Este principio, establecido en el artículo 9.3 de la Constitución, significa que las autoridades no pueden tomar decisiones arbitrarias, entendiéndose por tales fundamentalmente aquellas que supongan una infracción del principio de igualdad de trato de los administrados ante la aplicación de la ley y las reglas objetivamente determinadas.
31 enero, 2008
El principio de interdicción de la arbitrariedad de los poderes públicos (Segunda lección elemental de Derecho administrativo). Por F. Sosa Wagner
30 enero, 2008
¡Cielo santo, no hay donde caerse muerto! Nuevos capítulos de la conjura de los necios
Los amigos de este blog saben que éste que les escribe gusta de pelearse hasta con los amigos, que tiene fobia a pedagogos y rectores (un rector pedagogo sería el no va más, la locura y el desmelene) y que los años lo van haciendo un pelín atrabiliario. Pero miren qué curiosa es el alma humana. Hoy viene en los periódicos leoneses una carta del rector de nuestra Universidad. Pueden verla pinchando aquí o aquí. A ninguno de los habituales se le oculta, y a él tampoco, que no es santo de mi devoción. No lo es ni de la mía ni de la de muchos, pero un servidor, modestia aparte, es de los poquísimos que lo dice sin ocultarse y sin temblor de cojoncillos/as (con perdón). Cuando me ha parecido oportuno darle las gracias o felicitarlo por algo, también lo he hecho sin que me dolieran prendas. Y, lo que son las cosas, hasta nos hemos entendido de trinchera a trinchera.
¿A qué viene esta introducción y qué tiene que ver con la carta de marras? Pido en este punto un favor al pacientísimo lector. Lean en este momento la carta del rector, doctor don Ángel Penas. Luego seguimos hablando.
¿Ya la han visto? Pues ahora entenderán mi perplejidad y mis dilemas. ¡Por Tutatis! ¿Entro al trapo y comento cuestiones formales? Francamente, no soy capaz, no puedo. El asunto me supera. Para qué. Me invade una gran ternura. Y una desazón profunda. Estamos, todos, definitivamente jodidos, hundidos, acabados. El último que apague la luz. Y que tire de la cadena. Universitas. Ja. Entre todos la mataron y ella sola se murió.
¿Y sobre el fondo? ¡Uff! Estoy por decirle al rector que olé sus narices. Pero, hombre, por qué no me llamó a mí para redactar el panfleto, caray. O a otros que él y yo conocemos. No le iba a pedir un asociado ni nada, palabra.
Contaré muy brevemente lo que sé de la historia y el debate, aun a riesgo de simplificar o errar en algún dato. Que se me disculpe si es así, pues no soy seguidor esmerado de la actualidad leonesa, y menos de la universitaria. Bastante tenemos con lo que tenemos como para andar, encima, regodeándonos con los detalles.
El Decano de la Facultad de Filosofía y Letras, doctor Carantoña, se presentaba a la reelección para el cargo, y se presentaba como candidato único. Perdió. Inaudito. Votó en contra un montón de gente y otro puñado votó en blanco. ¿Mala gestión anterior? ¿Carácter difícil? Pues de eso, por lo que he oído y leído, nadie ha hablado. Su pecado fue el siguiente: poner en duda el heroico papel de León y de un coronel de aquí, un tal Luis de Sosa (ojo, no es pariente de nuestro amigo administrativista y escritor, al menos hasta donde nos consta). Resulta que los leonesistas, encabezados por ese inefable (pues fala en lliunés) concejal Pardo (del que aquí hemos contado alguna hazaña hace tiempo) y aprovechando su condición de “llave del gobierno municipal” (hoy en día el personal se acuesta con cualquiera, y sin condón), han logrado hacer del 24 de abril fiesta local en León. ¿Por lo San Jordi el día antes? ¡Quiá!. ¿Por alargar el día del libro? ¡Qué libro ni qué leches! Por la singular, fortísima y ejemplar resistencia de las huestes locales frente al invasor francés, que seguramente quería reemplazar el idioma leonés por la lengua de Molière y hasta ahí podíamos llegar, como si aquí no hubiera “molinerus” de sobra.
Bueno, pues por poner en duda el cómic oficial del leonesismo y su pretensión de que en León el 2 de mayo se celebró el 24 de abril, el Decano Carantoña perdió las elecciones en su Facultad y el propio concejal Pardo se ufana de que fue por dudar de lo que no hay que dudar. Y ahí es donde el rector Penas de nuestros quebrantos la toma con el concejal Pardo y le dice esas cosas así de esa manera y con esa prosa magnífica. Deducirá el lector que el doctor Carantoña, que tiene todos mis respetos y que, para colmo de parabienes, es gijonés como un servidor –aunque él citadino y este que suscribe rural-, no se lleva mal con el rector; ni tiene por qué.
Sea como sea, lo que yo no veo tan claro es que haya que tomarla con el concejal Pardo, don Abel (encima nos dirán que éste es el hermano bueno). El hombre de algo tiene que vivir y, si me apuran, más raro es lo de Tom Cruise con la Cienciología. A cada uno le da la paranoia que le da, cree en lo que cree y se monta la película como se le antoja. No, lo que a mí me deja helado es la Facultad de Filosofía y Letras. Filosofía y Letras. Esa Facultad que sigue las consignas de Pardo. Esa Facultad donde supuestamente se cultiva la Historia (la mayúscula es a posta) en serio, donde presuntamente se hace Ciencia Histórica, donde podríamos imaginar que las discrepancias científicas se debaten sesudamente, documentos y pruebas en mano y en el más depurado estilo académico, sin más propósito que la verdad ni más interés que el del saber.
Pues ya está, lo voy a decir, aunque me lluevan chuzos de punta: si es cierto (ojo al condicional) que la razón de que la mayoría de la Facultad no votara al doctor Carantoña es ésa que se dice y de la que el concejal Pardo hace gala, si en verdad se le retiró el apoyo por no avenirse a dar el tratamiento de Historia a las historietas de dibujos animados que son parte de la invención de naciones inverosímiles, eso no es una Facultad, es un antro, un vivero de adoquines, de cabezas cuadradas y, a poco que se esfuercen, rapadas. Con las excepciones que sean de rigor, por supuesto. Aquí no acabaremos marcando el paso de la oca, pues no es animal totémico ni autóctono; marcaremos el del pollo de corral. El color de las camisas ya se verá, aunque hay indicios.
Y, por si faltaran motivos para el desánimo, el rector, que es doctor, catedrático, primus inter pares y elegido por sufragio universal del personal de la Casa, escribe de esa manera. Estamos buenos los pares, visto el primus.
29 enero, 2008
El principio de caridad en las relaciones sociales
Pero que nadie se alarme, no me voy a poner estupendo con la pretensión de inventar teorías. Está todo el pescado vendido y en las ciencias sociales ya sólo queda sitio para epígonos, editores de obra póstuma y comentaristas traicioneros. A lo que quiero referirme es a un asunto de nuestro diario acontecer, como dirían en el telediario. Veamos.
Lo que hace posibles las relaciones sociales y que no nos matemos al primer golpe de vista es el disimulo. Podría decirse que es por cortesía por lo que no nos masacramos unos a otros y todo el tiempo. Pues por cortesía nos callamos a menudo lo que pensamos de nuestros conocidos, compañeros e interlocutores varios. Mantenemos las formas, cultivamos los tópicos, fingimos interés por cuestiones personales que en el fondo nos importan un bledo, nos consternamos por las ajenas desdichas sin un ápice de sinceridad. Y así todo. Pero vamos tirando, nos acostumbramos y hasta nos gusta la vida social de tal guisa. Como es imposible saber lo que bulle en la cabeza de cada cual, uno se acomoda a la representación propia y ajena y, en estas, hasta le tomas cariño al papel del otro, surgen amistades, prosperan amores, se hacen risas o te casas.
Y todo eso cabe gracias a que filtramos nuestras opiniones, censuramos nuestras ocurrencias, no soltamos a tontas y a locas lo primero que se nos viene a la cabeza cuando aquel amigo nos enseña su nuevo coche, este colega hace ostentación de su reciente ligue o la compañera de fatigas te pregunta qué te parece lo que le han hecho hoy en la pelu. Vivimos, así, dichosos entre parabienes y mirándonos en el espejo de lo que los otros nos dicen por conmiseración y para no buscarse enemigos a lo tonto. Sabemos que ese espejo es engañoso, pero, narcisos al fin, lo preferimos antes que el reflejo inclemente de los charcos.
Bueno, pues en esto de la cortesía y el principio social de caridad hay excepciones, existen aprovechados, parásitos del sistema. Toléreseme una comparación bien pedante. Cuenta Habermas que el mentiroso es un parásito que se aprovecha de la presunción de verdad que habitualmente aplicamos a las comunicaciones que nos dirigen. Es decir, cuando alguien me dice algo, yo –si no tengo una paranoia de tomo y lomo- no estoy pensando que seguro que me miente, sino que parto de que, si me habla, no será para engañarme –salvo que sea político profesional- y supongo veracidad mientras no se demuestre lo contrario. Sin esa presunción no habría comunicación posible. El mentiroso se aprovecha de tal presunción para salirse con la suya y colocar impunemente unas bolas de campeonato. Cosa que no ocurriría si todos mintiéramos siempre y eso lo supiéramos todos.
Pues a lo que quería contar aquí. Empiezo a estar un poco cansado de tanto sincerísimo como me voy topando últimamente, y lealmente advierto de que paso al contraataque y que se prepare el próximo que se haya afeitado los pelos de la lengua. Llegas a algún lugar, te encuentras un grupo de amigos o conocidos y comienza el diálogo habitual. De pronto, uno, que suele ser el más pringao y el que más tiene que callar, te saluda con una fórmula del tipo “Hombre, qué calvo te has quedado en este último año y cómo has engordado. Estás mucho más feo, como inflado y enfermizo”. Rediez, te quedas descolocado, y no porque no sepas que tu body ya no es lo que era ni porque en verdad te hagas ilusiones, sino porque tú también lo has encontrado a él hecho unos zorros y te has limitado a un “Te veo muy bien, qué tal por casa”. O aquel que, estando delante tu mujer y la suya, te casca lo de “Qué, ¿ya no te tiras a la secretaria?” o lo de “Chico, la semana pasada vi a tu exmujer y aún no ha superado las putadas que le hiciste”. ¿Mande?
Hay que ver cuánto nos perjudican la educación y la socialización maldita. Nos enseñaron a poner la otra mejilla y tenemos ya tumefactas las dos. Unos fallamos por timoratos y considerados en exceso y otros por falta de reflejos, pero el caso es que el sincerísimo de las pelotas suele librar con bien y hasta se pavonea luego de que él es muy natural y espontáneo. Pues bien, ante los amigos de esta blog, que ya son como de la familia, hago una sentida promesa: yo voy a cambiar. Reflejos no me faltan, permítaseme esta vanidad, y ya me duele la lengua de tanto mordérmela. Terminator total me pondré en adelante con los estupendos que se montan terapias a costa de uno.
Ojo, tampoco hay que dejarse desconcertar por las estrategias defensivas de esos personajes. Hace poco me entró uno, al que hacía años que no veía, tal que así: primero una desconcertante carcajada por su parte y luego, ante mi cara de perplejidad, esta frase: ¡Joder, qué cantidad de arrugas te han saludo y qué mogollón de canas! Yo, le respondí más o menos esto: “Pues tú has engordado una barbaridad, pero sigues igual de cantamañanas”. Y su reacción fue la típica de estos sujetos: “Coño, hombre, qué poco sentido del humor, qué te pasa que reaccionas así ante una broma cariñosa”. Y me corté y hasta me entraron remordimientos, bobo perdido que soy. Pero en adelante ni remordimientos ni compasión, el puñal en la boca y a por ellos. Verás como huyen como lo que son. "Ah, ¿es esta tu mujer? Encantado. Caramba, no es tan gorda como tú decías". Ese no vuelve a piar.
Sarna con gusto...
Dr. XX (Hospital YY; Cuidados Intensivos Pediátricos) - Ciudad Z -.
Recientemente he participado, como experto, en el tribunal para seleccionar a los médicos pediatras especializados en niños críticamente enfermos de los hospitales públicos del País Vasco.
Me ha sorprendido el baremo que, obligatoriamente, por indicación del Gobierno vasco (oferta pública de empleo del sistema vasco de salud, resolución 1082/2006), tienen que aplicar todos los tribunales que eligen a los médicos de cualquier especialidad de esta comunidad autónoma.
Por ejemplo, conocer el euskera son 16 puntos, mientras el inglés, un máximo 2 puntos, aunque paradójicamente los avances en los conocimientos médicos se publiquen casi el 100% en inglés, 0% en euskera; todas las publicaciones científicas y ponencias a congresos, un máximo 4 puntos; haber recibido todos los cursos y entrenamiento posibles, un máximo de 6 puntos; ser catedrático de universidad en la materia, 1,20 puntos. En definitiva, un médico especialista que sepa euskera (siendo deseable tener este conocimiento), pero sin ningún otro mérito, tiene muchas más posibilidades de ser elegido para ocupar una plaza fija de médico especialista que el médico con mayor experiencia y reconocimiento en su área.
Desconozco si la población vasca está informada de este sistema de selección que prima conocer el euskera sobre la experiencia para operar o diagnosticar a un paciente. Esta endogamia lingüística tendrá, sin duda, repercusiones negativas sobre la salud de la totalidad de la población, porque lo que ésta precisa es ser tratada por los facultativos más capacitados y mejor entrenados, independientemente de que sepan o no euskera.
No alcanzo a comprender las causas por las que los usuarios, sindicatos y las asociaciones profesionales no protestan por esta forma de selección.
28 enero, 2008
Alabanza del cacique antiguo. Por Francisco Sosa Wagner
Esta era la práctica de las votaciones a lo largo de la Restauración: el cacique compraba los votos y colaboraba por esta vía a asegurar las mayorías parlamentarias diseñadas desde el gobierno. Un ilustre asturiano de Llanes que fue “gran elector” en años anteriores, en los sesenta del siglo XIX, José Posada Herrera, confeccionaba diputados con una destreza pasmosa y con un arte aquilatado. Cuando O´Donnell, que era su jefe, le preguntaba cómo lo conseguía, solía responder: “soy cristiano viejo y procuro que mi mano izquierda no sepa lo que hace laderecha”.
El cacique histórico era un ser entrañable y es al que debemos rendir homenaje de admiración y de agradecimiento. Porque ese cacique era un hombre de una pieza, todo generosidad, que compraba los votos con el dinero de su bolsillo. Nada ver con los actuales que hacen lo mismo pero con el dinero público. Hoy es la ayuda al desdentado, mañana a la parturienta, pasado al viejo, ayer al joven... surgiendo así los cheques por esto o aquello, todos librados contra la cuenta corriente del Estado y de los fondos presupuestarios.
En unas elecciones que conozco bien porque las padezco de vez en cuando, las de rector de la Universidad –la mayor estafa conocida e inventada en punto a elecciones-, es de ver con qué generosidad se lanzan los candidatos a prometer subidas salariales y promociones profesionales a los docentes, a los no docentes, a los discentes y a los incompetentes. Todos tienen un número en la rifa de las ofertas. Otra cosa es que, una vez despejado el panorama y elegido el rector, los beneficios vayan a parar a quienes tuvieron puntería a la hora de votar o a quienes están dedicados al enredo universitario y son por ello piezas codiciadas para cualquier rector aficionado a la componenda. Porque, ¡ay de aquellos que se equivocaron de caballo y apostaron mal! No se comerán un rosco, sus becarios no ascenderán y las plazas se convertirán para ellos en un sueño lejano que solo se hará realidad para aquellos afortunados que supieron disparar con destreza. En mi libro sobre “el mito de la autonomía universitaria” (tercera edición, 2007) he contado por lo menudo estos cambalaches y así me he ganado la simpatía de los estamentos oficiales. Pero las cosas son como son por más que se las presente disfrazadas con bellas palabras como democracia, participación y otras zarandajas.
Tienen de común los políticos en esta época de elecciones y los candidatos a rector el hecho de disponer de una cuenta corriente que se nutre con el dinero de los contribuyentes. Una situación bien amena que se convierte en escándalo cuando el candidato es quien ostenta ya el poder y pretende revalidarlo pues entonces dispone directamente del resorte que proporciona el reparto de prebendas para allegar votos.
Ante este panorama se impone, y es el objeto de estas líneas, recordar con nostalgia al cacique tradicional, que se gastaba sus cuartos o que prometía trabajo en sus campos para la próxima vendimia. ¡Loor a aquel hombre, capaz de comprometer sus dineros por el bien de la patria! Malhaya sea, por contra, el cacique actual que hace lo mismo, solo que saqueando los dineros del común.
¡Cuánta estética antaño, cuánta perversión hogaño!
Prometer y dar gusto
Sí, algunos somos así, descreídos y raritos. Qué quieren que les diga, a mí tanta promesa y tanto requiebro me da mal rollo. Los veo venir y como que me aprieto y me pongo contra la pared. No me siento con méritos bastantes para tanto amor; y para que me deseen de esa manera, ni te cuento. Y ahora aparecen y dicen que me quieren pagar, además de no cobrarme. No sé, no sé. Para mí que andan un poco apurados con sus cuitas y les hago más falta de lo que reconocen. O mi voto. Supongo que será mi voto y el suyo de usted. Aprovechemos y pidamos más por él. Oye, Mariano, oye Zeta/o, o me aumentáis la propi o no meto el papelito en la urna. Quiero casita gratis en primera línea de playa, bono-bus para mi suegra y todos mis cuñados, pensión vitalicia de tres mil euritos mensuales para este que suscribe y veterinario con cargo a la Seguridad Social para Pancho, si regresa, el muy cabroncete.
A ver qué nos dicen. Porque, insisto, este enamoramiento repentino, después de tantos años de conocernos y de que no le digan a uno ni mu, da qué pensar. Como uno va siendo perro viejo, la vida lo ha baqueteado como corresponde a la gente decente y, para colmo, le han contado tantas historias verídicas los amigotes, a mí esta repentina pasión prometedora me recuerda lo que (dicen que) les sucede a algunas esposas cuando el gachó les confiesa que se pira con otra más entera y pizpireta (supongo que es parecido cuando es ella la que se larga y él el que se queda a verlas venir). Pues dizque muchas de las así advertidas, que siempre se negaron a coyunda que no fuera al modo de las misiones y por bien ortodoxa vía, y que a menudo adujeron jaquecas y variadísimos desarreglos como atenuante del poco celo a la hora de cumplir con débitos y entregas, reaccionan enardecidas y prometen al que se quiere en retirada paraísos levitantes, orales florituras, ignotos accesos, procaces adornos y hasta variedad de artilugios si es menester y al varón lo complacen las nuevas tecnologías. Oye, querida, que llevamos veinte años casados y me vienes con ésas ahora que me voy con la Loles sólo por tener con quien hablar y que me haga unas friegas en la hernia, manda güevos. Que mira que del sexo ya me estoy quitando a la fuerza y lo no bailado no hay quien me lo reintegre, corazón. Que a buenas horas mangas verdes y haberlo pensado antes y quien no te conozca que te compre.
Pues queridos Mariano y José Luis, los euros que me tomasteis y que queréis devolverme, os los podéis meter donde os quepan. Y por mucho que de nuevas me paguéis, no me dejo ni pienso daros gusto. Porque un servidor se ha buscado ya un partido mejor y más joven. Que os den, hermosos.
27 enero, 2008
La desviación de poder -Una lección elemental de Derecho administrativo-. Por Francisco Sosa Wagner
Un ejemplo o verbigratia ayudará a comprender el alcance de este vicio. Supongamos una autoridad, un rector de universidad por ejemplo, que ostenta la potestad de crear plazas de profesorado universitario. En una de las Facultades, cinco profesores han obtenido en pruebas públicas un ascenso en su carrera docente. El rector crea cuatro plazas para que sean ocupadas pero deja fuera a uno de ellos. Naturalmente esta decisión la presenta amparada en criterios objetivos: la carga docente, el posible incremento de gasto que supongan las plazas etc. Quien conoce el panorama puede sospechar que se trata sin más de un trato discriminatorio porque el rector trata de pagar favores recibidos, fruto de componendas y enredos. Ahora bien, esta impresión no basta en Derecho. Será necesario acreditarlo. Por ello, si en el marco del período de prueba de un hipotético recurso, el rector logra demostrar que tales criterios han sido aplicados sin excepción en todos los casos que se le han presentado a lo largo de su mandato, entonces será inevitable descartar la existencia de desviación de poder. Ahora bien, si el rector no logra probarlo, antes al contrario, se demuestra que los criterios son ocasionales, que sirven para este caso pero no para aquel otro, entonces la desviación de poder se aparecerá con toda su fuerza destructiva, como vicio de sus actos administrativos pues será palmario que ha querido beneficiar al amigo y perjudicar al enemigo ejerciendo una suerte de venganza personal. Este vicio se emparenta con el principio de interdicción de la arbitrariedad que está en el artículo 9.3 de la Constitución y, más allá, con el delito de prevaricación tipificado en el Código penal. Pero de estas últimas figuras jurídicas hablaremos otro día.
24 enero, 2008
Su-misión en la granja. Más sobre la Uni. 2.
a) El rector gana todas las votaciones, al menos todas las que le importan.
b) La mayor parte de los que votan a su favor van a lo que van, a buscar tajada; en la universidad la ideología era verde y se la comió un burro; a mí que no me vengan con cantinelas de conservadores y progresistas o derechas e izquierdas, porque no hay más que verle la panza, el Rolls y el trato a los becarios a mucho izquierdoso de pega, o fijarse en cómo les coge el culo a las bedeles el supuesto conservador tan de orden.
c) La normativa se aplica solamente en lo que convenga; en lo que convenga al rector y a sus mariachis, quiero decir. Cuando no conviene se aplica un principio constitucional, un precepto de derecho natural, una pauta de eficiencia económica o una ocurrencia del rector aplaudida con saña por su claque. El principio de legalidad era del mismo color y se lo comió el mismo jodido asno.
d) Cuando el rector se gasta malas pulgas o cuando tiene un mal día porque hay temporadas en que aquello no chinfla ni a tiros, se puede ensañar todo lo que quiera con la –casi siempre exigua- oposición, la cual puede ser vilipendiada, injuriada, calumniada, insultada y hasta acusada de pretender tramos de investigación en plan elitista sin darse cuenta de que lo importante es que estemos aquí todos juntos haciendo el chorras y que nos queramos.
e) Si hay en la pobre oposición alguno un poco bregado que insiste en la crítica y la objeción, el rector le retira la palabra o simplemente no se la da la próxima vez, y aquí paz y después, Gloria, al salir nos vemos.
f) Cuando el rector es un bicho de ese calibre e incurre en groseras inmoralidades, patentes ilegalidades y hasta algún que otro delito, la inmensa mayoría de los ilustres miembros del Consejo, bien conscientes de lo que está pasando, se pone de perfil en plan egipcio, no dice ni mu y espera a ruegos y preguntas o al café post-coitum para plantear lo que allí ha llevado a cada cual: ¿qué hay de lo mío, Ramiro?
e) Actitudes tan poco gallardas y semejantes psicologías de lombriz (intestinal, ojo), se dan en mayor proporción cuanto más arriba se está en el escalafón y más seguro se tiene el puesto. Es decir, los docentes peor que los del PAS, y, dentro de los docentes, los catedráticos los más cutres. Ellos son los que no se juegan nada importante y, sin embargo, suelen ser tan mezquinos que consideran muy relevante cualquier nimiedad o hasta lo puramente simbólico. Permítaseme que lo enuncie más radicalmente y al modo de hipótesis científica: Como mínimo, el cincuenta por ciento de los catedráticos de la universidad se conforman con que el rector les sonría y los llame por su nombre de pila delante de los demás (“Hasta luego, Fulgencio”, “Te veo bien, Macarena”…), y ya ni te cuento si el Magnífico les soba un poco la zona lumbar y les echa el aliento en la oreja: la mismísima vida dan por él. Los hay que nacieron para servidores del equino.
En medio de un ambiente así, la indefensión de los honestos o la desesperación de los críticos que piensan que algo se puede cambiar es enorme. No hay instrumentos de defensa. A uno de ellos el rector decide no darle la palabra y no se la da. Decide que tampoco conste en acta su protesta y tampoco consta. Le amortiza tres plazas de su área, ordena al gerente que lo puteé con los dineros de los proyectos y al jefe de personal que se equivoque todos los meses al calcularle los trienios, y dicho y hecho. Se acabó la legalidad y lo único verdaderamente institucional es la vendetta. No estará lejos el día en que acabe apareciendo algún opositor en el maletero de su coche, convenientemente troceado, y el Consejo de Gobierno aprobará de inmediato que se le conceda la medalla de oro de la universidad a título póstumo, y con eso ya quedamos bien y a seguir ordeñando. Exagero, ya sé, pero también parecía imposible llegar aquí, y aquí estamos.
No hay instrumentos legales para ampararse, están bloqueados. Te quitan la palabra en una reunión o te echan mal de ojo y qué haces, ¿llamas a la policía municipal? Demonios, pero si no puede entrar si no la llama el Muchoyó ¿Pones un pleito para que una década después tus deudos reciban un extraño papel que no saben qué es y que se llama sentencia y condena a la Universidad a pagarte un euro por daño moral y otro por lucro cesante?
No, el Derecho no sirve. Con la ley en la Universidad está pasando lo que en todo el país: ya no es que hecha la ley hecha la trampa, es que desde el poder, desde todos los poderes, se está convencido y se nos convence de que la ley es un decir y que lo importante es que nos llevemos bien, que seamos tolerantes, que haya paaaaaaaaaaz y que el que tiene que gobernar gobierne y los demás acaten y no den la lata ni pidan explicaciones. Eso sí, a gitanos y rumanos, la ley hasta la empuñadura. Pero, hija, entre nosotros cómo te vas a andar con legalismos, queda muy burdo. Doy mi palabra de que desde ayer mismo se dejó de negociar con ETA y ha quedado roto definitivamente todo contacto. Mira, y ése no es rector. Y nos gusta así, cabroncete, mentiroso y ladino. Pues que nos den.
La ley aquí, en la universidad, no sirve, y puede que nunca haya servido. Pero sospecho que antes hacía menos falta. Hacía menos falta porque todavía existía moral general y moral profesional; porque muchos pensaban cosas tales como que el zángano no merece ascender, que el plagiario nos afrenta a todos, que el ladrón a todos daña, que el buen trabajo ha de tener buen reconocimiento y, sobre todo, que de arbitrariedades las menos. Y eso creo que se creía así por la mayoría del personal universitario hasta en tiempos de Franco, manda narices. En tiempos de Franco, a golpe de esfuerzo, tenacidad, honestidad y mucho trabajo se forjaron algunas de las más brillantes, críticas y esperanzadoras generaciones de profesores universitarios de nuestra historia, como hace unos días me hacía ver un gran amigo. Obviamente, el mérito no era de Franco y sus secuaces, era suyo, de esos profesores e investigadores que le echaban arrestos y vocación a la vida académica y que plantaron cara a gobiernos, ministros y rectorados. Esa fue su valía. Su gran fracaso consistió en no saber hacer discípulos como ellos. Les sucedieron trepas, pelotas, meapilas, correveidiles y vagos con ínfulas. Con las excepciones que se quiera, sí, pero pocas en todo caso. La mitad de estos profesorcillos y catedráticos de bufanda de marca que ahora van de progres achantaría si Franco resucitara, me juego el cuello. Sólo nos largaríamos a otra parte cuatro “fachas” y “reaccionarios” de los que no soportamos este ambiente de mentiras, sumisiones y maniobras orquestales en la oscuridad.
Nos anuló la capacidad crítica, entre otras cosas, el hecho de que la puñalada mortal a la universidad se la diera un gobierno del PSOE, cuando González y el Maravall aquel que los dioses confundan. No puede ser, esa ley tiene que ser buena, si no no la habrían hecho. Primer error. No sabían lo que hacían ni lo que se traían aquí entre manos, porque los de Educación eran unos pijos a los que sus papás franquistas habían mandado a estudiar a Estados Unidos. Nos seguimos engañando cuando nos contaron que la autonomía universitaria significaba independencia científica y libertad de criterio, cosa que por estos pagos no existe, pues al que ejerza tales le niegan subvenciones, no le promocionan profesores y no lo dejan hablar en consejos de gobierno. No, autonomía universitaria no quiere decir nada más que santa impunidad de los rectores y libertinaje de sus secuaces y soplagaitas. Nos engañan cada día cuando nos cuentan sin parar que tenemos que ser como una empresa, pero aquí no se selecciona el personal como en las empresas; que hay democracia universitaria, pero aquí se compran los votos con más descaro que en la más bananera de las repúblicas; que nuestra señal es la excelencia, y todos vemos que la mitad de los profesores no sabe escribir dos líneas sin masacrar la sintaxis y la ortografía, ni tiene mayor cultura que un pastor o un camionero que, por lo menos, se pasan el día escuchando la radio. Eso sí, en los bares del campus no se oye otra cosa: hija, este año vienen los alumnos con un nivel bajísimo.
Había antes algo de moral profesional y también cierto sentido del honor. Al mentiroso se le miraba mal, al corrupto no se le quería, al tirano se le hacían reproches y sentadas. Todavía me acuerdo de lo que tuvo que aguantar algún rector ovetense allá en mis tiempos de estudiante, rector que, dicho sea de paso y con la perspectiva del tiempo pasado, era mucho más honesto, legal y, desde luego, sabio y sagaz, que la inmensa mayoría de los de ahora. Pero ahora cuanto más pillos más admirados, no hay más regla que la omertà ni más pauta que el miedo, no se quiere más beneficio que el personal ni se tolera más excelencia que la medianía. Se prima a burócratas, abrillantadores de barras de bar, chivatos, pescadores de río revuelto, covachuelistas (como veíamos el otro día que llamaba Clarín a los de sus tiempos). Se postran facultades enteras ante ése que llega de conseguir con malas artes dos becarios, ¡oh!, ante aquel que le ha sacado a un banco financiación para un proyecto ridículo y que se va a gastar esos dineros en unas cortinas de cretona para ese despacho en el que ya no queda un maldito libro, ante aquel otro que acaba de conseguir una cátedra honorífica pero con pasta, cátedra de comercio al por mayor, pongamos por caso, alegando mentirosamente ante algún subsecretario sarasa del Ministerio de Industria que su abuelo tenía una tienda de ultramarinos (en Cataluña, cuidao) y que él de pequeño ya estudiaba contabilidad comercial al acostarse. Todo sonrisas y parabienes con esos triunfadores y un refrotarse en sus piernas como los gatos, a ver si a uno le cae algo, aunque sea una conferencita sobre las tiendas de coloniales en la tradición leonesa, señorito, que estoy sin proyectos y no tengo para la manicura.
Ah, pero eso sí. Luego sales un día a tomarte unas copas para olvidarte de que trabajas en Chez Lulú, y vas a dar con uno de ésos que viste enroscado en la cintura de alguno de aquellos mangantes, y a ti te cuenta, hablando quedo, que hay que ver qué mal está todo y que cómo conseguiría fulano dar el palo. Son como el cura que llega a la iglesia y a echar el sermón corriendo y subiéndose los pantalones, pues viene de donde viene, de Chez Lulú. Trapaceros. Lameculos. Caquillas.
Y un día a uno de tu facultad o de tu departamento le hacen una faena de las grandes, una putada de campeonato y una ilegalidad como un templo. Pide apoyo ante la junta y el consejo y, para empezar, la mitad de los miembros tenía casualmente enferma a su tía ese día. Otros andan con tanto catarro que se quedaron sordos, vaya por Dios. Al de siempre le da el ataque de tos consabido y tiene que salir a oxigenarse justo en ese punto. El soplapollas oficial pide la palabra para decir que lo importante es que nos llevemos bien y que por qué no hablamos con Remigio, que es primo del Rector y muy salao y así que Remigio medie y que se pudra el caso y el compañero que se quede jodido, pero contento. Y si hay quien levante la voz para defender al maltratado, a la media hora se colapsan los teléfonos del rectorado con las llamadas de los tiralevitas que van a chivarse y, de paso y como quien no quiere la cosa, le recuerdan al Boss que no les vendría mal un asociadito más, ahora que tienen docencia en el máster sobre “El garbanzo y la lenteja en Tierra de Campos: balance y perspectivas”.
Una vez, hace ya bastantes años, joven e inexperto, le puse una moción de censura al director de Departamento. En el Departamento conseguí los votos necesarios para plantearla. El Estatuto de la Universidad marcaba un plazo perentorio para que el Director sometiera la moción a votación del Consejo. Pasó ese plazo y pasó un mes más y no había ni rastro de tal convocatoria de Consejo. Me fui a ver al rector de entonces. Me recibió amable y me sacó a tomar un café. No hizo falta que le expusiera la situación, que ya conocía bien. Por su cuenta hizo un retrato horrible del Director aquel, al que calificó con los peores epítetos. Yo estaba tranquilo y diciéndome que la cosa iba bien. Acabamos el café y echó a andar de vuelta al Rectorado, conmigo al lado y empezando a pensar que algo no cuadraba. Tuve que hacerle la pregunta: “¿Qué piensas hacer?” Mi miró circunspecto y me respondió tal que así: “¿Qué quieres que haga? Imagínate que yo lo obligo a algo y él recurre y acabamos en pleitos. No puede ser”. Yo respondí: “Aaaaaaah”. Ahí terminó la conversación y de ese modo terminó la historia de mi moción de censura. Acabé yo con la Cuerda al cuello. Aproveché los meses posteriores para leer a los autores españoles, queridos colegas, que escriben esas maravillas sobre el Estado de Derecho y los derechos humanos. Ahora prefiero a Tony Soprano, es más coherente y se repite menos.
Vean qué curioso. Acaba por imponérsenos una conclusión con la que no contábamos. Tanto zumbar a los rectores y resulta que no tienen tanto de particular. Son como nosotros, clavaditos, del montón. Su planteamiento es el mismo que el nuestro: trepar lo que se pueda. Ellos pillan más, es la única diferencia. Puro primus inter pares el rector. Empático representante, esencia que nos aglutina. Cambalache. No se nos olvide que los elegimos nosotros y salieron por mayoría. Qué vas a pedir, ¿peras al olmo?
Desalentadora la conclusión. Pero es lo que hay.
23 enero, 2008
Sumisión en la granja. Más sobre la Uni. 1.
Si leemos la frondosa normativa sobre poderes, órganos, controles y participación y, además, estamos en Babia, nos podemos quedar maravillados. Un marciano se pasmaría ante tantísima transparencia, tan exigentes fiscalizaciones, procesos de selección tan depurados, mecanismos participativos tan complejos. Forzando el ejemplo nada más que una miaja, podemos encontrarnos con que hasta para tirar de la cadena del váter se tiene que reunir la Comisión de Gasto de Agua, la Junta de Medio Ambiente, el Comité de Empresa de las limpiadoras, el Observatorio de Género, para ver si los que mean de pie manchan más y han de pagar un canon especial, el Vicerrectorado de Relaciones Institucionales, que para algo ha de servir y se entretiene con cagadas, el Departamento de Física, para medir si el mingitorio está bien orientado y no enfoca a ningún agujero negro, la Cátedra de Empresa Familiar, para implorar que la familia orine unida y, a ser posible, rezando y sacando unos duros al tiempo, la Asociación de Investigadores de Energías Eólicas, para analizar si hay manera de producir un poco de electricidad mientras tanto, los titulares de Economía de la Empresa, para examinar los sistemas de posible comercialización del aparato energético de marras, etc., etc., etc. Oiga, una maravilla de colaboración, apoyo interdisciplinar, entrega a la causa y conocer gente, cosa esta última que siempre viene bien en estos tiempos de divorcios rápidos y pasiones apremiantes.
Los usuarios del WC no sólo hemos de ir apartando a codazos a todos los que están allí para colaborar con nosotros y hacer que todo fluya como debe y no al buen tuntún, sino que cada mes, poco más o menos, recibimos algún cuestionario con muchas preguntas y dibujos alusivos al funcionamiento de los aseos. Unas veces es de la Unidad de Prevención de Riesgos Laborales, preocupada por la seguridad e higiene en el trabajo, pero que, con esto de la higiene, nunca nos interroga sobre si están limpios esos lugares o se muere uno de asco, sino sobre cosas tales como si pensamos que las tazas del retrete satisfacen adecuadamente la norma ISO-KK-PUM 122 o si alguna vez hemos detectado movimientos telúricos durante nuestras deposiciones. Otras veces es el Vicerrectorado de Asuntos Económicos, que está midiendo el grado de satisfacción de los usuarios con las instalaciones higiénicas y te pide que valores de uno a diez cosas tales como la rosca de los grifos, el cierre de los reservados o el modo en que aparece enrollado el rollo de papel. Lo justifican muy bien, pues explican que si el grado de satisfacción media partido por el índice de impacto ISO-KK-PLOF 121 da un coeficiente inferior a la raíz cuadrada de 5, encargarán a una consultora de Palencia el estudio de la compra de nuevos accesorios para los servicios de todo el campus y abrirán un concurso entre proveedores que tengan sus folletos publicitarios en leonés. En fin, y por no cansar con los muchos ejemplos que podrían traerse a colación, en otras ocasiones es tu propio Decano, ¡el tuyo!, el que te pide unas breves consideraciones, por escrito, en formato Word y letra tamaño 12, sobre si los excusados deben estar abiertos a todo el mundo o si deben los profesores tener el suyo propio y cerrado con llave, por si las moscas.
¿Cómo no sentirse estimulado al comprobar que no hay decisión que no se consulte ni medida que no pase por el voto o la opinión de uno? Y esto por no decir de los asuntos que propiamente afectan al cocido de los que en la universidad trabajan. Controles democráticos y más controles democráticos, democracia deliberativa a dar por un tubo, ética discursiva a mansalva. Para cualquier menudencia un Área de Conocimiento propone, el Consejo de Departamento acuerda, la Junta de Facultad Informa, dos o tres comités –en los que están las mismas personas, en los tres, pero ése es otro cantar, que nos habla de cómo algunos compañeros lo dan todo por nosotros y andan en un sinvivir para servirnos- evalúan, el Consejo de Gobierno aprueba, el Consejo Social conoce y… el Rector hace lo que le sale de los cataplines.
Sí, sí, ya sé, algún descreído dirá que para ese viaje no hacían falta alforjas tan hondas y que total para qué tanto debate y tanta reflexión, si vamos a acabar haciendo lo que se le ponga al Magnífico. Ojo, aquí hay que puntualizar, porque éstos que así opinan suelen ser unos fachas resentidos y tienen un padre más falangista que el del Ministro de Justicia o, lo que es peor, los dos abuelos franquistas -no como Z(P) que de ésos sólo tenía uno y, además, se le olvidó-.
Segundo. Hombre, seamos francos –con perdón-, que estamos entre amigos y en confianza. Todo eso tan democrático y deliberativo queda monísimo sobre el papel y en los reglamentos, pero casi nunca se discute un pimiento de nada, al menos de nada importante; y, cuando se discute y se vota, siempre ganan los del rector, que para eso en la universidad hay más pelotas que en los campos de Valdebebas cuando entrena el Madrid. En realidad, un rector que no esté gagá del todo no pierde ni de broma una votación en Consejo de Gobierno y hasta suele ganarlas mucho antes de llegar ahí. Lo que se le pone lo pinta de decisión democráticamente adoptada por esos cuquines tan churris que nos suelen representar en el supremo órgano colegiado. ¿O se cree usted que la gente no tiene corazón? Primero se logra que el pueblo vote para eso a los que debe y luego se consigue que los elegidos hagan lo que tienen que hacer, que es respaldar como un solo hombre/una sola hombra lo que le convenga al que les da las gominolas.
Un rector está ya hecho, bien curtido y pletórico cuando se maneja bien con los esbirros y hasta en público sabe pegarles unos buenos capones a los pocos que se le ponen díscolos y renuentes. Aparece algún despistado que pretende montárselo de crítico y heterodoxo y resuena esa voz rectoral, generalmente aguardentosa y como de haberse tragado una culebra en celo, que dice aquello de “Indalecio, te estás olvidando de que la semana que viene tenemos que decidir lo de las becas de investigación y tu sobrina ha pedido una de Historia de la Equitación”. O cuando el opositor es más duro de roer y a su segunda intervención crítica el rector le dice aquello de “Doctor Gritón, le retiro el uso de la palabra”. “No me llamo Gritón, sino Chillón”, dice, bajito, el aludido. “Me da igual, ya le he dicho que le retiro el uso de la palabra y no me ha hecho caso. Así que se acabó. Que hable el siguiente. Pepita, ¿qué ibas a decir tú,vida?”. Y habla Pepita: “Señor Rector, ya sabe que en mi Departamento lo apoyamos en este punto y en todos, por lo mucho que usted vale y porque no se puede consentir que la gente venga aquí a chillar”. “Gracias Pepita, eres un sol. Recuérdeme que os dé mañana un asociado de seis horas”. Y Pepita se pone colorada y nota como un hormigueo que le sube de abajo y vete a saber dónde le puede llegar si esto se alarga.
En mis escasos meses, hace un tiempo, en Consejo de Gobierno de mi Universidad, había una Pepita que me miraba fatal. Bueno, había dos, pero la otra era parienta oficial de uno del gobierno y tampoco vas a pedir que te quiera más a ti que a su Bartolo. Pero la Pepita propiamente dicha se ponía echa una furia con uno cuando uno osaba decir cualquier cosa que no fuera “Ozú, que no viene usted guapo y rumboso hoy, señor Rector, mi alma, corazón, rey de reyes, cuerpo”. Yo me fui con la música a otra parte y a tocar las narices en red, pero la Pepita siguió allí dándolo todo, quién sabe con qué secretas ensoñaciones. Carajo, hasta que cayó en desgracia por un quítame allá esas pajas. Luego andaba implorando apoyos y rogando que se firmaran manifiestos contra el Magnífico por tirano y por truhán. Cuando por truhán y por señor (de vidas y haciendas) lo quería ella antes y se ponía tan loca. En fin, cosas veredes.
Lo más pistonudo es que en órganos así, como los consejos de gobierno, un rector, cualquier rector, puede hacer lo que quiera, decir lo que le dé la gana, mentir como un bellaco, insultar a discreción y, sobre todo, saltarse a la torera todas las normas y vulnerar todos los derechos de los miembros del órgano. Aunque, bien pensado, miembros es mucho decir y órgano también. Porque, con las excepciones de rigor y que nunca pasarán de un diez o veinte por ciento, la mayor parte de nuestros supuestos representantes en el supremo órgano colegiado de gobierno de la universidad suelen ser más mansos que bueyes viejos o más putos que la Daniela ésa que en el periódico ofrece francés y griego por cuatro perras o cien puntos de Alimerka. Tragan y tragan por un puñadito de pienso o por cuatro baratijas doradas. Pero de eso, que es lo más serio, hablaré mañana. Que hoy ya me estoy calentando y no conviene, pues se pierde puntería.
22 enero, 2008
El poder de los poderes.
Vaya, pues me ha quedado un título como de copla o para un bolero bien tremendo. Una cosa como así:
Ramiro, con tus poderes
me has hecho la más dichosa.
Ahora que no los tienes
haz desgraciada a la otra.
Pero no, no va por ahí. Lo que pretendo es seguir hablando de por qué andará tan ansioso el personal por alcanzar puestos en los que tan poco se puede hacer de lo que se supone que debería hacerse. Me refiero a esos altos cargos que ya no son de ordeno y mando en lo que cuenta, sino de asumo, cumplo y en qué postura prefiere usted que me ponga, pues se está atado por reglamentos, directivas, leyes, actas fundacionales, comités de empresa, juntas de personal, reuniones de sabios, observatorios que te observan, políticas lingüísticas, cuotas, comisiones -unas paritarias y otras no, pero parasitarias todas- libros blancos, políticas de género, imperativos categóricos, programas de la ONU, compromisos con los electores y, para colmo, el a ver cómo lo cuento en casa. En resumen, que te haces con el poder supremo en materia de X y resulta que en X está todo el bacalao cortado y tu programa electoral te lo puedes volver a meter en ese lugar del que lo sacaste. Y uno se pregunta: si esto se sabe –y a fe mía que se sabe que casi nada tiene arreglo ni hay nada que hacer en ningún lado-, por qué diablos la gente se pega por pillar esos puestos.
Pongamos que uno se hace rector, aunque los ejemplos podrían ser muchos más. Sobre el papel está bien, no digo que no. Te tomas dos copas y un par de sustancias psicotrópicas y te imaginas de rector, poniendo en marcha interesantísimos proyectos, renovando los métodos docentes, preparando en serio unos buenos planes de estudios, fusilando un par de pedagogos al mes, contratando los mejores investigadores del mundo mundial, sacando a la luz pública los currículos de los del comité de empresa, etc., etc. Ilusionado, te pateas los despachos y las aulas, prometes, alientas, sobas y animas. Pones todas esas iniciativas tuyas en papel, lo llamas programa electoral y el electorado hace como que se lo cree. Llegan las elecciones y arrasas. ¿Y luego qué? Luego compruebas que de lo dicho nada, que todo el pescado está vendido, que no hay quien cambie una coma, que el sistema se retroalimenta de su propia inanidad. Compruebas, en suma, que el poder del rector, como tantos otros poderes institucionales, es en estos tiempos un poder impotente.
Bueno, y si eso es así, ¿por qué a tantos les gusta tantísimo ser rectores, por seguir con el ejemplo? Y aquí viene mi hipótesis: les atrae la parte absoluta del poder impotente. Expliquemos esto que suena tan raro. Por qué este tipo de poderes son impotentes ya lo hemos dicho. Y se preguntará el pacientísimo lector: ¿cómo va a ser absoluto un poder que es impotente? Todo lo más, añadirá, será absolutamente impotente. Pues no, amigos míos, ahí es donde hay que distinguir y afinar un poco más. Esa impotencia afecta sólo a las funciones teóricas o nominales de tales poderes institucionales, a ésas que las leyes enumeran y los reglamentos repiten alborozados. Quiere decirse que las estructuras de la cosa son muy fuertes, que está todo muy atado, que no puede cambiar nada sustancial de la marcha de una universidad o de las prácticas y hábitos en ella consolidados . Pero ésa es solamente una cara de la moneda.
En la otra cara de la moneda se hallan las facultades oscuras, las capacidades siniestras, las posibilidades inconfesas, esos pequeños y grandes vicios que se disfrutan más porque no están al alcance de todos, sólo de unos pocos, de los poderosos de andar por casa. Aquí está el verdadero poder, aquí está el morbo, aquí sí se goza el cargo con fruición y babeando. El magnífico no podrá alterar los planes de Bolonia, pero puede enviar de becaria a Bolonia a esa estudiante o a aquella funcionaria tan maja; no podrá cambiar los grandes números de la plantilla, pero puede conseguir que promocione fulano o que no se le renueve el contrato a mengano; no logrará que la universidad contrate a ningún premio Nobel, pero sí tiene fácil que a él mismo lo traten muchos claustrales como si fuera premio Nobel; no conseguirá que a través del Consejo Social la Universidad se relacione con más sociedad que cuatro jubilatas paletos, pero él podrá hacerse amiguete y cómplice de unos cuantos banqueros y constructores que le pueden venir muy bien el día de mañana. Y así sucesivamente.
En resumen, que lo que en estos tiempos hace atractivo el desempeño de poderes institucionales es el hecho de que se han convertido en deliciosos poderes fácticos y, como tales, impunes, incontrolados, feudales, groseros. Y eso vuelve locas a algunas personas. Como esos viejos machotes machistas, que en la oficina agachan la cabeza y en casa se desahogan con la parienta a puñetazo limpio, así tanto carguete que en las reuniones en el Ministerio nunca dice esta boca es mía, pero que en su despacho vocea con delectación a contratados renovables y a laborales sin estabilidad. La vieja compensación del impotente, la perversa revancha del incapaz. Es cosa de siempre conocida.
En la próxima campaña, no sea usted ingenuo y no le pregunte a este o aquel candidato qué piensa de los nuevos postgrados o cómo pretende revitalizar el doctorado. Vaya a lo que importa y trate de averiguar a quién quiere tirarse, a quién quiere colocar y a quién se la tiene jurada. Luego, vote en consecuencia. Y, sobre todo, si hay algún candidato capaz de responder a las tres cuestiones negativamente y sin que se le escape la risa, apóyelo, que ése es el bueno. Pero no sé si quedará alguno tan sumamente despistado, la verdad.
21 enero, 2008
El difícil retorno de Ramirín.
Le costó llegar a Rey de los ratones, pues era éste un puesto que en tiempos había tenido mucho prestigio. Afortunadamente para Ramirín, de ese prestigio quedaba menos cuando él peleaba por el trono, y entre los mayores méritos de su reinado se cuenta el de haber conseguido acabar con ese resto. El de Rey de los ratones es un puesto electivo y se vota cada cuatro años. Uno a uno fue visitando Ramirín a los electores y a cada cual le prometió puesto en su Corte o cargo en su Administración. Como no había puestos ni cargos para tanto ratón, Ramirín presentó en su campaña un proyecto de plantilla y un boceto de organigrama que hizo furor y le procuró muchos apoyos. Lo más innovador era la llamada “ley de promoción diferencial”. Esto funcionaba más o menos así: cuanto menores eran los méritos conocidos de un ratón y más exiguo su currículo, más alto puesto le aseguraba Ramirín, con el agudo argumento de que si tan poco habían hecho, se debía sin duda a que habían padecido mayores dificultades, razón por la que debían ser compensados con suma generosidad. Ay, cuántos ratones y ratas se sintieron identificados e identificadas con tan avanzada política y tan generosos propósitos. Así que a Ramirín le llovieron los votos y bajo su reinado se produjo un fenómeno único en la historia de la Ratería: los zánganos, analfabetos, timadores, proxenetas, perezosos y trileros se sentaron a la diestra de Ramirín, que ya era Ramiro I, y los ratones más expertos y eruditos tuvieron que irse con la música a otra parte, pues bien claro tenía Ramirín que tanta experiencia y erudición sólo puede lograrse explotando a otros y no trabajando para el pueblo y el interés general.
Ramirín, es decir, Ramiro I, decidía sobre vidas y haciendas, favorecía a amigos y cobistas y era implacable con el que osara decir la más mínima verdad sobre su reinado o hacer la más liviana crítica de su real persona. Legislaba nada más que por el gusto de permitir que sus amigos se saltaran las normas y por el no menor de aplicarlas a rajatabla a sus rivales y críticos. Coqueteaba con ratitas y de éstas no faltaban las que sucumbían a los encantos de su trono y su tronío. Pero a medida que pasaban los años y su mandato iba tocando a su fin, a Ramirín le preocupaba una cosa.
Sus espías, que eran los mismos que había nombrado para tanto cargo y que no tenían otra cosa que hacer, le decían un día sí y otro también que había tres de aquellos ratones sabios sentados en la plaza principal, día tras día, mes tras mes. “¿Y qué hacen ahí?”, preguntaba Ramirín. “Nada, dicen que simplemente esperan”, le contestaban sus espías. “¿Y qué esperan?”. “Dicen que a ti”.
Ramirín se iba poniendo nervioso. Primero ordenó que a aquellos tres sabios les quitasen sus cargos. “No tienen cargos, majestad”, le contestaban sus esbirros. “Pues que les retiren las primas y sobresueldos”. “No perciben ninguno, majestad”. La cólera de Ramirín iba aumentando. Ya fuera de sí, gritaba: “¡Que echen de mi país a todos los parientes de esos tipos que hayamos colocado aquí!”. “Ninguno de sus parientes trabaja para nosotros, majestad”. “¡Ahjjjjjjj! Ramirín, furioso, recorría a grandes zancadas su palacio y ya ni atendía a manicuras ni holgaba con becarias.
“Que mi secretaria llame al Rey de los gatos y le diga que quiero hablar con él”. Lo pusieron en comunicación con el Rey de los gatos y Ramirín, con una humildad que no se le recordaba, le dijo: “Rey de los gatos, Rey de los gatos, pronto acabarán mis años de Rey de los ratones y he pensado que estos animalillos inútiles y desaseados ya no me merecen. ¿No te interesaría que trabajara contigo, que fuera tu lugarteniente, tu ayudante, tu ministro para asuntos rateros?”. “¿Y qué estarías dispuesto a hacer?”, le preguntó el Rey de los gatos. “Lo que tú me quieras, Rey de los gatos, lo que tú quieras”. “¿Traicionarías a tu gente? ¿Me entregarías tu reino?” “Por supuesto, Rey de los gatos, claro que sí. Yo sólo quiero estar a tu sombra y no ser nunca más un vulgar ratón”. Y, bajando un poquito la voz añadió: “Además, creo que hay algunos ratones que me detestan y traman algo contra mí”. Hubo un silencio. Por fin, en el teléfono volvió a sonar la voz del Rey de los gatos: “Ni te necesito para comerme los ratones que quiera ni me fío de un ratón traidor como tú, Ramirín”.
Ramirín, o sea, Ramiro I, se subía por las paredes de cólera y desesperación. Mientras, sus aduladores le insistían a cada rato en que los tres sabios seguían allí sentados y que repetían que lo esperaban. “¡Pero para qué me quieren!”, bramaba Ramirín. “Ellos aseguran que para decirte unas cositas y para volver a hablarte de ratón a ratón”, le respondían. Ramirín, que se olía la tostada de los sabios, estaba cada vez más enloquecido. “¡Que me pasen con el Rey de los perros!”, gritó un día. También al Rey de los perros le juró obediencia, le aseguró lealtad y le prometió que le pondría en bandeja todos los ratones que quisiera. Pero el Rey de los perros le contestó igualmente, muy digno, que en su reino no había sitio para ratones, y menos aún para ratas traidoras.
Y así, con amargura e inquietud, fueron pasando los últimos meses del reinado de Ramirín, Ramiro I. Él se veía empequeñecido de día en día y muchos de los que tanto lo alababan lo iban abandonando ahora. Algunos, descarados, al irse hasta guiñaban un ojo a los tres sabios que estaban sentados esperando a Ramirín para decirle algunas cosas de ratón a ratón.
Yo aquí sólo puedo añadir una cosa: ES VERDAD, RAMIRÍN, TE ESTAMOS ESPERANDO.
Gaudeamus.
(NOTA.- ESTA ES LA PRIMERA DE UNA SERIE DE NARRACIONES PARA NIÑOS MALOS. SI SE PARECE A ALGÚN PERSONAJE, LUGAR O SITUACIÓN REAL, ES POR PURO AZAR Y PORQUE LA POBRE IMAGINACIÓN DEL AUTOR NO DA PARA MÁS. PALABRITA DEL NIÑO JESÚS).
Sobre pedagogos bonitos y progres pijos. Una recomendación.
20 enero, 2008
La Universidad de León se compra un juego de boinas
No tengo el placer académico y personal de conocer al doctor Ángel Penas, rector de la Universidad de León. No sé si llegó a las fragancias del poder inducido por los efluvios seductores de ZP, o debido al impulso dorado de la UPL tras el pendón de doña Urraca, o inspirado por las esencias empaquetadas del PP en un envoltorio de Cristian Dior. Sería fácil averiguarlo, pero da igual porque los buenos ejemplos, como decía Montaigne, son realmente quienes levantan la solidez de un edificio. Por esto mismo, sus declaraciones del viernes pasado, hechas en medio de una campaña electoral desquiciada y para memos radicales -en Madrid Gallardón es a Leguina lo que ZP a Rajoy: la misma dictadura de partido y el resto es idiotez cultivada-, me han llamado poderosamente la atención.
En ellas asegura el rector Penas, con gran alegría -y en esto se parece a Juan Ramón Jiménez que hacía de cualquier bagalela una joya-, que el gallego se impartirá en las aulas de su Universidad a partir del próximo curso por una razón de peso: porque ello aumentará la expectativa laboral de sus alumnos. Y acto seguido remachó este argumento decisivo con otra razón mucho más ambiciosa para que el personal -el que aún no se había caído del guindo-, se despanzurrara de una vez con la ley de la gravedad: también se impondrán en la universidad leonesa el catalán y el euskera. Lógico, y es que el magnífico vela, precisamente, por «aquellos que luego tienen que encontrar, a través de oposición o concurso, plazas de trabajo en comunidades autónomas en las que la lengua cooficial con el español es imprescindible». Y tan imprescindible.
Total, que ante la avalancha de solicitudes se ha colapsado la secretaría general y, como en las carnicerías de postín que trinchan los filetes cual jamón ibérico, han tenido que acudir a un riguroso turno con ticket electrónico y todo. Y es que son tantas las oportunidades de promoción laboral las que ofrece la república gallega a los universitarios leoneses que no cabe otro remedio que estar al loro y crear un nuevo plan Marshall. De hecho, Bill Gates, a la chita callando, ha empezado a sustituir el inglés por el gallego tanto en la red como en el emporio de sus dominios donde tampoco se pone el sol.
Y en este magno proyecto -y hasta ahí podíamos llegar-, no subyace ninguna intención política. ¿Pero cómo va a haberla, so zopenco? Cuando al doctor Penas le dijo cierto periodista que la propuesta olía a perfume de ZP y a licitación de concejalía para la Alianza de Civilizaciones, «lo negó tajantemente», certifican las crónicas. Y como no quiere que sus alumnos hablen el gallego de Fraga, que se parece al que farfulla una vendedora de pulpo en cuaresma, será el gobierno gallego quien emita certificados y homologaciones a los alumnos leoneses. El señor Penas está a punto de convertirse en presidente de la comisión de sabios que asesora a ZP. O sea, lo más parecido a la señora Raimunda de mi pueblo cuando gritaba en la plaza: al rico pirulí de La Habana, el que no lo compra hoy se muere mañana.
19 enero, 2008
Generalizando
Lo que me saca de quicio es otra cosa: que quienes se mosquean me digan que es porque generalizo. Así que vamos a hablar otra vez de las generalizaciones. Parece que no entendemos esa herramienta que continuamente usamos al hablar y, sobre todo, me temo que hay mucha ley del embudo en lo de molestarse con las generalizaciones.
Un juicio general o generalización tiene la forma “los x son y”, donde “y” suele ser un calificativo. “Los asturianos son fanfarrones”, “Los españoles son vehementes”, “Los italianos son ligones”, “La comida francesa es rica”, “El derecho nazi era injusto”…, son ejemplos de tales generalizaciones. Las usamos constantemente en nuestra comunicación y sería muy difícil hablar y entenderse si no las empleáramos. ¿Qué significan? Desde luego, no significan “Todos los x son y”, salvo que por otros indicios o afirmaciones resulte muy evidente que ésa es la intención del hablante o salvo que por razones puramente lógicas o conceptuales no pueda ser de otra manera (ejemplo: “Los de Madrid son madrileños”, “Los que no tienen brazos son mancos”…).
La manera adecuada de contradecir una generalización como las que estamos viendo es mostrar que es falsa la hipótesis estadística o el dato sociológico que está en su base: acreditar que no hay mayor proporción de mujeres dulces en Galicia que en otro lado o que no es cierto que sean más frecuentes las actitudes machistas entre los varones españoles que en los de otras partes.
Hasta aquí estamos hablando de una frecuente patología de la comunicación, de malentendidos. Pero lo que me cabrea es la ley del embudo que suele aplicar el que, indignado, te dice eso de “mecagoentusmuertos, no generalices”. Pon que sea asturiano ése que de tal guisa se mosquea. Ese mosqueo nunca va a ser propiamente porque tú hayas hecho un juicio general así, no se va a deber a que piense que no es verdad que “Los x son y”. Si “y” tiene un sentido positivo, agradable, gratificante, y ese sujeto es un “x”, nunca te va a decir, “Oye, no generalices”. Por ejemplo, ante un asturiano más feo que Picio, tú afirmas que “Los asturianos son muy guapos” y él jamás te va a contestar “No generalices, que yo soy asturiano y soy más feo que un demonio”. En ese caso, no tiene el sujeto ningún interés en hacer valer que hay excepciones, a fin de incluirse él en una de ellas. En cambio, si tú afirmas “Los asturianos son unos chulos lamentables”, tu interlocutor asturiano posiblemente va a saltarte con que “Oye, cuidadito, que hay excepciones”. Y eso aunque él sea un chulo de libro.
Así que mucho me temo que el problema no está en las generalizaciones en sí, sino en que cada quisque quiere que le digan cosas bonitas a él. Tú puedes decirle a un colombiano, pongamos por caso, “Todos los colombianos, menos tú y exactamente otros dos (que posiblemente son parientes tuyos) son unos cabrones”. Te mirará comprensivo y te contestará: “Tristemente así es, tienes mucha razón, no se puede negar”. En cambio, si tu has afirmado meramente que “Los colombianos son cabrones”, te replicará que no generalices y que vayas a hacer ponencias a casa de tu p. madre. Y esto que en el ejemplo le pasaría a un colombiano, sucedería igual con españoles, asturianos, gijoneses, argentinos o curas, da igual. Es una tendencia general; que, naturalmente, tiene excepciones.
17 enero, 2008
Una recomendación rápida
15 enero, 2008
La ocurrencia. Por Francisco Sosa Wagner
Pero siempre ha habido personas críticas con la herencia del pensamiento recibido que son justamente aquellas que han hecho avanzar a la Humanidad pues del espíritu mediocre, acomodaticio y egoísta jamás ha salido progreso alguno. Pues bien, esas criaturas beneméritas dieron en cavilar que eso del poder absoluto era una atrocidad y, dándole vueltas al magín, atisbaron la necesidad de cambiar el gobierno del hombre -proclive a la arbitrariedad- por el gobierno de las leyes. Todo el meollo del segundo tratado sobre el gobierno civil de Locke va por ahí y, a partir de él, Montesquieu, Rousseau, los autores de los papeles federalistas americanos, Tocqueville, Stuart Mill y tantos otros precisaron el asunto y lo afinaron. En esa tradición hemos vivido y es ella la que ha convertido a la ley en el ombligo de la decisión política pues solo ella garantizaría la reflexión madura previa y, después, la aplicación general.
Del gobierno de los hombres pasamos al de las leyes. En apariencia, por supuesto, pues siempre hemos violado las leyes pero lo sabíamos y algunos padecían hasta remordimientos de conciencia.
Hoy esta ficción ha desaparecido ya que hemos instaurado el gobierno de la ocurrencia. Esta campaña electoral que padecemos es un ejemplo bien elocuente de ello. Porque se puede aumentar un impuesto o rebajarlo, se puede crear un ministerio o suprimirlo, se puede dar esta o la otra ayuda al nene, la nena, el anciano o el desdentado, pero todo ello debería ser fruto de la discusión previa en el seno de los partidos, en el parlamento, en el propio gobierno o donde sea.
Así sucedía, más o menos, en la época en que se mantenía la fachada del gobierno de las leyes. Como somos audaces, la hemos derribado sustituyendo esta forma de conducir el país por el manejo de la ocurrencia. Se sube un orador a la tribuna del parlamento o a la del mítin y allí suelta literalmente lo que se le ocurre en ese momento alado, ante la sorpresa de sus propios parciales que jamás han oído hablar del asunto y quedan lógicamente estupefactos. Pero contentos porque han ganado por la mano al contrincante quien, a su vez, se ve en la obligación de tejer otra ocurrencia. Y así se va formando ese rosario de ocurrencias en que consiste la moderna gobernación.
Para quienes somos juristas es este un desafío interesante pues deberemos ocuparnos de la ocurrencia como fuente del derecho y olvidarnos de esas filigranas tan aburridas a las que hemos llamado leyes, reglamentos y otros desatinos propios de épocas timoratas y azulejadas de argumentos.
La postmodernidad es alegre y desenvuelta. En eso consiste su encanto y su alma de fruta. De ahí que primen el “golpe”, la “salida” dicharachera y la gracieta. Es el triunfo del donaire, del artificio, de la “boutade”, si queremos decirlo en francés que es idioma de muchos empaques y de acentos circunflejos.
Sus autores son políticos que podrían tomarse su oficio por la tremenda pero que han optado por ser ocurrentes pues así consiguen respaldo y votos al prometer aquello que al público engatusa. Los aguafiestas sostienen que son frivolidades pero olvidan que la frivolidad es el azúcar que nos permite digerir los graves problemas de Estado.
En una época de desprestigio de las ideas, las ocurrencias han ocupado su lugar. De la misma forma que el secretario de organización ha sustituido al catedrático de griego.
14 enero, 2008
AVE, Cesar, morituri y tal
Esta noche he vuelto a tomar el AVE. La penúltima vez me tocó en Tomelloso una avería que resultó ser una huelga, pero con talante, a la chita callando, en zapatérico modo, como que te jodo pero la culpa es tuya por no ser partidario del consenso en pompa y dame más, que me gusta. La siguiente vez, hace poco, iba para Córdoba (pero no a ver a mis colegas, ¡lo juro! Que hay confusiones de las que nunca te recuperas...) y aparecí en Sevilla por ir leyendo no sé qué y dormirme. Debía de ser lo de Suso de la Vaca sobre Z(P).
Así que hoy venía al loro, aunque acabé devorando una sentencia del Tribunal Constitucional peruano y casi me da un soponcio. ¡Y nos quejamos de la Emily y el Zapata!
No sé si hice bien en andar atento. Cerca de mí viajaba una familia de ésas que tienen pinta de ir a buscar otro niño, ahora que los pagan a tanto alzado y aunque salgan malos. Llevaban ya uno, como de seis años y que en las dos horas y media no se apeó de la boca ¡un chupete! A lo mejor llega así a los treinta, y los papis tan felices. Mamoncete. Ya lo imagino examinándose para funcionario de la Junta de Andalucía con el chupete en la boca. Encima, si le preguntan, dirá que es para ir acostumbrándose, el jodío, con mala follá. Llevaba chupete, pero se le veía crecidito y activo y decía a voz en grito “pischa” y “quita pa´llá”. Criaturas.
Cuando acabé con el culebrón jurídico peruano (¡gracias, Fernando!), me levanté a estirar las piernas un poco. A dos pasos veo a dos personas hechas un ovillo y metiéndose mano como la primera vez. Se oyen suspiros y gemidos. ¡Cáspita! Todo discreto, bajo la mirada al suelo y, de camino, compruebo sin querer que las cuatro piernas entrelazadas llevan minifalda. Acelero y vuelvo a mi plaza, no vayan a insultarme por mirón, homófobo y calvo en ciernes. Que a lo mejor es un matrimonio que se quiere y a mí qué diablos me importa cómo se lo monten.
Me encajo un poco más en mi butaca y empiezo a pensar que o viajo menos o me compro un traje de faralaes. Así ya no se va a ningún lado. Y menos leyendo sentencias peruanas. Mi vecino de asiento, un señor muy educado y fino, lee un libro. Miro de reojo y veo que es de Boris Izaguirre. Cierro los ojos y me pongo a rezar por lo bajo y compulsivamente el “Jesusito de mi vida” y el “Ángel de la guarda, dulce compañía”. Pero a la cuarta pasada la letra de los dos comienza como a darme cosa. ¡Joder!
Pues los niños serán malos, pero mira
13 enero, 2008
Una carta para pensar.
Para poder investigar, en primer lugar, te obligan a asistir a unos cursos donde te explican de nuevo lo que ya te contaron en la carrera; por ello debes pagar unos 1.300 euros. El siguiente año debes matricularte de 12 créditos prácticos; esto significa que debes realizar 120 horas prácticas en un laboratorio bajo la supervisión de un tutor de la universidad. La realidad es que este servicio no se ofrece, entre otras cosas, porque ya tenemos experiencia de años y seguimos trabajando en nuestros laboratorios bajo la supervisión de nuestros directores de tesis (en muchos casos ajenos a la universidad). Esto nos cuesta unos 1.200 euros. Después vuelves a pagar para poder leer el DEA, lo que viene a ser una tesina, pero esto nos lo podemos permitir, sólo cuesta unos 120 euros. Después, por cada año que pasa hasta que lees la tesis, debes pagar 100 euros por tutorías que no hacemos, hasta que llega el año del desembolse final que supone leer la tesis.
Todo este dinero va a la universidad, que en muchos casos, como el mío, no tiene nada que ver con mi trabajo. ¿Por qué debo pagar por que me vuelvan a explicar lo que ya sé? ¿Por qué debo pagar un laboratorio y un tutor que no necesito? Mi objetivo no es tener el título de doctora, sino investigar, pero con los 1.000 euros mensuales que gano, no me lo puedo permitir. No basta con dedicar todo tu tiempo a tu trabajo, también debes dedicar todos tus ahorros.
Lo que quiero comunicar es que la universidad pública se enriquece a costa de los jóvenes investigadores cobrando servicios que no da, ya que no hace nada por nuestra formación".
12 enero, 2008
Defensa de Kelsen frente a ignorantes y cretinos.
Toda la “teoría pura” kelseniana se puede sintetizar en una fórmula bien simple: si usted, profesor, quiere hacer auténtica ciencia jurídica, describa las normas jurídicas en vigor y explique de cuántas maneras pueden interpretarse. Pero si lo que a usted le gusta es dictaminar sobre cuáles son justas e injustas, cuáles deben o no deben ser aplicadas y cómo deben los jueces fallar exactamente cada caso, reconozca honestamente que usted anda haciendo política e intenta que la práctica del Derecho pase por el aro de sus personales convicciones. Está en su derecho, pero llame a las cosas por su nombre y no disfrace de ciencia perfecta su ideología particular. Por eso Kelsen molesta tanto a toda esa sarta de charlatanes que fingen que sus palabras expresan la verdad objetiva sobre el Derecho y no la mera opinión personal de individuos que sólo quieren más influencia social y mejor sueldo.
De todas las mentiras que los profesores suelen decir sobre Kelsen, hay dos particularmente burdas y, por ello, de enorme éxito. Una, que su teoría de la aplicación del Derecho ve la decisión judicial como puro silogismo y mera subsunción. La otra, que el pensamiento jurídico y político de Kelsen lleva a un conservadurismo radical y es culpable hasta de las atrocidades jurídicas del nazismo. Hoy diremos algo solamente de la primera y dejaremos para otro día la relación entre Kelsen y la política democrática.
Kelsen está en las antípodas de cualquier visión de la decisión judicial como simple operación subsuntiva determinada únicamente por las reglas de la lógica. Basta leer el capítulo final de la Teoría pura del Derecho, en cualquiera de sus ediciones, para comprobarlo sin duda posible. A diferencia del puro científico, que describe el Derecho sin valorarlo, el juez no puede fallar sin la mediación de sus juicios de valor, pues ha de valorar las pruebas de los hechos y ha de valorar también cuál es la interpretación preferible de las normas que concurran, entre otras cosas. La decisión judicial es actividad valorativa, y desde el relativismo ético kelseniano no hay pauta objetiva ni verdad posible en materia de juicios de valor. Por eso son tan marcados los tintes irracionalistas con los que Kelsen pinta la decisión judicial. Todo lo contrario de aquel racionalismo ingenuo y aquella pretensión de pura objetividad judicial que era propia del positivismo del siglo XIX y que reaparece hoy en cierto neoconstitucionalismo y sus ponderaciones. El propio Kelsen escribió contra la teoría de la subsunción en términos que no dejan dudas, mostrando la raigambre iusnaturalista de dicho enfoque, como teoría que piensa que el juez halla su decisión plenamente prescrita y preescrita en la ley, del mismo modo que el legislador encuentra la suya en el orden natural o en el orden divino de la Creación (cfr. su “Naturrecht und positives Recht”). Es más, dice Kelsen que la teoría del juez como mero autómata se corresponde con “la ideología de la monarquía constitucional: el juez, que se ha hecho independiente del monarca, no debe ser consciente del poder que la ley le otorga, que no puede dejar de otorgarle por su carácter de ley general. El juez debe creer que es mero autómata, que no produce Derecho creativamente, sino Derecho ya producido, que encuentra en la ley una decisión ya acabada y lista” (“Wer soll der Hüter der Verfassung sein?”).
Sobre el otro asunto, sugiero a los interesados que vayan leyendo un libro capital de Kelsen, su Esencia y valor de la democracia. Luego que nos vengan los totalitarios resentidos a cargarle a él sus faltas.