20 enero, 2014

Vida académica


 

La semana pasada, todavía malamente recuperado de aquella gripe atroz, tuve que irme a la Facultad de Derecho de otra Universidad. Por razones que pronto resultarán comprensibles, no me apetece nada revelar dónde estuve, así que quedará ese dato en el misterio y yo me referiré simplemente a la Facultad F.
Llegué a F de mañana, bastante temprano, acompañado de un joven becario de doctorado que, por encargo de al superioridad, se acercó a recogerme en el hotel. Habíamos tomado un café juntos antes de partir y resultó persona amable y mesurada. Charlando, entramos en la Facultad y, pese a mi despiste habitual, algo me llamó la atención nada más cruzar los grandes portones del edificio. “Qué es aquello”, pregunté, a lo que mi acompañante contestó con un “Me temía que lo iba a ver”.
En un rincón del patio central había una jaula de barrotes y dentro un ser humano semidesnudo daba vueltas y saltos y parecía que se masturbaba, entre grandes risotadas. Perplejo y sorprendido, me había acercado para ver bien, seguido de cerca por el atento becario, quien a la sazón se llama Alberto. “Cielo santo, qué pasa ahí”, pregunté de nuevo. Alberto carraspeó varias veces, hasta que clavé mi mirada en él con actitud clara de pedirle una explicación.
- Es el Decano.
Así de escuetamente contestó.
- Cómo que el Decano. El Decano de qué.
Mi tono no sonaba muy amable, lo sé, pero tampoco estaba seguro de si estaba yo despierto o soñando.
- El Decano de nuestra Facultad, de Derecho. De esta Facultad.
La voz le salía al chaval en un hilillo tenue.
- ¡Pero si está casi desnudo y se lanza contra los barrotes y se hace pajas!
- Sí.
Alberto no me dijo más. Me llevó, apresurado, ante su jefe, mi colega catedrático, que nos esperaba en su despacho y me recibió con mucha cordialidad y un abrazo de oso. Alberto lo puso al tanto:
- El profesor Amado ha visto abajo al Decano.
- ¿Ya ha empezado? – Preguntó mi colega, al que voy a llamar Edelmiro, con nombre obviamente postizo.
- Sí, lleva lo menos una hora dale que dale –respondió Alberto, serio.
- ¿Está muy agitado hoy?
- Imparable. Se revuelca y se la menea como un mono.
- ¡Qué cruz tenemos con él!
Yo debía de tener la cara desfigurada por la sorpresa. Edelmiro le indicó a su doctorando que fuera a ver si estaba todo preparado en el aula en la que yo tenía que disertar ante sus estudiantes. En cuanto estuvimos solos, comenzó a explicarse.
- Es que está muy loco nuestro Decano. Y empeora mes a mes, no sé a dónde iremos a parar. ¿Lo conocías tú a él?
- No, quién es.
- Se llama Hemeterio Céspedes Curueño, es catedrático de Derecho Financiero.
No hace falta que les explique que también estos datos los cambio.
- Vale, pero qué le pasa.
- Tiene alucinaciones frecuentes. Cada temporada le da por creerse una cosa. Empezó con lo habitual de después de la tesis y unas veces decía que era Napoleón y otra vez que Julio César. En aquella época te lo encontrabas y era hasta gracioso, pues le preguntabas dónde había estado y te soltaba que dándoles unas hostias a los prusianos en Jena o haciéndole el amor a Cleopatra a orillas del Nilo. Él te lo explicaba tal como él mismo creía que le había sucedido, convencidísimo. No nos molestaba y hasta resultaba divertido.
- ¿No lo veía ningún médico, o un psiquiatra o algo?
- ¿Desde cuándo por estar mal de la chaveta alguien te revisa en la Universidad?
- Ya, en eso tienes razón. Y siguió ascendiendo y tal.
- Sí. Sacó la cátedra enseguida porque, entre otras cosas, le paseaba el perro a su maestro y le cuidaba los niños los sábados por la noche. Un discípulo servicial.
- Típico.
No quería interrumpir más a mi amigo y que siguiera con la explicación. Y siguió:
- Pero poco a poco fue empeorando. Hace cinco o seis años le dio por contarle a todo el mundo que él era un extraterrestre y que había sido enviado a este planeta para enseñarnos la virtud de la lenteja.
- ¿De la lenteja?
- Sí, fundó la religión de la lenteja, legumbre sagrada para los del planeta desde el que a él nos lo mandaron a traernos la buena nueva.
- ¡Qué bárbaro!
- Sí, ríete, pero en cuatro meses ya tenía doscientos fieles apuntados. Hasta inscribió su religión en un registro de confesiones religiosas o algo así.
- Cuatrocientos fieles de la fe de la lenteja. ¿Y de dónde los sacó?
- De aquí mismo. Al estudiante que se apuntaba le ponía notable y si lo veía comer lentejas en clase le regalaba un sobresaliente. También se apuntaron todos sus doctorandos, como te puedes imaginar. Gente con principios unos y otros.
- Entendido. Pero acabó de Decano de la Facultad, por lo que veo, palabras mayores.
- Sí, eso fue hace seis meses. En las elecciones arrasó, ganó por goleada a Cabriñanes, el de Civil.
- ¿Cabriñanes? Pero ese profesor tiene muchísimo prestigio, es un número uno, yo lo conozco.
- Sí, y buena gente. Pero nuestro loquito llevaba en su programa propuestas revolucionarias. Por ejemplo, que a todo el profesorado que viniera a las nueve el primer lunes de mes le iba a dar un certificado de haber presentado una ponencia en francés en un congreso aquí, o que al que tuviera en su despacho un tiesto con lentejas germinadas le rebajaría un veinte por ciento la carga docente.
- ¿Y lo cumplió?
- Sí claro. Salvo cuatro o cinco, entre los que orgullosamente me cuento, todo el profesorado de la Facultad tiene sus macetas con lentejas en el despacho y todos están encantados con su reducción de carga docente. Aunque no les vale para nada, porque el vicerrectorado no saca plazas de asociado y todos dan las mismas clases que antes. Pero les hace mucha ilusión tener el papel y van repitiendo que este Decano es el primero que les reconoce méritos en condiciones.
- Me dejas de piedra.
 - ¿Acaso en tu Facultad no hay gente así?
- Bueno, déjalo.
Me apetecía una explicación de lo de la jaula.
- A ver, pero yo acabo de ver al hombre ese medio en pelota y tocándose las partes pudendas dentro de una jaula, en el patio.
- ¿Gritaba?
- No, gritar no lo oí. ¿Por qué?
- Normalmente cuando se mete en la jaula y se excita grita que quiere que pasen todas las profesoras y todos los profesores a hacerle unas friegas.
- Y ahora me contarás que algunos van.
- Bueno, sí, pero ordenadamente. Al principio era un jaleo y muchos se cortaban, pero ahora hay turnos y en cuanto da dos voces, se mira el cuadrante y se ve a quién le toca ir a calmarlo con unos achuchones.
- ¡No te puedo creer!
- Es que se rumorea que va a ser el próximo vicerrector de profesorado y, quieras que no, todo el mundo está acreditado o a punto de acreditarse y hace unos cuantos años que no salen plazas de promoción.
- ¿Y?
- Pues que cuando se tranquiliza en la jaula, le cuenta a cada uno que si por él fuera los ascendía a todos a catedráticos, de majetones que son y buena gente y por esas manos prodigiosas que Dios les dio. En tiempos de crisis y escasez la gente se agarra a un clavo ardiendo, ya sabes.
- O al pito de un Decano.
- Pues sí.
- ¿Y se pasa todo el día en su jaula y en esos menesteres?
- No, no. Por eso le da dos o tres veces a la semana. De pronto se tranquiliza y convoca una Junta de Facultad o una reunión de la Comisión de Seguimiento del Grado.
- ¿Y ahí está normal?
- Más o menos.
Salimos hacia el aula en la que me tocaba trabajar. Había que pasar otra vez por la planta baja y vi cómo el Decano salía de su jaula, ya con la camisa encima, aunque desabrochada. Llevaba abrazadas a dos damas de mediana edad, una bajo cada brazo, y un grupo de ocho o diez hombres y mujeres, de los que la mayoría andaría por los cuarenta o acercándose, le cantaba algo que no entendí y a su paso arrojaba brotes de lenteja y unas florecillas blancas que no sé de qué serían.
A los pocos minutos, ya ante mi auditorio, conseguí tranquilizarme y les hablé de la fórmula de Radbruch y de la pretensión de corrección inmanente a las normas jurídicas según Alexy. Me quedó muy bien. Al acabar, un muchacho con un  bigotito muy fino se acercó, me regaló una pequeña maceta con lentejas germinadas y me guiñó un ojo. Edelmiro, mi colega, me empujó fuera y me dijo que apurara. No paramos hasta el bar del otro lado de la calle, y cuando entramos a tomarnos unos vinos se oían por el lado de la Facultad unos extraños aullidos y como un intenso frufrú.
- Es que están eligiendo a los miembros de las comisiones de Junta de Facultad -me dijo Edelmiro-. ¿Qué quieres tomar?

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo único que no me cuadra es lo de las lentejas. En mi facultad sonalubias. La planta es más aparente.

Anónimo dijo...

Estimado Profesor,
Soy una profesora de una Facultad de Derecho de una universidad pequeña. Soy asidua lectora de su blog: me entretiene con sus chascarrillos universitarios al tiempo que me enseña algo de Derecho, sobre todo de disciplinas distintas a la mía, lo que me permite desconectar de mi pan de cada día.
Pero este artículo me ha llegado al alma. ¿Es cierto lo que cuenta o es una fábula, o sufre de alguna alucinación después de un cuatrimestre harto de corregir prácticas? Si esto es verdad, dígamelo, por favor, porque a partir de mañana me dedico a aprender zumba y dejo de preocuparme por la puñetera acreditación y mi futuro en la universidad. Con seres universitarios como el que describe, amén de sus seguidores, es difícil competir, sobre todo cuando te tomas en serio tu trabajo y a pesar de los injustos anecazos conservas parte de la vocación y el talante universitario.

Juan Antonio García Amado dijo...

La anécdota, la historieta en sí, es broma. Pero los personajes son de un realismo crudo y atroz, de ésos hay a patadas, sobre todo de los dispuestos a todo por un diploma o una palmada en el lomo.
Saludos.

Anónimo dijo...

Ah! Me deja más tranquila!. Qué me va a contar de diplomas si yo estoy a punto de pedir un certificado que acredite las horas que he utilizado el baño de mi Facultad en los últimos quince años. Quizá con este papelito consiga que me acrediten para titular de universidad...A otros colegas le aseguro que le ha funcionado.
Gracias por su rápida respuesta.