04 julio, 2010

Nos vemos el 1 de agosto

Voy a tomarme un descanso de blog y de unas cuantas cosas más. Necesito curarme un poco la obsesión del teclado. Si no, no podré leer ni la cuarta parte de lo que me he propuesto, y crecerá la angustia, se me desparramará. También urge salir al sol, jugar con Elsa (y con su mamá), caminar por el campo, puede que escaparse a la playa. Pues dicen que hay vida por ahí, y la tengo un poco olvidada.
Que ustedes también descansen, amigos, que tengan un buen verano y que vayamos, al cabo, regresando con el ánimo cargado para lo que aún habremos de ver.
Y el primero de agosto les cuento qué tal.

01 julio, 2010

La sentencia de las mil páginas. Por Francisco Sosa Wagner

Una sentencia con mil páginas, cuando sale a la circulación y se mete en el trajín diario, corre el riesgo de abandonar su ser de sentencia pura, de fruto (es) cogido del árbol de la teoría del derecho, para convertirse en festín, en un gran banquete -ubérrimo de alimentos- del que todos podrán servirse a su antojo y según sus más acuciantes necesidades. En sus cientos de fundamentos jurídicos cada quien encontrará un argumento a medida, el apto y encaminado a satisfacer sus pretensiones en función de la peripecia en la que se vea inmerso. Se hará así realidad la figura de ese abogado de la quevediana “Fortuna con seso” que “salpicaba de leyes a todos” y que aseguraba: “su justicia de vuestra merced no es discutible; ley hay en los propios términos; ese no es pleito, es caso juzgado, todo el derecho habla en nuestro favor; no tiene muchos lances, es fuerza que se revoque la sentencia dada ...”. Porque, revolviendo entre Baldos e Irnerios y las leyes del reino, era -y es- imposible no encontrar las reglas para apuntalar el razonamiento pertinente que resulte más beneficioso.

Recuérdese que, de un simple contrato de matrimonio, Bartolo le promete a Marcellina en las mozartianas “Bodas de Fígaro” que "con astucia, con argucias, con buen juicio, con criterio ... si hay que darle la vuelta a todo el código, si hay que revolver en el índice, con un equívoco, con un sinónimo ya se encontrará algún embrollo... [para que] ... el canalla de Fígaro sea vuestro". Pues bien, si tales posibilidades existen en la panza de un modesto contrato privado, calcule el lector lo que ofrecerán mil páginas ricas en párrafos interpretativos, aclaratorios, contradictorios y eyaculatorios.

¿Qué no podríamos añadir a esta situación de acomodado desconcierto que el derecho puede suscitar si nos metiéramos en las páginas escritas por el cáustico Rabelais o incluso por el mesurado Montaigne? Vuelvo a los fecundos libretos de las óperas para evocar al letrado Blind en el “El murciélago” quien, dispuesto a urdir embrollos procesales, aconseja a su defendido, que tiene que ir a la cárcel por haber insultado a un funcionario, "recurrir, apelar, reclamar, revisar, recibir, subvertir, devolver, envolver, protestar, liquidar, embargar, extorsionar, arbitrar, resumir, exculpar".

Todo parece indicar que de esto se trata en la actual coyuntura: de hacer un poco de luz en tal o cual cuita pero también de asegurar el funcionamiento de la manivela, de seguir dándole al manubrio del bodrio. ¿Rige esta regla lo mismo en Gerona que en Cáceres? Y aquella ¿es de efecto idéntico en Almería y en Santiago de Compostela? Esta ley ¿está viva o ha decaído su vigencia? Y si conserva su lozanía ¿es la misma en todos los territorios españoles? ¿o solo en algunos de ellos? ¿procede la derogación o basta la caducidad o la suspensión o la no aplicación por el juez...? Se verá que tales dudas -de mucha emoción y de mucho fondo pues afectan al núcleo duro de la interpretación jurídica- se enredan como es fama lo hacen las cerezas en el cesto de esta época veraniega.

El hecho de que todo ello sea en beneficio de curiales y litigantes es lo que me hace contemplar el panorama que abre la sentencia de las mil páginas con simpatía pues al fin y al cabo yo mismo pertenezco a ese oficio y he contribuido en muchas ocasiones con mi pluma a enredar los textos legales y a embrollar a litigantes en las lianas de los considerandos y los resultandos.

Si, además, cada español va a poder disponer de un orden jurídico a su medida y le va a ser permitido invocar en los pleitos aquello que mejor le pete, pues miel sobre hojuelas. ¿No hemos llegado así a ese paraíso que es la más plural de las Españas?

Auténticos (con una introducción extemporánea)

(Me repito un poco, pues este texto es versión nueva -completamente nueva, eso sí- de lo que aquí ya expuse hace unos días. Pero lo reproduzco porque aparece hoy en mi columna de El Mundo de León. Por cierto, la directora del periódico, amabilísima y afectuosa como siempre, me ha pedido que dedique mis textos a la actualidad leonesa y me deje de estas cuestiones universales o de la vida triste de ciudadanos sin empadronar. Procuraré, pues, hacerme cargo de que: a) León también existe; b) León tiene actualidad, y no embalsamada permanencia incólume; y c) esa actualidad es interesante y da un juego que te mueres para hacerse unos párrafos guapos. Ya les contaré. Pero tengo para mí que no voy a poder...
No es por darme pote, créanme, pero ¿qué creen ustedes que me acabo de comprar hoy mismo para leer este verano -mientras trabajo en sesudos asuntos juridicos también, que conste? Pues: 1) Hojas de Madrid con La galerna, de Blas de Otero -esto lo devoro esta semana, pura ansiedad-; 2) Mitologías de invierno y El emperador de Occidente, de Pierre Michon; 3) Antología de breve ficción, de Rafael Pérez Estrada; 4) Historias de la Alcarama, de Abel Hernández; 5) Vida de poeta, de Robert Walser; y 6) Educación siberiana, de Nikolai Lilin. Más lo que espera en las estanterías de mi buhardilla, mirándome con muy dolido reproche. No va a poder ser todo. Y, encima, tendre que ponerme al día de lo que ocurre en La Robla o se cuece en La Bañeza. En verano. Tendré que escribir sobre piscinas con niños, terrazas con plásticos y noches con fuegos artificiales. Lo dicho, no sé si voy a poder. Casi seguro que no. Pero en fin. Así son las villas y las provincias. Pura vida).
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Hay un tipo de persona que detesto cada día más. Me refiero al auténtico, al que va de natural y de carente de doblez, a ese que le cuenta a usted que está en contra de las viejas convenciones sociales y a favor de que todos nos explayemos sin tapujos. No lo crean, es un farsante, un aprovechado, un narciso y un sujeto bastante pueril casi siempre. Es ese amigo o conocido que no se corta un pelo a la hora de decirle a cara de perro que usted ha engordado mucho o que su pareja le está engañando o que sus hijos son unos malcriados o que es una horterada esa camisa nueva que se ha puesto. Si ante esa avalancha de supuesta sinceridad usted pone cara de dolor o de espanto, los auténticos de las narices le sueltan toda una conferencia sobre lo bueno que es decir a los amigos las cosas como se sienten y cuánto daña a la sociedad tanta hipocresía y tanto andarse con cortesías y aprensiones. O sea, que para colmo y después de que nos ponen de vuelta y media, aún tenemos que darles las gracias por su franqueza y enorgullecernos de su amistad de ofidios.

Con el auténtico no sirve de nada poner pucheros o devolverle reproches, ni pedir árnica ni rogarle mesura, pues le insistirá en los mismos cuentos sobre lo sano que es cascar lo que se piensa con la lealtad que se debe a los amigos, es decir, a las víctimas. No, lo que conviene es pagarle con igual moneda. Es divertido y aleccionador. Usted aguante el chaparrón sobre lo feo que viene hoy o sobre lo malo que es su coche o sobre lo que sea, tómese mientras un orujito y luego replique a calzón quitado. No para defenderse ni para alegar sobre sí mismo o los bienes suyos que el otro quiso destrozar. Nada de eso. Simplemente dígale, incluso exagerando un poco, lo que opina de él. Al fin y al cabo, es verdad que usted lo conoce desde hace años y sabe a ciencia cierta que es un ladroncete y que además tiene incontinencia urinaria por las noches. Pues a por ellos, oé. Verá qué maneras de llorar el auténtico y cómo le ruega que no siga. Y ahí es donde usted debe replicar que huy, sí, qué bien, cuánto alivia dejarse de hipocresías y cantar las cosas como te vienen. Pues eso. Sin piedad con los que nos fastidian y, encima, quieren darnos lecciones.