18 octubre, 2015

Poemilla dominguero



Qué paloma no sabe que la vida
llega en vuelo rasante y su reverso
es viscoso y oscuro como los inviernos.
En la ventana, una paloma muerta.
El aire mueve su plumón, los ojos
están abiertos, blanquecinos, quietos.
Por qué voló hasta aquí. Por qué morimos
sin plan, sin orden ni concierto, solos,
por qué nos matará la vida, madre
distante y cruel, para ser ella libre,
para olvidarnos pronto y escapar.
Arrojará el viento la paloma,
a la calle, de nuevo volará,
un solo instante. Luego el telón cae
y yo me lavaré las manos antes
de acostarme y soñar para olvidarla.

14 octubre, 2015

El beso. Por Francisco Sosa Wagner



Hay muchas fechas repartidas por los continentes pero lo cierto es que existe una dedicada al beso como hay otra dedicada al padre o al atún rojo. Los organizadores de esta efeméride entienden que el beso a celebrar es el enlazado a conciencia entre dos bocas anhelantes, ese beso que atesora una consecuencia excepcional que ni siquiera los físicos, con ser físicos, han conseguido explicar nunca: la detención del tiempo, el borrado de los minutos, la eternidad concentrada, la flor alada de la dicha, el efluvio de la vida metido en dos corazones triunfales ...

A ver, a ver si algún científico puede explicar el fenómeno y alojarlo en las lecciones de su cátedra.

Me estoy refiriendo, claro es, al beso como tempestad implacable, como vibración, como mandato divino, el beso como descenso por el barranco de la voluptuosidad. Es decir, el beso vértigo y arrebol.

Ese es el beso que merece la pena y por el que se debe dar no sé si el sueldo (con todos los trienios y demás) pero sí al menos el complemento de productividad.

Porque el beso, así concebido, desafía de nuevo a la ciencia si pensamos que carece de espacio y de edad. Por carecer de espacio es infinito y lo mismo se puede practicar en cerrado (y sacristía) que en campo abierto, en el ruedo vasto y ancho de la alameda. Es más: las alamedas deberían disponer de un rincón para el beso como antes disponían de un templete para la música. Un rincón en lugar visible, nada de secretos, para que la ciudadanía disfrute del disfrute de los convecinos. Y en las ciudades con tribunales y audiencias debería haber una tribuna para el beso mientras que en los pueblos con juez de primera instancia, al menos en las fiestas, se debe levantar un palenque para el beso.

No estoy de acuerdo con las competiciones que se hacen el día del beso porque se convierte en una prueba atlética cuando el beso ha de practicarse con los músculos relajados y todo el cuerpo a la deriva.  

Por si todo ello fuera poco el beso carece de edad. Tanto vale la del acné como la canónica del jubilado en el cuerpo de Correos. El beso carece de tiempo porque vaga descontrolado, por los espacios azules, a la búsqueda de los labios que lo cincelen y lo conviertan en la obra de arte. Por eso existe el beso de Rodin y el beso de Klimt. Una sinfonía al beso debe empezar con un adagio, seguir con un andante y terminar con un allegro vivace.

Lo contrario es el beso en la mejilla, ese que vemos dar al presidente de la República a su homólogo al que recibe a pie de la escalerilla del avión. Ese beso habría que desterrarlo para que le cayera el estigma indeleble de la insulsez y de la sosería (en el mal sentido de esta palabra).

Hay, en fin, un beso abominable en la historia que es el de Breznev y Honecker en 1979 en Berlín, al calor infame de sus arrumacos. Ese beso fue transmisor de virus, del herpes simple y del compuesto y de más de un microbio desafiante. Un símbolo del cemento, de la fortificación... El beso que deletrean los tiranos. 

02 octubre, 2015

El Espíritu Santo. Por Francisco Sosa Wagner



Lo de menos es lo del Espíritu Santo aunque preciso es reconocer que como elemento de literatura mágica el relato no tiene rival. Eso de que el Espíritu Santo en persona porque persona es, al menos para quienes nos desvivimos por el dogma trinitario, se cuele en las estancias vaticanas cerradas a cal y llave (de ahí lo de Cónclave), se pasee por entre los padres cardenalicios y vaya susurrando a sus muy reverendos oídos la persona a la que deben votar para ocupar el solio pontificio es un hallazgo teológico, sobrenatural y de sublime envergadura.

Lo de más es que estos viejos cardenales, que vienen cada uno de un punto del planeta con sus arreos, sus anillos y sus lumbalgias, con sus pastilleros repletos (el ácido úrico no perdona), aciertan a escoger a la persona idónea en cada coyuntura. Apelo al Espíritu santo para que venga en mi auxilio y no permita que yo aventure una opinión acerca de si el actual Papa lo hace bien o mal. Mis pretensiones de plumilla no dan para tanto ni falta que hace aunque sí he podido constatar que todos mis amigos ateos están encantados con el argentino y esta circunstancia me hace presagiar que cualquier día los veo volviendo a misa de doce los domingos acompañando a la anciana tía Sagrario. 

La realidad es que el elegido por esa curia a la que inspira la voz melodiosa del Espíritu santo copa noticias, titulares, informativos, fotos, tribunas ... y coloca a la Iglesia católica en el centro de múltiples debates, chismorreos, crónicas y croniquillas. ¿Le pasa lo mismo al patriarca ortodoxo de Antioquía que encima dice ser jefe de una Iglesia autocéfala (¡toma ya...!)? ¿O al copto de Alejandría? Evidentemente no: solo son noticia cuando se reúnen con el Papa de Roma que es quien les presta su autoridad y su glamour.

A la vista de esta realidad histórica la pregunta es ¿por qué no adoptan las organizaciones laicas, un suponer los partidos políticos, un sistema análogo para designar a su cabeza visible? Empeñados están en las primarias y cada vez es más notorio que se trata de un método casi infalible para seleccionar al marido de la merluza. ¿Por qué no variar? ¿Por qué no intentar mirarse en el ejemplo del derecho canónico y de las Sagradas Escrituras? ¿Por qué no buscan a un sanedrín de personas prudentes y temerosas de Dios y le confían la selección del líder?

¡Bah, paparruchas! estoy oyendo decir a mis lectores. ¿Y de dónde van a sacar los partidos al Espíritu Santo?

Buena objeción porque es claro que el tal Espíritu no se prodiga y reduce sus intervenciones a asesorar solo a gentes de confianza. ¿Lo son los militantes de un partido político? Lo más seguro es que la respuesta negativa sea la correcta.

Pero este contratiempo, porque contratiempo es, se puede reparar buscando estas formaciones santos tutelares que cumplan análoga función. ¿Qué tal Pablo Iglesias, el auténtico, no su devaluado sucedáneo, para cumplir ese cometido inspirador del recto proceder y del recto elegir? Los conservadores podrían impetrar el auxilio de don Cánovas o los más leídos el de Edmund Burke y los comunistas el del tierno caudillo Stalin ... y así seguido.

Ya sé, ya sé: carecen del empaque del Espíritu santo. Por supuesto pero es que tampoco se trata de elegir a un Papa, con todo su cortejo de atributos y su tiara infalible, sino al muy falible primer secretario de la Comisión ejecutiva, órgano máximo que sesiona entre Congresos.