar sus posibilidades de financiación.
La ideología ultraliberal, que no pro democrática social, denuncia que los proyectos en los que se embarca el sector público están marcados, en todos los casos y ocasiones, por la corrupción, el despilfarro y la ineficiencia. A diferencia, claro está, de unas empresas privadas que en el imaginario neoliberal siempre realizan inversiones eficientes y productivas.
un librito: " EL SECUESTRO DE LA DEMOCRACIA. CORRUPCIÓN Y DOMINACIÓN POLÍTICA EN LA ESPAÑA ACTUAL ", de JOSÉ ANTONIO PIQUERAS, FRANCESC A. MARTÍNEZ, ANTONIO LAGUNA Y ANTONIO ALAMINOS. EDICIONES AKAL. MADRID, 2011.

PABLO IGLESIAS dijo...

Kelsen defendió magistralmente una democracia teórica formal liberal, no un estado social más avanzado. Su crítica a los líderes como sustitutos de la democracia, es muy acertada hoy en día: triunfo total de una forma democrática formal muy devaluada por un sistema estatal de partidos, que no practican la democracia interna y promueven el clientelismo, la corrupción, política de medios y neopopulismo.

Vivimos en tecnoburocracias, donde en el terreno de las ideas, en las constituciones que fueron una vez democráticas y plebiscitadas, la ideología ultraliberal afirma mediante reformas, que los Estados no saben seleccionar proyectos de inversión eficaces que permiten modernizar el aparato productivo, mejorar infraestructuras básicas y ampliar el potencial de crecimiento de la economía. Se impide por los " técnicos "que los grandes proyectos de inversión productiva puedan financiarse y por tanto, llevarse a cabo, suponiendo ésto un cuestionamiento añadido de carácter permanente al gasto público social y obstaculizando
la extensión práctica de nuevos derechos sociales al dificultar sus posibilidades de financiación.
La ideología ultraliberal, que no pro democrática social, denuncia que los proyectos en los que se embarca el sector público están marcados, en todos los casos y ocasiones, por la corrupción, el despilfarro y la ineficiencia. A diferencia, claro está, de unas empresas privadas que en el imaginario neoliberal siempre realizan inversiones eficientes y productivas.
un librito: " EL SECUESTRO DE LA DEMOCRACIA. CORRUPCIÓN Y DOMINACIÓN POLÍTICA EN LA ESPAÑA ACTUAL ", de JOSÉ ANTONIO PIQUERAS, FRANCESC A. MARTÍNEZ, ANTONIO LAGUNA Y ANTONIO ALAMINOS. EDICIONES AKAL. MADRID, 2011.

Gonzalo Ramirez Cleves dijo...

Felicitaciones Juan Antonio por esta publicación. Es necesario repasar a Kelsen y conocer toda su obra. Esencia y Valor de la democracia uno de los clásicos del siglo XX para entender la forma política del liberalismo. Una pregunta qué diferencias hay de este texto con el de Esencia y Valor?

Xaquín dijo...

No hai democracia perfecta, pero las actuales están dañadas por 2 tipos de catarro...que en el caso de no curarlos acaban siempre en dictadura...
El catarro que supone una mayoría amasada y adicta al seguimiento (de lo que sea) y el catarro que supone ese afán de poder que domina a ciertos individuos (de la ideología que sea)...
Y lo mismo que en el caso del "escabel y el gato" es difícil saber quien puede ponerle remedio sin efectos secundarios, de esos que desvirtuan el proceso de curación...

Anónimo dijo...

El texto podría pasar por contemporáneo. No ha perdido nada de actualidad. Me parecen muy acertados los planteamientos del Kelsen. No sabía que dominase tan bién el alemán como para poder hacer traducciones.

Juan Antonio García Amado dijo...

Estimado Gonzalo, este artículo de Kelsen es de 1932 y muy breve, nada más 1ue nueve páginas. Se publicó en la revista "Blätter der Staatspartei". No pretende la profundidad de "Esencia y valor...", sino que es más bien un texto militante contra quienes, con el nazismo a la vuelta de la esquina, criticaban la democracia y despreciaban la Constitución de Weimar.
Saludos.

Anónimo dijo...

JAGA tiene una monografía sobre este autor (Kelsen y la norma fundamental, 1996), además ha traducido otro texto mucho más largo del mismo autor (El Estado como integración: una controversia de principio, 2010). JAGA es cosa seria.

roland freisler dijo...

Hay que volver a lo de siempre. Desde el momento que cualquier persona llámese Kelsen o como se llame confunda democracia con partitocracia, no es admisible ya cualquier argumentación , por incapaz intelectual. Es como confundir velocidad con aceleración.