Pues ya está, pasaron las elecciones y resultó lo previsto. Ahora a ver qué hace el PP con su mayoría absoluta. Más nos vale que Rajoy y compañía acierten, por la cuenta que nos tiene. En cualquier caso, sea porque atinan o porque la suerte se les ponga de cara, en cuanto el país vuelva a levantar cabeza ellos perderán las elecciones que toquen. Creo que puedo decirlo con el pelín de objetividad que me da el no ser votante ni simpatizante ni del PP ni del PSOE: la gente vota a la derecha cuando se acojona porque hay crisis económica y cuando cree que, por la razón que sea, hace falta mano dura; luego, pasado el susto, vuelve al PSOE para parecer chic y porque nos va más con la moqueta del salón.
En cualquier caso, cambia una era, en mi opinión, pero no porque ahora tenga la mayoría absoluta la otra parte del bipartido único, sino porque el zapaterismo era otra cosa, puro pijerío sin sustancia, sucedáneo de izquierda para progres de pacotilla y todo a cien de eslóganes para señoritos. Dicho sea con respeto para el PSOE genuino, para los socialistas de toda la vida, para la izquierda en general y para todo el mundo que no haya pensado en serio que el ZP que ahora se va era un estadista de pro y un ideólogo para el siglo XXI. El pobrecillo. ¿Se acuerdan de cuando lo de la ceja? Solo hace cuatro años, les recuerdo. Cuatro.
De estas elecciones me ha gustado, claro, que los partidos que no son el bipartido único hayan crecido. Quién sabe, a lo mejor en veinte o treinta años, y ya viejecillo uno, llegamos a ver otras cosas.
No suelo hablar de política, elecciones y partidos con los amigos y compañeros. Me gusta escribir lo que me da la gana, ya lo ven, pero charlar sobre esos asuntos no; o con casi nadie. Le falta frialdad al personal y, a nada que te descuidas, te justifican su voto -o su abstención- como quien te da una clase de teodicea. No está uno para aguantar los rollos de salvación personal del vecindario. Con todo, hay un tipo de personas que sí me llaman la atención en estos asuntos. Son los que llamo electores viudos.
El elector viudo es aquel que se identifica con un partido y le es básicamente fiel, aunque de vez en cuando no lo vote. Es como el que ama a tope a su mujer –o a su marido y tal; haga usted las adaptaciones de género, que a mí me resulta muy cansado- y nunca se acuesta con otra, aunque de vez en cuando tenga con su legítima un regaño y se pasen un mes en camas separadas y sin darle al dizque débito. Pues el votante este, igual. Hace siete años vi a unos cuentos del PP así, desgarrados porque iban a votar en blanco o a quedarse en casa el día de las elecciones, jurando que al último Aznar ya no podían darle el voto ni una pizca de confianza. Ahora han sido muchos enamorados del PSOE los que se han rasgado las vestiduras y las papeletas y han hecho su no voto de protesta contra Zapatero y con efectos retroactivos.
Se les conoce porque ellos nunca jamás de los jamases y bajo-ningún-concepto-por-dios van a votar a otro. Hasta ahí podríamos llegar; ni siquiera a otro que caiga para la misma mano que el partido amado con el que están despechados. No pueden hacerlo porque, aunque lo nieguen con vehemencia, ellos se identifican con esas siglas o esa tradición de partido, igual que el creyente más fiel se identifica con su iglesia y se ve con el culo al aire si no la tiene como referencia vital. Discrepan cada tanto con el párroco y pueden que cambien de parroquia para la misa de nueve, pero ¡apostasía jamás! Ellos siempre serán socialistas o conservadores, aunque esta vez se abstengan de meter papeleta. A la próxima sí, la próxima vuelven al redil, argumentando que “ya se ha visto lo que han hecho estos otros” y más vale malo nuestro que enemigo puesto.
Una de las características del elector viudo es que detesta los partidos pequeños y, sobre todo y sorprendentemente, los pequeños que pueden estar ideológicamente más cerca del de sus amores incomprendidos. Por eso los del PP abominan del partido de Cascos y los amantes viudos del PSOE detestan a UPyD con toda su alma de oca a su paso. Porque una cosa es el no votar a los buenos y fetén, para castigarlos por sus coyunturales desviaciones, y otra cosa, bien diferente, permitir la heterodoxia o que se ataque de frente a los nuestros. Hasta ahí podíamos llegar.
Bueno, que cada paño aguante su vela y cada perrillo… Lo que ahora haría falta sería un buen pacto de Estado y que unos y otros dejáramos de hacer el canelo durante un par de añitos, al menos. Que recuperemos la política y que los partidos vuelvan a ser partidos políticos y no congregaciones de cantamañanas. Que los gobiernos sean serios y la oposición trabaje y proponga. O sea, lo contrario de hasta ahora. Y que a nosotros, amigos, nos cojan confesados.
En un par de horas cojo en Barajas vuelo para Ecuador. Me voy a los Andes. Ya les iré contando si por allí hay futuro o si tampoco. Ah, y recuerdos para nuestra prima, la prima peligrosa, o como se llame.