30 mayo, 2008

Impresiones mexicanas

Pues aquí estamos. Vuelo larguísimo ayer. Consigo asiento en salida de emergencia, todo un éxito. A mi lado, una monja robusta y con todo el uniforme, bien negro y abrigado. Me regaño a mí mismo por andar mirando raro a las musulmanas que me encuentro por ahí ataviadas con el pañuelo correspondiente. La monja duerme como un lirón casi todo el viaje, y, cuando no, lee un libro. Me retuerzo para cotillear de qué va y, sorpresa, ¡es un libro de autoayuda! Si yo fuera el Papa me preocuparía. Milenios de teología potente para esto, para que las monjas vayan leyendo sobre cómo alcanzar la plenitud vital mediante la meditación cósmica y la confianza en las propias energías. O a lo mejor es lo mismo, yo qué sé.
Me recibieron anoche amablemente los anfitriones y me llevaron a cenar a un restaurante servido por camareras cuarentonas con expresión de diosas llenas de orgullo místico. Se me informa de que hoy tendré el día libre y puedo quedarme aquí, en el D.F., pues los jueves los alumnos de la maestría de Puebla, donde tengo que contar cosas, no van a clase. Me conformo y no hurgo más en designios tan inescrutables y tan propicios para mi asueto turístico.
He pasado el día callejeando. Jamás había visto tantos policías en una ciudad, hay casi tantos como turistas. Los policías mexicanos son gorditos y de expresión bonachona. Como no parecen muy aptos para perseguir cacos a la carrera, ponen muchos, para disuadir al delincuente por saturación de los espacios.
Al caer la tarde regreso andando al hotel y, cómo no, el avispado de turno me ve la consabida cara de pardillo español. Se me acerca y me pregunta si no me interesa un buen local de señoras. Le digo que no y que muchas gracias. Aparte de que no porque no, me imagino a las vestales de turno bien adornadas de michelines, según el modelo nativo. El tipo se empeña en interrogarme y uno, educado a su pesar, le sigue respondiendo, aunque sea con monosílabos. Cambia de tercio y me cuenta que si ando en viaje de empresa y necesito facturas falsas de cualquier cosa, él me las proporciona. Mira qué bien. Debe de ser esa una industria floreciente. Pero tampoco gasto de eso. Mas el acoso no cesa y mentalmente calculo cuánto me falta para el hotel, mientras el sujeto me acompaña como si fuera un amigo de toda la vida. Que si de dónde soy, que si qué hago, que si adónde voy. De pronto, muy serio, clava la vista en mis zapatos. Sin poder evitarlo, me paro y me quedo yo también mirándolos, como si de mis pies fuera a surgir un genio maléfico o una peste de caminante acalorado. Antes de que salga de mi estupor y mientras sigo preguntándome por qué diablos me he parado a mirarme los pies, murmura que necesitan una limpieza, se agacha, me los impregna con una sustancia espumosa que no sé de dónde ha sacado y me dice que me siente. Cómo no me voy a sentar, si me ha quedado el calzado como si el mismísimo dios del submundo me lo hubiera llenado de babas. En mi desconcierto, tampoco llego a ver de dónde ha cogido los bártulos de limpiabotas, y en menos que canta un gallo azteca ya me está llenando de cremas y betunes y cepillando con saña. Mientras, habla y habla de un montón de cosas de las que no soy capaz ya de dar cuenta. Luego saca un frasquito con una pócima que me aplica para el brillo, mientras me cuenta que es el producto más caro y mejor del mundo mundial. En este punto mi cabeza ya va volviendo en sí y llego a la conclusión evidente: date por jodido. Termina, echo mano a las monedas del bolsillo, me mira como si fuera yo el más degenerado de los pecadores y me dice que son doscientos pesos. La madre que lo parió. Hago precipitadas cuentas, deduzco que son diez euros o más, sopeso y llego a mi conclusión habitual: bueno, los pringaos tenemos que pagar algún impuesto extra. Además, aquí eran dados a los sacrificios humanos y me siento tal cual prisionero enemigo. Le suelto la pasta como quien cumple con un rito obligado y me dice que no, que esos doscientos son por el cepillado, pero que doscientos más por el abrillantador mágico. Ahí ya me planto, para no avergonzar más a Hernán Cortés y sus valerosas huestes hispanas. Echa pestes, lo mando a la mierda y se va despotricando con cara de ofendidísimo. Putos europeos imperialistas y tal. En fin.

29 mayo, 2008

Viajando

Ya en México, y al estilo latino. Mañana tenía que viajar a Puebla, pero se suspendieron las clases en la maestría en cuestión y comienzo el viernes. Así que mañana a patear el DF cámara en ristre, y a ver qué se cuece.
Seguiremos retransmitiendo.

27 mayo, 2008

Cocinero a la hoguera

Teníamos pendiente decir alguna cosa sobre la disputa de los cocineros españoles. Hace unos días, Santi Santamaría, afamado chef, cometió el imperdonable pecado de criticar a los de su gremio de muchas estrellas y muchos tenedores, con el argumento de que preparan platos escasamente comestibles y no siempre con los ingredientes más santos y saludables. El acabose. Ochocientos colegas se le han echado encima con furia unánime y lo quieren condenar para siempre a las llamas del Averno. Por cierto, ¿hay tantos cocineros buenísimos en este país? Aquí, cuando se trata de atizarle al que va por libre, se apunta hasta el palo de la bandera al bando de los buenísimos e intocables.
No sé cuánta razón asistirá al señor Santamaría. Por otro lado, si los ciudadanos de estos lares quieren adelgazar la tarjeta de crédito y hacer lista de espera de meses y años para degustar una espuma de aire con aromas de percebe deconstruido, están en su derecho. Donde vas, Vicente... Ya nos pondrá en nuestro sitio la desaceleración antipatriótica. Pero a un servidor le cae simpático el señor en cuestión, nada más que porque se atreve a marchar contra corriente en estos tiempos en que el discurso único y la ortodoxia bienpensante se imponen hasta para los guisos.
Uno se imagina que ante una acusación como la que osa formular el tal Santamaría los que se den por aludidos se apresurarán a abrir sus cocinas y a explicar ingredientes y aditamentos, para que quede claro que, aunque no maten el hambre, tampoco ponen en riesgo la salud del comensal. O sea, a replicar propiamente. Pero no, vade retro, leña al discrepante, condena al ostracismo, boicot y que se entere el mundo de que quien se mueve no sale en la foto. Todo un símbolo de cómo nos las gastamos en estos tiempos, y que viva el pluralismo y la libertad de expresión.
No se me tome como inmodestia, pues uno ni es chef ni pinta gran cosa en ningún lado, pero un poquito sí que me identifico, humildemente, con el cocinero de las malas pulgas. Así que ahí va un pelín de desahogo y de expresión de mi particular desorientación. Será puro azar, pero esta temporada me he encontrado por el mundo con un puñado de amigos que me han reconvenido de modo tan amable como insistente por andar despotricando a diestro y siniestro. Que si la universidad no está tan mal, que si España va bien, que si la pedagogía a la violeta tiene su aquel, que si las doctrinas de los colegas no se deben cuestionar tan contundentemente, que si no es correcto tomarla así con leyes y sentencias, que si te has pasado ocho pueblos en el blog cuando escribiste aquello y lo otro y dijiste lo de más allá. Que si te va a retirar el embajador hasta el Vaticano...
De acuerdo, no me duelen prendas en reconocer que puedo resultar faltón, que la ironía no es plato de gusto para todo el mundo y que a ninguno le hace ilusión que lo llamen feo. Pero, caramba, uno se ha pasado media vida leyendo y oyendo que sin pluralidad y pluralismo no hay democracia que valga, que la libertad de expresión es madre de todas las libertades, que la ciencia se alimenta de la crítica y el debate y que la tal democracia debe ser muy deliberativa y discutidora. Zarandajas, por lo que se ve. Marchemos unidos bajo la bandera que toque y ya nos dirán los jefes cuál es.
Pase que los cobistas medren, que los grupúsculos sociales, políticos y académicos cultiven cuatro dogmas pueriles con la fe del carbonero, que los mandamases de turno mantengan la lealtad de su tropa con el espíritu más sectario, palo y zanahoria en ristre. Pero lo que no se asimila tan fácilmente es que las conciencias acaben tan alienadas como para sumarse en masa al rechazo de la discrepancia, al dictado de las formas y a la crítica al crítico nada más que porque critica. Con lo fácil que sería responder a la ironía con una ironía mayor y a la objeción con el debate de sus razones. Pero no, te invitan a callarte, a sumarte a la tropa de los conformes y a mantenerte en la estéril satisfacción de los estómagos agradecidos y los cerebros engatusados. Si no te sale del alma ser un buen mamporrero, por lo menos mantén la boca cerrada o úsala únicamente para el agasajo al pelanas de guardia. En caso contrario, atente a las consecuencias.
Pues va a ser que no.
Más cocineros con agallas hacen falta en este país de cuitados. Y el que se pica...

La vacuna como síntoma. Por Francisco Sosa Wagner

Se nos sermoneará que España está más cohesionada que nunca, pero la realidad se aleja de esta suerte de hipnotismo que se viene administrando desde los púlpitos de la corrección política, con sospechoso tesón. Precisemos: España, esa compleja entidad colectiva plena de esencias y presencias, va a su aire: productiva, inquieta, creadora, cada vez más ajena a los discursos políticos, siempre a medio camino entre la fábula y la ficción tragicómica. A esa España, que por supuesto no se rompe ni se desgarra, no aludo. Me refiero al Estado que, sometido al pulso de la fragmentación, ofrece las trazas de un astro menguante.
Los ejemplos a exhibir son tan abundantes que emiten ya sonoras alarmas. Así, en el problema del agua chapotean conflictos derivados de la política de obras hidráulicas, pero también las previsiones de los nuevos estatutos que han tenido la mano larga a la hora de apropiarse de ríos enteros, incluso de aquellos que tienen la osadía de traspasar las fronteras españolas y adentrarse en algún país extranjero. El río, para el Estatuto por el que fluye parece haber sido la proclama de una facundia autonómica que el Estado no ha sabido combatir con medios adecuados, todos ellos por cierto, en la alcancía de la legislación española desde hace mucho tiempo. Hay ya incluso alguna provincia que pretende quedarse con su río, emulando así en avidez hídrica a sus hermanas mayores, las comunidades autónomas. Sólo falta que los municipios se apunten al festín. De ahí que se amontonen los pleitos y se llame a las puertas del Tribunal Constitucional para que éste enderece los desaguisados que esparcen por doquier políticos tan largos de ambiciones como cortos de mesura en la administración de la res publica.
Por su parte, los dineros públicos han desatado una guerra entre comunidades, enfrentadas hoy ya las ricas con las pobres, las del este con las del oeste, y las del sur con las del norte. Se lanzan entre ellas balanzas como proyectiles, o se recurre a acuñar criterios de inversión del Estado en función de los intereses de cada cual: quién blande la población, joven o envejecida, castiza o inmigrante; quién la superficie forestal; quién el turismo. Sólo falta que se invoque el consumo de sidra o el de paella para allegar recursos y construir fortunas regionales. Un deslizadero éste que amenaza despeño, bendecido -de nuevo- por el Parlamento, por el Gobierno, incapaces de administrar el sacramento del orden y la disciplina en asunto de tanta sustancia. Ya veremos cómo se encarrila todo este embrollo y si será también el Tribunal de la calle de Domenico Scarlatti de Madrid el que al final se vea obligado a concertar lo que los políticos han desconcertado. Y veremos qué secuelas deja: de agravios no satisfechos, de rencillas entre vecinos, de afrentas, todas a la espera de ser saldadas en algún combate próximo. La víctima siempre es la misma: la solidaridad entre los españoles, una de las piezas que justifican nada menos que al Estado moderno, construido precisamente para fabricar cohesión entre las clases sociales y entre los territorios. En Italia, tras las recientes elecciones, se está cociendo el mismo guiso y ahí está el Norte poderoso desafiando al Sur menesteroso. Pero, en aquella península, las banderas de la insolidaridad y del egoísmo las enarbola la derecha más reaccionaria mientras que, en estos pagos, ¡encima! llevan vitola de progreso.
Pues ¿qué decir de la Sanidad? Acaba de aparecer un libro -Integración o desmoronamiento. Crisis y alternativas del sistema nacional de salud, firmado por Juan Luis Rodríguez-Vigil Rubio, político socialista que tuvo significadas responsabilidades en Asturias-, donde se analiza sin vacua palabrería la situación en que se halla el que quiso ser modelo sanitario. Para Vigil, «el sistema nacional de Salud tiende cada vez más a configurarse como un sistema no excesivamente articulado, poco armónico y de creciente heterogeneidad que, además, carece de instrumentos eficaces para fortalecer su cohesión, dado que para funcionar depende casi en exclusiva de la mejor o peor voluntad que en cada caso y momento tengan los gobiernos autonómicos... por lo que no resultan en absoluto extrañas las decisiones y los actos de descoordinación que emanan de los distintos integrantes del servicio nacional de Salud y que favorecen claramente la fragmentación del conjunto».
Un camino por el que se llega a situaciones tan pintorescas como la que ofrecen los distintos calendarios de vacunaciones o la más inquietante del gasto farmacéutico, pues en algunas regiones se restringe la dispensación de unos fármacos que en otras se recetan con largueza. De igual forma, son manifiestas ya las diferencias que existen entre comunidades en relación con las listas de espera, con la salud bucodental, con los servicios de salud mental y otras especialidades y superespecialidades. El riesgo, para Vigil, es claro: se está a un paso del «descoyuntamiento del actual servicio nacional, el cual podría llegar a mutar en 17 sistemas sanitarios diferentes».
Por su parte, la Ley de Dependencia, estrella de la política social del Gobierno, se proyecta sobre la realidad de forma renqueante y, por supuesto, a 17 velocidades distintas pues todo queda al albur de la voluntad política, del dinero y los medios personales empleados, de las prioridades de cada región... La mayoría de los ciudadanos que se acercan a las oficinas para que los servicios correspondientes valoren su grado específico de discapacidad pasan una auténtica crujía que sólo tiene de emocionante el hecho de ser distinta y de diferente alcance en cada Comunidad Autónoma.
Si pasamos a otro servicio público vertebrador, el de Educación, las conclusiones son las mismas, sólo que en este ámbito nos encontramos en un estadio más maduro de fragmentación, agravado por la vuelta de tuerca que se percibe en la política lingüística de las comunidades bilingües. Pero hay más. En el caso de la enseñanza superior y respecto de los títulos universitarios, una responsabilidad indeclinable del Estado -artículo 149.1.30 de la Constitución-, la ley reciente de universidades opera con una agresiva frivolidad: se suprime el modelo general de títulos por lo que el panorama que se avizora es el de una diversidad abigarrada de títulos de libre denominación en cada universidad, vinculados tan sólo a directrices mínimas del Gobierno, válidas para vastas áreas de conocimiento, y a la intervención -más bien formal- de la Comunidad Autónoma y del Consejo de Universidades, que siempre habrán de preservar «la autonomía académica de las universidades».
A todo esto hay que añadir la amenaza, que pende sobre el empleo público, de aprobar 17 leyes de funcionarios y sobre la Justicia que, si el Todopoderoso no lo remedia, verá nacer en breve 17 consejos regionales judiciales, como si no fuera castigo suficiente el general de Madrid. Etcétera, etcétera.
De verdad, ¿exige la diosa de la autonomía que ardan en su pebetero tantas y tan variadas ofrendas?
Para sortear la angustia se impone una pregunta final: ¿Tiene todo esto remedio? Creo que sí. En mi opinión, enderezar los pasos dados de forma tan atolondrada exige retomar el camino y señalar una meta que, a estas alturas, no puede ser otra que la del Estado federal. Un Estado que, cuando está asentado y produce frutos cuajados (EEUU, Alemania, etcétera), no es sino una modalidad de Estado unitario, con potentes instrumentos de cohesión y con junturas bien engrasadas.
Lo demás es crear poderes neofeudales y facilitar la consolidación de redes clientelares. Es decir, asumir el riesgo cierto de la esqueletización del Estado.
(Publicado hoy en El Mundo).

26 mayo, 2008

Cambio en el rectorado de la Universidad. Por Francisco Sosa Wagner

Nuestro amigo Francisco Sosa publicó este texto el pasado sábado en El Mundo, en la edición de Castilla y León. Un nuevo rector de nuestra Universidad acaba de ser elegido. El anterior se llamaba Ángel Penas. No está de más leer también entre líneas el siguiente texto de Francisco Sosa:
Cambio en el rectorado de la Universidad. Por Francisco Sosa Wagner
Cambio, renovación, enmienda de rumbo, todo eso significa la elección del nuevo rector de la Universidad de León. Una votación fulminante es la que lleva al doctor José Ángel Hermida al sillón principal del edificio del Albéitar pues bastó una consulta para que alcanzara la victoria.
El nuevo rector es, ante todo, un profesional de alta cualificación en su especialidad. Hay que decir que los otros dos contendientes en esta ocasión, los doctores César Chamorro y Ana Bernardo, ambos de nuestra excelente Facultad de Veterinaria, también son catedráticos de prestigio en sus respectivos oficios. Subrayo este dato de la excelencia porque, a mi juicio, es muy importante que el rector, que nos representa a todos los universitarios y es la figura visible de la Universidad, sea persona respetada en el gremio académico al que pertenece y sea autor de publicaciones -libros o artículos de revista- que gocen de crédito entre los especialistas.
El doctor Hermida responde a este perfil como lo demuestra el hecho de que tiene reconocidos por la Comisión competente de expertos cuatro sexenios de investigación, el máximo que le corresponde según su edad. Para quienes no conozcan este lenguaje, propio del mundo académico, aclararé que los “sexenios” son, entre nosotros, el testimonio documentado del trabajo fecundo y sostenido. Cada profesor se somete -voluntariamente- a un examen de especialistas cada seis años presentando los trabajos publicados en ese período y, a partir de su valoración, le es reconocido o no el “sexenio” en función de sus aportaciones. Quien consigue superar la prueba tiene una enorme satisfacción personal y una pequeña corrección al alza de sus emolumentos (el máximo de sexenios previsto en la vida activa de un catedrático son seis). Si Hermida ha conseguido estos reconocimientos se debe a que, pese a ser persona interesada por los asuntos de gestión universitaria, no ha bajado ni un minuto la guardia en el cultivo serio y riguroso de su oficio de matemático.
Se comprenderá que esta dimensión de la personalidad del nuevo rector es un alivio para cuantos creemos que la Universidad es, ante todo, un lugar para desplegar la imaginación y no dejarse mecer por la rutina y los modos burocráticos. Por eso el rector, que impulsa la investigación creadora en la Universidad, debe ser persona capaz de participar de la emoción que siente quien a tales menesteres se dedica porque solo así la comprenderá y la estimulará. Quien no reúne estas características no podrá entender el significado de estos esfuerzos y, lo que es peor, puede acabar sintiendo envidia por quienes son capaces de triunfar en sus respectivas asignaturas con sus publicaciones, sus conferencias y, en general, con la presencia que puedan desplegar en los círculos sociales.
Asímismo, la solidez en la situación profesional, que ofrece seguridad a quien la disfruta, lleva de la mano -dijérase que de una manera imperceptible- al cultivo de las buenas maneras y de los modos universitarios más depurados. Porque la Universidad, el caso de la nuestra es claro, suele ser un organismo de reducidas dimensiones y las formas en estas colectividades, en las que todos nos conocemos, son determinantes para la creación de un adecuado clima de trabajo, lo que redunda en la calidad del producto final que ofrecemos a nuestros alumnos y a la sociedad en su conjunto.
Lo contrario es el apartamiento de los dictados de la buena crianza (como se decía antiguamente) y la creación de un ambiente de enfrentamientos, incluso de banderías, en el que crece la planta del amiguismo y un clientelismo burdo y mezquino. Los favores y las gracias son para el amigo que se pliega a los dictados de quien gobierna y los perjuicios y quebrantos para quienes osan mantener actitudes de independencia y libertad o son poco condescendientes con quienes empuñan el bastón de mando.
La Universidad es un lugar muy sensible, poblada por individuos que tienden a leer demasiado, y por ello debe ser administrada con sabiduría, tino y una buena dosis de inteligencia abierta y de cortesía dúctil. Yo diría, además, con un punto de escepticismo creativo que nos haga poner puntos de interrogacion allí donde otros los ponen de admiración.
Ignoro si Hermida nos traerá en su mandato muchas alegrías pero al menos estamos ya en disposición de olvidar las penas.

25 mayo, 2008

Mujeres y penas

El Tribunal Constitucional ya ha dictado Sentencia sobre la constitucionalidad del art. 153.1 del Código Penal, en la redacción dada al mismo por el art. 37 de la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género. Ha estimado, por mayoría, que dicho precepto es constitucional. Se han presentado cuatro votos particulares.
A ver si logro sacar tiempo para destripar un poco esta Sentencia, aunque en los próximos días no va a ser, ya que vuelvo a cargar con las maletas para cruzar el charco el próximo miércoles. Entre tanto, copio a continuación el artículo que publiqué en La Nueva España allá por enero del 2005 y que ya no recuerdo bien si había colgado aquí, en el blog.
Desde el 28 de diciembre ya contamos en nuestro Derecho con la Ley Orgánica 1/2004 de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género. Lo más llamativo que contiene, entre múltiples medidas que todo el mundo aprueba, es el diferente castigo que contempla para acciones idénticas realizadas por hombres contra mujeres y por mujeres contra hombres. De resultas de esta Ley, en los casos de malos tratos, algunas lesiones, amenazas leves y coacciones leves es superior el castigo cuando el autor es un hombre y la víctima su pareja femenina actual o pasada, e inferior si es la mujer la que realiza tales comportamientos contra su pareja masculina, pues en este último caso no se aumentan las penas que ya existían antes para todos y todas por igual.
Este diverso trato penal de conductas iguales se ha justificado por muchos diciendo que estamos ante medidas de acción positiva. Las medidas de acción positiva (también llamadas de acción afirmativa o de discriminación positiva) están generalmente admitidas en la doctrina jurídica y por la jurisprudencia de nuestro Tribunal Constitucional. Los requisitos de tales acciones son los siguientes. Ha de haber un determinado grupo que se halle socialmente discriminado, que se encuentre en una situación de inferioridad social, de modo que el que el Derecho trate igual a los miembros de ese conjunto y a los demás ciudadanos es una forma más de perpetuar la situación social de opresión que padecen los primeros. Por ejemplo, en los Estados Unidos de los años sesenta los negros tenían el mismo derecho que los blancos a matricularse en las Universidades, pero la realidad era que se matriculaban muchos menos negros, pues su situación les hacía mucho más difícil alcanzar el expediente académico que permitía acceder a los estudios universitarios. Por eso algunas universidades americanas comenzaron a reservar cierto número de plazas para estudiantes negros que tenían peores notas que otros blancos que quedaban, con ello, excluidos. El Tribunal Supremo Americano avaló estas medidas que establecían un trato jurídico distinto en razón de la raza de los aspirantes, con el argumento de que la igualdad formal ante la ley debía ceder ante el objetivo de dar facilidades a los ciudadanos negros para salir de su estado de discriminación material. A partir de ahí se fueron estipulando las demás condiciones de tales políticas de acción positiva: que las medidas puedan ser eficaces para ese objetivo de equiparación social y que sólo está justificado mantenerlas mientras no se logre el equilibrio, el final de su situación social de inferioridad. Y una última y crucial condición es que el legislador no disponga de alternativas para conseguir el mismo efecto mediante normas que no traten diferente a los individuos de uno y otro grupo.
Si la razón que se ha invocado en nuestro país para respaldar aquel diverso trato penal que por razón de sexo da la Ley contra la violencia de género es que se trata de acciones positivas para acabar con la discriminación de las mujeres, debemos preguntarnos si se cumplen en estos casos esas condiciones que acabamos de enumerar. Que son muchas más las mujeres que los hombres que sufren la violencia de su pareja es indiscutible. Parece que las estadísticas hablan del noventa y el diez por ciento, respectivamente. Es decir, que de cada diez agresiones, amenazas o coacciones, nueve las cometen varones y una mujeres. Y algo habrá que hacer para acabar con eso. Pero, ¿para acabar con que los hombres agredan más que las mujeres, o para acabar con las agresiones, las haga quien las haga? Veamos.
La pena se fundamenta en el propósito, entre otros, de disuadir a los potenciales agresores, y cuando esa disuasión se quiere hacer más efectiva se aumenta la severidad del castigo, como ocurre en este caso, si bien aquí sólo para los varones, no para las damas. Admitamos sin discutir (aunque sea sumamente discutible) que el incremento del castigo sirva en verdad para desanimar a los violentos. Y también será creíble que ese efecto disuasorio opere por igual en machos y hembras. Así que tendremos que asumir que la Ley que comentamos sirve para que se contengan más ellos, pero a ellas, a las pocas agresoras, no se les da ningún aliciente suplementario para dejar de obrar así, pues la amenaza que ahora pesa sobre ellas es la misma que ya tenían, idéntica a la que antes regía también para los hombres. Por tanto, los hombres tienen ahora un motivo penal más fuerte para contener tan reprobables comportamientos, y las mujeres siguen teniendo el mismo que tenían, y que es menor que el de ellos ahora. Así que es previsible que, si la Ley es eficaz, el número de acciones de violencia de género ejecutadas por varones descienda, mientras que no se ha introducido ningún nuevo motivo o impulso para que sean aún menos las mujeres que incurren en esas conductas. ¿Se justifica así la Ley? ¿Tanto costaba decir que cada acto individual de violencia doméstica o de pareja es igual de malo lo realice quien lo realice y cualquiera que sea el sexo de su autor?
Imaginemos, con cifras sencillas pero proporcionales, que en España hubiera al año cien actos de violencia de género, de los cuales noventa los realizaran hombres y diez mujeres. Y supongamos que este agravamiento de las penas consigue que sus destinatarios, los hombres, disminuyan a la mitad tales conductas, con lo que se pasaría de noventa casos a cuarenta y cinco. Si contamos con que la violencia femenina no se modifica, pues las penas para ellas no crecen, tendríamos una situación en la que el número total de estos delitos sería de cincuenta y cinco, pues a los cometidos por hombres se agregarían los diez de las mujeres. Estadísticamente la mujer ya estaría menos discriminada, pues ya no es tan enorme la diferencia entre los delitos de los que son víctimas y aquellos otros de los que son autoras. ¿Pero no sería aún mejor que decreciesen en el mismo porcentaje los delitos de las mujeres, pasando así de diez a cinco? Se ahorraría sufrimiento a cinco hombres, que son los que pagan por haber jugado el legislador a fingir acciones positivas donde no caben, pues ya vimos que otra condición de las políticas de acción positiva es que no existan alternativas igualitarias aptas para realizar el mismo fin y en idéntico grado. Mas ¿cuál es el fin de esta Ley? Parece que se pretende actuar más sobre la estadística que perseguir con celo toda violencia de esta clase.
¿Por qué el legislador (todo él, pues la ley se aprobó con la unanimidad de todos los grupos parlamentarios) prefiere que se modifique la diferencia entre el número de víctimas masculinas y femeninas en lugar de procurar que se aminore el número total de delitos, el número total de víctimas? ¿Es mejor que mujeres y hombres maltraten en idéntico porcentaje o que disminuya en la mayor medida posible el número total de malos tratos? El legislador ha optado por intentar que haya el mismo índice de alienados y de alienadas en lugar de perseguir sin más la alienación. ¿A quién ofende o perjudica el que las pocas mujeres que se conducen con violencia contra su pareja masculina paguen con el mismo castigo que los muchos hombres que así actúan? Cuando un legislador antepone el halago a un grupo de votantes a la resolución mejor de un problema, ese legislador es demagógico y ansía más los votos que la paz social. Y ya sé que se suele aducir la vulnerabilidad de la mujer como justificación de que se castigue más al varón que la maltrata, pero con esto volvemos a lo mismo. ¿Qué pasa cuando, ocasionalmente, no hay tal vulnerabilidad mayor de la mujer que, por ejemplo, es campeona de karate o de tiro olímpico? Y, muy especialmente, ¿por qué no amparar igual las agresiones en el seno de parejas homosexuales, en las que también uno de los dos puede ser más vulnerable?, ¿por qué la protección agravada de las personas especialmente vulnerables sólo la extiende la ley a las que convivan con el autor? Es decir, que a un hombre le cuesta más caro amenazar o maltratar a su ex pareja femenina que a su actual pareja homosexual, si es el caso, o a su madre anciana que no vive con él.
Por lo dicho estoy en contra de esta parte de la Ley que, en este asunto, parece progresista, pero engaña. A lo mejor por eso la votaron hasta los conservadores. O porque el discurso único estrecha su cerco sobre todos y convierte en medio heroica la simple expresión de discrepancias frente a lo que pontifican los más majos/as y divinos/as.

24 mayo, 2008

Euroventosidades y teleboñigas.

Aterrizo en el aeropuerto de Asturias esta mañana, tomo mi coche del aparcamiento y, mientras conduzco de vuelta a casa, voy escuchando los boletines de noticias de un par de emisoras. En los titulares todas mencionan el gran evento de hoy, que no es otro que el Festival de Eurovisión. Ponen fragmentos de esa cosa que dicen que nos representa y que mucho me temo que sociológica y culturalmente sí nos representa. Pasan unas declaraciones del tal Rodolfo Nosequehostias ese, cantante o lo que sea, lo escucho y me quedo pensando, totalmente en serio, si realmente será retrasadito como parece o si es que va todo el rato metido en ese papel con el que nos representa, el papel de retrasado mental. Nadie me aclara esa duda.
En el noticiario de las dos de la tarde RNE dedica más de cinco minutos a esta supuesta noticia y anuncia que la Cadena (de water) Primera de TVE dedicará hoy ¡once horas seguidas al Festival de Eurovisión! ¡Once horas! Y, por lo visto, ya llevan toda la semana con programas especiales sobre el acontecimiento.
Pues nada, que le aproveche al pueblo y con su pan se lo coman esos medios de defecación, perdón, comunicación. Pero es inevitable preguntarse qué pasaría si la televisión y la radio públicas dedicaran el mismo tiempo, esfuerzo, presupuesto e insistencia a promocionar la ópera y la zarzuela, o la lectura de libros o, simplemente, a hacer que esta país no se parezca cada vez más al tal Rodolfo que tan bien nos representa. A ver si cuando gobierne la izquierda...

22 mayo, 2008

Sobre el neoconstitucionalismo, por enésima vez

Voy a dejar hechos los deberes blogueros de mañana, viernes. Me toca viajar a Alicante y aburrir a las masas en conferencia de precepto. Menos mal que por allí andan muy queridos y admirados colegas. De paso, a ver si me entero de algún cotilleo disciplinar, ahora que, por culpa del blog, casi nadie me quiere como antes y ya no me cuentan quién va a sacar la próxima plaza en Guadalajara.
Así que adelanto tarea y cuelgo aquí un trozo de un artículo que me acaban de publicar en una revista peruana sobre jurisprudencia constitucional, revista de la editorial Grijley. El trabajillo es un comentario de una Sentencia del Tribunal Constitucional de Perú (Expediente nº 3741-2004-AA/TC). Pero en este apartado que reproduzco aquí se tratan cuestiones generales que van más allá del caso concreto de la Sentencia.
Naturalmente, este post va para masocas del Derecho y obsesos de la teoría jurídica. Los demás amigos pueden tomarse el día de descanso.
Ningún problema plantea para los esquemas y presupuestos del Estado constitucional de Derecho que el juez, en uso de las competencias que el sistema jurídico-constitucional le confiera claramente, declare la antijuridicidad de un acto administrativo que se fundamenta en una ley inconstitucional, siempre y cuando, naturalmente, que esa inconstitucionalidad se establezca de un modo no arbitrario. Ése es el caso, además, en la Sentencia que se examina. En cambio, esa puerta abierta para que también pueda declararse antijurídico por inconstitucional un acto administrativo que es aplicación de una ley de cuya constitucionalidad no caben dudas, supone esa feroz ruptura del sistema a la que aludimos y de la que ahora queremos hablar; y más si el parámetro de tal inconstitucionalidad lo ofrecen valores y principios.
Nuestra tesis puede enunciarse así:
En un sistema jurídico en el cual se admita que a) se pueda declarar la inconstitucionalidad de actos de los poderes públicos que sean aplicación de normas legales que son constitucionales y, por tanto, plenamente respetuosos con los límites materiales o formales establecidos en esas leyes, y que b) dicho juicio de inconstitucionalidad se apoye en normas constitucionales de fuerte carga axiológica, sucederá lo siguiente: el juez podrá anular por inconstitucional cualquier acto de un poder público, con la única condición de que declare que ese acto, por sus contenidos o sus efectos, atenta contra los “valores y principios” constitucionales.
Cuando, al modo positivista, entendemos que el juez debe estar vinculado a la letra de la ley y de la Constitución en lo que esa letra tenga de clara o de delimitadora de las interpretaciones y aplicaciones posibles, estamos reconociendo al juez amplios márgenes de discrecionalidad, dados los inevitables grados de indeterminación del lenguaje normativo. Ahora bien, cuando se piensa que la vinculación suprema del juez tiene que ser a valores y contenidos axiológicos, estamos convirtiendo dicha discrecionalidad en absoluta y, lo que es peor, permitiendo que se torne en arbitrariedad, pues, valores en mano, es justificable el contenido de cualquier decisión. Salvo, naturalmente, que se comulgue con un determinado absolutismo moral, con un objetivismo y un cognitivismo éticos de tal calibre como para entender estas dos cosas: a) que hay una única moral verdadera; b) que los contenidos de esa moral son suficientemente precisos para dictar solución para cualquier caso con relevancia moral; c) que el sustrato valorativo de la Constitución necesariamente está constituido por esa moral verdadera única; y d) que, en consecuencia, la verdadera Constitución está en esa moral. Es una magnífica forma de conseguir dar estatuto constitucional a la moral de uno, y más si uno es juez o, sobre todo, magistrado constitucional.
Estos planteamientos que venimos criticando son los propios de la doctrina llamada neoconstitucionalismo. Afortunadamente, los jueces constitucionales no vienen haciendo uso de todo el poder, del poder absoluto, que el neoconstitucionalismo les regala con base en su fobia al legislador democrático y su concepción mesiánica del Derecho y de su práctica. El ideal judicial del neoconstitucionalismo es el de un juez Salomón iluminado por el Espríritu Santo. A los magistrados constitucionales suele gustarles esa imagen sacerdotal u oracular con la que se los adorna desde la teoría, pero todavía tienen en muchos países algún reparo a la hora de asumir hasta sus últimas consecuencias la tesis de fondo: que el único soberano en el Estado es el juez y que lo es porque la suya es la boca que pronuncia las palabras de la suprema verdad, que es verdad moral y jurídica al tiempo y que está contenida en una Constitución que no es mera letra sino, ante todo, el conjunto de contenidos dictados por una única moral verdadera o digna de ser tomada en consideración.
Pensemos en la anterior afirmación de la Sentencia sobre que se debe declarar la inconstitucionalidad de los actos que choquen con los “valores y principios” constitucionales, con el “orden objetivo de valores que la Constitución incorpora”. Entre esos valores siempre va a estar, cómo no, la justicia, sea porque la propia Constitución la nombre “valor superior”, sea porque se entienda que cómo va a haber una Constitución que merezca su nombre si no presupone la justicia como primer valor que la inspira y le da sentido. Concretemos con el ejemplo español, pues la Constitución Española en su artículo 1 recoge expresamente la justicia entre los que denomina “valores superiores” del ordenamiento jurídico español. El razonamiento “neoconstitucionalista” se hace bien simple a partir de ahí, y tendría los siguientes pasos: a) la Constitución es norma suprema del ordenamiento; b) Todas las normas jurídicas y todos los actos de los poderes públicos deben estar, en última instancia, sujetos a la Constitución, norma suprema; c) La Constitución expresamente recoge, positiva, valores, como éste de la justicia; d) la Constitución no sólo los recoge expresamente, sino que los nombra “valores superiores” y, por tanto, hace de ellos la parte más importante de esa norma más importante que es la propia Constitución; e) por consiguiente, todo juicio de constitucionalidad, ya sea de una norma o de un acto de los poderes públicos, puede y debe ser un juicio de compatibilidad con esos valores y, en el supuesto que comentamos, con el valor constitucional superior justicia; f) Todo lo cual permite la siguiente conclusión: toda norma injusta y todo acto injusto -incluso aquel que es aplicación de una norma que en sí no es inconstitucional ni por injusta ni por ninguna otra razón- son inconstitucionales por razón de esa su injusticia.
Añádanse al valor constitucional justicia los demás valores que, como tales valores, la Constitución proclama (dignidad, libertad, solidaridad, etc., etc.) y súmese la visión de muchas normas constitucionales como principios cuya sustancia es moral y cuya relevancia para cada caso puede “pesarse” mediante ese método llamado ponderación, y ya tenemos la situación perfecta para que los jueces puedan, en nombre de la Constitución a la que fervientemente aman, hacer lo que les dé la gana. Siempre van a encontrar alguno de esos valores que les eche una mano para presentar su personal juicio de inconstitucionalidad como aplicación objetiva e imparcial de esos valores constitucionales tan importantes y precisos.
Hay una manera de salvar mi objeción anterior, sólo una: afirmar que esos valores constitucionales forman parte de una única moral objetivamente verdadera y que al juez se le muestra, y, además, que esa moral y esos valores tienen capacidad resolutiva suficiente para brindar por sí mismos la solución de los casos, sin dejar sitio para la discrecionalidad judicial o haciendo que ésta sólo esté presente en ocasiones puntuales y casos marginales. Esto es lo que suelen pensar los constitucionalistas que profesan muy marcadamente algún credo religioso y que, en consecuencia, hacen, por ejemplo, una interpretación fundamentalista de los derechos fundamentales. Para ellos, por ejemplo, cuando la Constitución consagra el derecho a la vida no hay más que una interpretación posible de los alcances de ese derecho, alcances excluyentes de toda posibilidad constitucional de legalización del aborto. Lo que a mí, modestamente, se me hace más raro, es entender que planteamientos así, de éstos que llamamos neoconstitucionalistas, sean de tanto agrado para juristas y constitucionalistas que se dicen enemigos de toda forma de absolutismo moral, defensores del pluralismo y partidarios de la democracia y el Estado democrático de Derecho. Será, tal vez, nostalgia de la fe pérdida, búsqueda de sucedáneos, miedo a lo que puedan legislar libremente los ciudadanos a través de sus representantes, en uso de los derechos políticos que la Constitución les garantiza y dentro de los márgenes de libertad que las indeterminaciones y autorizaciones constitucionales les permiten.
Ese absolutismo moral es admisible como una de las ideologías que la Constitución permite que convivan en el seno de la comunidad, pero es imposible como doctrina constitucional explicativa de una Constitución pluralista y que asegure derechos políticos de los ciudadanos. Detengámonos en esto.
Pongamos el valor constitucional V. Puede el lector sustituir la variable V por el valor constitucional justicia, o dignidad, o solidaridad, o libertad, o igualdad, etc., etc.; o por “principios” tales como el de libre desarrollo de la personalidad, por mencionar sólo un ejemplo. Sabemos que V, según la doctrina que analizamos, es parámetro de constitucionalidad de los actos administrativos, parámetro muy destacado, además. Que sea parámetro de constitucionalidad quiere decir que posee un contenido con el que ha de medirse o compararse el contenido del acto de la Administración del que se juzgue[1]. Llamemos α a dicho acto de la Administración. El contenido de α, por tanto, no puede ser contrario a lo prescrito por V; si lo es, α será inconstitucional.
Por consiguiente, para que V pueda funcionar como parámetro de constitucionalidad, V ha de tener algún contenido. Ese contenido puede estar presente en V antes de que el juez use V, de modo que dicho contenido antecede al juicio del juez que dirime sobre la constitucionalidad de α, o puede ser puesto en V por el propio juez. Como tercera posibilidad, podría también sostenerse que el contenido de V en parte antecede al juez y en parte es completado por éste.
a) Si es el juez el que le pone el contenido a V, el que rellena V de unos contenidos u otros, tendríamos que ese juez crea materialmente ese parámetro de constitucionalidad que luego va aplicar en su juicio de constitucionalidad. En consecuencia, ese juicio de constitucionalidad de α sería plenamente subjetivo y control de constitucionalidad en aplicación de V querría decir esto: el juez puede declarar la inconstitucionalidad de α siempre que quiera y con sólo asignar a V un contenido incompatible con α. Si a la gran diversidad de contenidos con que se puede rellenar V se añade la presencia de una pluralidad de valores constitucionales V´, V´´ ... Vn, también con gran apertura y potencialmente contradictorios, tendríamos que la suma de la indefinición del contenido de cada valor más la presencia de múltiples valores que obran como parámetros constitucionales permite, al menos en hipótesis, que el juez declare inconstitucional exactamente cuanto quiera. Su personal ideología, sus preferencias subjetivas, serían el supremo y único, o casi, parámetro de constitucionalidad.
El neoconstitucionalismo o sentencias como la que estamos viendo no pueden suponer que valga lo anterior, no pueden partir de que V no tiene contenido preestablecido y que es el juez el que se lo introduce; salvo que neoconstitucionalistas y jueces como éstos sean unos absolutos cínicos que no quieran más que aumentar el poder judicial a costa de la democracia y del principio constitucional de soberanía popular. Y no creemos que ése sea el caso. Así que habremos de pensar que su razón ha de estar en la segunda posibilidad, que pasamos a ver.
b) Pongamos ahora que V tiene un contenido que antecede a cualquier opinión del juez que aplica V como pauta de la constitucionalidad de α. Ese juicio aplicativo del juez será un juicio objetivo, no subjetivo o puramente personal y dependiente de su particular ideología, por ser objetivo el metro que aplica. Cuando yo mido en metros y centímetros una cosa, estoy aplicando un “metro” cuya extensión no creo yo según mis gustos, sino que está ahí fuera y existe independientemente de mí[2]. Cuando respondo a la pregunta de si el pescado a la plancha me gusta o no me gusta, mi juicio es subjetivo, pues el “metro” en este caso está en mis propias preferencias y no otra cosa que tales preferencias manifiesto con mi respuesta. Lo que estamos debatiendo es a cuál de esas dos situaciones se asemeja el juicio del juez que aplica V a α.
¿De qué tipo puede ser ese contenido objetivo y previo de V? Puesto que se trata de un valor, su contenido ha de ser un contenido moral[3] y ha de permitir al que juzga aplicar la correspondiente calificación moral positiva y negativa, moral e inmoral. Si V es el valor constitucional justicia, su contenido ha de servirnos para diferenciar entre actos o estados de cosas justos e injustos. Puesto que la justicia es parámetro constitucional, los actos o estados de cosas justos serán constitucionales y los injustos serán inconstitucionales. Y así podríamos seguir ejemplificando los contenidos posibles de V. Si V representa el valor dignidad, tiene que contener los patrones que permitan diferenciar objetivamente entre digno e indigno. Es decir, puesto que V tiene contenido objetivo, el otorgamiento de la calificación de justo o injusto (o de compatible o incompatible con la dignidad, con el libre desarrollo de la personalidad, etc., etc., y, correlativamente, de constitucional o inconstitucional) no puede estar al albur del juez, sino que tiene que ser aplicación de un metro preestablecido.
La preexistencia del metro es primera condición. La segunda, que ese metro sea suficientemente exacto como para poder resolver los casos no evidentes, los que en la doctrina jurídica suelen llamarse casos difíciles. Si a mí me piden que compare un hipopótamo adulto y un ratoncito de laboratorio y que diga cuál es más grande, no necesitaré ni ir a buscar la cinta métrica ni pedir ningún aparato de precisión para la medida; miro o “pondero” a ojo, sin error posible. Lo evidente es evidente. Pero si entre dos manzanas muy similares me piden que diga cuál tiene mayor perímetro, puede que necesite medir aplicando un metro o escala bien precisos.
Tenemos, pues, que el hacer de V un parámetro objetivo del juicio de constitucionalidad de α presupone una pauta cuyo contenido es axiológico (pues V es un “valor” constitucional moral) y cuya precisión debe ser suficiente para resolver casos difíciles, casos en los que hay que hacer un juicio constitucional “de precisión”. De este doble presupuesto se deriva una consecuencia de la que hay muy difícil escapatoria: ha de ser una moral determinada, un sistema moral determinado, el que proporcione esos contenidos suficientemente concretos como para tener la requerida capacidad resolutoria. Si se entremezclan morales distintas a la hora de dar contenido a V, los contenidos de V serán internamente contradictorios[4], con lo que el mismo valor, V, podría justificar respuestas contrapuestas sobre la constitucionalidad de α, entre las que el juez tendría que elegir, de modo que volveríamos al carácter puramente subjetivo del juicio de constitucionalidad de α. A lo que se suma el hecho de que si los distintos valores constitucionales V, V´...Vn son cargados de contenido dirimente desde diferentes sistemas morales, se crean entre ellos antinomias de tal calibre como para que sea “constitucionalmente” posible cualquier respuesta a la pregunta por la constitucionalidad de α. También por esta vía retornaría el subjetivismo que se quiere evitar si no hemos de ver al neoconstitucionalismo convertido en un derroche de cinismo o inconsciencia.
Si ha de ser un determinado sistema moral el que aporte esos contenidos de V y de los demás valores constitucionales, la pregunta es cuál. No puede ser el sistema moral con el que comulgue el juez, por la obvia razón de que por ahí asomaría de nuevo, y de lleno, el subjetivismo del juicio constitucional que aplica V. ¿Cuál puede ser entonces? Aquí llegamos a la suprema aporía de estas doctrinas neoconstitucionalistas y moralizantes de la Constitución. Pues ese sistema moral objetivo que rellene de contenido los valores constitucionales no puede ser ninguno, absolutamente ninguno. ¿Por qué? Porque es radicalmente inconstitucional afirmar que este o aquel sistema moral concreto es el que impregna de contenido los valores constitucionales y sirve de patrón para la aplicación de las normas de la Constitución. Pretender tal cosa equivale a meterle a la Constitución la más mortífera carga de profundidad y hacer que vuele por los aires su sentido de ser la norma básica de un Estado de Derecho que, precisamente, reconoce derechos fundamentales a los ciudadanos. Expliquemos esto con algún detenimiento.
En primer lugar, nuestras constituciones son constituciones pluralistas, hechas para una sociedad pluralista y para que ese pluralismo quede garantizado. La Constitución Española también cita el pluralismo entre esos “valores superiores” del artículo 1, cosa que no menciona prácticamente ninguno de los neoconstitucionalistas que se recrean en los –otros- valores de ese artículo. Si el pluralismo es guía y razón de ser de la Constitución misma, tiene que quedar por definición excluido que la propia Constitución tome partido por un determinado sistema de valores morales y con la pretensión de que en ellos se encierra la verdad moral objetiva. Esa Constitución estaría diciendo al tiempo dos cosas difícilmente conciliables: una, que todos tienen derecho a elegir su moral y a vivir en consonancia con ella; otra, que moral verdadera sólo hay una, por lo que los cultivadores de las otras ven reconocido, todo lo más, su derecho a equivocarse.
Pero ni siquiera ese derecho al yerro moral se estaría protegiendo. Nuestras constituciones presentan y garantizan derechos políticos, al servicio de la idea de que el gobierno de los asuntos públicos debe hacerse participativamente y en común. Es más, algunos derechos de libertad, como las libertades de expresión e información, se maximizan en su alcance y protección por la importancia que tienen para que pueda formarse una opinión pública libre y desde ella se controlen y gobiernen los asuntos colectivos y se establezcan las normas de la vida en común. Que la Constitución proteja así la práctica de la política de autogobierno de los ciudadanos y, por ello, sus derechos políticos, implica que los ciudadanos han de poder hacer valer las normas que establezcan como normas legales a través de sus representantes y conforme al régimen democrático de mayorías. La Constitución pone unos límites a los resultados posibles de ese libre juego de la política, a los contenidos posibles de las normas legales que se puede así crear. Y establece mecanismos para que se declare la inconstitucionalidad de la norma que sobrepase tales límites. La Constitución, pues, acota el campo de las decisiones posibles, pero sin eliminar la pluralidad de decisiones posibles en nombre de ningún maximalismo o punto óptimo de realización de valores y principios[5].
En este momento hay que tener muy presentes dos cosas. La primera, que si ese juicio de constitucionalidad de las leyes se hace usando valores constitucionales como parámetros y si es el propio juez el que decide cuál es el contenido de esos valores, la soberanía popular queda irremisiblemente desplazada por la soberanía judicial, pues puede el juez por ese camino declarar inconstitucional cualquier norma que personalmente no le guste y que a él moralmente le repugne. ¿Y si lo que el juez aplica al emplear esos parámetros de constitucionalidad es una moral determinada, un determinado sistema moral o sistema objetivo de valores? Pues tendríamos que los resultados normativos de la convivencia plural en sociedad, de la interacción entre morales plurales y que deben ser igualmente respetadas por la Constitución, son desplazados por una moral única, que actuaría como censora y que sólo permitiría que las mayorías gobiernen y legislen cuando los resultados no sean incompatibles con los postulados de esa moral verdadera única. La soberanía, en suma, habría pasado a estar en las normas de esa moral o, en términos personales, en los que profesen esa moral o sean sus “sacerdotes”. A los límites que a los contenidos posibles de la ley democrática y participativamente creada ponen las palabras de la Constitución de todos, se sumarían los límites que a esos contenidos posibles pone una determinada moral, que es la moral de solamente algunos. Y los contenidos normativos de la Constitución de todos, de la Constitución de una sociedad plural y pluralista, no pueden estar determinados por la moral de ningún grupo particular. Ningún grupo particular tiene legitimidad constitucional para entender que está constitucionalmente reconocido su derecho a hacer de su moral la Constitución o a hacer la Constitución a la medida de su moral.
Si a la posibilidad de que de esa manera se haga el control moral-constitucional de la constitucionalidad de las leyes se agrega la posibilidad de que los jueces excepcionen toda aplicación de las normas constitucionales que les parezca inconstitucional por sus efectos, medidos éstos desde los valores de una determinada moral verdadera, el abuso se consuma y definitivamente habrá cambiado la regla de reconocimiento que preside el sistema. Podremos entonces decir que Derecho es aquello que para cada caso deciden los portavoces de la moral verdadera. En ese momento, habremos retornado al más primitivo de los derechos. Ese momento, desgraciadamente, parece muy cercano; o tal vez ha llegado ya.
c) Nos queda por analizar una tercera posibilidad: que los contenidos de V vengan en parte dados de antemano, sean contenidos objetivos en sí subsistentes, y que en parte sean contenidos añadidos y completados por el juez. Esta vía parece atractiva, pues da satisfacción a la siguiente idea: valores como la justicia no tienen contenido suficientemente preciso como para que podamos saber en cada caso qué es exactamente lo justo, porque concurren diversas teorías o sistemas morales, cada uno con su visión de esos contenidos; pero sí que es posible detectar ciertos contenidos que todo ser humano razonable considerará justos o considerará injustos a día de hoy, y ello sea cual sea el sistema moral concreto a que cada uno se adscriba.
En tal sentido, podemos leer nuestras constituciones como depositarias de esos mínimos morales comunes a nuestras sociedades en estos momentos históricos. Qué duda cabe de que ninguna norma jurídica positiva cae del cielo, incontaminada de moral positiva, y más las constituciones. Es sencillo presentar los contenidos esenciales de nuestras actuales constituciones como plasmación de los ideales éticos de la modernidad, actualizados por las luchas de determinados grupos sociales (mujeres, obreros, minorías raciales, minorías religiosas, etc., etc.) y reflejo también de las experiencias más traumáticas de los últimos siglos, y muy en particular del siglo XX.
En efecto, por debajo de nuestras constituciones late una moral positiva muy determinada. Pero, ¿de qué tipo? De tipo muy general. Esa moral acoge elementos comunes de ideologías morales y políticas diferentes y expresa bajo forma de suprema normatividad jurídica una convicción común y básica: todos esos diferentes credos y modos de ser y de vivir han de poder convivir respetándose y bajo unas reglas de juego compartidas. La moral que está por debajo de la Constitución es una especie de supramoral o de metamoral que no da la razón a este o a aquel sistema moral concreto, sino que aprehende elementos comunes a todos y, sobre todo, da forma a la idea de que el primer requisito de una moral moderna es el de no ser absoluta, el de permitir que en libertad y sin miedo convivan (los fieles de) sistemas morales distintos.
Sería, por consiguiente, esa moral constitucional una moral de mínimos. Ahora bien, de una moral constitucional así debemos decir dos cosas. La primera, que sus contenidos carecen de capacidad resolutoria de esos casos llamados difíciles. Hay casos evidentes, por ejemplo de evidente atentado a la injusticia o a la dignidad en tanto que valores constitucionales. Así, el encierro y tortura de un grupo de personas en un campo de concentración. La evidencia proviene de que se coincidiría en el juicio desde todos o la inmensa mayoría de los sistemas morales que bajo la Constitución conviven y en ella hallan protección. Pero de estos casos evidentes son pocos los que llegan a los tribunales, pues por lo obvio no se suele pleitear. La mayoría de los casos que los tribunales tienen que decidir son casos que admiten diferentes y contradictorias soluciones razonables a tenor de la Constitución, con la Constitución en la mano y hasta con los valores constitucionales en la mano, entendidos éstos como expresión del mínimo moral compartido. Así que cuando un tribunal resuelve tales casos ejerce discrecionalidad y así debe ser reconocido, con la consecuencia adicional de que puede haber muy buenas razones, razones constitucionales, para que el juez se “autocontrole” y procure no alterar por completo el esquema constitucional de poderes y legitimidades. Lo que no resulta ni admisible ni creíble es que el juez constitucional pretenda que en esos casos su juicio, dentro de esos márgenes, no es opción personal, todo lo bienintencionada que se quiera, sino resultado de un cotejo del caso con el parámetro de un valor constitucional o del valor que da sentido a cualquier precepto constitucional[6].
En segundo lugar, no se debe olvidar que el legislador constitucional ya tuvo buen cuidado de no limitarse a enumerar valores y principios, sino que lo que más le importaba lo protegió expresamente bajo forma de derechos y de las consiguientes obligaciones. Los límites marcados por esa moral mínima común se expresan en el tenor de las normas constitucionales positivas, especialmente las de derechos fundamentales; en la parte clara o indiscutible de ese tenor. Aquella vieja idea, que expresara entre los primeros G. Dürig al comentar en 1958 el artículo 1 de la Ley Fundamental de Bonn, y según la cual en dicho artículo, en el que de dice que “La dignidad humana es inviolable”, ya están in nuce contenidos todos los derechos fundamentales y hasta la Constitución toda, no puede ser aceptada, si no es a un precio muy caro. Dürig razonaba dando por supuesto que la moral verdadera es la moral católica y que esa moral es sistemática y completa. Con las cláusulas de valor contenidas en la Ley Fundamental de Bonn se estaría, según Dürig, constitucionalizando esa concreta moral. Por eso podrá Dürig insistir, también de los primeros, en que los derechos fundamentales expresan y se basan en “un orden objetivo de valores”. Idea ésta que encantó al Tribunal Constitucional Federal Alemán desde el caso Lüth, también de 1958, y que le permitió pasarse casi dos décadas decidiendo de modo absolutamente parcial, cuasiconfesional, conservador y muy del gusto de los exmilitantes del partido nazi que copaban los poderes públicos, incluido el poder judicial y muchos de los sillones del propio Tribunal Constitucional. Si muchas constituciones pudieran, seguro que se harían el harakiri al ver qué (sistema de) valores les imputan aquellos a los que ellas nombran para que sean sus guardianes; o quiénes son y de dónde han salido esos guardianes. La historia del constitucionalismo moderno suele recordar a Drácula cuidando celosamente el banco de sangre; de nuestra sangre.
[1] O del juicio de constitucionalidad de la norma, cuando de eso se trata.
[2] Concretamente, el metro, como unidad de medida, es la diezmillonésima parte del cuadrante del meridiano terrestre, cuyo patrón está reproducido en una barra de platino iridiado y se encuentra depositado en París.
[3] Naturalmente, cabe también hablar de otro tipo de valores (económicos, físicos, etc.). Pero todos los que dan enorme importancia en este tipo de teorías a los valores “constitucionales” están siempre pensando en valores morales y, además, en la presencia de éstos apoyan su insistencia en la inescindible unión entre Derecho y moral y su correspondiente objeción a la tesis positivista de la separación conceptual entre Derecho y moral.
[4] No hace falta ni decir cuán distintos son los contenidos de lo justo según que manejemos un sistema moral religioso o laico, individualista o colectivista, liberal o socializante, etc., etc., etc. Y lo mismo que decimos de la justicia podemos decirlo de cualquiera de los otros valores o principios de base axiológica.
[5] Valores y principios respecto de los que se cumple otra “ley”: cada valor o principio constitucional tiene, como mínimo, otro valor o principio constitucional que se le opone, y el punto de óptima realización compatible de los opuestos es una mera hipótesis de escuela, una utopía que solamente puede estimarse realizable desde un armonicismo axiológico de fondo. Ese armonicismo no sólo presupone que existen en alguna región ontológica o reino del ser esos valores morales con contenido objetivo y suficientemente preciso, sino que coexisten en armonía y delimitando por sí sus respectivas esferas, resolviendo sus conflictos, reemplazando la tensión dialéctica entre ellos por una amorosa convivencia y un amistoso reparto de los respectivos alcances regulativos. Es la arcadia axiológico-constitucional de buena parte de ese neoconstitucionalismo actual que tiene sus ancestros principales en los muy conservadores maestros alemanes de los años cincuenta y sesenta, reconvertidos al derecho natural y al humanismo cristiano después de perder la Guerra. Y vaya usted a saber si se habrían convertido y reconvertido así en caso de que la hubieran ganado.
[6] Con una consecuencia más. Normalmente, cuando el juez pretende que no ha hecho más que cotejar el caso con el parámetro constitucional axiológico acaba fallando dogmáticamente, con escasísima argumentación, sin fundamentar su decisión en nada que no sea ese “créanme, yo lo he visto”.

Leer para creer

Espectacular noticia en el suplemento leonés de El Mundo de ayer: el interventor del Ayuntamiento de Zamora pone pegas a los festejos taurinos en esa capital, porque dice que en las corridas no hay paridad entre hombres y mujeres, que es sexista la lidia. Cielo santo, con la nueva religión hemos topado.
No tengo el placer de conocer personalmente a tan esmerado funcionario zamorano, pero me lo imagino como un perfecto humorista, un guasón incorregible, lo que vulgarmente llamamos un cachondo mental. Si quería hacer esperpento con los tópicos al uso, chapeau. Si habla en serio, mejor no meneallo. Porque si va de veras habría que proporcionarle bromuro intelectual, para aplacarle la inflamación ideológica. O a lo mejor es que quiere el buen hombre llegar a Ministra de Igualdad, en el perspicaz convencimiento de que hay discriminación si siempre nombran señoras para tan exigente puesto.
Al parecer, el inconveniente está en que apenas torean mujeres en las ferias taurinas y en que, para colmo, entre los espectadores que fuman puro y beben de la bota hay más varones que damas. Lo último tiene más fácil arreglo y bastará con una certera política de discriminación positiva, consistente en regalar entradas a las féminas o hacer que paguen menos por contemplar la noble muerte de los cornúpetas. Para solucionar lo de las pocas toreras habrá que dar la alternativa a unas cuantas señoras de las que acostumbran a lidiar en casa becerros mucho más peligrosos que los mihuras o los vitorinos. Lo que me extraña es que al buen guardián de las paridades genéricas se le haya olvidado mencionar la nula presencia de las vacas en el festejo. Será porque a los toros los matan y no conviene igualar por abajo. Tampoco sería mala cosa reparar en la escasez de toreros transexuales, negros, con gafas o mismamente zamoranos, todo lo cual añade oprobio al actual arte de Cúchares. Y en las ferias de León qué menos que exigir que los diestros y diestras hablen fluidamente el leonés, ya puestos a desterrar dominaciones atávicas.
Si cunde el ejemplo intervencionista del interventor vamos a reírnos de lo lindo. Lo siguiente puede ser el fútbol, pues cuántas señoras cultivan el regate en corto en el Zamora C.F., vamos a ver. Podrímos seguir con los campeonatos de tute, repletos siempre de hispánicos varones y vulneradores, en suma, de todo equilibrio sexual ¿Y qué me dicen de la alta cocina? Que se obligue a la Guía Michelín a repartir sus estrellas con criterio paritario, pues, si nos fijamos, todos los cocineros de mucha fama y ración escasa llevan pito bajo el delantal.
En fin, queda tanto por hacer... Pero con unos pocos comisarios políticos más, sumados a los miles que ya existen, iremos haciendo de esta sociedad un perfecto club de la comedia.
Por cierto, y a propósito de rechiflas paritarias, tengo ante mis ojos una ley catalana que se denomina “Ley del derecho de las mujeres a erradicar la violencia machista”. No me digan que el título no da para unas guasas como las que hace unos días se gastaba aquí nuestro amigo Ante Todo sobre dicho engendro legislativo. Al principio de su Preámbulo se afirma que la Ley “parte de la premisa de que los derechos de la mujeres son derechos humanos”. Sorprendente descubrimiento, no me digan que no. Así estamos, obsexionados.

21 mayo, 2008

Sobre rectores y reformas

Un par de visitantes anónimos me piden ahí abajo que diga algo sobre la campaña recién finalizada para elecciones a Rector de esta Universidad en la que se me van pasando los años y las ganas. Uno de ellos hasta me incita a dar caña, si no entiendo mal, dado que el animal cañero constituye por estos parajes especie en extinción y se lleva más el ponerse a favor de viento y sonreír todo el rato, por lo que pueda pasar y no vaya a ser que gane el otro.
Siento que no puedo complacer al personal en tan caritativa demanda. No es propiamente o de modo principal porque me haya sumado a las multitudes del tú no te metas o a las huestes del todo el mundo es bueno y qué hay de lo mío, no. Es que no me he enterado gran cosa de la marcha de la campaña y de las correspondientes anécdotas comentables en el café de las nueve y en el de las once y en de la una, rematadas con filigrana dialéctica en el vermout de las dos.
Sí me propuse asistir a la presentación de los candidatos en mi Facultad. En un caso llegué tarde y el acto se había suspendido, pues, al parecer, concurrieron dos personas, sin contar a los del equipo en promoción. En los otros dos sí estuve. En uno rajé un poco contra el régimen vivido, bajo el lema de que vamos a Bolonia, pero venimos de Sicilia y qué viaje tan movido. Al salir, un amable compañero me hizo caer en la cuenta de que entre los presentes que se postulaban como recambio se hallaba un vicerrector del régimen que ahora termina. Reconozcamos en lo que vale la voluntad de enmienda, si tal hay. Ya debe de ser significativo que todos los que tuvieron puestos de gobierno en el régimen a duras penas se hayan ido apeando en los últimos tiempos. Arrepentidos los quiere Dios. Más pecó San Agustín, y ya saben, llegó a obispo y a santo. O a lo mejor son luteranos y aplican aquello de crede fortiter et peca fortius.
Lo único que se me ocurre son unas pocas propuestas dirigidas al Rector que ahora venga a hacernos felices y jubilatas. Ahí van, con ánimo siempre constructivo.
1. Urge que la Universidad monte una guardería tan buena, tan buena, como para que convenza a los profesores de paternidad reciente de que no es imprescindible que se queden en casa al cuidado de sus vástagos hasta que éstos lleguen a la mayoría de edad, pero cobrando como si se partieran el alma por la docencia y la investigación. Cuántas veces hemos preguntado aquello de por qué ya nunca veo en la Facultad al profesor fulano o a la profesora fulana y nos han respondido, con aplastante naturalidad, que cómo va a ir por allí, si tiene un hijo de cuatro años. Sugiero, además, que la inscripción de hijos en la guardería universitaria compute positivamente para las nuevas acreditaciones, al menos en igual medida que asistir a los cursos con que los pedagogos nos demuestran que para impartir buenas clases es más importante el largo de manga o la sisa poco ceñida que el estudiar bastante.
2. Me atrevo a solicitar un aumento considerable del personal de administración y servicios, con el fin de que nos envíe más papeles que tengamos que cubrir los profesores, y de que nos regañe, látigo en mano y hosco el gesto, cuando no los enviemos a tiempo y dado que el plazo finalizó tres días antes de que se nos remitieran. Últimamente he notado que algunas mañanas no se me requiere ningún papel urgente, y el consiguiente tiempo libre me sume en la perplejidad y el vacío existencial. Solucionemos rápidamente ese problema, no nos vaya a dar por ponernos a escribir artículos científicos como locos o desocupados sin futuro.
3. No sería mala cosas que la autoridad gestionara una ampliación de los moscosos, pues me consta que hay personal que tiene dificultades a la hora de utilizarlos para enlazar el puente de octubre con las vacaciones de navidad, con el consiguiente desgaste psicológico y el inevitable trastorno de la convivencia familiar. Si la cerrazón administrativa no permite dicha solución, cabría pensar en unos días que podríamos llamar hipocráticos o de baja por enfermedad estando sano del todo, y sin necesidad de parte médico ni de fingir nada. ¿Dónde anda fulano? No viene hasta dentro de tres meses, pues ha enlazado las vacaciones con los moscosos, los moscosos con el puente, el puente con los hipocráticos y éstos con la conmemoración del cumpleaños del gerente. ¿No decimos que la Universidad debería gestionarse con criterios de empresa? Pues eso. Talmente.
4. Al menos una vez por curso habría que declarar el día del profesor presente, o día de profesores abiertos, igual que lo hay de puertas abiertas. Ese día compañeros, PAS y alumnos podrían vernos a todos y hasta hacernos preguntas del tipo “¿podría hoy usted firmar esas actas que tiene pendientes desde su última visita hace dos trimestres?”, o comentarios amables como “uy, lo que has engordado en estos dos años que llevaba sin verte". Luego, para que el desplazamiento no sea en balde, se debería finalizar la jornada con unos canapés y unas ponencias sobre Bolonia y otros destinos turísticos en oferta.
5. Puestos a pensar en motivaciones y acicates, qué tal la instauración del premio al mejor sobador de barra de campus. Me refiero a las barras de los bares, no piense usted tan mal. Un día sí y otro igual, contemplamos a esos compañeros que por nuestro bien se pasan las horas en dichos locales, ora criticando a rectores y decanos, ora pergeñando aventuradas reformas inminentes, ora perfilando listas para el claustro o calculando porcentajes de voto en cualquier elección venidera. Si no fuera por ellos, quién se ocuparía de los asuntos que nos conciernen y quién laboraría por el interés general. Lo hacen, además, entre humos y otros pestíferos efluvios, con riesgo para su salud y sin el merecido reconocimiento que en propiedad se les debe. Un premio al más entregado sería lo mínimo, pero tampoco estaría de más que el tiempo de conspiración en barra contara positivamente para sexenios y acreditaciones o, en el peor de los casos, que se regule una proporcional reducción de docencia.
6. Y lo principal. Nos faltan cursos de actualización pedagógica. Los que hay no alcanzan, ahora que a media humanidad universitaria le ha entrado el apretón didáctico por causa del flamante sistema de acreditación para titular y catedrático. Yo mismo, modestamente, me inscribiría con ánimo discente en alguno que versara sobre regurgitación de apuntes a la boloñesa, sobre evaluación positiva de alumnos que no dan palo al agua, sobre control de líquidos y ventosidades en el aula o sobre técnicas para echar la meadita previa a la clase sin dejar la gotilla en el pantalón.
Ya ven como sí queda mucho que hacer. Ya se sabe que todo lo que va bien puede mejorar.
De nada.

20 mayo, 2008

Crispación culinaria

Vaya, ahora les toca a los cocineros tirarse las cazuelas a la cabeza. Y, como siempre, leña al que se mueve, condena al ostracismo para el que no baila al son que toca en este país de finolis a la ultimísima.
Mañana hablamos un poco de eso, si se tercia. Entretanto, vean este delicioso artículo que publica en La Voz de Asturias un profesor de esa tierra mía en la que se come de maravilla sin necesidad de deconstruir al cerdo ni obligar al "pixin" a leer a Kierkegaard traducido al checo . Pinchen aquí y que les aproveche. Y vivan la longaniza casera y el cocido de mi suegra.

El gordo no es culpable. Por Francisco Sosa Wagner

Estaba previsto que la moda del calentamiento global no podía traer más que disparates. Pues ahora resulta que también la obesidad contribuye a deteriorar el ambiente y a dicho calentamiento ya que las personas obesas o -como se dice en lenguaje actual- con sobrepeso requieren más combustible para su transporte y el de los alimentos que consumen. ¿De dónde procede dicha afirmación? De Londres, un lugar que propende a reunir a los expertos más aguafiestas y espantagustos que circulan por el mundo.
Pero hay más: a los gordos hay que imputar la escasez de alimentos pues comen demasiado y no dejan nada a sus semejantes e incluso el aumento del precio de la energía está directamente relacionado con la abundancia de kilos y las papadas cardenalicias.
Y es que estas personas, que disputan al tonel su disposición inconfundible, son unos abusones al requerir 1.680 calorías diarias para mantenerse en pie y otras tantas adicionales para realizar sus actividades: en total, un 18 por ciento más que los delgados y afilados. Si a ello se añade que se desplazan en coche y queman combustible produciendo gases de efecto invernadero, se comprenderá la magnitud de los estropicios que al parecer generan. Además, se adueñan de mucho espacio físico, a añadir al desparramado que ya ocupa el gordinflón que está al volante.
Conclusión: que los gordos (y por supuesto las gordas) están de más y cuanto antes nos libremos de ellos, antes se solucionarán los problemas del planeta. Se comprenderá que de esta denuncia a hacerlos desfilar hacia las cámaras de gas no hay más que un paso, que daríamos complacidos aunque armáramos la gorda.
Es hora de dejar de hacer el caldo -precisamente, gordo- a estos expertos y de ponerlos en su sitio. Porque, visto el asunto desde otra perspectiva, procede preguntarles: ¿y la alegría que nos proporcionan esos gordos de tripa aventajada y de vuelos atrevidos? ¿y la satisfacción que disfrutamos al admirar a una mujer jamona que va rompiendo el aire con sus andares, ahora que se imponen las caderas de exvoto y el busto con hechuras de pichón asustadizo? ¿todo esto no computa en los índices científicos? ¿no pueden llevarse estas magníficas sensaciones al lenguaje gárrulo de la estadística? ¿qué nos decís al respecto, señores sabios? ¿solo de comedimiento y apostura ha de vivir el mundo? ¿no hay sitio para la exuberancia ni para las mantecas agradecidas?
Me parece que era Fernández Flórez quien afirmaba que más allá de los cien kilos no hay maldad como más allá de los mil metros no hay elementos patógenos en la atmósfera. Acaba de salir una biografía de Edgar Neville, un personaje entrañable y tan gordo que aseguraba que, para comprobar si disfrutaba de una erección, tenía que mirarse al espejo. ¿No es esto tierno y digno de ser tratado con todos los miramientos? ¿O es que va a resultar ahora que ha sido Neville el que ha calentado la atmósfera y la ha llenado de miasmas? ¿no serán más bien los experimentos científicos perpetrados por tipos delgados y cenceños?
Es decir, señores de la Ciencia, que hay que tener más respeto al abdomen de príncipe de la Iglesia de Roma pues los delgados no somos sino un garabato frustrado y desvaído del gordo que todos quisiéramos ser.
Téngase en cuenta que solo hay una persona que piense en la comida más que un gordo y es el flaco. Y sépase que lo malo, en esta sociedad de petimetres, no es estar metido en carnes sino estar cebado de tópicos, ser jergón de lugares comunes y exhibir opulencia de vulgaridades. Es quien se alimenta de zarandajas burocráticas y quien practica la ecomemez quien en puridad pone en peligro el ecosistema.

15 mayo, 2008

Cuatro días sin blog

Nos vamos a Suiza, a Zürich. Una miaja de congreso de la cosa de uno y un buen rato de paseos y de ruina con los famosos precios helvéticos.
Veremos si hay algo allá para contar aquí. Pero, por si es que no y para evitar agobios, le concedo a este blog moscosos hasta el martes próximo. De todos modos, si me viene el síndrome de abstinencia, escribo algo y lo cuelgo. Pero trataré de vivir normal y sin estos vicios durante estos días en tierra de cantones.
Saludos y hasta pronto, amigos.

Qué le estará pasando al probe PP

Uno lee y lee de las cosas que le pasan al PP de marzo para acá y no da crédito. Y conste, aunque sea excusatio non petita, que servidor no es votante de ese partido y, además, lleva, no sé si en los genes o en las obsesiones, una especie de impedimento dirimente que le impide identificarse con eso que se llama la derecha, por mucho que eche pestes sobre los derroteros que toma la autodenominada izquierda. Pero analicemos con buenas maneras a las huestes esquivas de don Mariano, por aquello que se dice de que es bueno que existan partidos de recambio y alternancias posibles, y una vez que demostrado queda que nos va la marcha bipartidista para no complicarnos la cabeza con cábalas y ecuaciones.
En parte no le ocurre al PP cosa muy diferente de la que padeció el PSOE en tiempos de Borrell o Almunia. Si los partidos no son más que máquinas para trincar poder y si a sus dirigentes les pesa más la ambición de cargos y porciones sabrosas del pastel que cualquier convicción propiamente ideológica, se explican las revueltas y los desmanes en su seno cuando en las elecciones pintan bastos una y otra vez. Parece que su primer cometido es alimentar al monstruo voraz que llevan dentro, y frente a eso los programas y las convicciones pasan a un oscuro segundo plano. Con todo, la crisis presente del PP se las trae.
Para empezar, tal parece que en las elecciones se hace algo bien diferente de optar entre programas y propuestas y que en realidad se evalúan meramente estrategias independientes de las ideas y de la valía de las personas. La estrategia lo es todo, el partido es nada. Así, los mismos medios de comunicación que nos presentaban a Rajoy como un líder modélico, adornado de las más estimables convicciones y merecedor del voto multitudinario, lo pintan ahora como la encarnación de la torpeza y la obstinación más cerril. ¿Tanto cambia un sujeto por el solo hecho de perder unas elecciones? Si dicho partido andaba errado en su estilo y sus proclamas, se supone que el defecto viene de antes, pues cuesta asumir que las convocatorias electorales sirvan para dirimir sobre verdades y valores en lugar de constituir simple cauce para que los electores expresen meras preferencias sobre quien desean que los gobierne.
Pero no. Quienes durante cuatro años azuzaban a Rajoy y hasta le echaban en cara que no diera aún más caña, ahora se suman a los quejosos de la crispación. Los que se empeñaban en el dogmatismo hacen ahora la loa del posibilismo. Por otro lado, aquellos que veían en Acebes o Zaplana la pura encarnación de las esencias demoníacas, pasan a lamentar su ausencia y critican a quienes los reemplazan, aparentemente con otro espíritu y diferente estilo. Si Rajoy insinúa que va a suavizar las maneras y a aligerar de dogmatismo sus propuestas, hace mal, porque traiciona las esencias que no deben cuestionarse. Si amaga con mantenerse en las ideas y las formas anteriores a marzo, se equivoca también, porque así no se ganan elecciones. Si imita la trivialidad y las mañas de tahúr de Zapatero, mal asunto, porque Zapatero así ya hay uno y es difícilmente superable. Si intenta presentarse como político más consistente e intelectualmente más honesto, mala cosa también, pues a este país le gustan más las posturitas que los principios. Difícil papeleta, aunque, ciertamente, con su pan se lo coma. A la vez, esos mismos medios de comunicación que presentaron durante cuatro años a Zapatero como el zote que es, empiezan a verlo con ojillos pícaros y remolones, pues han descubierto que sabe hacer lo que más importa: ganar elecciones. Gato listo, gato tonto, lo importante es que cace ratones; ése parece el nuevo lema. No importa que los ratones sean también bastante limitaditos.
Aquí y ahora, un partido no triunfa si no da gusto a la parte más visceral y emotiva de la sociedad. Una sociedad como la española actual, bien cebada, satisfecha, fuertemente egoísta y sin mala conciencia por las injusticias internas y las exteriores, anda más interesada en poses y consignas con las que sentirse molón y a las que poner de careta, que en ideas por las que esmerarse. El ciudadano medio no busca tanto convicciones de fondo como modelos con los que identificarse. Cuentan más las actitudes, los gestos, las posturas, el estilo, que el contenido de los mensajes. El medio es el mensaje, otra vez, y ahora el medio son cuatro tópicos y dos lemas. No interesa lo que los partidos propiamente hagan o propongan, sino los ademanes, las apariencias, las meras proclamaciones. De ahí que, por ejemplo, pueda ahora ponerse Zapatero con toda tranquilidad a ejecutar los puntos del programa del PP que más acerbamente criticaron sus gentes durante la campaña electoral. Zapatero es majo, Rajoy no, y eso es lo único que pesa. Más aún, el ideal de muchos votantes actuales del PSOE es que Zapatero haga lo que propone la derecha, pero con el estilo majo de Zapatero. Que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha. Otro buen resumen de estos tiempos de doblez y memez. Mano dura con los inmigrantes, defensa de la unidad de España, apoyo a la monarquía, endurecimiento de las penas para la mayor parte de los delitos, horror ante la poligamia, nosotros que somos tan multuculturalistas y tolerantes, lucha policial a muerte contra ETA, nosotros que tanto creemos en la negociación y el hablando se entiende la gente, trasvases en nombre de la solidaridad interterritorial, reducción de impuestos para los patrimonios más potentes. Y un largo etcétera.
Vistas así las cosas y si algo hay de certero en este análisis, la crisis del PP comienza a entenderse. El PSOE, con suprema habilidad, copa tanto el espacio del poder como el espacio del discurso “presentable” y en los dos ámbitos gana, sin importar la contradicción entre los dos. El PSOE ejecuta las políticas de la derecha sin que el electorado lamente que el discurso izquierdista quede en puro adorno, pues él lo quiere nada más que como puro adorno también de sí mismo. Aplicamos en la política lo que en tiempos aprendimos con la Iglesia: doble rasero y ley del embudo. De ese modo, el ciudadano se siente especialmente bien, pues sus contradicciones se homologan y toman el sello de la inevitabilidad. Nosotros somos progresistas, como Zapatero, pero si hasta Zapatero tiene que refrenar sus impulsos reformistas, es señal de que no se puede hacer otra cosa. Podemos seguir siendo medio xenófobos, miedosos, españolistas, revanchistas con el delincuente y lo que haga falta, pero aliviados porque, al tiempo, cabe que no dejemos de vernos como los más modernos y progresistas del mundo mundial. Además, siempre nos quedarán los obispos para el desahogo, pues no en vano ejercen como nadie su papel de tontos útiles.
En una situación así, y mientras la hipoteca no nos lleve a los ciudadanos a tratar de conciliar lo que somos con lo que nos creemos, el PP lo tiene complicado. Si cambia el discurso, pierde, pues para discurso progre y superguay ya tenemos el de este PSOE. Si no lo cambia, pierde también, pues cómo vamos a votar a gentes que no tienen un pensamiento tan avanzado como el nuestro. Además, si sus programas los aplica Zapatero, previa anestesia ideológica de las masas, ¿qué programas puede proponer el PP?
La más grave deficiencia de la derecha española tiene carácter simbólico. No recobrará terreno mientras no sea capaz de remontar en una competición que es de imagen mucho más que de ideas y prácticas tangibles. En esta sociedad que en el fondo está fortísimamente desideologizada y que vive con total naturalidad el divorcio entre las prácticas reales y los discursos tapadera, no le queda al PP más salida que la renovación de su capital simbólico. Tiene que acabar con la imagen socialmente vigente del ciudadano de derechas, que es siempre la imagen de un sujeto feote, gordo, bruto, con billetes y rosarios asomando indecentemente de su bolsillo y lleno de misas y de doble moral. Porque trepas, indecentes y capitalistas gordos, y hasta meapilas, los hay en el PP y en el PSOE, pero los que aparecen en series, películas y viñetas son siempre del PP y de la derecha. Mientras no se rompa esa equiparación entre ciudadano conservador y viejo facha y entre votante del PSOE y tipo majo, guapete y dialogante, no tiene nada que hacer. Mientras cualquiera pueda salir tranquilamente de misa con El País bajo el brazo y sin temor a reproches o guasas de sus correligionarios, pero no se pueda ir a tomar el vermout con el ABC en la mano sin temor a las risas y los epítetos de los colegas, esos mismos colegas que dan pelotazos como los demás, explotan a quien pueden como los demás y abusan del prójimo más débil como los demás, la derecha está condenada a ser el patito feo de este sistema político hecho a la medida de una sociedad esperpénticamente esquizofrénica.

13 mayo, 2008

Ver para creer: el pijerío progre se supera a sí mismo

Este país tiene una gracia que no se puede aguantar: dan unas ganas incontenibles de llorar. Parece que todos los imbéciles del orbe se han reunido aquí. Es normal que nos gobiernen nuestros iguales: pijitos que se creen la vanguardia de la cultura universal porque hacen gilipolleces aptas para una antología de la idiotez carpetovetónica.
En este blog vamos a adoptar un lema nuevo, más amplio que el anterior: pedorréate cuando te cruces con un pijo-progre. No he dicho un progresista serio, no, que de esos hay poquísimos, habas contadas. Me refiero a lo que más abunda, a esa especie parásita que le ha sorbido el seso a esta sociedad y a sus instituciones y partidos: el pijo-progre ideal de la muerte y tonto del culo.
Vean esta muestra que nos ofrece, en comentario a post anterior, el amigo Lopera. Hasta he acudido a Google a ver si existía en verdad semejante pueblo o si era el invento de un humorista. Oigan, y existe. Alucinante. País bufo, sociedad de idiotas, meapilas de nuevo cuño. Peste.

Epílogo al post anterior

Escribo a los miembros del tribunal de la mencionada tesis y miren lo que me cuenta uno de ellos, buen amigo:

"Hace como dos meses les remití mi informe de valoración de la tesis, y me fue devuelto por no haberse iniciado esa fase de la tramitación. Lo único que me incomodó fue el tono de la nota de respuesta, algo maleducado, pues no siquiera se dignaron encabezar el mensaje con un saludo, por muy formal que fuera. En fin, no sé si la culpa es mía por esperar no ya cordialidad, sino al menos un poco de cortesía en los tiempos que fluyen".

¿Hay o no motivo para subirse por la paredes y jurar en arameo? ¿Pero qué clase acémilas se ocupan de tales burocracias en esa universidad tradicional y otrora prestigiosa, que no es la mía? Insisto: quod natura non dat, Salmantica non praestat.

Mecagoentó y en sus progenitores

Desahógate o revienta. Pues me desahogo. Esto no hay quien lo aguante y un servidor es tonto de baba. Mecagoenlaputaleche, en las universidades, en los títulos, en los convenios y en el cambio climático. Me voy a encerrar en casa con una cesta de libros y un fusil y al primero que se asome con un impreso en los dientes me lo cargo, previa minuciosa tortura leyéndole los estatutos de todas las universidades y los currículos de los miembros de la ANECA.
Vayamos por las partes. Entrar en el despacho de uno en la universidad es sentarse en el potro de tortura. Y encima quieren que pongas cara de placer y que sonrías a la webcam. Mecagoentossusmuertos y hasta en el último cargo. Dos cosas me vienen ocupando horas y neuronas desde hace semanas y meses y vuelven a incordiarme hoy a cada rato. Las contaré sin dar muchos datos y confiando en que nadie se me mosquee, encima. Porque me cago en los putos muertos del que encima se mosquee, carajo.
Una. Cuando viajo a algunos países latinoamericanos suelo decir por inercia a todo que sí, pues luego es que no, nadie más, allá, se preocupa de lo hablado y no pasa nada. Es por pasar el rato y hacernos colegas y tal. Rediós, pero hace una temporada dije que sí a una propuesta de convenio entre la universidad de allá y esta de aquí de la que como. La contraparte iba en serio, maldición. Que si cómo va, que si para cuándo, que si enviamos convenio marco, que si recibimos borrador de convenio, que si falta una firma, que si sobra una firma, que si ahora que tenemos el marco pongamos la ventana, que si está de más ese párrafo, que si convendría meter el otro, que si localiza al vicerrector –por cierto, el de aquí es un tipo excelente, aunque suene extraño el calificativo en mi prosa-, que si averigua cuándo se aprueba, que si.... Semanas, meses.
Si no me meten prisa a mí, me olvido de todo. Si me meten prisa, me cabreo. Para qué hostias me complico, ¿eh? Pues no lo sé. Y la última en esto. Mensaje americano: que no sé quién del ministerio va a revisar una propuesta de no sé qué, que el convenio con León es muy importante para nosotros, que por qué no nos lo mandaron, que nos urge y no nos llega. Llamo aquí al vicerrectorado: que se envió por correo ordinario el seis de marzo, hace más de dos meses. ¿Y ahora qué hacemos? ¿Comenzamos de nuevo? ¿Firmamos otro y lo llevo yo en la boca o apretadito en el culete? Quién tiene la culpa de que en algunos lugares no funcione ni el servicio de correos, vamos a ver.
A ver, amigos, confidentes míos, les voy a pedir a ustedes un favor: recuérdenme cada tanto que no me meta en líos estúpidos. A mí qué recataplines me importan los convenios, las convenias y la madre que lo parió to, si yo sólo quiero leer libros y escribir cosas y que me dejen en paz, hombre. ¡Que no quiero saber nada de papeles y firmas, coño! Y, encima, gratis. Que, al menos, le podían pagar a uno como gestoría. Pues no. En cuanto acaban de echarte el polvete te preguntan si no te gustaría también invitarlos a cenar y qué tal explicar treinta horas por doscientos dólares brutos. Eso sí, luego los más jamelgos de allá te escriben que sólo vas a robarles el oro. Mecagoen... Y conste, desde luego, que mis interlocutores en este asunto al otro lado del charco son gente trabajadora, seria y que se merece el apoyo.
Otra. Hace año y pico o dos me llega de rebote un doctorando, esta vez europeo. Lo recibo. Buena gente, honesto y trabajador. Tiene casi terminada una tesis un poco rara, muy original, relacionada con algo que en tiempos un servidor investigó un poco. Que no encuentra director, sólo codirector (?) y que si no me importaría ser la otra media naranja doctoral. Le digo que sí. Cumple con formalidad con trabajos y plazos, del sujeto no hay queja. Es centroeuropeo, no sé si lo había dicho. Toca defender la tesis, que ha de leerse en universidad histórica, tradicional y cataplasmática. Trámites, trámites, trámites, meses y meses de trámites. Se reúnen comisiones y comités, se computan plazos, se piden aceptaciones e informes, se recaban firmas y más firmas, se solicitan vistos buenos y vistos malos. Envío todo tipo de documentos, siempre urgentísimos y cumpliendo con el ruego de que la fecha la deje en blanco, pues al funcionario de turno se le olvidó remitirme el impreso en el momento debido y ahora tenemos que falsificar un poquito, pues, en caso contrario, habría que recomenzar los trámites y échele usted otro par de años de informes, comités, vistos buenos y malos, etc., etc.
Había contactado en su momento con queridos colegas para ese tribunal. Cumplidores como solemos ser los de Derecho (aunque digan que no los pedagogos que nunca tienen más que hacer que sacarse los parásitos de las partes, como los monos) mandan sus informes en cuanto se les requieren. Ah, pues noticia de ayer: es que mire usté, esos amigos suyos enviaron los informes con tanta diligencia y tan cortésmente, que se nos perdieron porque no los esperábamos tan rápido. Que se le traspapeló al funcionario todo eso porque todavía no tenía rotulada la carpeta ad hoc, vaya. Como lo cuento, palabra. Quod natura non dat... Y que hace falta que los manden de nuevo, pero dejando la fecha en blanco, porque, si no, no puede reunirse la comisión de doctorado con efectos retroactivos. Y que, tal como van las cosas y con todo lo que falta por hacer, a lo mejor puede defenderse la tesis a mediados de junio, pero eso si los del tribunal son muy puntuales al enviar por segunda vez estos informes repetidos, porque si se retrasan la cagamos y prescribe no sé qué plazo y hay que volver al empezar.
Mecagoenzeus y en todo el olimpo pagano. ¿Quién me manda aventurarme en semejantes aguas procelosas? ¡Pero si está llena la universidad de desocupados y ladillas que no tienen otra cosa que hacer y que se lo pasarían pipa llamando cada día a la secretaria del secretario del cuñado del felador del presidente del la comisión de doctorado! Juro por la firmeza ideológica de nuestro Gobierno que no vuelvo a aceptar tesis sobrevenidas, ni convenios transoceánicos ni proyectos patafísicos ni nada de nada. ¡Que me pagan para enseñar e investigar, hostias, no para mover el culo como puta vieja! Pues o aprendo o, ya puestos, monto en serio un chiringuito con churris, churros y títulos varios. O sea, otra casa de putas como tantas universidades.

12 mayo, 2008

¿Y ahora qué decimos?

No lo había hecho hasta ahora, pues un día sí y otro también se me había ido pasando. Pero no debo posponer más este acto debido: felicito efusivamente a los simpatizantes y antiguos votantes de Izquierda Unida que en las recientes elecciones de marzo dieron su voto al de la Zeja para que la derecha no nos hiciera suyos.
Fue una estupenda inversión, pues ahora, gracias al renovado poder de esa izquierda consecuente, podemos dejar de temer cosas tales como que a los inmigrantes se les aplique “mano dura”, que aumenten los tiempos de internamiento de los llegados sin papeles y que vayan a más las repatriaciones. También se pone coto al antipatriotismo de andar anunciando crisis económicas, por mucho que la desaceleración se acelere. En cuanto a la organización territorial del Estado, ya nos libramos de aquella matraca de España, España, ra, ra, ra, pues aunque ahora Zapatero le pare los pies a Ibarretxe y su chiki-chiki-referendum y a Montilla y su estatutaria sed de pelas, ya no será en nombre ni de la nación española ni del artículo 2 de la Constitución, sino porque, chico, qué vas a hacer y hasta ahí podíamos llegar, hemos descubierto Empaña y hasta nos empieza a caer simpática su monarquía. Tampoco es lo mismo coger agua del Ebro para llevarla a otra parte, que andar haciendo antiecológicos trasvases del Ebro. And so on. El nuevo Régimen español presenta tintes innovadores: el Gobierno se encarga de ejecutar los programas de la oposición y la oposición se pone verde a sí misma para no molestar al Gobierno. Y los ciudadanos, felices y contentos, pues todo funciona como en casa: de puta pena pero con lógica inapelable.
Es que hay gente que no se da cuenta de las cosas no son lo mismo aunque lo parezcan, pues cuenta el quién y el cómo tanto como el qué. Pongamos que usted va a darse un masaje. El masaje en sí es el mismo, pero de que se lo haga un viejo verde con las manos callosas a que se lo aplique un profesional bien formado, con sus cremitas y sus maneras, va una distancia abismal. Pues eso. Los inmigrantes expulsados con una patada en las posaderas llevarán al menos la huella de un zapato de marca, no de una herradura reaccionaria, y sabrán agradecerlo y notarán la diferencia. El mismo delta del Ebro se sentirá de otro modo, como menos vacío, aunque tenga menos agua, y a la desaceleración se le pondrá otro carácter por llevar ese nombre tan fino, y no esa ordinariez de crisis, que ya no se usa en los mejores salones económicos.
Como la pijo-izquierda tiene bula, acaba haciendo las políticas derechistas, pero con angelical tranquilidad de espíritu y paz en las calles. Obviamente, si la izquierdita retozona aplica el programa de la derechona no es porque se derechice, sino porque las condiciones objetivas lo imponen. En cambio, las condiciones de la derecha vocacional y propiamente dicha son todas subjetivas, eso ya se sabe.
Bueno, ¿y lo del Rey? Ahora resulta que el Juancar y el Zapa hacen piececitos por debajo de la mesa y al ex votante republicano de Izquierda Unida se le hiela el canapé con el susto. Pero vamos a ver, so incautos, ¿no sabemos de toda la vida que los pícaros acaban siempre haciendo pandilla? Yo te apoyo, tú me apoyas y juntos somos la novia del pollo. A tomar por el saco la Tercera República: el Nuevo Régimen seguirá siendo monárquico.
De todos modos, que no se apuren los pobres izquierdistas burlados, pues la próxima vez pueden votar al PP con la misma convicción y por idénticos ideales, comenzando por el ideal republicano. Además, como ya ni van a crispar al país ni a El País, y como han captado, los muy avispados, que en este pueblo no pescas mayorías si no te pones, una encima de otra, la camiseta nacionalista (de los otros nacionalismos, eso sí), la pacifista, la ecologista, la feminista y la multiculturalista y si no hablas con los morritos así para afuera y muy despacio, le van a hacer al PSOE un adelantamiento por la izquierda que no veas qué risa. Hasta es posible que acabe el PP desembarcando en Izquierda Unida y reactivando sus eslóganes con inusitada fuerza y renovado entusiasmo. Cosas más raras se están viendo.
Esta política de alterne no la arregla ni el sheriff de Coslada.