16 enero, 2014

Por qué los profesores preferimos una mala universidad



            Un amigo del sector de las ciencias duras me escribió así hoy temprano: “Esta mañana me dijeron que alguien famoso se marcha de España, y el corazón me dio un vuelco. ¿Quién será? ¿Urdangarín, Olvido Hormigos, Bárcenas, Ronaldinho, Belén Esteban, la Pantoja, Paquirrín, Mejuto...? Pues no, afortunadamente no es nadie realmente importante, es simplemente un tal Juan Carlos Izpisúa Belmonte, alguien que estudia no-se-qué cosas raras de "medicina regenerativa" en un centro de Barcelona que no conoce ni Dios”.

            Me quedé pensando un poco con las galletas en la mano y el café delante y me acordé de uno de mi gremio que conocí hace un mes en Alemania. Un tremendo erudito en temas de Filosofía del Derecho, Historia del pensamiento jurídico y Derecho constitucional. Es griego de nacimiento y, además de su lengua natal, habla perfectísimamente y sin una sola falta inglés, alemán y francés. Tiene un pequeño contrato en una universidad alemana y así va tirando. Me pregunté lo siguiente: si hablara y escribiera perfectamente español, por ejemplo porque tuviera pareja de aquí o aquí hubiera estudiado una buena temporada, ¿tendría alguna posibilidad en una universidad española? Ya saben cómo se responde a una pregunta así, con un no rotundo y certero.

            Veamos. Lo fácil es aducir que las universidades españolas están llenas, con sus plantillas sobrecargadas. Pero ¿llenas de qué? El tipo que tomo de ejemplo, se mire como se mire y se evalúe como se evalúe, es infinitamente mejor que por lo menos el ochenta por ciento de los que en España cobramos en las universidades públicas como filósofos del Derecho. En general, y no sólo de iusfilósofos o juristas, se sabe que en las universidades españolas hay como un treinta por ciento de profesores funcionarios que no tienen un solo sexenio de investigación, y más de un cincuenta por ciento que nada más que cuentan con uno, aunque por edad ya deberían andar por tres, cuatro o cinco.

            Precisemos mejor la cuestión teórica y luego buscamos hipótesis que para contestar. Póngase que ese profesor extranjero que tomo como referencia tenga, en una escala de 0 a 10, una calidad de 9, bien y objetivamente medida. Encontramos en diversas universidades españolas veinte o treinta del mismo gremio que, medidos con el mismo baremo, no pasan de 1 o 2. Pregunta: ¿por qué no pueden o quieren esas universidades deshacerse de esos paquetes y traer en su lugar al extranjero extraordinario, por el mismo sueldo?

            Entre las razones serias y verosímiles para explicar semejante absurdo, las hay más obvias y superficiales y más de fondo y menos visibles. De las primeras el repertorio es claro y no necesita más vueltas: a la sociedad le importa un bledo la universidad y la investigación, la mayoría de los “usuarios” prefieren profesores más torpes si con eso van a exigir menos, el gobierno universitario suele estar en manos de tarugos, los políticos que se ocupan de temas de educación e investigación generalmente tienen el coeficiente intelectual de una lombriz intestinal, etc., etc. Pero hay algo más, y muy determinante.

            Pensemos en una universidad que se propusiera fichar a ese extraordinario profesor extranjero (o español que está fuera de España) para que ocupara la plaza y el trabajo de dos perfectos inútiles de los que esa Universidad se va a deshacer. No nos planteemos ahora problemas legales e imaginemos que a esos dos ceporros se les prejubila con una pensión más alta que su sueldo anterior, para que se vayan contentos a tomar por el saco. ¿De dónde iban a surgir las resistencias?

            a) De los propios despedidos o prejubilados, naturalmente. Muchos ni por buen dinero se irían, pues tienen montado su chiringuito en el campus, se lo pasan bomba y no están dispuestos a quedar por menos sabios y competentes que el número uno que viene a sustituirlos. Es impepinable, en la universidad la mayor importancia y el mayor pote se los dan los más imbéciles, y de gran profesionalidad presumen antes que nadie los más tarados. He conocido un puñado de oligofrénicos completos que se creían la reencarnación de Justiniano o de la estirpe de Savigny. La ignorancia es atrevida y, como dicen en mi pueblo, la caca propia no se huele.

            b) De muchos que, sin ser tan incapaces, están a gusto así, con una comodísima estabilidad, sin tener que competir, sin necesitar hacer nada más para conservar el puesto y encantados de que nadie pueda acercarse a hacerles sombra. Son los que hablan de “mi” plaza o “mi” cátedra como si la tuvieran por derecho divino, por razón de genes o cual si hubieran nacido con la cátedra colgando, como el pito, y quitársela fuera amputación contraria a los más sacrosantos derechos humanos.

            c) De muchos que o bien aspiran ellos mismos a ocupar cualquier vacante o la quieren para un discípulo o discípula que tal vez no es una lumbrera, pero limpio a más no poder, eso sí, y sumiso y muy dispuesto a subirle a uno el café o a limpiarle los bajos en caso de apuro. ¿Está mal aspirar a ascenso propio o de un propio de uno? No, la aspiración en sí no está mal, pero lo problemático lo tenemos en que se quiere ascenso sin competición, nada de tener que medirse con uno que venga de otra universidad o del extranjero incluso, imagínate, tal vez un francés, puede que un griego, un peruano que dicen que es genial. ¿Habráse visto? ¿Esa gente no ha oído hablar de la autonomía universitaria? AutonoMÍA, léase bien, autonoMÍA.

            En cualquier universidad (o cualquier otra institución, la regla es general) hay un momento crítico y de no retorno: en el momento en que los que no quieren competir en buena lid y anteponen el interés más pedestremente personal al interés que justifica la institución, son mayoría, apaga y vámonos, y más si las decisiones se toman de modo “democrático” o colegiado o si los poderes que deciden son sensibles a las protestas de la mayoría. Ésa es la razón por la que en la universidad española (y, en general, en las administraciones públicas españolas) es radicalmente inviable cualquier reforma de calado y que lleve a una mejora real del rendimiento y los resultados. En la universidad, sin competencia abierta entre el profesorado y sin un sistema claro de incentivos por rendimiento y de penalizaciones por la falta de trabajo no cabe esperar más que la reproducción de lo que ahora hay: un sistema viciado, repleto de corruptelas y en el que cualquier discrepancia de cualquier tipo entre el profesorado se deja de lado en cuanto hay que unirse para asegurar la ventaja y la impunidad de los que ya están dentro del sistema.

Nadie se pega tiros en el propio pie y jamás de los jamases el profesorado universitario va a aceptar que las convocatorias para plaza de titular o catedrático se resuelvan en competencia abierta y con estricta consideración a los méritos objetivos de los candidatos. Menos todavía se asumiría que a tales efectos no contara más dato que el puro mérito y la pura experiencia investigadora y docente con resultados de calidad. No, han de puntuar las porquerías que ahora se fomentan, y de esa forma excluimos al de fuera: haber sido vicedecano de baños y aseos, haber sido concejal de parques y deposiciones, haber participado en la comisión que elaboró el bodrio de estudios, haber asistido a unos cursitos organizados por la propia universidad para que asistieran los de la propia universidad y que puedan alegar como mérito esa asistencia, etc., etc. Basura.

            En un ambiente así y con un panorama tal, pedir que las reformas salgan de dentro o se acepten dentro es como soñar con que los delincuentes sexuales van a solicitar un aumento de las penas para tales delitos o que los consumidores de cocaína van a manifestarse para que se reprima más eficazmente su tráfico o que los ludópatas vean con buenos ojos que la autoridad se lleva las máquinas tragaperras a las afueras de la ciudad. No, estando las cosas como están y careciendo, como carecemos, de una tradición universitaria presentable y de una sociedad que pida cuentas por el funcionamiento de los servicios públicos que paga, no quedan más que dos vías para una auténtica reforma: autoridad o responsabilidad.

            Autoridad quiere decir que un gobierno legítimo y con mayoría suficiente tendría que poner la carne en el asador y tomar medidas de mucha enjundia. Mas las resistencias iban a ser tan fuertes y los eslóganes tan llamativos (ya me imagino a docenas de zánganos con una pancarta, doliéndose de la vulneración de no sé cuantísimos derechos fundamentales suyos), que difícilmente se armaría de valor para soportarlo ninguno de estos partidos mayoritarios y perfectamente desideologizados que tenemos. De lo que les importa la universidad y la investigación al PP y al PSOE ya vamos teniendo buena muestra y de sus polvos vienen nuestros lodos.

            La otra salida se llama responsabilidad, entendida antes que nada como fin de la impunidad. Habría que romper desde dentro la unión de los mafiosos de todo pelaje, competentes e incompetentes, haría falta sembrar la discordia. ¿Cómo? Por un lado, incentivos bien fuertes para los más genuinamente productivos y laboriosos y penalizaciones duras para los que viven en la pereza y con feliz impunidad. Algún ejemplo sencillo: ¿por qué cobra lo mismo y es tratado igual el profesor universitario que consigue proyectos de investigación con cuantiosa financiación y el que no da palo al agua y se pasa los meses y los años conspirando en la cafetería del campus o hablando con cualquier vicerrector de medio pelo? ¿Por qué tiene su cátedra segura para siempre el que después de sacarla como sea no vuelve a publicar una línea o a tener un sexenio de investigación o a solicitar un proyecto o a organizar algún evento científico de su disciplina? ¿Por qué no le pasa nada al que se pira la mitad de las clases que debe dar o dice que acabó el programa un mes antes de lo que marca el calendario lectivo o da aprobado general para no tener que corregir un solo ejercicio?

            Sería mano de santo algo que aquí ya he propuesto otras veces: que una parte considerable del sueldo de cada uno dependa del rendimiento del conjunto. En cuanto yo sepa que por cada nuevo indocumentado que se incorpore a mi departamento o mi facultad pierdo doscientos euros al mes, o que los gano si llega un magnífico profesional, dejaré de ser cómplice de las mil y unas maturrangas o de callar como lo que soy o parezco.

            ¡A competir! No hay otro camino. Con reglas claras, baremos objetivos y aplicadores estrictos de las normas. Por las manos de cada profesor pasan miles de alumnos al cabo del tiempo. Si es un incapaz o un indeseable, el daño global es altísimo. Y a lo largo de toda su carrera un profesor ha cobrado muchos miles de euros, calculen que más de un millón y medio. ¿Se puede pagar eso a los cretinos que no dan golpe, que nada estudian y nada enseñan a derechas? ¿Se les puede tener treinta o cuarenta años ocupando una plaza a la que no puede concurrir de ninguna manera alguien que lo haría mil veces mejor y más decentemente?

4 comentarios:

Anónimo dijo...

No pertenezco al gremio universitario, y estoy seguro de que acierta usted en el digangóstico que su texto expone; pero creo que, consultado previamente lo que cobran ustedes en la Universidad española, pocos genios extranejeros de esos que usted cita iban a venir aquí. La excelencia hay que pagarla, y no se puede pretender una una universidad de excelencia con sueldos como los que se pagan

Diego11 dijo...

Estoy de acuerdo con su entrada, yo sólo quisiera agregar que falta, "consciencia" y "pasión" por lo que se hace, por enseñar en tan noble y esencial profesión, bueno hace falta todo eso no sólo en lo academico en todo !!!

Anónimo dijo...

Desde que llegué a este país, hace ya 13 años, he escuchado a poca gente hablar con tanta lucidez de la Universidad Española. Sin embargo, hay excepciones. Al empezar mi doctorado en la Complutense, mi tutor de tesis me dijo que él no era partidario de la endogamia, así que yo sabía desde el principio que tendría que buscarme la vida en otra universidad. Eso no era problema para mi, viniendo de Venezuela, podría ir a cualquier otro lugar de España o del mundo, así que continué los estudios por amor al arte y no a una plaza fija prometida...Cuatro años más tarde eché papeles en una convocatoria de profesor ayudante de la Universidad de Granada y obtuve la plaza sin conocer a nadie allí y sin ser Española. A veces ocurren estos milagros...

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo con todo lo que Ud. dice, pero, le pregunto, ¿cree que son mejores los que están detrás de la barra de los infinitos bares que pueblan cada ciudad? ¿Cree que son más simpáticos y capaces nuestros sagaces empresarios? ¿O los profesores de inglés de las academias a las que llevamos a nuestros hijos? Ahhh, ¿y cree sinceramente que los que dan los sexenios son mejores? ¿son acaso esos extranjeros de cuatro idiomas? No sé, a lo mejor yo soy uno de esos que Ud. describe, pero no veo excelencia en ningún otro lado. Tampoco en otros países a los que voy a estudiar (algunos, los que no van, dicen que voy a veranear e igual tienen razón), veo que rebose la excelencia. Los hay excelentes como los hay aquí y, repito, quizá yo no lo sea. Tampoco lo son todos mis estudiantes, que andan todos bien fornidos de tabletas y smartphones, riéndose del profesor, de lo que dice o de ellos mismos, mientras piensan para qué c*** sirve la filosofía del derecho. No somos mejores ni peores que otros (los españoles y los de la Universidad). Pero no puedo decir que lo que Ud. cuenta sea falso. Sólo le digo que la inmundicia está también por todas partes y que con nuestros sueldos, merecidos o no, damos de comer a mucha gente que venden tonterías que no sirven más que para que ellos puedan comer. Y dedique Ud. un día, ya que le gusta el tema de la educación, a esos estupendos Masters profesionalizantes donde un tipo se planta todo serio para decirte (y cobrar por ello) que hay que ser feliz, que hay que soñar y bobadas del género. Les llaman 'gurús' y hasta escriben libros de 'auto-ayuda' o algo así. AutononoMÍA y me 'autoayudo' tienen un cierto parecido. En todo caso, reitero, tiene Ud. muchísima razón y no lo digo irónicamente. Un saludo