31 agosto, 2008

¿Qué es un Estado? México como ejemplo

Hoy El País viene con un editorial sobre los tremendos datos de la delincuencia en México: homicidios, secuestros, robos... Una locura continua. Después de mi estancia en Ciudad Juárez hace pocos meses, sigo consultando a menudo una página web que da información local (www.lapolaka.com). Cada día matan más gente allá, sube la media mes a mes. Pero es difícil algunas veces dar con los datos, pues las noticias de los asesinatos se pierden entre los ecos de sociedad y otros asuntos de un día a día que pareciera normal y sin mayor novedad.
Si no aciertan los poderes públicos a contener rápidamente al monstruo, el país se les irá de las manos por mucho tiempo. Pero no parece fácil. Posiblemente tendrán que comenzar por limpiar la casa por dentro y a ver cómo se mete mano el Estado a sí mismo. Recuerdo, de aquella visita reciente a Ciudad Juárez, que lo que me contaban mis estudiantes, todos profesionales del Derecho con altas responsabilidades, no coincidía para nada con las versiones oficiales y las de los periódicos. En dicha ciudad todo el mundo está convencido de que el Estado anda implicado hasta los tuétanos en las matanzas, y nadie se cree que sea una mera guerra entre mafias rivales por el dominio de la droga. La gente teme casi tanto a la policía y al ejército como a los sicarios.
También El País cuenta hoy el caso emocionante y ejemplar de esa madre mexicana que no paró a hasta detener, por su cuenta y nada más que con su esfuerzo, a los secuestradores y asesinos de su hijo. En dos días ya tenía localizado el piso donde vivían los cabecillas. Durante seis meses la policía no le hizo ningún caso ni movió un dedo, sólo le pusieron obstáculos. Esa mujer ha sufrido un atentado hace pocos días.
Me acordé de otra historia que me narró hace un par de semanas, allá en la capital mexicana, un buen amigo de otra ciudad, arquitecto de profesión. Le robaron su valioso coche, un Volvo, si no recuerdo mal. Fue a la policía y se entrevistó con su comandante. Mi amigo sabía que para que la policía comience a investigar en un caso así el ciudadano debe pagar a sus mandos. Pero le dijo al jefe policial: mire, no les voy a pagar ahora, pero si ustedes dan con mi coche, le entregaré a usted personalmente tantos miles de pesos. A la semana el policía lo llamó y le dijo que el vehículo había aparecido. Pero no era el mismo. No importa, le indicó el agente a mi sorprendido amigo, cámbiele el número del bastidor y listo. No aceptó y le reiteró que sólo pagaría por la recuperación de su coche. Al cabo, éste apareció en un Estado lejano, cerca de la frontera norteamericana. Mi amigo cumplió su parte del trato.
Nunca pierde vigencia aquella vieja cuestión de San Agustín: en qué se diferencia un Estado legítimo de una banda de ladrones. Deberíamos volver a darle unas vueltas al asunto.

PD.- Sentado lo anterior, me apresuro a hacer explícito lo obvio: que en México, como en cualquier otro lugar, también habrá muchísima gente honesta, políticos idealistas, funcionarios impecables y esmeradísimos servidores del orden público. Dicho queda y por si las moscas, no me vaya a pasar como en aquel otro país y se dé por aludido algún chiquilicuatre que trate de echarme encima las hordas académicas y las otras.

30 agosto, 2008

El Estado, las ovejitas y el lobo

Ando leyendo estos días sobre terrorismo, políticas de seguridad y Derecho, especialmente Derecho penal. Debo asistir dentro de escasamente dos semanas a un seminario sobre ese tema en Toledo, y luego, los días 18 y 19 de septiembre, tenemos en León el seminario anual sobre “Derecho penal y Filosofía del Derecho”, esta vez sobre “Terrorismo y Derecho penal”, con ponencias de Capella, Cancio, Paredes y Bonorino. Por cierto, están todos ustedes invitados: la inscripción es gratuita, se debate a gusto, se come bien y se bebe mejor.
Coincidencia casi general de los autores: al paso que vamos, con tanto “Derecho penal de enemigo”, tanto “Estado de la seguridad”, tanta relativización de los principios jurídico-penales que se tenían por sacrosantos, tanto “Derecho penal post-preventivo”, tanta obsesión con las medidas de seguridad posteriores al cumplimiento de la pena y, en suma, tamaña histeria social inducida desde el poder y sus medios de comunicación, nos encontraremos a la vuelta de la esquina con el terror estatal, con los hábitos abusivos de un Leviatán arbitrario, con el autoritarismo más descarnado y la irreversible limitación de las libertades ciudadanas. Seguro que todo ello es gran verdad, pero muchos de inmediato se preguntarán: ¿y (a mí) qué?
Me explico rápidamente y antes de que algún amigo o amiga me vuelva a llamar schmittiano (calificativo que se puede tomar de diferentes maneras, pues Carl Schmitt era tan genial como malnacido, tan sabio como acomplejado, tan erudito como resentido). Salgamos a la calle y tomemos al azar una muestra de mil personas. Expliquémosles que, tal como marchan las cosas, existe serio peligro de que se reprima la expresión de muchas ideas heterodoxas y críticas con el orden vigente, que los disidentes pueden ser tratados como delincuentes, que nuestra intimidad, la de todos, se ve crecientemente limitada por todo tipo de vigilancias y espionajes, que retornan variadas formas de censura, que nacen insospechadas técnicas de control, que la función resocializadora de la pena no se va a respetar ni lo más mínimo con determinados delincuentes, que ciertas garantías procesales tampoco se van a atender con esos delincuentes, que la libertad de movimientos de algunos grupos sociales resultará mermada, etc., etc., y que con todo ello se pretende que haya más seguridad frente a cosas tales como atentados terroristas o delitos sexuales graves, aunque no se está seguro de la eficacia preventiva de las medidas en cuestión. Ahora trate usted de adivinar, querido amigo, qué porcentaje de esos mil responderá con un encogimiento de hombros y un “Que se jodan, a mí me parece muy bien. Y ahora discúlpeme, que tengo cita en la pelu y luego empieza al partido”.
¿Es autoritaria la inmensa mayor parte de la ciudadanía? ¿Carece de toda sensibilidad moral la mayoría de la gente? ¿Llega a extremos inauditos la manipulación de nuestras conciencias por los medios de comunicación, siempre en complicidad con los poderes establecidos, comenzando por los económicos y continuando por los religiosos y los políticos? Pues de todo habrá y todo ello influirá, pero me parece que la razón de dichas actitudes predominantes es más profunda y se podría resumir así: la mayor parte de las personas no temen perder lo que ni usan ni les interesa ni saben propiamente que poseen: la libertad. ¿Censura? Nunca se me va a ocurrir decir o escribir nada que se salga de lo común y manido, aprobado por gobiernos e iglesias. ¿Falta de garantías para los imputados? Yo estoy tranquilo, no concibo que de nada se me pueda acusar, dada mi fidelidad perruna al orden establecido, sea el que sea y cambie como cambie. ¿Riesgo para mi intimidad? Pero si soy transparente, cada comportamiento mío es previsible, estandarizado, repetido, desde que me levanto hasta que me acuesto. Ni fantasías tengo y todo el morbo de mi alma se reduce al esfuerzo por ser cada vez una copia más exacta de mí mismo y, al tiempo, más igual a todos los demás que conozco. ¿Peligro de que paguen inocentes? ¿Crisis del principio de presunción de inocencia? Algo habrán hecho, en todo caso. A mí no me hace falta presumirme inocente: soy inocente y a nadie que me vea se le puede pasar por la cabeza otra cosa.
Cuando uno era joven estaba de moda leer a Erich Fromm (¡ay, qué tiempos!) y aquello de El miedo a la libertad. Se nos quedó vieja la bibliografía. Para temer la libertad hay que conocerla o representársela de alguna forma. Los pollos de granja no tienen miedo a la libertad: ni la sospechan. Y, ay, cuando algún ecologista exaltado libera a armiños o visones en cautividad, se mueren, no saben andar a su aire y buscarse la vida. Como nosotros. Por eso, practiquemos la ecología humana y dejemos en paz a armiños y chinchillas. Cuando te encuentres un humano manso, santurrón, ortodoxo, previsible, de orden y que esté muy preocupado por si lo violan o le estalla una bomba sin ton ni son, escandalízalo, rétalo, dale mal ejemplo, compromételo, asústalo, desconciértalo. Ayúdalo a salir de su jaula. A lo mejor, cuando se haya dado unas vueltas a su aire y por libre, entiende que sí tiene algo que perder cuando el Estado se torna un monstruo que pastorea a unos enanitos llamados ciudadanos.
En filosofía política, la diferencia entre un liberal y un antiliberal o autoritario tal vez pueda describirse así. El antiliberal vive acongojado y viendo por todas partes gran peligro de que lo maten, lo roben, lo secuestren o lo violen, y por ello busca desesperadamente un Estado que lo proteja, por encima de todo y al precio que sea. El liberal se lo toma con un poco más de calma, echa cuentas de los riesgos reales de cada cosa, asume que vale más correr peligro fuera de la jaula que estar seguro en ella y, sobre todo, insiste en que cuando es el Estado mismo el que te mata, te roba, te secuestra o te viola, entonces sí que estás jodido sin remisión y ya no te queda ni a quien llorar ni de quien esperar nada.

29 agosto, 2008

Misterios del alma

Somos todos bien raritos, eso se sabe de sobra, y no hay dos personas iguales (tampoco dos perros iguales, no nos pongamos tan chulos), salvo que se trate de militantes de estricta observancia y con cargo digital plus. De ahí que nos pasemos la vida extrañándonos de las maneras, las manías y las mañas de parientes, amigos, compañeros y conocidos. A la natural diversidad del personal debemos sumar el ombliguismo inevitable, que nos hace a cada uno creernos el puro patrón de la normalidad, el metro de la perfección, pese a esta cara y esta pinta. Así que cuando ahora mismo un servidor se ponga a citar cosas de muchos que le extrañan, seguramente no estará haciendo más que dejar ver lo rarito que es él mismo. Pero allá vamos.
Me refiero a la indiferencia que muchísima gente profesa por lo que pasa en el mundo que no sean: a) bodas, natalicios, encames variados, divorcios, decoración de casas y decesos de famosos del cine, el fútbol, las casas reales, las casas irreales, la tele y las currantas de los servicios de scort de cojón de mico; b) accidentes con más de veinte víctimas; c) desastres naturales con más de veinte mil víctimas; d) resultados deportivos, pero sólo de deportes de ma(n)sas. No estoy pensando en quienes sean sordos y no se enteren de nada, o desmemoriados por completo o personas en estado comatoso por causa de alguna tristísima desgracia, sino en esos conciudadanos que sobre los puntos que acabamos de mencionar le pueden indicar a uno hasta el más rebuscado detalle, que recuerdan la alineación exacta de la selección española de fútbol en el Mundial de México, el nombre de los hijos de Julio Iglesias o el calibre de la parte hortícola de todos los amigos de Ana Obregón, pero, en cambio, ignoran con saña cómo se llama el Presidente de Francia, de cuántas Comunidades Autónomas se compone el Estado Español o si aún existe la República Democrática Alemana,por decir tres cosas de cierto nivel y no de las más fáciles. ¿Cómo es posible que se aplique tanta atención y semejante esfuerzo a lo que no importa un pimiento para la vida de nadie y, por contra, sea tan desmesurada la indiferencia ante asuntos de los que depende enormemente nuestro presente y futuro y los de nuestros descendientes?
Hay un test muy fácil para ver cuándo estamos ante un maniquí con semejante actitud felizmente bovina. Siéntelos ante una tele. Mientras aparezca un programa de cotilleos y casquería, variada estarán formales y circunspectos, con cara de catedrático a punto de solicitar nuevo sexenio. Cuando lleguen los anuncios, recolocarán las posaderas y se rascarán discretamente algún pliegue abisal, pero no darán mayor guerra. Ah, pero en cuanto comience el noticiario, un telediario cualquiera, ahí se lanzan a dar la lengua, a comentar el lío ma/patrimonial del que acaban de tener noticia televisiva, a explicar que los calamares les dieron acidez o a dar cuenta de que mañana tienen cita con el podólogo y están muy preocupados por si les hará pupa en el dedito pequeño. Naturalmente, en su obnubilación, te cuentan todo esto en el convencimiento bien serio de que a ti tales asuntos te interesan bastante más que eso que en la tele están informando sobre la invasión de Georgia por los rusos o sobre el vicepresidente que lleva Obama. Quiá, quién será la Georgia esa que nunca había salido y, mira, el que llaman Obama se parece mogollón a un centrocampista que tuvo el Betis en los años noventa.
Lo fácil sería aducir que en algún momento de la vida de estos desdichados les falló el sistema educativo. Pero eso de echar todas las culpas a los maestros ya va siendo gastado motete. Además, nos pone ante el problema del regreso hacia atrás y ad infinitum, pues buenos están también muchos maestros, quién educó al educador y tal y cual. No, aunque me tachen de incorrectísimo, me aventuro a plantear y someter a los amigos una hipótesis más contundente: hay gente que nació para tropa, para canto rodado, para masa de la empanada. Así de simple. Y a lo mejor gastar dineros públicos en tratar de desbastar a semejante caterva es un agravio comparativo y una pérdida de tiempo; como si usted se empeña en enseñarle trigonometría a un babuino, vamos. Hombre, dicen que con tenacidad y dedicación, y empezando desde pequeño, puede coger cierta base. Pero ya ves.
Y conste que no propongo ninguna privación de derechos para los ceporros vocacionales e irredentos, en absoluto. Que se les aplique lo del Proyecto Simio y que nadie se atreva a discriminarlos frente a los babuinos. Y que, llegado el caso, puedan incluso llegar a presidir algún gobierno por elección popular.

28 agosto, 2008

Un mundo para Elsa

Una de las más poderosas razones para no tener hijos es el poder decir impunemente aquello de después de mí el diluvio. Que se acabe el mundo, que se vaya la humanidad por donde merece, que nos den lo que andamos buscando. Pero cuando contemplas una criaturilla de poco más de un año, piensas cuánta vida le queda por delante y echas un vistazo a la marcha del planeta, se te coloca la ideología de corbata y a tu relativismo le salen púas y cantos afilados.
Bien sé que lo normal en estos casos debe de ser ponerse ñoño. Viva la gente, la hay donde quiera que vas, y tal. A muchos, me temo, esto de la paternidad los retrotrae a cuando las canciones de misa con guitarra, sonrisa bobalicona y suspiros de atardecer con pajilla. Es común que a los papás se nos descomponga la lírica y nos arranquemos con odas al diálogo universal y ripios sobre cómo veo en todos los humanos la mirada tierna del niño y en cada mano tendida el gesto inocente del infante que busca calor y unos potitos de melocotón. Puaj. Debería ser delito semejante verborrea. José Luis for President. Me refieriro a Perales, aunque no se diferencian apenas, ésa es la verdad.
A mí pensar en el futuro de la pequeña Elsa me aumenta la mala leche y las ganas de pelea. Estaré enfermo, no digo que no. Pero es lo que hay. Se me rebaja considerablemente el nivel de multiculturalismo, de antibelicismo me quedo con lo justo y con algunas supuestas civilizaciones el diálogo sólo lo imagino a bofetadas. Y me callo aquí para que no me arrebaten la custodia y el triciclo.
Porque vamos a ver, ¿cuánta gente hay en este momento en el mundo soñando con convertir mañana en esclavas a las que hoy son niñas? Esclavas de dioses morbosos y llenos de caprichos y taras; esclavas de tiranos que las quieran produciendo en cadena niños con errehaches de diseño y genes con bandera; esclavas de empresarios modélicos que en las Islas Caimán aprenden también los modales del reptil de marras y que no se conforman con las diez horas de curro por mil euritos, sino que quieren también el pellizquito en el trasero y la copa de viernes con revolcón suciote; esclavas de modistos que las esculpen sin curvas ni carnes para que les recuerden el pelado esqueleto de su madre difunta, con la que siguen teniendo sueños lúbricos; esclavas de partidos que las venden por cuotas a otras mujeres con derecho a voto, en adornadas cajitas y como si fueran barbies tontonas y muy suyas; esclavas de traficantes de blancas y de negras y de amarillas que les prometen un cielo de deshoras y riquezas, poblado a la hora de la verdad por gordinflones con mal aliento. Esclavas como han sido y son todas las mujeres del mundo salvo unas pocas ahora mismo y aquí, privilegiadas de esto que llamamos el primer mundo.
Y digo yo, aun a riesgo de equivocarme del modo más grosero: ¿cómo vamos a conseguir que estas niñas que hoy son apenas unos bebés sean personas libres, iguales, felices? ¿Dialogando con todo zurrigurri? ¿Respetando los derechos de grupos, tribus y culturas? ¿Dejando que el puro mercado y los peces más gordos devoren cuanto se les ponga por delante? ¿Buscando a las más tontas o sumisas para mostrarlas en gobiernos y parlamentos a modo de florero y para que parezca que son vanguardia liberadora y ejemplar?
No, no y no. A estas niñas –y a los niños también, ya sé- sólo las defenderemos desde la más rigurosa intolerancia, desde la vehemencia más consciente, desde la férrea negativa a concederle voz y espacio a cuantos las quieren siervas, esclavas de cualquier ser o de cualquier cosa. Por eso, porque no creo en la buena fe de esclavistas, explotadores, fanáticos, degenerados y obsesos, quiero ejércitos para la libertad y armas contra la injusticia.
Ahora bien, dicho lo anterior, no veo inconveniente en que nuestros políticos más dialogantes o ecuménicos manden a sus muy respetables hijas a dialogar de tú a tú con sudaneses, a convivir armónicamente con afganos o a casarse por amor con cualquier checheno; o a hacer labor sindical en una empresa textil salvadoreña, por ejemplo. Oye, para dar ejemplo y que los demás, los de a pie, los de infantería, vayamos viendo cuán infundados están nuestros prejuicios y qué injusticia encierra nuestra santa y paternal desmesura.

27 agosto, 2008

El César y su señora

Va siendo hora de que dejemos de marear tanto a la mujer del César y nos ocupemos del César propiamente dicho, que suele irse de rositas. Bien está que la tal señora además de ser honrada lo parezca y no dé pie a habladurías por su conducta descocada, pero tampoco estaría de más que cada tanto echáramos un vistazo a esos césares que se parapetan tras las supuestas esposas, a las que primero prostituyen y más tarde repudian cuando entre los vecinos se corre la voz.
En este país nuestro, en cuanto se sale de madre un poco algún cargo público nombrado por el consabido método digital, apelamos a la frase de marras a fin de indicar que los así señalados por la fortuna, deidad veleidosa, han de guardar las apariencias y conducirse con buenos modales y farisaico mohín, para que no se note que vienen del arroyo y que tú eres la bien pagá porque tus besos compré. Aquí casi nadie se preocupa porque en la Administración se multipliquen los cargos de confianza, ni nos escandaliza que las llamadas plazas de promoción interna hagan casi imposible acceder al funcionariado por libre y si no es después de pasar por ciertas horcas caudinas y de haberse mostrado dócil donde y con quien hacía falta. Tampoco nos quita el sueño, al parecer, que los partidos políticos sean como termitas que van devorando cuanta institución se topan, bíblica plaga de langosta militante que deja tras de sí un paisaje yermo, a base de enchufes, recomendaciones y una imaginación sin límite para inventar cargos, encomiendas y sinecuras. Acabarán llegando al pleno empleo: un militante, un cargo.
No, aquí lo que nos enoja es que todo eso se note más de la cuenta, que dé el cante y que los favorecidos por el dedazo del que reparte el pastel se presenten un día con un yate descomunal o se hagan un chalet de aquí te espero, en lugar de gestionarse con discreción una buena cartilla de ahorros en Zúrich o de invertir en acciones de alguna sociedad de las Islas Caimán. Entonces sí nos invade la santa ira y fíjate qué poco disimulo y cuanta desvergüenza, con lo buen chico que parecía aunque lo hubieran puesto ahí para pagar con oro sus carnes morenas o por ser cuñado de no sé quien. Se hace un auto de fe y una hoguera, se quema al réprobo y mañana los mismos césares eligen a otro con méritos idénticos y tan preparado para el cargo como éste que se pasó de vueltas, pero le advierten que se ande con más cuidado y que use profiláctico y la puntita nada más, y, ya puestos, le sugieren que mire con cariño aquel expediente que tiene pendiente un amigo del jefe y que vaya buscando gente de confianza para tal tribunal. Oye, y todos tan contentos.
Y, por cierto, ¿qué hay de lo mío?

26 agosto, 2008

¿Todavía andamos con ésas? El Estado y las religiones

Leo en Elconfidencial.com que andamos en polémicas por los “funerales oficiales” dedicados a las víctimas del accidente de Barajas. Manda narices. Cuando lo evidente no se aprecia con claridad, qué vamos a esperar de lo realmente discutible.
En el mismo artículo se recuerda que en su reciente congreso el PSOE dio marcha atrás de la propuesta de suprimir los funerales de Estado. La justificación la dio Zapatero a su manera sin par, casi divina: “que las familias afectadas prefieren que sus seres queridos sean despedidos con solemnes actos religiosos”. En caso de que alguna familia no prefiera ceremonias religiosas o las prefiera no católicas o no solemnes, se aplica la cláusula anterior y queda sentada su preferencia preferible. Claro como el agua. Pero seamos justos: seguro que, desde el otro lado de la barrera, obispos y cardenales prefieren también que los funerales católicos sean para todos y por sus santos oeufs, y sean solemnes, espectaculares, oficiales, de Estado y de lo que haga falta. Lo que mola es pillar poder, influencia y micrófono. Luego con Dios ya nos entenderemos con una larga cambiada y si ha lugar.
Mas dejemos aparte las bobaditas de ese Presidente que hemos elegido precisamente para que los ciudadanos parezcamos hasta listos y nos hagamos la ilusión de que aquí somos tan democráticos que puede gobernar hasta el que asó la manteca, como dirían en mi pueblo. Y también a esa Iglesia que se enrouca en sus obsesiones tan temporales. Vamos con lo de las ceremonias religiosas “oficiales”. Todo parece de cajón, pero tal vez es porque uno no acierta a captar el intríngulis de la cosa. Veamos.
Desde el punto de vista del Estado, los funerales oficiales no tienen razón de ser ni justificación ninguna, sean funerales católicos o de la confesión que se quiera. Tampoco sería menor el absurdo si se hicieran funerales oficiales multiculturales o gilipollez semejante. El Estado no tiene religión y las respeta todas; lo cual no quiere decir que las tenga todas y que prepare con ellas cócteles llamados liturgias multiculturales o pamplinas para pijos con poco seso que todavía se lo hacen con la barriguitas negra. ¿Que nuestro Estado colabora especialmente con la católica porque son más los católicos entre los españoles? Pues muy bien, ya sabemos que colabora y pone el huevo, nuestro huevo concretamente, que es más huevo que el huevo solo de los católicos, pero eso no es razón para que se hagan funerales oficiales de ningún tipo, ni católicos ni no católicos. Un funeral oficial es un sinsentido, un absurdo conceptual del mismo tamaño que lo sería una misa estatal o un sacramento administrativo ¿Alguien se imagina, por ejemplo, una extremaunción de Estado? El Estado por definición no hace funerales, ni dice misas, ni da extramaunciones, ni ordena sacerdotes, ni cosa similar. No cabe que un funeral católico, por ejemplo, sea un funeral de Estado, por la misma razón que, por mucho que usted le cuente sus secretos al alcalde de su pueblo, eso no puede ser sacramento de confesión, aunque insistamos en llamarlo confesión municipal o cualquier otra estupidez por el estilo. De la misma manera, una iglesia cualquiera, una confesión religiosa, no realiza por sí y sin más actos administrativos, ni dicta sentencias en aplicación del Derecho estatal, ni legisla para el Estado, ni elabora bandos municipales. Cada una de estas cosas pertenece constitutivamente a su ámbito particular y, forzando la comparación y para que se vea el absurdo, un funeral oficial o una misa administrativa son realidades tan carentes de razón de ser como un círculo cuadrado o un agua que no moja.
Entonces ¿qué relación puede haber entre los funerales que los creyentes de cualquier confesión organicen y las autoridades del Estado? Pues que como autoridad del Estado y en tanto que representación del Estado, tales sujetos no pintan absolutamente nada ni en una ceremonia católica ni en una budista o musulmana. ¿No pueden o no deben ir? Por supuesto que pueden: a título personal y en ejercicio de su fe. ¿Y deben? Pues según lo que les dicte su personal conciencia moral o religiosa, porque lo que es la “conciencia administrativa” o "estatal", si así se pudiera llamar, de tal cosa no dice nada, por definición. De la misma manera que cuando el Rey echa un polvete no lo echa en representación del Estado o de sus ciudadanos -¡sólo faltaba!-, ni es un polvo de Estado, sino que es un acto puramente personal y sin más título que el personal, cuando va a una misa es lo mismo, tanto si es la misa ordinaria de los domingos (¿va este Rey a misa los domingos?), como si es la misa del funeral por los muertos en un accidente. Que organice misas quien quiera y que vaya quien le dé la gana, pero el Estado en su sitio, que no es ninguna iglesia, ni ningún comedor, ni ninguna cama, etc.
¿Qué significa, por ejemplo, que el Rey, el Alcalde de Madrid, el Presidente del Gobierno o cualquier ministro asistan a ese funeral católico que va a oficiar el cardenal Rouco por las víctimas del accidente aéreo? Pues que comparten la fe correspondiente, en este caso la católica, y que a título personal acuden a orar por la salvación de los muertos, etc. ¿Y si no son creyentes? Pues si no son creyentes son unos impostores y están atentando contra su rol en el Estado de todos, amén de que estarán ofendiendo a los católicos -al menos a los católicos serios, que digo yo que también habrá- por andar haciendo el paripé en iglesia ajena. ¿Y no nos representan a todos dichas autoridades en esos actos religiosos? No y mil veces no. A título de ciudadano con iguales derechos que los de todos los demás, me cisco en su sombra si así lo pretenden. No pueden representarnos a todos porque ni todos somos católicos, ni todos profesamos alguna fe religiosa. Precisamente porque han de actuar en representación de todos, no deben aparecer oficialmente en las cosas que no sean de todos, sino sólo de algunos.
¿Y no deben seguir siendo los funerales católicos funerales “oficiales” mientras el Estado no desarrolle una “liturgia” alternativa para estos casos, como ha declarado recientemente Ramón Jáuregui? Ramón Jáuregui parecía listo, y hasta honesto. Pero se ve que no, o que las respuestas se las chiva Zapatero y él las reproduce porque de algo hay que comer y no vamos a ponernos ahora a la cola del INEM. El Estado tiene cuarenta mil “liturgias” y puede aplicar la que quiera. Cuando se guardan minutos de silencio oficialmente convocados, eso es una “liturgia”. Cuando se mantienen las banderas a media asta y se dispone luto oficial, eso es una “liturgia”. Cuando se erigen monumentos a las víctimas y solemnemente se inauguran, eso es una “liturgia”. Cuando se convocan oficialmente manifestaciones, concentraciones y discursos, eso es una "liturgia".
Que los políticos quieran aprovecharse de las iglesias no me choca nada. Lo llamativo es que siga habiendo personas religiosas que estén de acuerdo en que las ceremonias de su fe se conviertan en ceremonias de Estado, “oficiales”. ¿Acaso no les importa un carajo que se prostituyan sus ritos y que se degrade el significado religioso, convirtiéndolo en evento administrativo? Todavía me acuerdo de aquello de cuando Jesús sacó a zurriagazos a una farsantes del templo. Pero se ve que no recuerdo la interpretación correcta de tal pasaje evangélico. En fin, con su pan -¿y su vino?- se lo coman los Roucos y compañía. Por mí como si..., cloc-cloc, ya saben. Pero conste, modestamente, que este ateo tranquilo que aquí les habla tampoco entiende cómo pueden creer en un Dios que sea tan absurdo como para gustar de semejantes patrañas y disfrutar con tales fastos morbosos y llenos de fariseos. Pero ése no es mi problema, vaya, sino el suyo de ellos. Mas, si yo fuera el del Ojo en el Triángulo, ahora mismo les mandaba un par de plagas y un dolor de güevos/o-varios. A todos. Por ceporros y por caraduras.

25 agosto, 2008

El Manifiesto y la lengua bífida

Pues de fuente absolutamente fiable acabo de saber una cosa muy edificante y poética sobre nuestros ecuánimes gobernantes. Resulta que a un importantísimo artista lo acaban de cesar como miembro del Patronato del Instituto Cervantes. Casualmente había firmado el llamado Manifiesto de la Lengua Común. En este Régimen, como en otros, también te pasan factura por dar la lengua más de la cuenta. O será todo un desgraciado azar. Por cierto, del prudente Gazmoñeda no hemos sabido que haya tenido que padecer ostracismo, castigo, merma de la cartilla de ahorros o deshaucio de la casa que le cedió la Diputación franquista antes de que él ejerciera de vate de la oposición retroativa en el gobierno. Es lo bueno de tirarse en marcha: que no resulta tan embarazoso.
Y ya que estamos con el tema, ahí copio artículo ad hoc de mi siempre admirado Pérez Reverte. Tendrá razón unas veces y otras no la tendrá, como cualquiera que no sea del Partido, pero zumba como pocos, y eso ya es muy de agradecer en estos tiempos de poetastros venales y pichicortos.
Mi propio manifiesto (I). Por Arturo Pérez Reverte
A ciertos amigos les ha extrañado que el arriba firmante, que presume de cazar solo, se adhiriese al Manifiesto de la Lengua Común. Y no me sorprende. Nunca antes firmé manifiesto alguno. Cuando leí éste por primera vez, ya publicado, ni siquiera me satisfizo cómo estaba escrito. Pero era el que había, y yo estaba de acuerdo en lo sustancial. Así que mandé mi firma. Otros lo hicieron, y ha sido instructivo comprobar cómo en la movida posterior algún ilustre se ha retractado de modo más bien rastrero. Ése no es mi caso: sostengo lo que firmé. No porque estime que el manifiesto consiga nada, claro. Lo hice porque lo creí mi obligación. Por fastidiar, más que nada. Y en eso sigo.
No es verdad que en España corra peligro la lengua castellana, conocida como español en todo el mundo. Al contrario. En el País Vasco, Galicia y Cataluña, la gente se relaciona con normalidad en dos idiomas. Basta con observar lo que los libreros de allí, nacionalistas o no, tienen en los escaparates. O viajar por los Estados Unidos con las orejas limpias. El español, lengua potente, se come el mundo sin pelar. Quien no lo domine, allá él. No sólo pierde una herramienta admirable, sino también cuanto ese idioma dejó en la memoria escrita de la Humanidad. Reducirlo todo a mero símbolo de imposición nacional sobre lenguas minoritarias es hacer excesivo honor al nacionalismo extremo español, tan analfabeto como el autonómico. Esta lengua es universal, enorme, generosa, compartida por razas diversas mucho más allá de las catetas reducciones chauvinistas.
La cuestión es otra. Firmé porque estoy harto de cagaditas de rata en el arroz. Detesto cualquier nacionalismo radical: lo mismo el de arriba España que el de viva mi pueblo y su patrona. Durante toda mi vida he viajado y leído libros. También vi llenarse muchas fosas comunes a causa del fanatismo, la incultura y la ruindad. En mis novelas históricas intento siempre, con humor o amargura, devolver las cosas a su sitio y centrarme donde debo: en el torpe, cruel y desconcertado ser humano. Pero hay un nacionalismo en el que milito sin complejos: el de la lengua que comparto, no sólo con los españoles, sino con 450 millones de personas capaces, si se lo proponen, de leer el Quijote en su escritura original. Amo esa lengua-nación con pasión extrema. Cuando me hicieron académico de la RAE acepté batirme por ella cuando fuera necesario. Y eso hago ahora. Que se mueran los feos.
Quien afirme que el bilingüismo es normal en las autonomías españolas con lengua propia, miente por la gola. La calle es bilingüe, por supuesto. Ahí no hay problemas de convivencia, porque la gente no es imbécil ni malvada, ni tiene la poca vergüenza de nuestra clase política. La Administración, la Sanidad, la Educación, son otra cosa. En algunos lugares no se puede escolarizar a los niños también en lengua española. Ojo. No digo escolarizar sólo en lengua española, sino en un sistema equilibrado. Bilingüe. Ocurre, además, que todo ciudadano español necesita allí el idioma local para ejercer ciertos derechos sin exponerse a una multa, una desatención o un insulto. Métanse en una página de Internet de la Generalidad sin saber catalán, por ejemplo. De cumplirse el propósito nacionalista, quien dentro de un par de generaciones pretenda moverse en instancias oficiales por todo el territorio español, deberá apañárselas en cuatro idiomas como mínimo. Eso es un disparate. Según la Constitución, que está por encima de estatutos y de pasteleos, cualquier español tiene derecho a usar la lengua que desee, pero sólo está obligado a conocer una: el castellano. Lengua común por una razón práctica: en España la hablamos todos. Las otras, no. Son respetabilísimas, pero no comunes. Serán sólo locales, autonómicas o como queramos llamarlas, mientras los países o naciones que las hablan no consigan su independencia. Cuando eso ocurra, cualquier español tendrá la obligación, la necesidad y el gusto, supongo, de conocerlas si viaja o se instala allí. En el extranjero. Pero todavía no es el caso.
Y aquí me tienen. Desestabilizando la cohesión social. Fanático de la lengua del Imperio, ya saben. Tufillo franquista: esa palabra clave, vademécum de los golfos y los imbéciles. La puta España del amigo Rubianes. Etcétera. Así que hoy, con su permiso, yo también me cisco en las patrias grandes y en las chicas, en las lenguas –incluida la mía– y en las banderas, sean las que sean, cuando se usan como camuflaje de la poca vergüenza. Porque no es la lengua, naturalmente. Ése es el pretexto. De lo que se trata es de adoctrinar a las nuevas generaciones en la mezquindad de la parcelita. Léanse los libros de texto, maldita sea. Algunos incluso están en español. Lo que más revienta son dos cosas: que nos tomen por tontos, y la peña de golfos que, por simple toma y daca, les sigue la corriente. Pero de ellos hablaremos la semana que viene.

Humor cubano

Por alguna misteriosa razón, una más, suelen llegar a mi correo electrónico mensajes de la "Red Jurídica de la Unión Nacional de Juristas de Cuba". No todo va a ser andar estirándose el pene, así que bienvenidas sean, en serio, esas comunicaciones, que suelen dar cuenta de congresos de abogados y eventos similares. Pero ayer me enviaron una especie de resumen de prensa, con variadas noticias de la pobre isla. Una de ellas es ésta, que copio tal cual:

LA HABANA, 20 AGO (XINHUA) --Los integrantes de la V brigada alemana de solidaridad "Cuba Libre" recibieron hoy en la occidental Matanzas información detallada sobre el sistema electoral cubano.
Ante el interés de los visitantes, Juana Ortíz, jefa de Relaciones Exteriores de la Asamblea Provincial del Poder Popular de Matanzas (Gobernación), les explicó que los procesos eleccionarios en la isla antillana se caracterizan por una amplia participación de la población.
Durante la estancia de los brigadistas en esa urbe (unos 100 kilómetros al Este de La Habana), la funcionaria gubernamental les ofreció detalles sobre la forma en que se eligen los representantes a las diferentes instancias de gobierno.
Ortiz destacó que los propios vecinos de las comunidades proponen y eligen a sus delegados, con derecho también a revocarlos, con total ausencia de campañas publicitarias y teniendo como principal referencia las biografías de los candidatos, expuestas en lugares públicos, para que puedan ser leídas por todos.
La provincia de Matanzas fue elegida en 1974 para desarrollar allí -a manera de prueba- la experiencia de las actuales estructuras de Gobierno, que dos años más tarde se extendieron a toda la isla.
Esta brigada solidaria alemana realiza jornadas anuales de trabajo voluntario, recorridos e intercambios en Cuba desde hace cuatro años, particularmente en territorio matancero, y anunció que en lo adelante lo hará dos veces al año".
Fin de la cita. Humor negrísimo. ¿O no?

24 agosto, 2008

Una carroza a Schönbrunn. Por Francisco Sosa Wagner

(Publicado en El Mundo, 21 de agosto de 2008).
Ahora está de moda citar a Montaigne y sus Ensayos, lo que se conoce menos es el Diario de un viaje que hizo desde Francia a Italia por Suiza y Alemania a la búsqueda de balnearios para remediar sus males en sus buenas aguas. Un librito precioso que yo leí en una edición alemana -aunque creo que existe una traducción española- y que es el que me ha aficionado a los balnearios en mis viajes por el centro de Europa. Este año he dado con dos pueblecitos, uno en la Selva Negra, Bad Wildbad, donde se celebra un Festival dedicado a Rossini por el hecho de que el compositor buscó en aquel lugar recuperar una salud que ya le resultaba demasiado burlona. Y otro en las cercanías de Fráncfort, Bad Homburg, donde vivió algún tiempo Dostoievski aunque nunca se supo si llegó allí a repostar o a gastarse en el casino el dinero que no tenía. Eran tiempos en que los balnearios eran lugares amenos, enclaves aparejados para reparar averías corporales y practicar el dulce deporte de la charla, charlas azuladas por una atmósfera pura o para leer esa novela tanto tiempo preterida. O para enamorarse de forma imprudente, como hizo Goethe cuando había pasado los 80 años y se encontró con una muchacha de 17. O para tramar asesinatos literarios como los de Simenon, que sacó buen partido a algunas ciudades balnearias a las que mandó a Maigret para quitarle de copas a deshoras y, de paso, para desenredar algún lío.
Ha tenido muchas resonancias artísticas el balneario como armonía de soledades, porque el balneario ha llevado siempre dentro de sí un caudal rumoroso de silencios.
Y ha sido además punto de encuentro de artríticos inofensivos y de enfermos imaginarios en busca de la sedación calmosa y vivificadora. Esto de los artríticos es cosa bien seria, y por eso uno de los pocos poemas que escribió Pío Baroja -médico, por cierto, de un balneario- está dedicado a ellos y en él termina proclamando la gran verdad: «que somos -los artríticos- productos natos de selección, que vamos por la vida con distinción». Grandes próceres, los artríticos.
Ocurre sin embargo que los balnearios actuales han incorporado técnicas que los convierten en lugares de exploración muy complejos. En primer lugar, en la mayoría de ellos apenas se toman las aguas, porque saben a diablos y porque en la parafarmacia venden todos los oligoelementos en una pastilla efervescente con sabor a mango. En segundo lugar, porque se han impuesto los masajes que, además, han derivado en modalidades barrocas: el digitomasaje y la estimulación muscular que, si bien suena a lujurioso tejemaneje, es un casto utensilio lleno de traviesos electrodos que endurecen el abdomen, los glúteos y hasta los muslos, sedes libidinis, en el decir de los clásicos.
Si se quiere más, se puede echar mano del masaje shiatsu y por siete u ocho euros se compra una bola con púas redondeadas que sirve para practicar la reflexoterapia de manos y de cervicales. Los más vehementes disponen de un rodillo de masaje manual que es definitivo para la relajación de ese guerrero urbano en que todos nos hemos convertido. O se puede recurrir a la talasoterapia podal, al jacuzzi portátil, a la chocoterapia, a la vinoterapia...
Un lío que no ha hecho sino oscurecer la benéfica tradición de los balnearios, aunque sigan siendo recomendables pese a todo este esfuerzo ofuscador, sobre todo si tienen el detalle de organizar para las soirées conciertos y representaciones de ópera con la delicada oferta, en los intermedios, de frágiles canapés y copas glamurosas de champán.
Cerca de Bad Homburg está Fráncfort. Una ciudad algo chabacana si se tiene en cuenta que es la capital financiera de Europa. Con todo, la vista desde uno de los puentes del río Meno de la silueta que forman los grandes rascacielos es magnífica: en primera fila están las casas tradicionales de la burguesía y, detrás, las torres del Deutsche Bank, del Commerzbank, del Banco Central europeo, etc., ejerciendo un evidente papel de guardaespaldas de vidas y conciencias claramente arrebatado al que antes correspondió a la catedral. Las salchichas son abominables, pero esta es una circunstancia adversa que los ciudadanos sobrellevan allí con envidiable dignidad.
Para viajar a Berlín desde Fráncfort hay que hacerlo en tren, pues permite observar las modulaciones del paisaje a medida que se avanza hacia el norte. Aunque la frontera no exista, aún se advierte con nitidez la entrada en el territorio de lo que fue la República Democrática, que dejó una estupenda herencia de miseria y de ultrajes al paisaje que, la verdad, no se merecía porque compone una sinfonía amable de colores azulados, verdosos y ocres, algo diluidos pero decorosos. La nueva estación central de Berlín es un prodigio y responde a la tradición alemana de grandes estaciones de ferrocarriles, como ocurre con la de Leipzig, una ciudad que está puesta ahí para dar sentido a su estación que, en otro caso, hubiera quedado en una situación ridícula, un poco como la del novio que espera infructuosamente a la novia. Este año el acontecimiento principal era la visita de Obama y su discurso ante la columna de la Victoria. Muy insípido el guiso que le salió al candidato, que además, según supe después por la prensa de Berlín, lo leía con la ayuda de esos artilugios técnicos que ahora permiten que uno se las eche de orador cuando no pasa de lector de ocurrencias ajenas. Había un gran ambiente de fiesta, supongo que el mismo que se hubiera creado si el podio lo hubiera ocupado el Papa o el ganador del Tour. Terminaba la temporada pero hubo tiempo para asistir a un Teseo de Händel, que aunó una filigrana de voces, especialmente las de contratenor, para una puesta en escena osada que un catedrático de la Freie Universität trató de justificar en una conferencia que dictó como aperitivo de la representación.
Berlín fue una ciudad, como escribió Ignacio Sotelo, «ocupada, escindida, amurallada, subvencionada y plagada de solitarios». Hoy, destruida su infamante muralla, es un festival de gentes que se acompañan las unas a las otras y que disfrutan del verano en sus calles y en sus lagos unidos entre sí por atrevidos canales. Y es una ciudad donde se ha puesto freno a la invasión de los coches, por lo que el tráfico es contenido y humano. La famosa avenida Unter den Linden, arteria central de Berlín, se puede atravesar sin riesgo para el propio esqueleto prácticamente sin mirar los semáforos. Ello se debe a una política que ha apostado por los servicios públicos y por evitar los aparcamientos subterráneos en los centros de las ciudades, tan rentables como destructores. Hasta que esta idea tan simple no se les meta en la cabeza a nuestros gobernantes municipales y autonómicos, el ruido y la contaminación seguirán siendo los verdaderos propietarios de los espacios urbanos. ¿Cuándo nos enteraremos de que el metro y el tranvía son la libertad? El coche debe quedar para personas con dificultades: ministros y señoras embarazadas.
Para llegar a Viena se impuso una parada en Praga con cuya belleza y magnificencia no han podido ni los comunistas ni los nacionalistas checos ni los turistas. Y ya es constancia y burlona firmeza saber resistir tan temibles enemigos.
Y al final, Viena, que ha metido el gran bisturí de la modernidad en el decorado del Imperio, por todas partes omnipresente. Los austriacos, al término de la Primera Guerra Mundial, tendrían que haber proclamado una nueva modalidad de república, la república imperial, con un presidente y un emperador repartiéndose las cartas del mangoneo. A ratos, porque en definitiva de ratos y sorbos está hecha la vida. Y deberían haber hecho con el Imperio lo mismo que con el Danubio: alejarlo lo justo para mantenerlo cercano y así poder seguir siempre mirándose en su espejo y ver reflejado en él la carroza que en los veranos conducía a Schönbrunn.

21 agosto, 2008

Nos vemos en un par de días

Toca a su fin la estancia gratificante en México D.F. Estupendo auditorio, ambiente amable, exquisita cortesía, buenos debates, colegas interesantes, nuevos amigos.
Mañana quedará un rato hasta mediodía para darse al fin un paseo y explorar alguna librería, a la caza de buena literatura local. Luego, levemente acoquinado, a tomar el avión de vuelta. Tropecientas horas antes de llegar a casa el viernes al anochecer. El sábado, si han vuelto las fuerzas, habrá que retornar al blog.
Saludos de cuate.

19 agosto, 2008

Los jueces y su independencia: una solución bien fácil

Está bonito el artículo de Pablo Salvador Coderch que aparece hoy en El País, aunque, como tantas veces ocurre con progresistas sinceros y bienintencionados, es más lo que insinúa que lo que dice y más lo que amaga que lo que da. Pero, en fin, algo es algo.
Para lo que aquí me interesa me quedo con este fragmento de dicho escrito:
“...en Estados Unidos de América, la Administración Bush intentó, en 2005, nombrar a una abogada, muy amiga y leal servidora del propio presidente, Harriet Miers, como magistrada del Tribunal Supremo federal; pero el Senado, que debía confirmar el nombramiento, dejó muy claro que no lo iba a hacer y Miers se retiró.
En la actualidad, siete de los nueve miembros de aquel Tribunal fueron nombrados por presidentes republicanos, lo cual haría de esperar una línea de decisiones muy escorada del lado conservador. Pero la magia del buen diseño institucional ha impedido que la Administración Bush cuente con mayorías garantizadas en el máximo órgano judicial del país. Y es que la gente es más o menos amiga, pero sobre todo, no suele ser tonta ni indecente y como allí el cargo es vitalicio, una vez alguien medianamente dotado lo ocupa, vuela por su cuenta y puede alcanzar una cabal independencia de juicio. Así, un magistrado como David H. Souter (1939), nombrado en 1990 por Bush padre y confirmado en el Senado contra el voto de senadores de rancio liberalismo, como Ted Kennedy y John Kerry, decepcionó a sus padrinos y se convirtió en el adalid de las causas más genuinamente progresistas. La independencia existe. Otro caso similar de nuestros días es el del magistrado Anthony Kennedy (1936), nombrado en 1988 por Reagan y que suele emitir el voto decisivo (swing vote), moderado y sensato, en un Tribunal, dividido formalmente entre cuatro conservadores y cuatro liberales
”.
Parece que una solución para que los más altos magistrados no le guiñen el ojo al Ejecutivo ni le pongan todo el día posturitas insinuantes al partido que los propuso consistiría en hacer su cargo vitalicio. Pues funcionará en EEUU, no digo que no, pero aquí da muchísimo yuyu pensarlo, puro escalofrío. Elijan al que quieran de los actuales e imagínenselo. Uy, y si pensamos en doña Emilia la emoción es total: no vuelve en la puñetera vida una señora a perder un pleito contra un varón. Oye, y todas tan amigas bajo la guía triunfal de Frau Gemüsegarten, luz de las oprimidas, faro de las maltratadas y agosto de los modistos caros.
A un servidor, humildamente, le parece que muchísimo de este desbarajuste que acerca la magistratura constitucional a los modos de las pupilas de cualquier madame con negocio próspero y profiláctico, se puede solucionar con alguna medida legal sumamente sencilla. Dejemos de lado, por imposible, la discusión sobre el modo de nombramiento de los magistrados constitucionales. Fijémonos solamente en el día después de la finalización de su mandato. ¿Qué han de poder ser a partir de ese instante? Nada, ricos pensionistas solamente. Que les quede un doradísimo retiro, una pensión supermillonaria -póngale usted la cantidad que quiera, seis mil euros mensuales, doce mil, veinte mil...- y, si no alcanza, que les garanticen descuentos y promociones especiales en Carrefour, Toys´r´us y Casa Lucio, y vales para darse en cualquier spa unos baños de fango, por lo de la nostalgia y tal. Pero nada más. O sea: terminante prohibición legal de que puedan desempeñar cargo de ningún tipo, sea en el ejecutivo, el legislativo o el judicial y sea dentro de España o fuera. Y lo mismo en la empresa privada o en ese tipo de subterfugios que son muchas veces las fundaciones, auténticos eufemismos jurídicos tan a menudo. Nada de nada, vaya. ¿Y dar clases en alguna universidad? Tampoco, carajo, que se les puede ocurrir ser rectores y comenzar la campaña mientras aún dictan sentencias. Bueno, pero, ¿y alguna conferencia por ahí? Que no, que acabarían dándolas a precio de oro para alguna asociación empresarial o algún grupo propietario de medios de comunicación, como contrapartida por los detallitos de cuando entonces. O sea, dolce far niente a tope, a disfrutar de los nietos y a pellizcar a la dominicana del servicio (¿que suena machista esto? No, hombre/mujer, no, basta con admitir que también las magistradas la pellizquen).
¿Qué ganamos con medida tan simple? Muy sencillo, evitamos que a los cuatro días de tomar posesión ya estén los magistrados echando cuentas de a quién tienen que comerle la oreja, en el auto o en la sentencia, para ir haciendo méritos para eso tan simpático que quieren ser el día de mañana: magistrado/a en Luxemburgo o Estrasburgo, embajador, secretario de Estado (o cualqueir otra cosa "de Estado" de ahí para arriba), obispo -todo se andará-, amante bandido -esto seguro que ya se anduvo-, alto representante o delegado ante no sé qué organización internacional... Si no se juegan nada de su futuro, a lo mejor se animan a decidir en conciencia; esto es, a no vender su conciencia a cambio de un nuevo coche oficial y un paraíso lleno de secretarias/os el día de mañana.
Hombre, ya puestos a soñar con cosas tan evidentes y razonables como imposibles, sería perfecto que se hiciera lo mismo con los miembros del CGPJ o que, al menos y para empezar, se evitara que los que provienen de la carrera judicial aprovechen para dar el salto de un puto (con perdón) juzgado de instrucción en Viana do Bolo a la Audiencia Nacional o el Supremo.
Y ahora, chascarrillos aparte, que alguien me diga por qué no sería viable una medida tan elemental y que me explique por qué no se toma.

18 agosto, 2008

Fantástico artículo

Cómo he disfrutado con la lectura del artículo de Antonio Elorza que aparece hoy en El País. No tiene desperdicio, léanlo entero. Lo que más me ha gustado es esta parte que recorto y donde se explica muy bien lo guaperas que nos veíamos los españoles últimamente, en plan nuevos ricos despreocupados. Hace unas semanas un servidor, modestamente, decía aquí mismo que viva la crisis si sirve para que se nos quite esta facha de pijos irredentos que se nos ha puesto:
(...)
En economía tiene lugar un fenómeno conocido como histéresis de los costes, aplicable también a la evolución de los consumos privados. Cuando se interrumpe un proceso de crecimiento económico en una empresa y se entra en una fase de recesión, la disminución de los costes no puede seguir la misma curva, situándose siempre en un nivel más alto, ya que hay costes fijos previamente comprometidos que no pueden ser eliminados. Sucede otro tanto en la evolución del consumo. Los españoles (no todos) se habían acostumbrado a una fase de mejora en sus ingresos en los últimos 15 años, con la consiguiente proliferación de formas de consumo ostentoso. Les costará mucho renunciar a los hábitos contraídos con la bonanza.
Si a comienzos de los ochenta era prácticamente imposible encontrar en Madrid una guía turística de Turquía, ahora lo que no resulta posible es ir por parte alguna del mundo sin tropezarse con grupos de españoles cargados de compras del bazar correspondiente o hablando de su último viaje a Irán, a Capadocia o en uno de los cruceros de masas por el Nilo. Eso sí, no siempre de acuerdo con una correlación entre ese turismo y el nivel cultural; en pocos aspectos la persistente miseria del medio estudiantil y las limitaciones de nuestras clases medias enriquecidas pueden apreciarse como en éste.
Otro indicador de ese tipo de consumo practicado por los miembros de nuestra sociedad opulenta es la increíble proliferación de restaurantes de semilujo, incluso muchos de ellos con aspecto popular, cuya estructura de precios hubiera alejado sin duda a los clientes hace aún pocos años. Y, en fin, ningún objeto más demostrativo de ostentación que los 4 - 4, que han invadido las calles de nuestras ciudades, con el incremento del riesgo para todos (para la visibilidad de otros automovilistas son auténticos muros, sin contar la prepotencia de sus conductores), el gran consumo de carburante y la consiguiente emisión de CO2. Es en gran medida el símbolo de una era de feliz y estúpida autosatisfacción, que los Gobiernos han debido de encontrar natural, ya que hasta hace poco a nadie se le ocurrió en España someter a una fiscalidad especial a tantos poseedores de cortijos imaginarios.
De haber seguido el ascenso a los cielos del bienestar económico, en este país alegre y confiado se hubieran organizado pronto excursiones para visitar la banquisa de ese Polo Norte en trance de desaparición en medio de la indiferencia general, del mismo modo que son visitados Birmania y el Tíbet sin que los que se asoman a esas tragedias produzcan otra cosa que fotos digitales para enseñar luego a los amigos. Ningún signo de denuncia por parte de tantos visitantes españoles llega a los medios de comunicación, salvo que sobrevenga un incidente que afecte a su seguridad. Claro que en este punto, nuestro progresista Gobierno marca la pauta. Moratinos se ocupa del problema de Oriente Próximo, pero en las demás causas que de modo inmediato conciernen a los derechos humanos impera una escandalosa inhibición. A Ingrid Betancourt se la tendría en el corazón por parte de España, según dijo el presidente Zapatero, sólo que al mismo tiempo el tema de las FARC como tal no interfirió nunca en el trato cordialísimo con su avalista Hugo Chávez. Y sobre Birmania y Tíbet, sobre Darfur, silencio impuesto desde arriba, como para nuestro equipo olímpico, no vayamos a incomodar a China. Gocemos del sol de Varadero y del contoneo de las mulatas, o de la virilidad de los mulatos, en La Habana, mientras el Gobierno español encabeza la gratuita recuperación de la cordialidad de la Unión Europea con la dictadura castrista, sin que ni siquiera tenga lugar como pago de tales servicios la devolución del centro cultural español del Malecón habanero, incautado por Fidel en 2003.
(...)

Poemilla

Podrá el lugar ser éste o cualquier otro,
los árboles idénticos
que mece el viento,
los ubicuos gorriones,
esas nubes panzudas,
acelerados pasos
de individuos fungibles,
pensamientos perdiéndose
por sumideros.
Se adivinan esquivos los destinos,
cometas a su aire o vilanos.
Hinchada de tormenta está la tarde,
una tormenta más, igual que otras,
puesto que esta ciudad
podría ser cualquiera.
Que yo me encuentre aquí,
que me guíen propósitos y cálculos,
que alguien haya tejido horas,
cuadrado citas,
desbrozado agendas:
puro azar.
Comparecen también
puntuales las mareas,
los vientos, las corrientes,
los cuerpos celestes,
o los nuestros en su fugaz delirio.
De la misma manera que circula
la sangre en las venas
o que el loco repite
su canción.

17 agosto, 2008

Viajes y dilemas

He retornado a los aviones. Al escribir estas líneas, en domingo, estoy en México D.F. Como siempre, el viaje fue una locura difícilmente justificable. Pasaron veintidós horas desde que me levanté en León para ir al aeropuerto hasta que me acosté en el hotel de aquí. Menos mal que a uno le dura para siempre el entrenamiento de cuando era trasnochador y se daba aquella buena mala vida.
Los que, para bien o para mal, solemos viajar por razones de esas que llaman de trabajo, nos hacemos de una forma de ser particular durante los trayectos largos, eso es fácil de observar. En los aviones se percibe pronto quién se va de vacaciones y a hacer un poco de turismo y quién anda embarcado en rutinas viajeras por otros motivos. El turista es hablador, le gusta explayarse, va inquieto y con deseo de compartir todo tipo de sensaciones, expectativas o experiencias anteriores. El viajero habitual, por contra, lleva un aire taciturno, levemente hastiado, siempre serio y escasamente solícito a la hora de contestar a las preguntas típicas y muy respetables de los otros: qué tiempo hará en destino en esta época, qué hora será allá en este momento, si se moverá mucho el aparato durante el vuelo, si se ha ido muchas veces o es la primera y que qué tal estarán los precios. No es que se haga de la antipatía virtud, sino que el pasajero avezado conoce los riesgos de mostrarse cortés en exceso o fingirse locuaz un rato: tu compañero de asiento o de fila, crecido y entusiasta, te coloca por menos de nada la narración completa de sus últimas vacaciones o el repertorio de lugares comunes propio del turista mal informado o que no está dispuesto a enterarse de nada de la tierra que pisa fuera de su barrio.
Y conste que al que va solo todavía se le puede soportar, pues el turista solitario es persona compleja o que anda metido en empresas peculiares, por lo que siempre puede al fin sorprenderte con algo que te divierta o te deje perplejo. Lo inaguantable de verdad son las parejas, muy especialmente sin están entre los treinta y los cuarenta y tantos tacos. A ésos les devuelves los buenos días y te endilgan el menú completo de su banquete de boda o lo que les pasó a unos vecinos suyos que tuvieron la ocurrencia de pedir paella en Punta Cana y fíjate tú lo que les pusieron y cómo estaba aquel arroz, que es que ya se sabe y a quién se le ocurre, pudiendo tomar pizza u otra cosa así. Yo, pese a mi manta y mis frecuentes despistes, a ésos ya los veo venir desde lejos, los identifico fácilmente por la pinta, por la indumentaria y por los bocinazos con que exhiben su condición de gentes de (sub)mundo. Ellos, los hombres, casi nunca van ya pantalones largos, fingen algún toque de cooperante o de manifestante pacifista, meten la pata cada poco por querer dárselas de desenvueltos en cualquier trámite y al hablar con terceros gustan de referirse a su pareja como “ésta”. “Ésta se mete en la piscina después de desayunar y ya no la sacas en todo el día”, “ésta se apunta a todas las actividades en los hoteles, se ha pasado las vacaciones dándole al aerobic”, “ésta flipa de que en esas playas caribeñas no se haga top-less”. En cambio, “ésas” por lo general cuentan las cosas en primera persona del plural (“a nosotros lo que nos encanta es la siestecita en la piscina después de comer”, “a nosotros no nos va eso de pasarse todo el día en excursiones y que te timen encima por ver cuatro piedras”). Una categoría especial dentro de las damas de este tipo es la formada por las pecosas de poca teta que vuelven muy morenas, que se han puesto unas rastas muy monas en el pelo, que sienten debilidad por los abalorios de plástico de colores vivos y que solo visten camisetas, con preferencia por las amarillas o las verdes pistacho. Pero dejemos estas minucias antropológicas para mejor ocasión y sigamos con el tono levemente intimista de este post.
Cada cual es rehén de sus manías. Este que suscribe, mismamente, no es capaz de viajar sin un maletón de cuidado y una bolsa de mano en el límite del peso permitido. Que si este libro por si trabajo un poco durante el vuelo, que si éste por si me aburro y me apetece leer algo entretenido, que si éste porque unos poemillas te dejan bien antes de coger el sueñecillo volador... Algunos volúmenes han cruzado conmigo varias veces los océanos sin conseguir que los abriera nunca, pues, a la hora de la verdad, tu cabeza no está para nada que no sea una novela negra en condiciones. Por cierto que en esta ocasión he leído una bastante peculiar y de la que aún no sabría decir si me gustó bastante o así, así: El secreto de Christine, de Benjamin Black, seudónimo de John Banville. Por una cosa sí me ha venido mal: yo no quiero fumar nada estos días, peros los personajes se tragan tres o cuatro pitillos por página y esto no es vida.
Entre las sensaciones que me resultan más peculiares y desconcertantes a estas alturas está la de verme solo en un hotel con todo un día libre por delante, como me sucede hoy mismo. Para empezar, los hoteles tienen esa extraña extraterritorialidad, esa condición de paréntesis en nuestras rutinas. Creo que si viajas mucho lo percibes aún más, pues en otro caso simplemente sientes la habitación de hotel como una excepción que confirma todas tus reglas. Pero, cuando te acostumbras, el hotel es la otra casa, la casa en la que se vive cuando muy a menudo no estás en casa y que se caracteriza por poner en suspenso los hábitos que te parecen más tuyos y que acabas reemplazando por otros, los hábitos del hotel, cosas bien simples que en tu hogar nunca haces: zapear desde la cama -mi santa y un servidor aún somos pareja propiamente dicha, pese a estar casados, y, por tanto, no hemos metido en nuestra habitación al otro, al televisor-, decidir si bajas a cenar al restaurante o pides al servicio de habitación que te suban una hamburguesa bien guarra, colocar de determinada manera tu ropa en el armario para no volver a olvidarte los calzoncillos en algún cajón, intentar programar la clave de la caja de seguridad, aunque sólo sea para guardar la cámara de fotos y las tarjetas...
Y esas camas enormes, cielo santo, en especial en los hoteles de estas tierras. Tengo un amigo que me cuenta que cada vez que se mete solo en una cama de éstas se echa a llorar porque no somos nada y porque ay los tiempos que se fueron. No sé si será para tanto, pero deberían estar prohibidas. Te hacen ver lo poco que ocupas en el mundo cuando vas sin (tu) pareja, y hasta al más fiel y virtuoso se le llena el pensamiento de pecados imaginarios y promiscuidades sin cuento. No ha de extrañar toparse a veces, cerca de la medianoche, a esos varones solitarios que salen despavoridos del hotel, con mirada de hombre-lobo y vaya usted a saber qué pulsión cazadora nublándoles el seso. Por fortuna, a uno los años ya le van aplacando las disonancias, pero, de todos modos, por si alguna vez la visión de estos lechos pudiera descomponerme la paz de espíritu, llevo siempre conmigo una vieja edición de un libro de Alchourrón y Bulygin que me baja la bilirrubina y me permite dormirme en plena meditación sobre si las relaciones entre las normas jurídicas y los casos serán deductivas o de otra manera. Mano de santo/a.
Es sorprendente despertarse una mañana como ésta, temprano por los efectos del cambio de horario, y saber que se tiene todo el día por delante para hacer exactamente lo que a uno le dé la gana. Puede alcanzar efectos paralizantes la situación y así debió de quedarse el Asno de Buridán. Ducharse, conectar el ordenador y echar un larguísimo vistazo a los periódicos, poner la tele para ver si están transmitiendo algo interesante de la Olimpiada, bajar a desayunar y ponerse hasta arriba de cosas malísimas para la salud del cuerpo y buenísimas para la del espíritu (esta mañana me he atizado con gusto unos huevos a la veracruzana que casi acaban conmigo: es lo que pasa por darse al placer de pedir cosas a ciegas, a ver qué aparece en el plato), retomar la novela que dejaste anoche a punto de culminar. Pero cuando se acerca la media mañana empieza a hacer de las suyas el duende del remordimiento, ese gusano primo de Max Weber y protestón por antonomasia, que te dice que a ver si vas a tirarte el día entero sin dar palo al agua, y que qué es eso de leer novelas y navegar en internet como si estuvieras en tu casa y fueran vacaciones de funcionario fetén, y que qué menos que darte una vuelta por la ciudad ya que estás aquí, y que deberías sacar tiempo para trabajar un poco, y que no vas a irte mañana al curso a improvisar como un catedrático estragado de sexenios, y que repasa un poco esos textos de los que vas a hablar, y que vaya vergüenza si llegas de vuelta a tu ciudad y te pregunta qué museos visitaste aquí ese especialista en arte y museos que todos tenemos de amigo como justo castigo por nuestros pecados y por lo poco que nos gustan los museos... Uf, ahí sobreviene el bloqueo y por unos instantes echas de menos tus hábitos hogareños, tus servidumbres laborales cotidianas y tus disculpas habituales para no salirte del atenuante de la rutina.
Bueno, pues dicho esto a modo de terapia, les cuento que ya me siento mejor y que mi buen humor ha aumentado con la llamada hace un momento de mi anfitrión aquí , quien me comunica que hoy me dejan descansar a mi bola y que ya mañana por la mañana me recogen para hablar, organizarse y tal. Así que decido: a) dentro de nada me voy a dar una vuelta por los alrededores del hotel y a ver si compro algún regalillo (incluso para mí mismo) en un centro comercial que me cuentan que hay por esta zona; b) como; c) regreso al hotel y me leo unas sentencias enjundiosas que me he traído y preparo un ratito las clases de mañana; d) termino la novela y leo unos cuantos capítulos de una antología del cuento mexicano que me he agenciado; e) ceno en el hotel; f) me duermo viendo algún programa de deportes en la tele o, en su caso, releyendo el ya muy gastado texto de teoría analítica del Derecho antes citado.

El cuento de la historia

(Publicado en El Mundo de León, 14 de agosto de 2008)
Parece que la historia se ha convertido en el eje de nuestra organización social y en la fuente de legitimidad de todas nuestras entidades políticas. Hasta de debajo de las piedras salen naciones que dicen que lo son porque tienen una historia muy larga y porque lanzan sus siglos más lejos que nadie; los defensores de la nación constitucional replican alegando que para historia enorme la de España; las diecisiete Autonomías, tal vez para disimular que la mayoría son resultado de un embarazo constitucional inesperado y múltiple, buscan afanosamente alguna raíz en el origen de los tiempos, en algún chascarrillo de la romanización, en una anécdota de la Reconquista o en la ocurrencia de alguno de sus pasados hijos más o menos excéntrico o descaradamente turulato; las diputaciones y universidades de cualquier rincón financian con alegría estudios sobre dudosas batallas de leyenda acaecidas en el municipio o sobre dialectos hablados en tiempos en algún valle poblado por pastores con problemas en el frenillo.
Hoy el que no tiene historia es como si no tuviera abuela y la comunidad que no se maquilla con acontecimientos pretéritos de mucho empaque se ve pobretona y anonadada, sociedad anémica e insustancial. Por contra, los que se han pintado un pedigrí selecto se pavonean con el orgullo que hace décadas se gastaban aquellos burguesotes que presumían de ser de buena familia. Cuando vemos, por ejemplo, a políticos nacionalistas catalanes reunirse con otros tales gallegos para criticar lo mal organizado que está todo en este país, lo zafios que son los españoles de a pie sin árbol genealógico y lo carísimo que se va poniendo el servicio, con estos extremeños o andaluces que se te suben a las barbas como si todos fuéramos iguales, nos recuerdan a aquellos personajes de sainete, viejas solteronas orgullosas de papá, viudos arruinados por su mala cabeza pero que siguen soñando con mayordomos y amas de llaves, hijos calaveras de familia venida a mucho menos que tratan aún de usar los viejos títulos para ejercer derecho de pernada sobre chachas y cocineras.
Mientras, la España mesetaria sestea tranquila, feliz en sus ensoñaciones. Ah, aquí sí que hay pasado para dar y tomar, para esencias históricas las nuestras y para glorias de antaño las que nos corresponden. A qué hacer más. Por eso no ha de sorprender lo que el pasado viernes contaba este periódico: Castilla y León tiene 79 edificios monumentales en ruinas, de los que 12 están en León. Torres, castillos, palacios, fortalezas, monasterios, todo por los suelos, mientras nuestros políticos se miran el ombligo, piensan en las musarañas y sonríen, tan felices, tan encastillados.

15 agosto, 2008

¿Por qué no los mandamos a freír churros de una vez?

Leo en El País ahora mismo lo que ayer declaró Zapatero sobre el sistema venidero de financiación autonómica y sobre los dineros que recibirá Cataluña. Y me asombro primero por dos razones: una, porque parece que ya se va sabiendo de qué va la cosa y que, después de una adolescencia política loca, frivolón como si nos hubiera presidido Paris Hilton, ahora el de la ceja en pompa descubre que no puede uno ir por ahí encamándose a tontas y a locas con el primer barón territorial que te pille con las hormonas políticas alteradas. Va a ser verdad, entonces, que España no se rompe, pero será porque al fin ZP se pone a hacer lo que le gritaban ésos que decían que la ruptura de España estaba al caer.
Y ahí viene la segunda perplejidad de uno: oigan, si estas cosas que ayer dijo ZP parafraseando a Rajoy % Cia, las cascan éstos desde el Gobierno porque hubieran ganado las pasadas eleccines, arde Troya y arden hasta Las Ramblas. Así no. Enésima prueba de que las políticas conservadoras en este país tienen que hacerlas los gobiernos dizque de izquierdas. Pasa lo mismo con lo de la inmigración, las bajadas de impuestos -estos días el Gobierno ha suprimido por decimoquinta vez en un año el impuesto sobre el patrimonio, que en verdad no sé si ya va a quedar ciertamente eliminado o si lo dejarán para volver a suprimirlo de nuevo cuando convenga-, las reformas laborales -ay, antes de que acabe esta legislatura habrá liberalización del mercado laboral, aunque llamándola de otra manera, claro, y al Sagaz Leonés alimentador de ratoncitos no le van a montar la general como a González en tiempos-, y tantas cosas. Es lo que llaman el colchón social de la izquierda.
Hasta ahí, todo bastante normal, y hasta previsible, pues es guión sabido, juego repetido. Lo que saca a uno de sus casillas es ver las gran coherencia discursiva de los líderes de un bando y de otro. Según cuenta El País, "Zapatero aprovechó su rueda de prensa para criticar al PP por pedir ahora el cumplimiento de un Estatuto que llevó al Tribunal Constitucional". Desde luego, cierto es que pedirle coherencia al PP es como buscar un concejal de urbanismo ingenuo y pobretón. No es ésa su mayor inconsecuencia en esta materia de organización territorial y estatutos de autonomía. Aunque también pueden decir que el cumplimiento de las normas debe exigirse mientras no sean derogadas o anuladas por quien corresponda, en este caso el TC. Que, por cierto, hay que ver qué prisa se da con este asunto, ¿verdad? Pero, por mí, al PP que le den también.
De lo que seguramente Zapatero sí se da cuenta, pero no su entusiasmada grey, es de que su actitud es como la imagen invertida de la que reprocha a Rajoy e igual de zopenca y descarada: ¿acaso es congruente que él no cumpla -y está diciendo bien a las claras que no va a cumplir- ese Estatuto Catalán que su partido aprobó como un hito histórico y cuya impugnación ante el TC por los de Rajoy tanto criticaron él y sus mantenidos?
El uno lo recurre y pide al tiempo que se cumpla, amagando su delegación catalana con aliarse hasta con ERC para reclamar las correspondientes pelas. El otro dice que está muy bien ese Estatuto, sí, que es constitucional y guapo de cara, pero que no le va a hacer ni puto caso. Pero, ¿qué clase de cretinos son estos tipos? ¿Nos toman definitivamente por tontos? ¿Que sí? Pues tendrán razón, no digo que no. Basta ver los votos que suman. Algo tendrá la mierda si tantas moscas...
P.D.- Por cierto, empieza a parecer más que posible lo que hasta hace poco sonaba muy improbable: que el TC le haga un buen recorte al Estatuto de Cataluña. Concretamente, en el dobladillo y por la parte de la sisa. Es que ahora le conviene a ZP, ¿sabe uzté? Y ya se sabe que aquí la Constitución es prêt-à-porter y el TC una panda de modistillas y modestillos.

Debatiendo sobre penas

Los penalistas son así, gente que casi nunca rechaza el debate cuando se les propone. Hace pocos días volvíamos aquí a plantearnos enigmas sobre la función de los castigos penales. Hubo en los comentarios respuestas bien atinadas. Además, un queridísimo amigo de ese gremio me envió el siguiente mensaje, que copio más abajo, con su tácito permiso.
Tras leer este texto que ahora reproduciré, y con el que no puedo -en la medida de mis lagunas y mi diletantismo- sino estar bastante de acuerdo, me queda una duda teórica principalísima, cuestión que supongo que será una de las madres de este cordero: ¿cómo se establece la proporcionalidad entre las penas y los delitos a los que responden? Si no recuerdo mal de viejas lecturas, ésa era una de las críticas mejors a la teoría retribucionista clásica (Kant, Hegel...) o de la pena como venganza: que el ojo por ojo y diente por diente es muy fácil (?) cuando a la víctima le arrancaron un ojo o un diente, pero, en general, ¿cuál es el precio justo, proporcionado -en días de libertad o en dinero de multa-, de un delito cualquiera -unas injurias, un delito contra la libertad sexual, un hurto simple, un robo con violencia, un caso de tráfico de influencias, una apología del terrorismo, cualquier supuesto de descubrimiento o revelación de secretos, etc., etc.
En fin, si hay ocasión o a alguno se nos ocurre algo, volveremos a la carga sobre ese tema peliagudo de la proporcionalidad, ya que el férreo mantenimiento de tal principio parece la salvaguarda última para que las penas no se conviertan en un puro instrumento de ingeniería social no respetuosa con la persona del que delinque o en la herramienta utilizada para que la sociedad sacie sin límite ni control su sed de venganza en muchos casos.
Entretanto, ahí va el texto de mi amigo a propósito del anterior post sobre estos temas:
En primer lugar, me parece bien en general lo que te dice Antetodo. En segundo lugar, aun a riesgo de que me llames mamón, te diré que, más que un equilibrio, se trata de que las penas no desplieguen un solo fin. Para mí el fundamental es el de prevención general negativa, junto a los de prevención especial positiva y negativa (retribución y prevención general positiva la justita y si cae de rebote). Pero me mojo: se pueden bajar las penas, aplicar sustitutivos penales, etc., siempre que con ello no sufran las necesidades de prevención general. De lo contrario, no.
Más cosas: eres demasiado exigente. A las penas ("amarga necesidad" al fin y al cabo) y a sus fines no se les puede exigir la perfección (de hecho, la prevención general falla cada vez que se comete un delito, y se cometen muchos; pero, ¿cuántos se evitan?). No se las debe juzgar sólo ni sobre todo por sus (sin duda múltiples) fracasos, sino por sus éxitos (¿tenemos otra cosa que sirva para esos fines mejor que ellas? Si así fuera, adelante, pero no lo creo).
A quienes defendemos la prevención general de intimidación se nos ha achacado una tendencia al terror estatal: cuanta más pena y más grave, más intimidación, mejor funcionamiento. Pero esto no es cierto en absoluto. Por un lado existen límites extrínsecos que en un Estado de Derecho se aceptan (los constitucionales, por ejemplo). Pero, por otro y sobre todo, hay límites intrínsecos o funcionales, que indican que la prevención general de intimidación lo que exige es proporcionalidad (¡que no significa ojo por ojo!) con la gravedad del hecho, pues castigar muy duramente y por igual hechos desigualmente graves se convertiría incluso en un factor criminógeno (¿para qué me voy a quedar aquí, si, total, ya me va a caer lo mismo?).
Y voy a tus grupos: en cuanto al primero, desde luego es importante la proporcionalidad y que al delincuente no le salga más beneficioso delinquir, no pueda hacer un cálculo de coste a su favor (por eso, por ejemplo, he tenido reticencias con algo tan "moderno" como la conciliación delincuente-víctima por medio de la reparación del daño). Eso no siempre se consigue, pero hay que intentarlo para la generalidad de eventuales delincuentes (no es significativo que algún individuo siempre prefiera delinquir, sea inasequible a este tipo de prevención; esto plantea otros problemas importantes, que aquí no voy a discutir, pero no invalida la idea de prevención general negativa). Pero tampoco es conveniente una pena desproporcionada por excesiva.
En cuanto a tu segundo grupo, creo que la respuesta está en lo que escribía más arriba. Es cierto que las necesidades de prevención general deben operar como límite a los beneficios recomendados por la prevención especial. Lo que es más difícil de creer (salvo casos aislados) es que alguien prefiera la prisión "cómoda" a la libertad miserable (aunque la jaula sea de oro ...). Naturalmente, se pueden producir fallos en las normas o en el proceso de ejecución que contradigan lo que señalo, pero eso no invalida la idea, sólo requiere corrección.
En lo que se refiere al tercer grupo, pese a todo no suele compensar la prisión. Pero es verdad que el comiso debe ser una medida muy importante. Ahora bien, si no se consigue dar con los bienes, ¿hay que mantener al delincuente de por vida en prisión? Me parece que no, pues acabaríamos con la proporcionalidad, que es un límite básico. Lo que sí se puede hacer es tener en cuenta esos factores a la hora de conceder o no beneficios (en sentido amplio).
Por fin, en cuanto a los llamados delincuentes por convicción, sobre todo terroristas, que además a menudo son tratados como héroes por ciertos sectores: En primer lugar, de acuerdo en lo de la pedagogía social, pero éste es otro tema (las medidas preventivas extrapenales son fundamentales en todo caso: educación, mínimo de bienestar, etc.). En segundo lugar, no está claro que esos "héroes" sean inmunes a la amenaza penal. De hecho, procuran realizar sus crímenes clandestinamente para que no les pillen, se escapan si pueden, etc. Pero es verdad que con ciertos delincuentes la prevención general funciona peor (compulsivos, en parte los de convicción, algunos sexuales, habituales-profesionales recalcitrantes, etc.) y es un grave problema, muy de moda, difícil de resolver, para el cual no tengo una respuesta clara, aunque, después de darle vueltas, creo que es mejor aceptar el fracaso en algunos casos y mantener la pena proporcional (cuestión de garantías). Pero, repito, esto hay que discutirlo. Lo que me parece es que el fallo en algunos casos demuestra que las penas no son perfectas como arma preventiva (por cierto, también se suele añadir, con razón, la dificultad de medir empíricamente la eficacia preventivo-general de las penas, lo que se señala como crítica a esta concepción, pero hay datos que demuestran la eficacia: aumento de delincuencia en situaciones de impunidad, descenso ante ciertos cambios legislativos, etc.; por tanto, dificultad sí, pero no desacreditación). Pero el que no sean perfectas no las invalida radicalmente.
En resumen, me ratifico en mis ideas (con algunas dudas y dificultades, claro) y creo que no hay penas preventivamente perfectas, pero que las penas siguen siendo necesarias y, por lo general, eficaces para la prevención general. Y hay que continuar discutiendo y trabajando en su perfeccionamiento hasta que encontremos, si lo encontramos, algo mejor.

14 agosto, 2008

Lo que le faltaba a este país de acoquinados

Qué absoluta desgracia lo de don Jesús Neira. En primer lugar, sin duda ninguna, para él, que está al borde de la muerte; y para su familia. En segundo lugar, y a la distancia que se quiera, para la sociedad toda. Sólo nos faltaba un caso así para que ya nadie vuelva a dar la cara por maltratados, oprimidos o víctimas de ningún tipo. Y cuando digo dar la cara no me refiero a ir a una manifestación, firmar un manifiesto, dar unas conferencias a tanto el kilo o formar parte de un observatorio de estos tan majos que están de moda y en los que se cobran dietas. No, se trata de salir sobre la marcha a defender a pecho descubierto a quien está siendo agredido impunemente. Pues bien, temo que en adelante ni las tres o cuatro personas animosas y arriesgadas que en el país quedaban para tal menester se van a arriesgar. La próxima vez que le peguen a alguien, a mirar para otro lado y a seguir camino, no vaya a ser que la víctima esté disfrutando y te eche la bronca luego por cortarle el vacilón.
Ya sabemos lo que pasó. El bueno de don Jesús se pone a defender a una mujer a la que le estaba zumbando de lo lindo su bestia amorosa, el zopenco que la enloquece; éste le parte la crisma al valiente profesor y la mujer de marras, obtusa, idiota, consentidora, masoca obnubilada, dice que nadie tenía por qué meterse, que su macho es un cielo, que el pobre es que anda mal de la cabeza por causa de sus toxicomanías, que no la tiró al suelo ni la andaba pateando con malas intenciones, quia, que no lo va a denunciar, que no quiere a su maromo entre rejas, que siente lo del señor Neira, el cual no tenía que haberse inmiscuido, que adiós muy buenas y que ya se pone burra de nuevo pensando en la próxima vez que su tigre le atice unos guantazos bien dados. Mecagoenlamother de la señora de los demonios. Qué faena.
Luego llega la Aido, echa un vistazo no se sabe a qué, y dice que cuando le levantan la mano a una mujer nos la levantan a todos. Son maneras de hablar de esta otra señora, pero la entendemos, que no se sonroje. Se le olvidó un detallito de nada: que a veces las bofetadas les caen a mujeres absolutamente estúpidas, absurdas, dementes, que disfrutan con el castigo y babean ante hombres con porte de jabalí, ante malnacidos con pronto de víbora. Se le pasó decir que hay mujeres, como ésta del caso, que no merecen una maldita ayuda ni un puñetero apoyo, que andan buscando que les partan la crisma y que se entristecen muchísimo cuando otro se mete a recibir los puñetazos que para ellas ansiaban. No tuvo la Ministra perspicacia para explicarnos que sí, que es como si nos levantaran la mano a todos, pero que, visto lo visto en caso tan triste –y que no es el único, por grandísima desgracia-, es de temer que, en adelante, todos dejemos que nos levanten la mano a todos para estrellarla en la cara de alguna mujer que se equivocó al encamarse y que ahora carga con un ceporro que se cree muy macho porque excita a alguna burra. Pagarán justas por pecadoras, muchas justas, y ésa es la grandísima y principal tristeza. Nadie las defenderá ya nunca, salvo que llamemos defensa a las paridillas que cuenten la Aido y otras pescadorcillas de río (de sangre) revuelto. Irá a peor un problema que tenemos que resolver entre todos con arrojo y empeño y que no se arreglará, entre otras muchas cosas, muchas, por culpa también de tanta mujer absolutamente lerda, ignorante y zafia como hay por ahí. Igual que hay cantidad de hombres lamentables, asquerosamente violentos, abusones y con alma de gusano carroñero. Porque lo uno no quita lo otro, aunque hoy no sea políticamente correcto decirlo así.
Por cierto, luego va la directora general de la Mujer de la Consejería de Empleo y Mujer de la Comunidad de Madrid, de nombre María José Pérez-Cejuela, y declara lo que sigue sobre la señora en cuestión, y se queda tan ancha: "Bastante tiene la pobre con lo que está sufriendo como para que nosotros la juzguemos". Ah, pues mira, a las tías no se las juzga aunque sean tontas del culo o villanas de libro. Pues vale. Según cuenta El País, la directora general en cuestión dio marcha atrás después de haber declarado inicialmente "que era <<algo tremendo>> el hecho de que la mujer a la que defendió Neira no haya denunciado al presunto culpable". Fíjate tú qué cosa más terrible había dicho, que era "algo tremendo". No, pues como para no recular, claro. Cómo va a ser "tremendo" algo que haga una mujer en este tema. De cajón.
Y ya sé, en esta historia falta el tercer protagonista: los médicos que no supieron detectar a tiempo el derrame del señor Neira. Otros que van por el mundo dándoselas de algo y a los que convendría ir poniendo en su sitio. ¿Nadie va a contarnos cómo se llaman, qué cargo tienen y a qué dedican el tiempo libre esos señores doctores?

13 agosto, 2008

¿Comunidad de Vecinos o 13 Rue del Percebe?

Vamos a ver, la cosa puede contemplarse desapasionadamente tal que así. En una Comunidad de Vecinos, pongamos que en la Calle del Besugo, hay unos Estatutos de la Comunidad, y, a tenor de tal norma, ha sido elegido Presidente un señor, pongamos que con las iniciales J.L. Los Estatutos de la Comunidad no son muy reglamentistas y mantienen que en las cosas que no resulten esenciales para la convivencia del conjunto, para los servicios comunes y para que el inmueble se mantengan en pie y mínimamente atendido, cada vecino tendrá autonomía. En consecuencia, cada cual puede hacer cosas tales como poner en su casa la puerta que le dé la gana, verde o amarilla, hacer que su timbre suene con la melodía que elija o colocar en su terraza geranios o plantas carnívoras. Hasta ahí, la norma básica de la Comunidad es clara.
Pero hete aquí que nos encontraos con más de un vecino peleón y muy suyo. Lo hubo incluso que llegó a defecar en el portal una noche, para protestar por el exceso de control que la Comunidad ejerce sobre sus cosas. Otros pretenden que los propietarios más recientes de viviendas en el edificio se abstengan de bajar al garaje en chándal, o que el ascensor pare sólo en los pisos de los vecinos con apellido compuesto. En fin, que se vivía gran tensión en la Comunidad y el nuevo Presidente hablaba y hablaba con los unos y con los otros y trataba de contentarlos a todos. Y ahí le vino una idea que le pareció genial, dado su innato optimismo y su propensión a creerse en poder de soluciones mágicas para cualquier problema: dijo a todos y cada uno de los vecinos que podrían hacer sus propios estatutos, los estatutos de la casa de cada uno de ellos, y que él, el Presidente de la Comunidad, se encargaría de que fueran aprobados por ésta. A fin de cuentas, decía continuamente el tal J.L., nada hay que no se pueda arreglar con diálogo, a lo que se añade que la noción misma de Comunidad de Vecinos es discutida y discutible. Él había sido chamarilero antes de poner una cadena de locales de alterne (donde muchas de las prostitutas protestan, pero ninguna se va del club), y, por tanto, vivía convencido de que sus habilidades para el regateo y para la seducción de incautos le servirían para llevar al huerto hasta a los más reticentes de los que en el edificio convivían. Y, de paso, soñaba con convertirse en Presidente vitalicio de la Comunidad y con que ésta acabara, dentro de muchísimos años, cuando culminen sus mandatos sucesivos, erigiéndole un busto en la parte más noble del portal, busto que se inaugurará con la lectura de unos versos a él dedicados por el gran poeta Diemünze, amigo suyo y portero de uno de sus locales.
Pasó lo que tenía que pasar. El del sexto B redactó una norma para su casa, pero obligatoria para todos, que establecía que nadie podría pasar ante su puerta después de las nueve de la noche y que la cuota con que él contribuiría a los gastos comunitarios se calcularía en proporción a su estatura. Era bajito, casi enano del todo, y, por tanto, pensaba pagar bien poco. El del segundo A elaboró igualmente un reglamento de su domicilio, para todos vinculante, a tenor del cual se atribuía a sí mismo permiso para extender su terraza delantera ocupando diez metros de fachada, y añadía que la contribución económica de cada vecino al fondo común se fijará en razón de la altura de cada vivienda, de modo que paguen más las viviendas más altas, que para eso tienen mejores vistas. El morador del séptimo C se salió en su reglamento con que toda vecina soltera, viuda o divorciada debería hacerle a él una mamadilla al menos una vez al mes, porque sí y porque, qué coño, para eso tengo yo competencia legislativa y capacidad de obligar a todo zurrigurri y toda zorragurra, y que las casas de tan entregadas huríes estarán exentas de la cuota comunitaria, mientras que todos las demás viviendas pagarán a por rata (quiso decir a prorrata, pero se le cruzó el dialecto de su pueblo y lo dejó así por razones identitarias y porque el que no lo entienda que se joda).
Y así sucesivamente. Cada habitante del inmueble estipuló lo que le convenía, lo que buenamente se le ocurrió o lo que quiso para fastidiar al vecino y que éste no se tuviera por más importante o talentoso. Los hubo que reclamaron agua a mitad de precio, otros que señalaron su propio derecho a dejar la basura en el rellano de la escalera para que los demás se la recogiesen, algunos que se declararon insolventes de por vida con total independencia de la marcha futura de sus finanzas, uno que advirtió en un artículo de su norma que sólo respondería a quienes se dirigiesen a él en húngaro. Y así todos.
Lo llamativo del caso es que el Presidente, J.L., logró que la Asamblea de la Comunidad aprobara cada uno de esos estatutos de las viviendas particulares (verdad es que el día anterior unas cuantas empleadas suyas habían visitado a los vecinos menos partidarios de mano), dejando claro, eso sí, que todos quedaban sometidos a lo dispuesto en los Estatutos de la Comunidad, de los que él mismo sería intérprete supremo con ayuda de unos juristas de mucho prestigio seleccionados con esmero por él mismo y por su ama de llaves, la señorita Von Gemüsegarten. ¿Cómo lo logró? Repitiendo a diestro y siniestro que tranquilos, que las contradicciones eran meramente aparentes, que sólo los enemigos de la Comunidad, los envidiosos del portal siguiente y los nostálgicos de cuando aquello era un descampado sin bonobús podían decir que se iba hacia el caos, y que no hay disputa ni desavenencia que no se solucione con diálogo, unas sonrisas y un par de besos de lengua.
Han pasado pocos años desde tan innovadoras reformas legales y andan los vecinos a la greña, a torta limpia, y reclamando cada cual al señor J.L. que se cumplan los términos estrictos de la norma particular sentada por cada uno para todos, tal como les prometió. Él les repite que tengan paciencia y que todo se andará con buena voluntad y pensamiento positivo. Que tranquilos. Los ve pasar, el uno con un brazo en cabestrillo, el otro con un ojo a la virolé y el de más allá vistiendo harapos y mostrando sarpullidos en su piel, y se parte de risa. Al fin los tengo cogidos por los cataplines, piensa, a ver cómo se las arreglan sin mí ahora que este pifostio no tiene marcha atrás.
Últimamente J.L. se entretiene inventando nuevas medidas para el progreso de la Comunidad. La última, de la que se hace lenguas autóctonas toda la calle, consiste en una declaración solemne, aceptada por la Asamblea de vecinos, en la que se dispone que, dado que los loros también hablan, han de ver reconocida su libertad de expresión y, en consecuencia, tendrán derecho a voz y voto en las reuniones comunitarias. Los vecinos más concienciados y más partidarios del progreso han corrido a comprarse unos cuantos animalejos parlanchines de esos, por el puro amor a la naturaleza, no para disponer de más votos, como algún malpensado facha podría creer.
En fin, que por muy mal que las cosas pinten, esos honestos ciudadanos harán lo que sea, y hasta se despellejarán por completo entre sí, con tal de no reconocer jamás que no estuvieron muy finos en aquella votación fatídica, cuando eligieron para presidirlos al más cretino, ignorante, irresponsable y cabronazo de todos ellos. Pues ajo y agua, amiguitos. Peor fue lo de Nerón cuando aquello de Roma. O no.

12 agosto, 2008

De nuevo sobre crímenes y castigos

Hace unos días especulábamos por aquí sobre el poco sentido que aparentemente tiene, en lo que se refiere a ciertos delincuentes muy finos y perfectamente socializados, afirmar que el castigo penal sirve para su resocialización o reeducación. Dos amigos que saben bien del asunto me hicieron sobre el particular observaciones muy oportunas. Uno, privadamente, me ha indicado que está de acuerdo en que la resocialización no es el único fin de la pena, y que no se debe perder de vista la función de prevención general negativa: “¡ojo, señores, que el que la hace la paga, de manera que no la hagan!”. Y puntualiza este querido amigo que “esto vale sin duda para los delincuentes pijos, como tú les llamas, quizá más que para otros menos accesibles a la amenaza penal”. Por su parte, un amable lector de este blog, que firma como Tomás, escribe lo siguiente, entre otras cosas “Así, de memoria, me parece que el mismo TC (aunque ya da un poco de vergüenza citarlo, es lo que tenemos) ha dicho en alguna ocasión que la reeducación y reinserción social no constituyen el único objetivo constitucionalmente legítimo de las penas privativas de libertad, que, por tanto, también han de cumplir sus finalidades clásicas de prevención general y especial, es decir, "asustar" un poquito para que no seamos malos y proteger a la sociedad, apartando de ella -por una temporada- a los que ya han delinquido.
Así pues, tendríamos que la pena no sólo ha de servir para (tratar de) reformar al delincuente, sino también para que con su castigo escarmiente ese mismo sujeto y escarmiente la sociedad toda. A ese escarmiento en cabeza propia lo llaman los penalistas prevención especial negativa y al escarmiento en cabeza ajena lo denominan prevención general negativa. Aquí, en el mismo plan diletante que en la ocasión anterior, quiero pararme a meditar un poco sobre esta última función justificadora de la pena, la función de prevención general negativa, que, repito, puede caracterizarse de la siguiente manera: la pena sirve para que la sociedad se tenga por avisada y escarmiente al ver lo que le sucede al que delinquió; el castigo del delincuente resulta, pues, poderoso acicate para que los demás eviten la tentación y se abstengan de hacer lo penalmente indebido.
Aceptemos esa misión de la pena. Pero en lo que sea ésa la justificación, habrá que preguntarse de qué manera han de organizarse y aplicarse los castigos para que a la sociedad en su conjunto le llegue ese mensaje de aviso de la forma más eficaz y conveniente. Una intuición básica y propia del más común de los ciudadanos hace pensar que se dificulta dicha tarea de la pena y, por tanto, decae la justificación de ésta en las siguientes ocasiones:
a) Cuando las penas no revisten una dureza proporcionada al valor que la ciudadanía otorga a los bienes dañados o, mejor dicho, a la satisfacción que el agresor puede hallar en el ataque a dichos bienes. Esto es, si, con arreglo a los pautas de valor socialmente establecidas, un amplio número de personas opina que el delito trae cuenta, que no carece totalmente de “rentabilidad”, puesto que lo que con el castigo pierdes es menos que lo que ganas con la acción delictiva, tendremos que la ecuación entre delito y castigo dará un saldo favorable al primero y, con ello, la pena no disuadirá, o no disuadirá en la medida necesaria para satisfacer aquella función de prevención negativa.
b) Cuando el cumplimiento de la pena no resulta suficientemente oneroso, con lo que la desventaja o escarmiento que en teoría la pena implica queda en poco, por razón del modo como es aplicada. Esto puede ocurrir por diversas razones, como las siguientes, y referidas solamente a las penas privativas de libertad: (i) por las condiciones de “bienestar” en la cárcel, al menos para los sujetos que tal vez en la calle tendrían que soportar condiciones de vida más duras; (ii) por los descuentos de pena o cualquier otro tipo de beneficio carcelario que haga la pena efectivamente padecida menor o más leve que la pena recaída en juicio.
c) En ciertos delitos, cuando el agresor consigue retener el botín o beneficio económico o de cualquier tipo que haya conseguido con su acción punible, o una parte del botín o fruto suficientemente sustanciosa como para que le “merezca la pena” ser condenado.
d) En determinados delitos, especialmente delitos de convicción, ciertos tipos de terrorismo y similares, cuando el sujeto que delinque se ve señalado por la pena como alguien que no debe ser imitado y en la pena se aprecia un padecimiento que en principio disuade a los demás de tales imitaciones, pero, al mismo tiempo, ese mismo sujeto es vitoreado como un héroe por una parte no desdeñable de la sociedad, se le hacen homenajes, se le otorga respaldo comunitario y auxilio de todo tipo y, en suma, ve el sufrimiento del castigo compensado por premios y favores que se lo contrapesan, incluso con creces. ¿Cuántos ciudadanos pueden llegar a pensar que vitalmente vale más y resulta más interesante ser –para docenas o cientos de miles de personas- un héroe encarcelado que un ciudadano anónimo?
En resumen, que da la impresión de que la función de prevención general negativa difícilmente va a poder desempañarla la pena cuando la sociedad toda o una buena parte de ella está convencida que delinquir sale a cuenta. Cierto que a menudo esa impresión está determinada por la manipulación de los medios de comunicación más sensacionalistas o por una falsa imagen de las condiciones de vida en las cárceles y de lo que supone la privación de libertad. Tales efectos “antipreventivos” deberían seguramente ser combatidos con una pedagogía social adecuada por parte de los poderes públicos y de los medios de comunicación menos miserables, pero parece que difícilmente se va a poner en práctica tal pedagogía “realista” hoy en día, cuando el predominio del buenismo y el afán por pintar de tonos pasteleros hasta las partes más negativas de la vida social hace que todo cuanto ocurre, incluso en la cárcel, sea narrado por sus responsables políticos como un perfecto y muy empalagoso cuento de hadas.
Mas, descontando ese componente de prejuicio social inducido, buena parte del problema señalado se mantiene y deberíamos preguntarnos sin reparos si no estamos ante el siguiente dilema teórico difícilmente resoluble: o dejamos de hacer énfasis en la prevención general negativa como justificación de la pena, o modificamos las penas de ciertos tipos delictivos y determinadas condiciones de aplicación de las penas, todo a efecto de impedir que el castigo penal conduzca a lo contrario de lo que con esta doctrina se pretende: que difunda el mensaje de que delinquir es un chollo que compensa los riesgos y las penas.
Temo que muchos me respondan aquello de que no es una sola la justificación del castigo penal y que se trata de hallar el adecuado equilibrio entre cinco cosas: retribución o venganza, prevención general negativa y positiva y prevención especial negativa y positiva. Vale. Estupendo expediente para tener siempre una escapatoria doctrinal frente a cualquier crítica o dificultad. Será un problema mío, pero detesto las teorías del “adecuado equilibrio”, como cuando esos sobadores teóricos de los derechos humanos, tan excelsos y guapitos como zánganos en el fondo, nos vienen con la cantinela de que la clave está en dar con el “adecuado equilibrio” entre libertad e igualdad, y entre derechos individuales y colectivos, y entre interés público y privado, y entre... No te jode, pues eso precisamente te estábamos preguntando, mamón, que dónde diablos se encuentra el maldito equilibrio ese.