(Las imágenes corresponden a obras de Rosa García Morán. Ver aquí y aquí)
Se
ha estado diciendo, seguro que con bastante fundamento, que los propios medios
de comunicación no se limitan a informar, sino que constituyen la información,
dan valor informativo a lo que comunican y glosan y que, así, determinan qué
interesa o no a los ciudadanos que buscan estar informados. De todas las cosas
que pasan, el que informa hace su selección e incita nuestro interés. Luego
seguimos lo que nos van contando y estamos pendientes precisamente de esos
temas.
Ahora
nos topamos con un nuevo fenómeno, el de la pérdida galopante de público para
los medios informativos, muy en especial los periódicos. La gente ya no compra
periódicos, pero tampoco despunta el seguimiento de la prensa en internet. La
explicación más fácil es que la gente ya no tiene interés por la información, o
lo tiene cada vez menos. Me cuesta creerlo. La cuestión es a qué llamamos
información y de qué se debe o no informar.
Veo
año tras años que mis estudiantes no están al corriente de las últimas noticias
de los periódicos, no se ocupan apenas de ese tipo de actualidad. ¿Cargamos
contra los jóvenes, empezando por los universitarios? Tendrán sus culpas,
tienen unas cuantas, pero esas explicaciones fáciles suelen ser poco fiables.
Sólo tiene uno que mirarse a sí mismo. A mí cada vez me resultan más ajenos e
indiferentes los contenidos de los periódicos, al menos los de portada y que
los medios más destacan. Cuando voy a los periódicos, paso veloz y distante
sobre buena parte de la información llamada política, me detengo a veces en otro
tipo de noticias referidas a historias de la gente y, desde luego, me deleito
con algunas tribunas y unos cuantos columnistas. El placer de la lectura de
Manuel Jabois, por ejemplo, lo gozará cualquiera que valore la buena escritura
y el estilo chispeante. No es el único, hay un puñado de plumas de gran calidad
en la prensa. Creo que, en conjunto, los columnistas de El Mundo se llevan la palma. Pero no nos desviemos. ¿Por qué a
tantos, jóvenes y no tanto, ya nos tientan tan pocas cosas de las que los
periódicos nos meten por los ojos?
Es
probable que haya ocurrido un divorcio, que se haya cortado aquella pauta, la
de que nos interesemos por lo que a los periódicos les interesa. Ya no hacen
valer su ley en ese terreno. Los ciudadanos se están liberando de esa
imposición, sea para bien o sea para mal. Ahí tendríamos otra buena razón de la
caída de los medios escritos de información, de su ruina imparable. Lo que nos dan no nos
seduce y de lo que nos interesa no nos hablan apenas.
Día
sí y día también, veo en las portadas de toda la prensa española noticias sobre
Artur Mas y la cuestión del llamado derecho a decidir de los catalanes. Debe de
hacer meses y meses que no hago ni el menor caso de eso. Cuando lo tratan en la
radio, cambio de emisora o pongo un rato de música. En los editoriales de los
periódicos dan vueltas a Mas y sus cosas y a las reacciones de tal o cual
partido estatal o catalán. Es obvio que no los leo, ninguna gana, cero
curiosidad. Naturalmente, tampoco me asomo a lo que se diga y se repita sobre
el caso Bárcenas o el caso de los eres andaluces. Los hechos originales los
atiendo, claro que sí, pero lo que ayer, hoy y mañana digan este o aquel
partido sobre tales temas me trae al fresco. ¿Urdangarín, su infanta, el Rey y
la Corte entera? Ruido, ruido y más ruido. Hechos tremendos en la base, pero
nula relevancia de tanta tinta una vez que uno ya sabe lo que tenía que saber y
que es consciente de que todo ese hablar es una forma de no hacer, un
fingimiento de ocupación para que vaya cundiendo el sueño y la apatía,
maniobras de despiste, fingimiento de que el tema se trata, pero para que nada
se mueva. El agotamiento mediático como vía para la impunidad, en todos los
sentidos de la palabra impunidad. ¿Lo que dijo Rajoy en la ONU? Por favor,
Rajoy es el paradigma del hablar sin decir y del mentir hasta con los
silencios. ¿Cómo puede uno gastarse un cuarto de hora en la lectura de lo que
no es más que una exégesis de la inanidad política?
¿Las últimas declaraciones de Rubalcaba sobre el
asunto catalán o sobre las pensiones o sobre el sueldo de los funcionarios?
Valen menos que la opinión de mi peluquero sobre ese tema y otros miles.
Además, ¿no está el PSOE radicalmente comprometido con el mantenimiento de este
régimen político de dominación alienante? Pues no hay más que hablar ni más que
leer.
La
deserción de los lectores, hasta de los vocacionales, responde a que vamos
descubriendo que vitalmente no nos concierne lo que nos cuentan. Es como si
cada día nos bombardeasen con páginas y páginas sobre las andanzas de unas
moscas. Hoy la mosca tal se posó en una naranja, ayer la mosca cual recorrió
durante una hora los cristales de una ventana, es previsible que este mes se
nos metan tres moscas en el garaje… Diablos, tú ya sabes que hay moscas, pero
sus peripecias no te resultan nada apasionantes porque no son cosas que te
ocupen ni te preocupen, ni te estimulan ni te excitan curiosidad ninguna, todo
lo más lamentas no haber comprado un buen insecticida en el súper. Mas, Rajoy,
Rubalcaba, la Casa Real, la alcaldesa de Madrid, el ministro de esto o de lo
otro son moscas. Cojoneras, pero moscas.
Otro
ejemplo reciente, el jaleo con Gibraltar. Creo que ni tres líneas de letra
menuda he mirado desde que el tema saltó. Porque no es tema, no lo es para mí.
¿Por qué? Porque el que me interese presupone que me importa que esa roca y esa
gente sean ingleses o españoles, zulús o bantúes. Necesitaría yo fijaciones u
obsesiones que no tengo, sentimientos que me son completamente extraños; para
empezar, algún tipo de monomanía nacionalista, querencia a los rebaños y
morriña de pastores. Es lo mismo con la cuestión de Cataluña. Ni sé qué es el
derecho a decidir ni qué norma moral o jurídica lo funda, ni me afecta
vitalmente que los catalanes lo ejerzan o no o qué resulte de un referéndum.
Puestos
a dedicarle tiempo a lo materialmente inútil, prefiero leer una buena novela,
distraerme con un poema o hasta averiguar qué tal está jugando esta temporada
el Sporting de Gijón. Si mueven nuestro interés la utilidad inmediata o el
placer o la curiosidad por lo que no conocemos, resulta que ni utilidad ni
placer nos reportan ni curiosidad genuina nos satisfacen las pesadísimas
informaciones sobre si Mas dijo que el referéndum será en carnaval o sobre si
el Ministro de Exteriores amenaza con poner donde Gibraltar una verja con
campanillas. Además, algunos, muchos, sentimos que no faltan Estados, sino que
sobran. Hace tiempo que pregunto cómo puedo hacerme finlandés, y nadie me
responde. Mi mayor sueño político sería ése, que cada cual pudiera elegir su
nacionalidad con total independencia de dónde viva o de dónde haya nacido o
quiénes sean sus padres. ¿Por qué no puedo yo, vamos a ver, escoger ser noruego
o canadiense y someterme a las normas de ese Estado, mientras haya Estados? ¡Mercado
libre para la nacionalidad ya! Que se queden con España y con Cataluña y con
las informaciones sobre sus anécdotas políticas los de la unidad de destino en
lo universal o el proyecto sugerente de vida en común de uno y otro lado.
Si
tantas cosas de primera página a diario me caen lejanas a mí, qué puedo esperar
de jóvenes menos contaminados o de conciudadanos menos dados a la letra
impresa. Alguno dirá que es suicida este desinterés, ya que lo que hagan Rajoy
o Rubalcaba o lo que pase con Mas y las tropas nacionales acabará afectándome.
Sí y no. Puedo reconocer que me afecte algo todo eso, pero no hay en ello razón
para que me interese leer vacuidades diarias y variada casquería sobre dichos
temas. También me afectará en algo la cantidad de polen que haya en la
atmósfera la primavera próxima y no me dedico por eso a leer a diario sobre la
evolución previsible de los álamos o los rododendros. Tocará mi bolsillo el
cambio que haya en los precios del atún la próxima temporada, pero no me veo
buscando información a diario y todo el año sobre los bancos de esos peces y
sobre si se están poniendo bien gorditos o se quedan flacuchos.
Cada
cual tiene sus placeres, y de ellos les gusta saber. Por ejemplo, a mí me da
mucho gusto estar al tanto de las novedades literarias. Me puse el otro día con
la última novela de Vargas Llosa, Un
héroe discreto, y apenas pude dormirme durante tres noches seguidas, hasta
que terminé la lectura de esa maravilla. No sé a qué clase de pervertidos puede
darles gusto la información sobre las últimas declaraciones de Elena Valenciano
o de Dolores de Cospedal. Por otro lado, cada quien se ocupa o debería
preocuparse de lo que repercuta en su pan o el de sus hijos. A eso voy ahora.
¿Tienen alguna razón mis estudiantes de primero de Derecho, mismamente, para
procurar estar al corriente de la vida política de este país, en los términos
cutres en que se desarrolla en el día a día? No. ¿Por qué? Porque ellos en el
fondo saben que tendrán que buscarse la vida aquí o en la Conchinchina,
seguramente en la Conchinchina, y que para tener futuro más les vale emplear su
tiempo en aprender ruso o en hacer macramé.
No
estoy lanzando una llamada a la indiferencia política y menos la de los
jóvenes. Pero leer estos periódicos nuestros y saber de esas cosas que nos
narran no tiene nada que ver con la política. Es como empollarse el Hola, pero
menos entretenido. Entre las portadas de El
País o las del Marca, entiendo y
casi aplaudo que les atraigan más las del Marca.
Cristiano Ronaldo tiene más glamour que Rajoy y dice menos mentiras. Lo de aquí
ahora no es política, noble palabra, es alienación entintada. La prensa pone
realce a la banalidad cínica. La catadura de estos políticos y de esta política
merecería el silencio. Los periódicos todavía no se han dado cuenta. Por eso
estamos ignorando a los periódicos. Primero no escuchamos esa palabrería
pueril, después dejamos de votar(los), algún día nos pondremos a hacer algo. Al
tiempo.
Tengo
un hijo mayor en EEUU y una hija pequeña en casa. Si pienso en su presente y su
futuro, veo todavía más justificada mi indiferencia por lo que sale hoy mismo en
los medios informativos. A ellos no les afectará nada que Mas haga el
referéndum o que Cataluña sea independiente o mediopensionista o que Gibraltar
pase a España o sea reconocido por la FIFA. ¿Cómo que no?, me replicará
alguien, son cosas que pueden tener efectos económicos sobre eso que llaman el
conjunto de los españoles. Pues será, pero quién me dice a mí que mis hijos van
a vivir en España o depender de esta pamplina de Estado. Uno seguramente ya no
va a volver, salvo de veraneo y a gastarse unos dólares, la otra es
perfectamente posible que tenga que irse o que lo quiera. Si me hace caso a mí,
se marchará con viento fresco. ¿Que los catalanes hablen un día solo catalán y
los de Guadalajara sólo castellano? Allá cada uno, por mí como si adoptan el
checo como idioma oficial en Murcia. Elsa va a verse y chatear durante su vida
con alcarreños, catalanes, murcianos, rusos o checos y se van a entender en
inglés. Y si alguno no entiende al otro porque nada más que sabe checo, pues
que se joda, quién le manda montárselo de medieval en el siglo XXI.
Gustará
o no gustará, pero las fronteras van camino de desaparecer, al menos en sus
efectos sociales. La referencia vital y geográfica de todo el que tenga menos
de treinta años, o más pero con dos dedos de frente, es el mundo. En el mundo
cada cual hará su vida y trabará sus relaciones de todo tipo. Por eso lo que
interesa es el mundo, no lo que declaró ayer sobre el paro el presidente de una
Comunidad Autónoma o el alcalde de Segovia. Porque, bien pensado, ¿por qué ha
de ser más interesante y merecer atención mayor lo que declare sobre cualquier
cosa el Presidente de Galicia, la Ministra de Empleo o el alcalde de Lalín que
lo que diga yo u opine mi amigo peluquero?
¿Entonces
de qué deberían ocuparse los periódicos para no perder clientela? De otras
historias. A nuestro alrededor están pasando sin parar cosas interesantísimas,
pero los periodistas no se enteran, ellos andan acompañando a Rajoy en sus
viajes por si un día dice que desayunó cereales y eso se vuelve noticia de
portada. ¿Acaso no ha estado media España viendo con fruición en la tele aquel
programa de Españoles en el mundo?
¿Por qué atraía? Porque eran historias infinitamente más llamativas y curiosas
que toda la vida entera de Rubalcaba o Rajoy, quienes se la han pasado haciendo
frases para disimular que no son nada, nada.
En
mi Universidad, mi colega de Derecho Penal y yo organizamos hace pocas semanas
un seminario estupendísimo sobre presunción de inocencia, con conferencias y
charlas de unos expertos de tomo y lomo. A ningún periodista se le ocurrió que
ahí podía haber tema, ningún periódico local dijo esta noticia es mía o aquí
cabe una entrevista que tendrá lectores. No, seguro que andaban todos
pendientes de si el alcalde de León se rascaba el juanete o si van a cambiar el
concejal encargado de parques y jardines o si la presidente de la Diputación se
habrá echado otro novio o seguirá con el mismo. Los periodistas ya no saben
mirar alrededor y, para colmo, piensan que al lector sí le importa lo que dijo
un concejal sobre la próxima siembra de margaritas y no le interesa que le
explique un experto qué es eso de la presunción de inocencia o cómo era la vida
en esta tierra leonesa cuando estaban aquí las legiones romanas.
Para
terminar con el tema de los periódicos y su crisis, permítaseme una chulería
final. Déjenme a mí (y como digo a mí, digo a muchos) a los mandos de un diario
durante un año, con posibilidad de determinar los contenidos y poder para
buscar colaboradores. Me apuesto unas cenas a que las ventas no bajan, suben, y
suben bastante. De las cosas de la Diputación o del PP o del PSOE, una paginita
sola, tras la sección de deportes. El resto, contenidos que a la gente afecten
y gusten. Noticias, puras noticias, pero que lo sean de verdad, no estos simulacros
con los que se aparenta que algo sucede mientras nada pasa. Y unos toquecitos
artísticos y literarios, por qué no. ¿Acaso los periódicos de antaño no
publicaban maravillosos novelones por entregas? Si hablamos de lo que yo tengo
cerca, León, ¿no tiene León la más exquisita lista de grandes novelistas
actuales en castellano? Miren: Andrés Trapiello, Julio Llamazares, José María
Merino, Luis Mateo Díez, Juan Pedro Aparicio… Pues como si nada. Los periódicos
de esta tierra se extienden sobre lo que le dijo en el Ayuntamiento o la
Diputación el del PSOE al del PP o el del PP al de IU. Apasionante y didáctico
a más no poder.
Mueren
los periódicos, sí y es triste. Pero no es culpa nuestra, es suya. No han
querido ver que deseamoss que nos informen y que nos entretengan, que nos
ilustren y nos enseñen lo que pasa por ahí, no que nos den la matraca sin parar
con naderías que ya a nadie engañan y que ni el más degenerado se toma en
serio.