31 enero, 2009

Mercado, Estado y cantamañanas variados

Ya no sé cuántas veces he dicho aquí que no entiendo gran cosa de economía. Tuve los profesores que tuve, además. Pero ahora leo compulsivamente las secciones económicas de los periódicos, y sigo sin verlo claro. Con todo, uno se va haciendo sus explicaciones de andar por casa, tal que así.
Parece que hace unos cuantos años por estos pagos había dinero sobrante, vaya usted a saber por qué y de dónde venía. Además, la gente tenía el síndrome ahorrativo que proviene de la atávica pobreza que hemos olvidado con la misma saña con que después del divorcio y de echarse otra novia se deja de pensar en un matrimonio anterior y mal avenido. El caso es que la gente se ponía a buscar dónde meter los billetes sobrantes y resultaba que, como el dinero estaba barato, los bancos ya no pagaban casi nada por un plazo fijo de aquellos que volvían locos a nuestros abuelos. Así que se puso todo quisque a invertir en pisos, primero para tener ahí eso que se llamaba un valor seguro, y luego porque aquello resultó ser Jauja. Comprabas un apartamentito y, antes incluso de firmar la escritura, lo revendías con ganancias del muchísimos por ciento. Y vuelta a comprar otro más gordo para hacer la misma operación. Hasta los más reticentes entraron al trapo y los constructores no daban a basto a construir y forrarse a su vez. De paso, cada quien se enriquecía con el llamado boom inmobiliario, pues había más trabajo que mano de obra, cualificada y sin cualificar. Los funcionarios, a parte de intentar hacer también nuestros pinitos financieros y de buscar cualquier apaño extra para no perder el tren del consumo y la competición social, mirábamos acomplejados al electricista que pilotaba un Mercedes último modelo cuando venía a ponernos los enchufes, o nos sorprendíamos al descubrir la mansión que se había agenciado aquel fontanero que tomaba el café en el mismo bar que nosotros. ¿Que aquello, que era también una pirámide como la de Madoff, pero a escala global, tenía que pinchar algún día? Sí, hasta el más tonto podía verlo, pero quién sabe cuándo. Tal vez cuando cada ciudadano fuera propietario de diez casas, de veinte quizá; o cuando no quedara en todo el país un maldito metro cuadrado sin edificios encima.
Los que tenían más pasta (aún) trababan de hacer eso que llaman diversificar las inversiones y jugaban en bolsa. Y, oh cielos, pasó otro tanto de lo mismo. Hasta las acciones de la compañía más mindundi y cutre subían como la espuma al compás de noticias económicas que hablaban de la multiplicación sorprendente e inesperada de los panes y los peces: que si tasas de crecimiento desbordante, que si PIB erecto, que si el euro se pone cachondo y nos permite ir a cualquier país sintiéndonos los reyes del mambo. La gente tiene para invertir y para consumir desaforadamente. Hasta el último habitante de Melonar de Arriba había dado un par de veces la vuelta al mundo y se había bañado en las playas tropicales más exquisitas, había codazos para hacerse con una mesa el año que viene el El Bulli, las limpiadoras lucían bolsos de Louis Vuitton con naturalidad recién aprendida, los niños de la casa se negaban a calzar cualquier zapatilla que no fuera genuina Adidas, modelo hipercaro.
Con ese tren de vida el dinero contante y sonante no alcanzaba, pero pas de problem, pues los bancos te prestaban unos millones en cinco minutos, a interés razonable y con la sola garantía del rosario de tu madre, que era de alabastro. El dinero siguió manando a chorros, pero ya era virtual del todo. Los balances, en los bancos, en los negocios y en las casas, no se hacían contando con lo que se tenía, sino con lo que se podía conseguir hipotecando lo hipotecado, calculando cuánto engordaba al día el valor de unas acciones o unas casas, engorde basado en la fe de todos en lo imparable del milagro. La hinchazón imparable de inmuebles y acciones incitaba a comprar lo uno y lo otro, paradójicamente, sorprendentemente, absurdamente. Ya no era sólo que se vendiera la piel del oso antes de cazarlo, sino que el oso era de trapo, pero todos le veían una piel lustrosísima y unos fieros colmillos.
Los bancos hacían lo mismo que nosotros, los parroquianos, pero a lo grande. Se vendían entre sí unos paquetes que eran realmente unos paquetes, envoltorios sin nada dentro, humo, aire, y ganaban a espuertas. Con ello subían sus acciones, que el personal se disputaba y se revendía a su vez. Imperaba por doquier la confianza extrema, la fe más irracional, la convicción de que el maná era inagotable. Se nos llenaron las calles de brokers, financieros improvisados, magos de la chistera. Pero el caso es que se hacían de oro y en sus manos poníamos nuestros cuartos como quien se encomienda a un hechicero infalible.
Y un día se pinchó el globo. Fueron los bancos los que descubrieron que entre sí se la estaban metiendo doblada y que la gallina de los huevos de oro ya tenía agujetas en el trasero. Así que dejaron de darnos créditos y de fiarse tan guapamente de nosotros y pusieron gesto de menesterosos arruinados. A nosotros nos entró el canguelo y echamos a correr para deshacernos de los pisos y las acciones antes de que todo se fuera al carajo. Y lo demás es sabido: ya no se construyen más casas, el electricista no puede mantener el Mercedes y al niño hay que volver a ponerle una onza de chocolate en el bocadillo, en lugar del foi de oca con que lo mandábamos al cole.
¿Se veía venir? Hasta el más idiota lo podía presagiar. ¿Entonces? La confianza ciega. La confianza ciega en los economistas, sabios a tiempo completo que nos decían que el prodigio era imparable y eterno; confianza en los políticos, que se adjudicaban el mérito de nuestra prosperidad y nos la prometían indefinida. Unos y otros, políticos y economistas, sabían que en el momento en que torcieran el gesto y nos dijeran que cuidadín, empezaría la cuesta abajo; la cuesta abajo para ellos, antes que nada. Por eso tenían que mantener el cadáver con aspecto lozano, lo maquillaban, lo vestían y lo lucían como si estuviera vivo. A ellos les iba el cocido en la jugada, había que retrasar todo lo posible el conocimiento del deceso. A nosotros nos convenía más creerlos, confiar, hacer como que no nos enterábamos de que el rey estaba desnudo. Hasta que el cadáver del rey empezó a apestar y lo evidente se hizo, al fin, evidente.
Y en éstas resurgió la estúpida discusión sobre a quién queremos más, a papá o a mamá, al Estado o al mercado. Los grandes defensores del mercado se hicieron firmes partidarios del Estado. El Estado se encamó con esos amantes sobrevenidos y empezó a regalarles dinero a banqueros y grandes industriales, pues caen en la cuenta los políticos que se decían antiliberales de que si no hay negocio entre particulares no hay de dónde cobrar impuestos y, además, se dispara el paro y cualquier día la gente sale a la calle a romper algo. A nosotros, los ciudadanos, no nos dan dineros así, como a los bancos, pero nos recuerdan todos los días a la hora de cenar que hay que arrimar el hombro, que es necesario nuestro esfuerzo para salir adelante, que sin nuestra iniciativa todo está perdido. Y lo más bonito: que hay que ser prudentes, pacientes y resignados, pero no dejar de consumir a tutiplén. Y en ésas estamos.
¿Mercado o Estado? Pero, vamos a ver, ¿esto que teníamos era realmente mercado? No hay mercado sin Estado, sin un poder público que vele por la limpieza de las transacciones. Si bien se mira, también las estafas ocurren en el mercado, pero para eso está el poder estatal, para evitar que se nos estafe, si nos time, se nos robe, se nos asalte, se no saquee. Hasta por los más incautos debe velar el Estado mediante normas y acciones que eviten los latrocinios. Durante las últimas décadas los Estados habían abandonado esa su responsabilidad primera y habían dejado hacer a los tahúres y los mercachifles sin alma, en la boba convicción de que todo movimiento de dinero es bueno si engendra más dinero y caiga quien caiga a la larga. Además, con tanto pelotazo los impuestos iban viento en popa, las arcas públicas se hinchaban y los políticos pudieron hacer lo que más les convenía para sus fines inmediatos de ganar elecciones: repartir dinero a manos llenas, sin ton ni son, demagógicamente, con desprecio a la necesidad real, el trabajo y el mérito. Ciudadano contento es ciudadano que nos vota y, como tenemos superávit, financiamos exposiciones de artistas chuscos, subvencionamos películas que nadie ve, ponemos una universidad en cada barrio, hacemos funcionario a todo el que se deje, pagamos por cada hijo, por cada primo, por cada suegro y, ya de propina, regalamos por la jeta a todo el mundo cuatrocientos euros, fingiendo que mañana pueden ser muchos más. Y la ciudadanía feliz y contenta: además de lo que cada uno se saca con poco trabajo y jugando a especular, el Estado viene y nos pone de todo por el morro. Qué más podemos pedir, vivimos en el mejor de los mundos posibles, casi sin hincarla y dándonos a la buena vida.
El Estado ha sido un gran fracaso, un engaño. No aprovechó tampoco la bonanza para atender otra de sus grandes funciones, la de hacer políticas sociales serias y redistribuir la riqueza, lo cual, por cierto, también es muy buena cosa para un mercado serio. Las políticas sociales han sido una caricatura y los datos son concluyentes, pues ha aumentado la distancia entre pobres y ricos. Los logros aparentes sólo son resultado de la banalización de los servicios públicos. Educación para todos, sí, pero educación pésima, degradada. Cultura para todos, sí, pero estupidizante cultura borreguil, sanidad para todos, sí, pero caótica y burocratizada. Y así sucesivamente.
Se impone recuperar el mercado y recuperar el Estado, cada uno en su sitio y en su papel. Mercado en el que hagan libremente sus transacciones los ciudadanos libres, pero con control legal férreo de las reglas de juego y con un cambio radical en las prioridades: la pequeña empresa merece más atención y cuidados que el gran consorcio, la economía productiva ha de estar más mimada que la economía financiera. Hay que engordar las responsabilidades del Estado al mismo tiempo que se adelgaza el Estado. Menos gasto estatal, pero más efectivo, menos burocracia y mejores servicios públicos, más apoyo al ciudadano y menos privilegios de la burocracia erigida en casta. Menos normas y más eficaces, menos propaganda y más resultados.
Es necesario rescatar también el mercado, pero como ese imaginario lugar en el que los ciudadanos libremente compran y venden bienes tangibles con arreglo a la ley de la oferta y la demanda, no como la covacha virtual en la que cantamañanas de toda laya especulan impunemente y venden tesoros imaginarios, espuma, quimeras. Por el bien del mercado conviene sacar de él a los estafadores. Por el bien del Estado, que es nuestro bien, se ha de evitar que vuelva a hacerse cómplice de las estafas y a ser el aparejador de nuevas pirámides.

30 enero, 2009

La financiación y una ópera de Donizetti. Por Francisco Sosa Wagner

(Publicado hoy, 30 de enero, en El Mundo).
Nuestro genio organizativo carece de fronteras que puedan apreciarse a simple vista. Esta observación se constata con el sistema que estamos inventando para la reforma de la financiación de las comunidades autónomas. Hasta ahora, los Estados federales habían ensayado y practicado diversos modelos, pero tan original como el nuestro no existe ejemplo en el Derecho comparado.
Este ir y venir de los presidentes autonómicos al Palacio de la Moncloa -donde son recibidos por un presidente del Gobierno que, por su buena disposición de ánimo, quiere contentar a todos-, recuerda a la magnífica figura de Dulcamara de la ópera de Donizetti L´elisir d´amore, que contaba con un elixir para cada avería como ahora hay un fondo para cada necesidad.
Creo que el sistema Dulcamara es un sistema como cualquier otro.La política tiene mucho de invención, de manera que las mugas a la imaginación las instalan los propios protagonistas. Con todo, y por si puede servir de algo, que no creo, voy a contar sumariamente lo que está ocurriendo, precisamente en estos momentos, en Alemania.
El lector cómplice que me siga sabrá que he aireado por estos pagos -a través de libros y de las páginas de EL MUNDO- los trabajos de la reforma federal llevada a cabo en aquel país. Un proceso que fue complejo y que acabó en el verano de 2006, momento en el que el Parlamento federal alemán estuvo en condiciones de aprobar una nueva versión de parte de la Constitución de 1949 destinada a modernizar un sistema federal que hacía agua por muchos costados.
Subrayé el método empleado. Una Comisión donde tenían asiento todos los protagonistas de la política federal y federada -más unos cuantos expertos en Derecho público- fue la encargada de revisar el sistema político y sus intimidades: funciones futuras del Bundesrat, reparto de competencias entre la Federación y los Länder, presencia de estos en la política europea... Al final, como he adelantado, el retoque de unos cuantos artículos de la Constitución federal que allí todos acatan y cumplen.
Se ultimaba así la primera parte de la reforma. Porque hay dos más. Vamos a verlas. La segunda, conocida como Föderalismuskommission II, es la que se ocupa de la financiación de los Länder. Habrá una III, también muy interesante, ya me referiré a ella.
Pues bien, ¿de qué va la segunda comisión? Obviamente de dinero, de su reparto. En primer lugar, se ha constatado que las relaciones entre la Federación y los Länder son poco transparentes. El derecho tributario es competencia de la Federación; los Länder, en asuntos que les afectan, codeciden, pero en general hay pocos impuestos -y no muy relevantes, la segunda vivienda, por ejemplo-, que éstos pueden establecer autónomamente. El impuesto de la renta se reparte entre la Federación, los Länder y los municipios; los ingresos por el valor añadido, por su parte, se los llevan la Federación y los Länder.
HAY CONFLICTOS cuando la Federación aprueba leyes cuyas consecuencias financieras soportan los Länder o los municipios: una previsión federal, verbigracia, respecto a las plazas de guardería infantil.En este caso, a partir de ahí, son los Länder los que han de prestar el apoyo económico a los municipios que las gestionan.Se dan otros muchos casos que convierten a estas formas mixtas de ejercicio de competencias y de financiación en ejemplos de prácticas burocráticas poco eficaces, que, además, desdibujan las responsabilidades políticas y limitan el control democrático.
En segundo lugar, en este sistema, para garantizar el equilibrio interterritorial, se reparten cada año 30.000 millones entre cinco Länder ricos y 11 pobres. Son cantidades destinadas a compensar a los más desfavorecidos pues la Constitución obliga a los poderes públicos a asegurar a todos los alemanes unas iguales condiciones de vida. Los Länder que pagan se consideran castigados y, al final, en peores condiciones que los que reciben, lo que conduce a que también, por esta vía, se haga borrosa la responsabilidad de las autoridades de tales Länder. Hay otro fondo de solidaridad que llega hasta 2019 y que está destinado a los Länder incorporados desde la antigua RDA, pero de éste nadie trata porque es un tema tabú.
En fin, los esfuerzos realizados en los últimos 15 años para limitar el endeudamiento de la Federación, de los Länder y de los municipios han fracasado. El Sarre es el Land más endeudado pero Berlín no le anda a la zaga y lo mismo ocurre con la Baja Sajonia y con la mayoría de los Länder ex-RDA. El Tribunal Constitucional de Karlsruhe anda enredado en varios pleitos con las consecuencias jurídicas de esta situación.
Hay diversas propuestas sobre la mesa para resolver todo este embrollo que sumariamente he descrito. Los Länder han adquirido mucho poder político porque los sucesivos gobiernos federales han dependido de ellos en el Bundesrat para aprobar sus leyes.Por eso de lo que se trata con la reforma I y con esta II es limitar ese poder para conjurar el peligro de que el Estado alemán, privado de mecanismos eficaces para garantizar la unidad y la solidaridad, se convierta en una simple agregación de Länder.
Para solucionar estos problemas es para lo que existe la Comisión II a que he hecho referencia. ¿Cuántos y quiénes pertenecen a la misma? Hay 32 comisionados: 16 han sido nombrados por el Parlamento federal (Bundestag) y 16 por el Senado (Bundesrat). El Parlamento ha enviado a varios miembros del Gobierno federal y hay varios diputados de la mayoría y de la oposición. Están, asimismo, representados los presidentes de los Länder y de los municipios. La presidencia la ostentan conjuntamente el presidente del grupo parlamentario socialdemócrata y el presidente del Land de Baden-Württemberg, que pertenece a la democracia cristiana (ahora en la oposición).
todos ellos empezaron a trabajar a principios de 2007, han celebrado varias reuniones y sus debates pueden seguirse a través de los correspondientes sitios de internet. El compromiso es terminar a lo largo de esta legislatura pero, en estos momentos, las perspectivas no son muy alentadoras pues hay por medio elecciones regionales que complican el panorama y dificultan los pactos. Hay que tener en cuenta que, para alcanzarlos, han de ponerse de acuerdo todos los participantes, la Federación y los Länder, y que los que reciben cuentan con una clara mayoría en el Senado (Bundesrat), de manera que es impensable su respaldo a soluciones que puedan perjudicarles.
Dejé adelantado que hay una III Comisión en el horizonte, aún no concretada. ¿De qué se ocuparía? Pues de la disminución del número de Länder, porque se estima que 16 son demasiados y que muchos de ellos carecen de la pertinente consistencia poblacional y económica. Al final quedarían alrededor de seis para los 80 millones largos de habitantes de la República Federal Alemana.
Para afrontar esta operación existe resistencia por parte de muchos políticos -de todos los partidos- y por parte de algunas poblaciones, cuyo voto es necesario porque la Constitución prevé el referéndum. Pero, incluso, se piensa en una posible reforma constitucional para suprimir este requisito de la participación popular. En cualquier caso, esta Comisión III está aún muy verde aunque hay ya muchos estudios publicados -económicos, geográficos, etcétera- acerca de la dimensión ideal de un Land y del camino que habría de tomar una reforma de esta envergadura.
Al llegar ahora al final me pregunto para qué me habré molestado en escribir este artículo porque, bien mirado, ¿qué tenemos que ver nosotros con los alemanes?

29 enero, 2009

Anacletos

(Dedicado, con sincera admiración, a Esperanza Aguirre, Ruíz Gallardón e tutti quanti).
El Decano andaba mosca porque a un vicedecano suyo se le había visto hablar en la cafetería con un cátedro que había votado en su contra en la última Junta de Facultad. Llamó a un estudiante de cuarto que era guardia civil retirado y a un primo de su mujer que trabajaba de vigilante de Prosegur y les dio órdenes tajantes: “Quiero saber lo que hace Pepe, el vicedecano, de día y de noche, con quién se ve, adónde va, a qué hora se acuesta y con quién. Todo”. Les prometió, respectivamente, unos aprobados e invitación a comer gratis el día del santo patrono de la Facultad.
Los improvisados espías buscaron unos ayudantes: un primo en paro del guardia y un repartidor de butano que conocía muy bien el barrio del investigado. Y los cuatro pusieron manos a la obra.
Para empezar, los dos jefes de la operación se propusieron asistir a las clases del profesor Pepe. Era importante saber qué explicaba. Tomaron notas y encontraron un primer elemento sospechoso, pues el profesor se había pasado un rato hablando de la mora del deudor. ¿A qué deudor se refería? ¿Quién era esa mora por la que decía que hasta estaría dispuesto a pagar intereses? También lo oyeron referirse al recurso de amparo y anotaron que deberían buscar más pistas sobre la Amparo esa. ¿Andaría el profesor metido en asuntos de prostitución y proxenetismo?
Lo malo fue que habitualmente sólo asistían a clase cinco o seis alumnos. Pepe vio a los improvisados detectives sentados en la última fila, pero no dijo nada. Será una apuesta o una penitencia que les ha impuesto su confesor, pensó. Los estudiantes los miraban con suspicacia, temerosos de que fueran unos infiltrados del Ministerio para espiar posibles altercados por el asunto de Bolonia.
Se turnaron los cuatro agentes para seguir a Pepe. En la cafetería del campus el guarda jurado se sentaba a comer en la mesa de al lado y en su cuaderno anotaba el menú y que se tomaba el café con unas gotas de brandy. Al tercer día, Pepe se volvió y le dijo a su sombra que su cara le sonaba y que si no lo había visto en sus clases. Éste negó con la cabeza y se marchó apresuradamente, no sin decirse que era urgente comprarse algún disfraz. Al día siguiente el profesor se lo encontró en el aula con un tupido bigote y un peluquín rubio. ¿Cómo ha podido crecerle a este hombre un bigote así en un día, se dijo? ¿Y cómo es que lo tiene de color distinto que su cabello?
Entretanto, el butanero había visitado, bombona al hombro, la casa de Pepe. A esa hora lo recibió la asistenta dominicana, que le aseguró que de allí no habían llamado, pues tenían gas ciudad. El buen hombre insistía en pasar de todos modos y echar un vistazo a la cocina, por si acaso ella no estaba en lo cierto, pero la mujer se mantuvo en sus trece de que no podía dejar entrar a nadie si no estaban los señoritos. Cuando él dio parte del frustrado intento a los directores de operaciones, ellos tomaron nota del detalle: ya tenemos una mora, una Amparo y una dominicana. Esto le va a gustar al señor Decano.
Al primo parado le encomendaron el seguimiento de fin de semana. Se apostó ante el portal de Pepe hasta que a eso del mediodía del sábado lo vio salir al kiosko del barrio a comprar unas chuches, y luego a Alimerka a mercarse unas lubinas de criadero. Como el perspicaz perseguidor no quería perderse detalle y se había sacado el número para la cola de la pescadería, fue interpelado por la pescadera cuando llegó su turno, después del de Pepe, y para disimular se pidió unos jureles, que estaban a buen precio. Maruchi me lo agradecerá, pensó, pero perdió de vista al su presa, a quien no volvió a localizar hasta el día siguiente, cuando, ya por la tarde, lo vio salir ataviado con los colores del equipo de fútbol local. El perseguidor tuvo que comprarse a toda prisa unas entradas, después de tomar nota mental de la puerta por la que el otro había entrado al estadio. Tras unas cuantas vueltas, dio con él y se colocó a su lado. Al segundo gol, se fundieron en un abrazo como viejos hinchas. Sus compañeros le dijeron esa noche que tal vez se había quemado con ese gesto y que mejor sería que no se dejara ver en unos cuantos días.
Al cabo de un par de semanas los sabuesos escribieron su informe para el Decano. En él señalaban que, pese una apariencia de vida normal y hogareña, había serios indicios de que Pepe tenía alguna participación en asuntos de trata de blancas y de mulatas. Probablemente los de su bando en la Junta de Facultad andaban en el mismo negocio y eso justificaba su disciplina de voto. Cabe pensar, escribieron, que quieran usar la universidad como tapadera para sus actividades delictivas.
Se reunieron con el Decano en un bar de las afueras para darle cuenta de tan sorprendentes resultados, pero éste apenas los escuchó, ya que venía de una más que preocupante reunión con el Rector, convocada horas antes con suma urgencia. El Rector le había mostrado el informe que el día anterior le había entregado el Director del Departamento de Pepe, quien también había encargado a un cuñado suyo, policía municipal en excedencia que había puesto una agencia inmobiliaria y que ahora tenía mucho tiempo libre, que siguiera los pasos del profesor, ya que éste se le había vuelto sospechoso debido a su empeño para introducir en los nuevos planes de estudio una asignatura sobre políticas de igualdad en la educación universitaria. Un seguimiento muy discreto y competente había desembocado en la convicción de que Pepe tenía una doble vida: por un lado, cultivaba la imagen de honesto padre de familia, amantísimo esposo y profesional entregado a sus labores; por otro, había pistas de que mantenía relaciones homosexuales con un par de sujetos con los que discretamente se citaba en el restaurante universitario, en el fútbol y hasta en el supermercado. Incluso se adjuntaba una foto en la que se le veía en el estadio fundiéndose en apasionado abrazo con un sujeto que resultó ser el primo del Decano, quien, a la vista de tan comprometedora imagen, se ruborizó hasta las cachas y comenzó a alegar todo tipo de excusas y explicaciones ante los presentes. Pero el Decano lo cortó en seco y les expuso a todos su preocupación de ahora mismo. Posiblemente, dijo, todo es una maniobra del Director de Departamento para implicarme a mí en los enredos de Pepe, pues bien sé que el Director hace tiempo que quiere moverme la silla.
Lo que había que hacer de inmediato parecía evidente, y así lo vieron todos: hay que poner en marcha un seguimiento al Director y descubrir qué se trae entre manos. Salieron de bar con firme resolución y un nuevo plan de espionaje.
Un coche arrancó detrás del suyo. El Rector también había decidido tomar cartas en el asunto.

28 enero, 2009

Bolonia

No estará demás echar un vistazo al artículo de Andrés Recalde, Catedrático de Derecho Financiero de la Universidad de Jaume I de Castellón que hoy publica El País. Aquí lo copio.
Información y mentiras sobre Bolonia. Por Andrés Recalde.
Una de las más últimas y sorprendentes noticias sobre el proceso de Bolonia es la de la solicitud de los rectores de las universidades al ministerio correspondiente para que emprenda una campaña de información para dar a conocer las bondades de la propuesta, pues parece preocuparles la extensión de posiciones críticas. No podemos negar que hay aquí una de esas situaciones que los economistas llaman de asimetría informativa. Al lado de insiders que conocen los intríngulis del asunto, hay otros, entre los que probablemente nos encontramos muchos, que no somos tan duchos. Y, sin embargo, lo que nos motiva a escribir es que los que demandan más información no parecen estar interesados en corregir algunas ideas difundidas, aun a sabiendas de su inexactitud.
La primera falsedad que habitualmente se da por cierta es que la reforma pretende adaptar nuestro sistema a "acuerdos internacionales" sobre el Espacio Europeo de la Educación Superior. Mentira. Nadie encontrará directiva, reglamento o cualquier otro tipo de norma firmada por los estados o las instituciones europeas a cuyo cumplimiento se viera constreñido nuestro país. Lo que hubo en Bolonia son reuniones de "expertos en educación" de varios países europeos con la intención de uniformizar la educación superior. Pero los que nos dedicamos al Derecho (e incluso los que no) sabemos que no es lo mismo una norma jurídica elaborada con arreglo a un procedimiento, que el texto que resulta de una reunión de especializados en parir propuestas, en este caso educativas.
En el primer caso, la legitimidad democrática es presupuesto para imponer una decisión política y consecuencia de los procedimientos que rigen el Estado de derecho. La opinión de los sujetos privados, por muy expertos que sean, sólo debe ser un criterio que los políticos deben valorar cuando toman sus decisiones. Entender que aquellas reuniones obligaban al Estado español, como es opinión generalizada, no es sino un paso más en esa tendencia hacia la desregulación y el desmantelamiento de los instrumentos normativos, que tan malas experiencias han dejado en otros ámbitos (vid. sus efectos en la crisis económica).
Aunque los llamados "acuerdos de Bolonia" no obligaran, pudieron haber constituido una directriz que obtuviera consenso y que la mayoría de los Estados europeos siguiera al reformar los estudios universitarios. En tal caso, concedemos que convendría pensárselo antes de quedar al margen. Pero tampoco esta afirmación es correcta, aunque aquí nuestro juicio se limitará al ámbito que conocemos (los estudios de la titulación de Dere-cho). Cualquier jurista sabe que en el Derecho continental europeo (y, especialmente, en el caso español) las referencias internacionales más relevantes son Alemania e Italia. Desde hace siglos las principales aportaciones en la elaboración de principios y teorías, reformas legislativas o doctrinas jurisprudenciales provienen o se inspiran en la rigurosa elaboración de los juristas de esos países. Pues bien, ambos han desechado cualquier pretensión de adecuarse al modelo boloñés.
Pero si alguien, en aras de la modernidad, apostase por estudios más alejados de nuestra cultura jurídica e inclinados hacia una "formación profesionalizada" como la anglosajona, debe advertirse que tampoco el Reino Unido se ha alineado con el proceso de Bolonia. Sospechamos que en otros países y titulaciones este muestreo obtendrá pruebas similares. La pregunta cae por su peso: ¿con quién se pretende que nos armonicemos?
Se dice que el proceso de Bolonia creará un "espacio europeo" por el que podrán circular los profesionales, con independencia del país en el que hubieran cursado sus estudios. Es seriamente discutible la corrección de esta opción para el Derecho. Pero es, además, falsa. La "libre circulación" y la "movilidad" exigen que los estudiantes obtengan conocimientos homogéneos. En algunos sectores del saber la homogeneidad puede ser limitada. En otros, la necesidad del "tronco" común es mayor. Médicos, arquitectos o ingenieros han conseguido que su formación en España sea básicamente uniforme, porque lo requerían la salud de las personas, la seguridad de las casas o la de los puentes. Aunque pueda sorprender a los profesionales del Derecho de nuestro país (desgraciadamente poco activos al respecto), para los titulados en Derecho esto no se consideró necesario. Cada universidad establecerá sus propios planes de estudio que simplemente deberán pasar el filtro de una evaluación administrativa. Si ni tan siquiera hay uniformidad en España, ¿quién creerá que otros países europeos van a admitir los títulos de las universidades españolas?
Otro argumento extendido es el que viene a decir que los críticos con el proceso somos unos inmovilistas reacios a adaptarnos a los nuevos tiempos y métodos. Este argumento no es mentira; es, simplemente, un insulto dirigido a docentes que intentamos dedicarnos con rigor a nuestra profesión. Pero, dado que está muy generalizado, advertimos que proviene de ámbitos (autoridades universitarias y políticas, y expertos en innovación educativa) que llevan años enfrascados en una y otra reforma de la educación española, cosechando manifiestos fracasos de los que alguna vez deberían responder. Los cambios metodológicos pueden ser buenos si van acompasados con los que previamente han seguido los estudiantes y siempre que el resultado hubiera tenido éxito; pero si los cambios no se han producido en la misma dirección o han fracasado, su incorporación forzada a la Universidad comporta más riesgos que ventajas.
Estamos convencidos de que hay cosas que conviene cambiar; pero, ya puestos, el cambio debe ser a mejor, y el aligeramiento de los estudios de grado que supone Bolonia no augura que vaya a ser así.
Pueden recordarse más inexactitudes, como la de que la escasez de tiempo dedicado a los estudios superiores (tres años y medio) no debe preocupar porque se compensará con estudios de postgrado (masters). Los nuevos estudios se limitarán, así, a ofrecer una formación muy básica que exigirá una especialización, cuya impartición y ordenación no se sabe con qué criterios se habrá de regir, ni dónde se podrá cursar. Probablemente en su valoración influirán precios y otros criterios económicos, más que académicos, como hoy sucede ya con los masters.
Los que piden una intensa política informativa han hecho poco para corregir el asentamiento en la sociedad de esos errores. Permítasenos, entonces, concluir que lo que demandan no son más datos, sino una buena campaña de propaganda.

27 enero, 2009

Jornada laboral universitaria

El “Borrador del Estatuto del Personal Docente e Investigador de las Universidades Españolas”, que el Ministerio del ramo somete actualmente a discusión, dispone en su artículo 28 que la jornada de trabajo del personal docente e investigador funcionario con dedicación a tiempo completo tendrá una duración máxima de treinta y siete horas semanales. Nada se dice de cuántas de esas horas semanales podrán pasarse en casa o de paseo.
En la universidad actual un buen número de profesores dedica ese tiempo, y más, a las labores propias de su oficio. Incluso mucha de la investigación del profesorado se hace a base de robar horas al descanso diario o al fin de semana. Pero también existe otra figura más frecuente de lo que debería, la del profesor ausente al que raramente se localiza en su puesto de trabajo y que tampoco compensa con grandes rendimientos investigadores su escasísima presencia. Llega con el tiempo justo para unas horas de clase cuando toca y, despavorido, retorna a sus lares, a sus quehaceres personales y a sus pasatiempos. Las excusas son variadas, pero predominan tres tipos de ellas. Hay quien alega sus reservas frente al ambiente y los compañeros, razón suficiente, al parecer, para quitarse de en medio sin remordimientos. Otros ponen sus obligaciones familiares como eximente incontestable, pues han de atender a su familia con dedicación total, sin conciencia de incompatibilidad ni reparo para cobrar el sueldo íntegro. Es un caso extremo de conciliación de la vida personal y laboral, pues se resuelve dejando casi de trabajar, pero sin merma de la remuneración.
Comentario aparte merecen los profesores cuneros, aquellos que mantienen su casa en ciudad distinta y alejada de la de la universidad que los alimenta. Tampoco éstos tienen reparo en hacer ver que el cambio de residencia les supondría grave quebranto y que, por consiguiente, es lógico que concentren sus actividades profesorales un día o dos a la semana, en el mejor de los casos, a fin de quedarse el resto del tiempo donde están mejor y más calentitos: en su casa lejana. ¿Algún otro funcionario se podría permitir tal lujo?
Parece que la política que viene trata de aumentar los incentivos para que el profesorado se esmere en sus tareas. Pero ¿alguna vez se va a controlar mínimamente o a poner en su sitio a los que cobran sin dar palo al agua y sin dejarse ver apenas?
(Publicado en Gaceta Universitaria)

26 enero, 2009

Jooo, yo lo voto

Joooo, acabo de ver a Zapi en la tele y me ha encantado. Yo lo voy a votar la próxima vez y toas, toas las que pueda. Es genial, me chifla, me echiza y me hexcita.
Ha pronunciado ochenta y seis veces la palabra confianza y setenta y dos la palabra esfuerzo, aproximadamente. Son palabras que a mí me gustan un montón, de verdá, te lo juro.
También me pareció precioso un anuncio que vi un poco antes. Creo que es de jamón cocido. Salen unos vegetarianos simpatiquísimos que se esfuerzan un montón y que tienen mucha confianza en su dieta. Yo creo que ellos también lo votarán, como yo, pues nos parecemos un huevito.
Y nada más, que estoy mu contento y que vaya bien y todo eso, joooo. Además, yo también soy socialista y todo.

¿Bolonia? No, la Casa de la Troya.

Qué chanchullos, cielo santo. Y dicen que nos estamos acomodando a Europa. ¿Se habrá convertido Europa en una gran república bananera?
Me escribe un amigo gallego y me cuenta que en una Facultad de allá había elecciones a Decano y estaban muy reñidas, con amenaza de empate. Solución genial: uno de los vicedecanos dimite y sigue siendo miembro de la Junta de Facultad en su condición de profesor de la casa. La Decana, que se presenta a la reelección, designa en su lugar una vicedecana que no era miembro de tal Junta, pero que ahora sí podrá votar en virtud de su cargo. El nombramiento de dicha vicedecana se realizó por el Rectorado, a propuesta de la Decana, ¡dos horas antes de la referida votación! O sea, el Rectorado tenía clarísimo quién debía ganar. Además, y para que todo sea más carpetovetónico y como de una película de aquellas de Mariano Ozores, ¡la nueva vicedecana es la esposa del vicedecano dimisionario! Sigo pensando que alguien debería estudiar en serio la nueva pujanza de la institución familiar.
Ya metidos en gastos, eliminaron del censo a dos estudiantes reticentes, sin convocar a quienes, reglamento en mano, debían suplirlos. Resultado final: la candidatura que debía vencer ganó por tres votos de ventaja.
Aquí y aquí se puede ver alguna información sobre el particular.
Qué quieren que les diga, el personal más avispado está sobreexplotando la gallina de los huevos de oro y acabarán desplumándola. A pillar, a pillar, antes de que el chollete se acabe. Cuentan las crónicas que allá por el año mil, cuando la peste de Milán, la gente se ponía a follar en los cementerios enloquecidamente. Ahora que la peste es boloñesa, se pasa de los polvos a los lodos y el personal se apuñala por trincar poltronas y sinecuras. Progresamos adecuadamente.
Docentillos, chupatintas y politicastros unidos jamás serán vencidos. Eso sí, cuando la crisis toque fondo y sea hora de aligerar gastos, pagarán justos por pecadores o habrá que prejubilar a un puñado de profesores serios. Después de mí el diluvio. O después de esto un carguete en la Xunta. Y a vivir, que son dos días.

25 enero, 2009

Conservadores

Esta semana hice un viaje relámpago a otra universidad para unos bolos, pero tuve tiempo para compartir un buen rato de charla y mantel con jóvenes profesores, competentes y muy queridos. Hablamos mucho de niños, de actividades extraescolares, de servidumbres paternas y maternas. Ya me voy acostumbrando. Antes, cuando mi otra vez, no era tan frecuente. Pero los tiempos cambian y debemos adaptarnos. Donde hay niño ya no manda marinero. Y cada vez que participo en una de esas charlas monográficas voy echando mis barbas a remojar, al oír, perplejo, cómo lo normal es recoger a las cuatro a los infantes para llevarlos a toda prisa a ballet y esperarlos a las cinco para ir corriendo a la clase de clarinete que comenzó a las cinco menos cuarto. Y el sábado a las ocho de la mañana se les debe trasladar en el coche familar al pueblo vecino, donde tienen un partido de fútbol, que será seguido, a las nueve y media y de vuelta a la ciudad, de un ensayo general para la siguiente representación teatral en el colegio con motivo del Día de Teatro, ocasión en que la carne de nuestra carne tiene un importante papel de margarita silvestre. Toda la semana anterior los papis se la pasan cortando y cosiendo el consiguiente traje de floripondio para la criatura. En fin, es lo que hay. La familia, célula básica de la sociedad y todo eso. Rouco for president y sínodo de nuevos pedagogos.
Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y por no sé qué enfermiza asociación de ideas, me puse a contarles a mis interlocutores unas teorías a las que ahora me referiré. Me miraron muy raro, de manera similar a como debía yo de observar a mi padre cuando me narraba sus batallitas de la guerra o de la mili. Cosas de mayores.
Es que a mí los jóvenes compañeros de universidad me parecen en general bastante raros. Ni el cura de mi pueblo era tan conservador ni vivía con tan estricto orden. No digo que los de las nuevas generaciones sean malos, suelen ser muy buena gente, ordenados, responsables y tal. Ultraconservadores en sus costumbres, vaya. Pondré algunos ejemplos, no sé si significativos.
Cuando un servidor era un joven profesor allá en Oviedo y cuando llegó, con treinta y pico años, a la universidad de León, el ambiente entre los y las de mi quinta y los más jóvenes que uno era bastante divertido. Cada poco y con cualquier pretexto se organizaba una cena que acababa en una buena juerga. Bebíamos, fumábamos, cantábamos, despellejábamos a quien se pusiera a tiro, nos gastábamos bromazos y acabábamos, irremisiblemente, bailando en algún antro hasta las tantísimas. Algunos hasta se marcaban unos ligoteos bien guapos. Hoy sería impensable todo ello. Cada gallina se va a su palo a ver la tele en familia.
¿Y aquellos congresos? Me llevaré a la tumba el recuerdo majo de más de una juerga congresual. Muchas de mis mejores amistades en el gremio se forjaron de madrugada entre copas, salsa y complicidades múltiples. Recuerdo el mítico local Johnny Maracas, en Valencia, donde el área se estrechaba a ritmo de merengue; o aquel fin de fiesta en Toledo, donde prolongamos la noche con la sabia decisión de meternos quince o veinte en una habitación para seguir rajando y partiéndonos de risa, previo saqueo del mueble bar de todos los cuartos. Cuando lo de Valencia a mí me tocaba ponencia a la mañana siguiente y allá me fui desde los bares, sin pasar por la cama, y fue de las pocas ocasiones en que leí mi intervención, pues la cabeza ya no daba para más. Hoy sería impensable, pues a ver qué pinta uno solo por los pubes a esas horas, sin compañía y meditando sobre la ANECA y la nueva didáctica. ¿Sin compañía? Sí, seguramente, pues el personal ha cambiado tanto que uno ya no reconoce el medio. La única esperanza es dar con alguno de la vieja guardia, de los pocos que quedan sin pasarse a la vida sana y la political correctness.
En estos tiempos el mosqueo ya comienza a la hora de comer o cenar. ¿Chistes y guasas? Apenas, pues la autocensura es potentísima, ya que a nada que te descuides te salta la feminista superficial de guardia, el multiculturalista censor, el nacionalista periférico o central o el vigilante de las nuevas virtudes en general. ¿Críticas a establishment profesoral, comenzando por cátedros y capos de escuela? No, por Dios, que alguno puede oírnos o quién sabe cuál de estos que nos miran en silencio se va a ir de la lengua, ahora que tengo pendiente la habilitación o la acreditación o que espero que me inviten a una conferencieta en Modoñedo. Hasta hace unos pocos años, cuando yo me llevaba la mar de bien con uno de los jefes de mi área de conocimiento, venían los de la misma cuadra a ponérmelo de vuelta y media, a hacer chistes sobre él, a llamarlo de todo y a hacerme velados reproches por tal amistad, con ellos compartida y competida. Desde que con él rompí amarras, ya casi no me hablan, pues una cosa es ponerlo de chupa de dómine y cosas peores, como ellos hacían y hacen cuando se sienten con sus iguales y no temen la delación, y otra tratar con auténticos réprobos que se olvidaron los miramientos. Como si los profesionales de la cosa no conociéramos la diferencia entre la teoría y la práctica. Tampoco a las putas les caen bien algunos de sus clientes, pero qué van a hacer, el oficio es el oficio.
¿Una copa después de la cena para desfasar un rato como gente normal? Bajo ningún concepto, ya ves que he cenado con agua mineral y sólo unas verduritas a la plancha, pues me estoy haciendo macrobiótico y tántrico. Con todo, puede que dos o tres jóvenes transijan, entre remordimientos y temores por su salud. Te van contando que si no se acuestan a las diez y veintisiete exactamente, están fatal al otro día. Pero si no has tomado más que agua con gas, les respondes. Ya, pero es por los biorritmos, ¿sabes? Ah, disculpa, no sabía que tenías de eso.
Y luego los móviles. Los unos llamando para anunciar en casa que salen un momentito, pero de verdad que no, que no voy a tomarme ni una cerveza, te lo juro por Snoopy, corazón. ¿Ya se acostaron los niños? Media hora después empiezan a sonar de vuelta los móviles entre la exigua concurrencia. No, que sí, ya me retiro, sí, sí, no he tomado nada, es por acompañar un ratito a Fulano, que ya sabes que se separó hace poco. No, no, no, ya lo dejo, tú no temas nada, mi vida. Sí, tranquila, ya me tomé las pastillas. La de de los ácidos de antes de cenar también. Sólo probé un poco de lechuga y un trocito de queso. No, no era queso azul, pero, con todo, me ha sentado un poquito fuerte. De acuerdo, sí, mañana sólo desayunaré los cereales y un poco de zumo de piña. De las caquitas bien, no te inquietes, mi pichón.
¿Por qué andarán las cosas así? ¿Qué ha cambiado? ¿Serán manías mías? ¿Estaré enfermo? Tal vez. Pero me entra a veces una nostalgia... Urge prejubilarse, a ver si en Benidorm las cosas pintan de otra manera.

23 enero, 2009

Pequeño manifiesto por una nueva democracia censitaria

Que no se me entienda mal ni se me eche a los pies de los caballos sólo por el título. Hay que explicarse. En los comienzos de lo que modernamente se llama democracia el voto no era universal, sino que solamente votaban los ciudadanos que disponían de cierto nivel de riqueza. Sostenía la doctrina de la época que sólo los mínimamente ricos tenían tiempo y maneras para pensar, para ilustrarse sobre la mejor conveniencia del país y para ponderar el interés general. Los otros, los menesterosos, eran fácil presa de la demagogia y podían obnubilarse en su desesperada lucha por la supervivencia, rehenes de políticos desaprensivos que tratarían de hacer su agosto engañando a las masas deprimidas y poco ilustradas. Tanto el sufragio activo como el pasivo constituían derecho privativo de los burgueses, de las gentes con oficio y beneficio.
Es obvio el propósito clasista y la manipulación de ese argumento. Pero puede que algo se pueda sacar en limpio si reformulamos la cuestión. Así como era una clase, casi una casta, la que antaño intentaba perpetuar sus privilegios a base de excluir al pueblo llano de la decisión democrática, hoy nos damos de bruces con una perversión paralela, pues son políticos de cierto tipo los que se han vuelto casta monopolizadora de la política y parásitos de la democracia: los políticos profesionales que carecen de otra profesión y de otro modo de vida que no sea el cargo, con su correspondiente sueldo. Trepan en el partido con una artera combinación de sumisión a los jefes y codazos a los compañeros, se agarran a los sillones con la desesperación del que no tiene más horizonte y fuente alternativa para ganarse cómodamente el cocido. Muchos que malamente saldrían adelante en el mercado profesional o que jamás ganarían su puesto en un concurso serio se aferran como posesos a la política como forma de vida. Para ello sacrifican los principios, prostituyen su ética, traicionan la historia de las siglas a las que se acogen e hipotecan su libertad de pensamiento y de expresión, todo en aras del afán de medrar y del miedo a tener que ganarse la vida como un currante del montón y en un curro de su nivel.
No son todos los políticos que vemos, desde luego que no, pero son muchísimos y se multiplican como replicantes. Hacen una pinza con la que en cada partido con posibles asfixian a cualquiera que se acerque con espíritu idealista, con una noble concepción de la política o con espíritu sincero de servicio al interés general. No hay más que verlos en parlamentos, ministerios y consejerías, disciplinados hasta la náusea, falsarios conscientes, serviciales con el que manda y fieros con el que les eche en cara las vergüenzas de su gremio. Basta observarlos cuando toca hacer las listas para unas próximas elecciones o cuando llega la hora de repartir puestos en un nuevo gobierno: frenéticos, ansiosos, maniobreros, aduladores, quemando los teléfonos, ofreciéndose impúdicos en las esquinas más oscuras de la sede, desmelenándose en halagos y promesas de eterna fidelidad al líder. Procónsules de baja estofa, mercachifles de la baratija política, mercenarios del sí-bwana.
Lo mismo sirven para un roto que para un descosido, pueden votar disciplinadamente cualquier ley, pues no se les escogió por entender de ninguna, pueden replicar a cualquier oponente con el argumento más artero, pues ninguno les plantea problemas de conciencia o de coherencia, ya que tienen claro su oficio y su razón de ser: estar ahí para lo que les manden y mantenerse a cualquier precio. No son todos, repito, pero son muchos; posiblemente la mayoría. Y aumentando. Saben que nadie les moverá su silla si ellos sujetan la del jefe, están convencidos de que Roma sí paga traidores, de que con la concepción personalista de la política que ahora impera, el juego consiste en que el electorado vota a éste o aquel líder “carismático” (con un carisma que manda pelotas, pero ése es tema para otro día) del partido y éste les premia a ellos con el mismo celo con que el amaestrador de perros les arroja un trozo de carne cuando han mordido donde debían. El fin de las ideologías es su medio natural, puesto que ellos no profesan ideología ninguna que merezca ese nombre, nacieron para esbirros, para mantenidos, para lameculos de secretarios generales y de organización.
En teoría, sería sencillo eliminarlos de un plumazo. Bastaría con una nueva versión de la democracia censitaria: que no pueda ser candidato electoral ni ser elegido para ningún cargo de libre designación política quien no haya cotizado un cierto número de años a la seguridad social fuera de la política, quien no acredite una profesión cierta y una aptitud para comer de otra cosa. Que tengan de qué vivir, para que no se empeñen en vivir de nosotros.
Si no se quiere hacer mucha sangre, que se instaure un régimen transitorio para que no nos quedemos hasta sin Presidente del Gobierno. Por cierto, ¿alguien sabe cuántos pleitos llevó Zapatero como abogado y en qué bufete? ¿Alguien sabe cuántos años fue profesor asociado a tiempo parcial en la Universidad de León y cómo llegó ahí? ¿Y el premio de quien le consiguió ese contrato? Yo sí lo sé, todo, pero lo cuento otro día, si a ustedes les apetece. Es una historia ejemplar. Ejemplar de narices
No sería la panacea esto que modestamente se propone, pero algo mejoraríamos, seguro.

22 enero, 2009

Privaticemos el Ayuntamiento

(Publicado hoy por este que suscribe en El Mundo de León. El contexto es el del debate por la reciente decisión del Ayuntamiento leonés de privatizar la gestión del servicio de aguas).
No es mala idea privatizar los servicios municipales cuando su gestión pública da pérdidas que en manos privadas se tornan ganancias. Si el manejo público de esos servicios hace aguas, lo natural no es andar exigiendo responsabilidades ni acusándose con gesto desabrido, sino buscar empresas capaces de sacar beneficio de donde los políticos locales sólo consiguen déficit. Al fin y al cabo, a los concejales no los votamos por sus conocimientos económicos o su habilidad contable, sino por lo bien que hablan, lo mucho que prometen y lo simpáticos que nos resultan sus partidos. Además, qué culpas va a tener un concejal que de pronto se ve encargado de Jardines sin que nadie le haya preguntado si sabe distinguir un geranio de un madroño, o al que colocan otro día como jefe del área de Personal sin conocer la diferencia entre un convenio colectivo y una manifestación.
No vamos a ponernos a exigir a los mandatarios municipales que respondan por los resultados igual que si fueran gerentes de una empresa privada. A los directivos de una empresa privada se les despide cuando no dan una a derechas y la arruinan, pero a los políticos se les reelige. Se les reelige incluso porque prometen que dirigirán con gran escrúpulo y máxima eficacia los servicios del Ayuntamiento, y bien está que tengan la humildad de ponerlos en manos de particulares cuando no se sienten capaces de cumplir lo que aseguraron.
Esperemos que esta iniciativa privatizadora sea solamente el principio. Privaticemos el Ayuntamiento entero y convirtámoslo en un concierto de empresas ejemplares y prósperas. De ese modo, alcalde y concejales tendrán más tiempo para hacer discursos y preparar con calma próximas elecciones. Igual que el rey de la monarquía parlamentaria reina pero no gobierna, sería bonito un Ayuntamiento en el que los concejales figuren pero no gestionen. Total, ahora mismo ya son irresponsables como reyes. No perderían relevancia social, pues su figura sería imprescindible en todo tipo de fiestas y saraos. También podrían dedicar más horas a los asuntos del partido, que es donde se juegan su futuro. A los funcionarios que sobren podemos colocarlos en la cabalgata o en un precioso belén viviente por Navidad.

21 enero, 2009

El arte y la(s) parte(s)

Era el Museo de Arte Contemporáneo, orgullo de la ciudad. Los parroquianos circulaban por sus salas henchidos de orgullo, los turistas llegaban en masa para empaparse del nuevo arte, sorprendente y misterioso. Luego se tomaban unos pinchos en el bar.
La dirección del museo no dejaba de parir ideas innovadoras, revolucionarias. Un día se les ocurrió organizar un concurso artístico y convocaron a todos los nuevos creadores. Pero la condición era que las obras se dejasen en el museo anónimamente, que las salas de llenasen de las ideas nacidas de las cabezas más creativas. Se nombró un selecto jurado y se dispuso, además, que la visita delos muy rigurosos jueces sería por sorpresa, un día del mes de junio que no se diría con antelación a nadie, ni a ellos mismos.
En un hotel de cinco estrellas aguardaban impacientes los integrantes del jurado: dos catedráticos, un galerista de Barcelona, un cocinero local de muchos tenedores y el presidente de la Asociación de Amigos del Arte Artero. Al fin un día, cuando ya desesperaban, se presentó un funcionario del Museo y se los llevó a todos en un monovolumen. Era un sábado y llegaron a las once de la mañana. Se les indicó que debían pasear por las salas como unos visitantes más, sin ningún signo externo de su condición. Y así comenzaron su excitante labor, pertrechados de saber y entusiasmo.
De las paredes colgaban cuadros y fotografías que habían ido colocando los desconocidos creadores. Por doquier se tropezaban con esculturas. Pero la avezada mirada de los sabios descartaba esas muestras de arte convencional y desfasado. Tenía que haber por allí productos artísticos más sofisticados, obras vanguardistas, objetos y escenas de mayor empaque imaginativo.
En un rincón de la Sala 2 había surgido una violenta discusión familiar. Eran los López. Esa mañana el matrimonio formado por José Vicente y Elisita había decidido llevar al museo a sus niños, Jenny y Joseba. Pero la abuela, que estaba pasando una larga temporada en el hogar de los López para echar una mano en el cuidado de los niños y la atención de la casa, había alegado que ella también necesitaba oxigenarse y estirar las piernas y los acompañó al museo. De camino se encontraron con la tía Maruchi, que se sumó a la excursión. Cuando apenas llevaban cinco minutos impregnándose de cultura, al niño le vinieron unas ganas incontenibles de hacer caca. El padre le insistió para que aguantase un poco, pues enseguida saldrían; la mamá alegó que quién sabe cómo estarían aquí los baños y que mejor trataba de contenerse. Fue el instante en que la niña comenzó a gritar que le daban miedo esos techos tan altos y la abuela recordó que había dejado los garbanzos en el fuego. La tía Maruchi la emprendió con el paterfamilias, don José Vicente, porque le parecía despótica su manera de hablarle al chaval, momento que aprovechó la esposa para reprocharle que no tenía paciencia y que cuánto se notaba que pasaba poco rato con sus hijos. El hombre replicó indignado y la discusión fue subiendo de tono, con lo que los dos niños y la abuela comenzaron a llorar con desconsuelo y la madre juraba cual carretero. La escena era observada por varios miembros del jurado, que cuchicheaban con disimulo y se iban convenciendo de que se trataba de una performance rompedora con la que algún gran artista, sin duda extranjero y probablemente polaco, pretendía poner en evidencia los desajustes de la familia monoparental y la violencia larvada que corroe las instituciones sociales basadas en el apego. Tomaron los sabios buena nota en sus libretas de la alta calificación que la obra merecía.
En el lateral de una de las salas había una puerta en la que los operarios del Museo y las señoras de la limpieza guardaban sus útiles de trabajo. Por despiste del personal esa puerta no estaba cerrada con llave. Un miembro del jurado se quedó un rato muy pensativo ante esa puerta. Al fin se atrevió a empujarla un poquito y, para su sorpresa, se abrió. Lo que contempló lo dejó traspuesto y no tardó en hacer señas a sus compañeros para que se acercaran. Entraron y lo que observaron los llenó de sorpresa: calderos, escobas, fregonas, una escalera de mano, una caja de herramientas, una paleta de albañil, una caja con clavos y puntas, trozos de madera, tres ladrillos, una gorra con manchas de yeso, un trozo de bocadillo medio envuelto en papel de aluminio, un rollo de papel higiénico y una caja de condones vacía. Cielo santo, qué primor. Se daban codazos los especialistas, se revolvían en éxtasis, cuchicheaban. Era evidente que se hallaban ante una instalación de exquisita factura. La puerta era una sutil representación de esa realidad profunda que se oculta a la mirada social y domesticada. Franquear la puerta era el gesto que se espera del que busca en el arte la manifestación de la evidencia escurridiza que se esconde tras la mismidad de lo cotidiano. Y aquellos objetos desordenados no podían sino plasmar la aleatoriedad de todo orden, el sino ingobernable de las cosas que se buscan sin gobierno ni pauta. El mundo como miscelánea, los seres abandonados a su suerte, la vida sutil de lo inerte, el cosmos como depósito de un azar de fractales, juego de espejos, costura de lo efímero, cicatriz de lo que pasa y se queda.
En ésas se hallaban cuando dos funcionarios uniformados se acercaron a indicarles que allí no podían estar, que ése era un recinto al que les estaba vedado el paso. Sus caras se iluminaron con la mejor de las sonrisas, sus ojos chispeaban con delectación, qué gran idea la de aquellos personajes disfrazados de trabajadores del Museo y que ante ellos fingían autoridad. Perfecta caricatura de las reglas sociales que vedan la conciencia de lo transitorio, excelsa ironía que recrea las interferencias entre el lenguaje y la percepción, remedo de una censura social que no es más que la autocensura que el observador se impone cuando se topa con las complejas configuraciones de lo ignoto. Salieron ordenadamente, satisfechos y llenando sus libretas de exclamaciones. De momento, el resultado del concurso parecía muy claro.
Poco más vieron que les satisficiera. Ya se habían reagrupado y se disponían a retirarse para una deliberación que parecía bien sencilla, cuando un nuevo suceso les turbó. Primero fue un chirriar de frenos, luego el violento impacto de un automóvil amarillo contra la fachada acristalada del museo, finalmente el tintineo de los cristales desparramándose como granizo. El susto fue morrocotudo. Del coche vieron salir a un sujeto vestido de hawaiano y con el cuello rodeado de guirnaldas de colores. Bramaba el buen hombre, se tambaleaba y preguntaba dónde demonios estaba el bar. Al cabo, se desmayó. En el museo sonaban atronadoras las alarmas, de la calle comenzaba a llegar el ulular de las sirenas. No tuvieron que hablar para sentirse de acuerdo. Arte en estado puro. Un arte que canaliza la violencia contra la idea misma de museo, un arte que rompe cadenas y reclama que se recomponga la visión amputada de la obra, un cuestionamiento radical del objeto artístico como naturaleza muerta y disecada, una apelación a la creación urbana y un recuerdo de que el gesto artístico es por definición salvaje e incontrolable. Y esa fuerza del impacto contra los vidrios no podía ser más que reflejo de que las vanguardias resquebrajan los muros de la mirada clásica y agitan en el espectador la conciencia aquietada.
Una ambulancia se llevó al conductor inconsciente, varios guardias municipales ordenaban el tráfico en la calle, alrededor del coche pululaba todo un enjambre de curiosos. Efectos contradictorios que siempre causa la ruptura de lo previsible, síntesis de la mirada libre del ciudadano que explora sus propios límites y de la autoridad que trata de reconducir lo excepcional a lo reglado. Sublime.
Por fin se retiraron a una pequeña sala, contentos. Habría que votar cuál de esas tres esmeradísimas obras merecía el premio. Sonaron unos golpes en la puerta y se presentó un sujeto con traje fucsia, melena rubia y un brillante en cada oreja. “Buenos días”, les dijo en un español dificultoso. “Me llamo Salim-El-Marrasuf y vengo de Marsella. Les hemos estado filmando todo el rato. Prodigioso, prodigioso. Yo he financiado su viaje y su estancia aquí. Mía es la idea de este concurso, que no es tal. Ustedes son mi obra, su comportamiento es la trama de mi creación. Fabuloso, fabuloso. El próximo mes este vídeo se proyectará en todas las salas del Museo. Será un acontecimiento histórico”.
El entusiasmo resultó inenarrable. Una metaobra artística, sin duda, un nivel más en la espiral imaginativa de ese museo puntero. Y ellos colocados en esa privilegiada posición del especialista que es al mismo tiempo parte de la obra que interpreta, significante y significado aunados en dialéctica síntesis, estética de la recepción recibida con los brazos abiertos. Apoteósico. Acordaron que escribirían un libro colectivo sobre la nueva exposición y que propondrían una segunda parte de la misma en la que ellos presentaran su libro todo el rato, para incorporarse así a la obra de la que ya eran parte esencial, hiperincorporación, la materia del arte expresándose sobre lo por ella misma expresado, bucle semiótico, discurso que se retroalimenta y cierra así el círculo icónico entre construcción y deconstrucción, con salida hacia una reconstrucción siempre provisional y en permanente rehacerse. Al director del Museo, Borja Benito Smith-Trescantos, le pareció una excelente idea y dio su visto bueno inmediatamente.
Con lo que cobraron se fueron de putas esa noche, sabedores de que el arte imperecedero les acompaña siempre, de que lo llevan puesto.

20 enero, 2009

Fracaso escolar

El fracaso escolar se ha convertido en obsesión de los políticos. El concepto ya se aplica también a la universidad y se manejan estadísticas con gesto de consternación. Rellenan los números del fracaso escolar los estudiantes que no consiguen alcanzar el nivel requerido en una materia o un título. Y la consigna políticamente correcta es: acabemos con el fracaso escolar.
Ese fracaso puede verse desde dos puntos de vista, el del alumno y el de las instituciones. Desde el punto de vista el alumno, el fracaso escolar significa normalmente contrariedad y frustración. Para aminorarlo se impone mejorar los medios y los métodos de la enseñanza. Desde el punto de vista institucional, muchos políticos y gestores han descubierto la panacea: bajemos el nivel de exigencia para que parezca que nosotros no fracasamos al ejercer nuestras responsabilidades. Ahí no importan tanto los estudiantes y su futuro, sino la magia de las cifras, el relumbrón estadístico. Si en el Estado, la Comunidad Autónoma o mi centro hay menos fracaso escolar porque todos aprueban, será un gran éxito, aunque los alumnos acaben sin saber hacer la o con un canuto. Si esos estudiantes que tienen su título, pero no el mínimo de los conocimientos que habrían de exigirse, fracasan mañana en su desempeño profesional, será su problema. Nosotros hemos cumplido al ponerles el título barato. Un sistema educativo y un sistema universitario pueden ser un gran timo cuando el fracaso escolar se evita a ese precio.
La universidad tiene una de sus funciones legítimas y necesarias en la selección de los mejores, de los más esforzados y competentes para el ejercicio de las profesiones de mayor responsabilidad social: ingenieros, médicos, economistas, lingüistas, arquitectos, juristas... Cuando por el puro pánico a los números del fracaso escolar se da gato por liebre y se regalan esos títulos, se condena al declive a todo un país. Además, si la universidad no filtra a los mejores, la sociedad, clasista y llena de corruptelas, encumbrará, de entre la enorme masa de titulados, a los mejor relacionados y más pudientes. Mala igualdad la que se logra a base equiparar a los torpes con los esmerados y capaces.
La mejor sociedad y la más justa no es aquella en que todo el que quiera logre ser ingeniero, sino la que tenga buenos ingenieros haciendo bien su trabajo. Que nadie por su situación económica o social se vea privado de la posibilidad de estudiar una carrera, pero que la culminen quienes lo merecen. Eso es justicia social y eso es Estado social. Lo otro, demagogia y engaño, irresponsabilidad, fracaso colectivo.
(Publicado por un servidor en la Gaceta Universitaria de la presente semana).

19 enero, 2009

De uñas. Por Francisco Sosa Wagner

Las uñas han servido en el pasado para hurgarse en la nariz ya que, por su longitud, permitían acceder a sus zonas más remotas. También para albergar un filo negro, testimonio de una suciedad adquirida a base de mucha paciencia y mucho desinterés por el jabón. Quiero decir con ello que las uñas no han sido más que una placa córnea que ultima los dedos a las que nadie en su sano juicio les ha dado mayor importancia nunca, acaso los muy aseados se las cortan de vez en cuando, lo que bien mirado es antes una tabarra que un entretenimiento. Eso respecto de las manos porque las de los pies han vivido más o menos abandonadas a su suerte y solo cuando estaban a punto de perforar la piel del zapato nos acordábamos de ellas y reducíamos, provistos de unas tijeras, sus ínfulas de desarrollo y crecimiento.
Esto ha sido así para los hombres. Pero incluso las mujeres, que son más pulcras y tienen otro sentido de la estética, a lo más que han llegado ha sido a pintárselas de rojo cabaret o de rosa desvaído y eso cuando tenían que asistir a una fiesta porque las que trabajaban como médicos o como agentes comerciales les han dado siempre el uso tradicional al que ya se ha hecho referencia.
Otras veces las uñas servían como extraño alimento. Es lo que se llama “comerse las uñas”, acción que vemos sobre todo entre los jóvenes que recurren a ello por una inseguridad que es hija del nerviosismo, de la misma manera que el mal actor recurre al vaso de güisqui al no saber qué hacer con las manos. Todos hemos sido jóvenes y hemos recibido más de un coscorrón por comernos las uñas. Claro es que esta era la época en la que un padre podía atizar un coscorrón a un hijo, hoy esto es imposible pues caería sobre nosotros el juzgado de primera instancia y el de instrucción, los dos juntos, que nos aplicarían sin piedad todas las disposiciones adicionales de la ley de igualdad.
Por su parte, estar de uñas ha sido siempre hallarse en una actitud hostil o recelosa y enseñar las uñas era mostrarse agresivo en grado sumo, amenazante con la vecina o con el director de la oficina. Y había también el uñoso, es decir, el largo de uñas, expresión que se aplicaba a quien, amigo de la faltriquera ajena, pugnaba por quedarse con ella al menor descuido de su legítimo propietario.
Y poco más de sí daba el asunto ungular. Todo esto ha cambiado y lo ha hecho de manera espectacular en los últimos años. Hoy las personas finas, que estudiaron la ESO y tienen en sus carteras fondos contaminados y acciones basura, no digamos las que han sido clientes de Madoff, gastan uñas rellenas, no me pregunten de qué (si de crema pastelera o de trufa ...) porque no lo sé, pero así se anuncia esta modalidad de cultivo de las uñas en los establecimientos uñeros distinguidos que ya hay en todas las capitales de provincia, comunidades uniprovinciales e islas adyacentes.
O se dejan hacer la uña francesa que, a su vez, admite diversas variantes: “fantasía”, red, serpiente, encaje ... Los magistrados, por ejemplo, podrían hacerse las uñas combinándolas con el encaje de las puñetas de sus negros ropones y así irían conjuntados, no como ahora que las puñetas van por un lado y las uñas por otro, en una muestra más del desconcierto en que se halla sumida la justicia.
Hay otros adornos a los que conviene hacer referencia para que todos podamos adoptar decisiones en este terreno con el mayor conocimiento de causa. Así el alargamiento de lecho o la decoración acuarela o la llamada incrustación, hasta llegar a la meta del gran invento que es la manicura “jojoba” que algún día me voy a hacer para averiguar en qué diablos consiste. En fin, para los pies hay pedicura pétalos de rosa, pedicura café, frutas tropicales, pepino ... Como se ve, alternativas para llevar las uñas barrocamente ya no nos faltan. Por supuesto que una uña así decorada ya no servirá para la filigrana de remover los fondos de la nariz pero es que los tiempos cambian y para ese menester de desalojo seguro que en las tiendas de los chinos venden el trebejo apropiado.
Estas son las altas cotas de exquisitez a las que ha llegado nuestra civilización. Ahora ya podemos estar tranquilos porque la caída del Imperio nos pillará haciéndonos la decoración jojoba en la uña de un dedo del pie derecho.

18 enero, 2009

La (in)coherencia de los partidos

La que se ha liado con el reportaje fotográfico de El Mundo sobre Soraya Sáenz de Santa María. Criaturilla. Por la foto muere el pez.
Por lo que parece, Rajoy se ha apresurado a rectificar sus anteriores críticas a las ministras zapateriles que salieron en el Vogue en plan femme total. Muy bien, si lo hacen también los míos no puede ser tan malo. Que la próxima vez aparezcan juntos y en gallumbos Zapatero y Rajoy.
Puede que ya vayamos descubriendo alguna diferencia entre el PSOE y el PP. ¡Al fin! Veamos. El PSOE no tiene claros los principios, pero sí los comportamientos. Hagan lo que hagan sus chicas y chicos será loable, ejemplar, innovador y progresista. Loable, ejemplar, innovador y progresista es lo que ellos hacen, por definición y como dogma. Amén. Por eso el suyo es el partido absoluto. Un partido absoluto es aquel cuyos líderes pueden afirmar con la cabeza bien alta “el partido soy yo”. Las personas son la ideología, el programa y el proyecto. Nada previo los ata, a nada se deben, pues su electorado es un electorado fiel a las siglas y los dirigentes, que son los que gozan de una presunción inatacable de decencia y claridad de ideas, casi de beatitud. Da igual que mientan, por ejemplo, pues si la mentira es su verdad, es verdad y no mentira. La mentira necesita una referencia de contraste, una realidad contra la que las afirmaciones se miden y se juzgan. Pero cuando la realidad que se considera se agota en las personas mismas, nada de lo que digan puede ser falso ni deshonesto. Es una cuestión de teodicea política y la fe reemplaza a la razón y los hechos. Por eso Zapatero puede al mismo tiempo negar la crisis y (supuestamente) combatirla, decir que los bancos españoles son los más saneados del mundo e inyectarles dinero por un tubo para que no quiebren, proclamarse patriota y cuestionar la nación, apelar al auxilio de los pobres y conseguir que haya cada vez más, declararse feminista y rodearse de ministras-objeto, compadecerse de los inmigrantes y votar para que se los encierre en campos de concentración, llamar a De Juana hombre de paz e instar a los fiscales para que se endurezca el cómputo de las penas de los terroristas, etc., etc., etc. Y llevar como emblema el talante y hacer sin parar cabronadas a diestro y siniestro.
Lo del PP es exactamente lo contrario y tan lamentable o más. A Rajoy y compañía se les llena la boca de principios e ideales por los que se dicen dispuestos a luchar a brazo partido. Pero a la hora de la verdad no consiguen cuadrar sus acciones con la fe que tanto alegan. Les duele España, dicen, y se embarcan en llamadas a la unidad nacional y de temor porque “España se rompe”; pero votan el Estatuto Valenciano, el Andaluz, el Aragonés y todos los que imitan el de Cataluña, cuya constitucionalidad cuestionan. Están a favor del trasvase del Ebro, pero apoyan el Estatuto de Aragón y negocian su final en 2015. Van de católicos y no se pierden misa de Rouco ni manifestación contra cualquier medida que, en opinión del clero, dañe la familia, que para ellos es la familia católica; pero jamás de los jamases van a derogar, si un día vuelven a gobernar, ni una sola de las leyes que atacan, ni la del aborto, ni la del matrimonio homosexual ni ninguna. Se tienen por liberales en lo económico y grandes defensores del mercado, pero les gusta muchísimo que los empresarios reciban todo tipo de subvenciones, ayudas y gratificaciones con cargo a las arcas públicas. Y así sucesivamente.
En el PP están convencidos de que la gran mayoría de los votantes son reflexivos ciudadanos de izquierda y hacen guiños y concesiones constantes para ganárselos, aunque sea a costa de contradecir los principios que ponen en el frontispicio del partido. Con ello sólo logran que sus votantes naturales, los que comparten esos principios teóricos, dejen de votarlos por causa de su inconsecuencia práctica. A fin de cuentas, para votar a los progres ya se tiene a los progres oficiales y por definición, los del PSOE.
En el PSOE están convencidos de que la gran mayoría de los votantes son irreflexivos, superficiales y simples y de que sólo se mueven por mitos y gestos para la galería, por eslóganes y poses. Por eso no se molestan en buscar principios, cumplir promesas serias o mantener programas. Les basta con exagerar los postulados teóricos de su rival, como si fueran serios y sinceros, y decirle a la gente que si gana el PP éste será un Estado de nuevo confesional, nada social y regido por los viejos lemas franquistas, tipo “España una, grande y libre”. Como si no hubiera demostrado ya hasta la saciedad el PP que sus ideales son de pega y que está dispuesto a dejarlos de lado por un plato de votos. En el PSOE saben que una soflama de Almodóvar o de Sabina mueve más electores que la más fundada reflexión o el programa electoral más serio y fiable, y obran en consecuencia.
Son, uno y otro, los partidos de la impostura. El PP porque no es coherente con sus ideas e ideales, el PSOE porque se hace coherente precisamente por no tener ideas ni ideales. Pero en algo coinciden: los dos piensan que los ciudadanos somos tontos de baba. Y puede que algo de razón no les falte. De momento.
El asunto de las fotos de Soraya, que debe de ser más boba de lo que parecía, es un buen test de la situación. Si Rajoy y su tropa cierran filas con ella y defienden que se exhiba así de picarona y “femenina”, les van a replicar que siguen anclados en la imagen frívola y sometida de la mujer. Si se lanzan a criticar esa manera de mostrarse Soraya, les reprocharán que no se despegan de la visión reaccionaria de la mujer que es honesta porque no enseña las piernas y el escote y se reserva para cumplir como esposa discreta y ejemplar madre de familia cristiana. Y así les pasa con todo, más que nada porque ni ellos mismos saben a qué carta quedarse ni si van o vienen. Allá se las compongan, es su problema. Mientras tanto, lo que haga o deje de hacer cualquier señora dirigente del PSOE será por definición y sin duda un valeroso gesto de liberación femenina; si se muestra, porque se sustrae a las servidumbres atávicas y a los roles heredados, y si se esconde, porque de esa manera no se presta a la mirada procaz y cutre de los machistas de la derecha y no tolera que su cuerpo se convierta en puro objeto.
Los del PP primero hacen y luego piensan; los del PSOE hacen sin pensar, pues les basta con los cuatro tópicos que cuelan como si fueran ideología, tópicos de usar y tirar a conveniencia, ideas-kleenex, política-basura.
Esas son, dicen, nuestras opciones: o un partido esquizofrénico o un partido burdamente cínico. Y se supone que entre ellos tenemos que elegir. Conmigo que no cuenten.

17 enero, 2009

Ignorancia, conservadurismo, superstición

Ayer el Gobierno rectificó a la baja bajísima las previsiones económicas contenidas en los Presupuestos recientemente aprobados por un Parlamento que sabía de sobra que eran erróneas con alevosía. ¿Se deslegitima un Parlamento que miente a sabiendas? Pues sí, pero ése es otro cantar. Según Solbes, la economía bajará un 1,6%, el déficit público llegará al 5,8% y los parados serán el 16%. O sea, que la economía caerá mucho más que eso, el déficit será mayor y el paro andará por el 20%. Pero da igual. Impasible el ademán del votante que se cree socialista porque vota a un partido que lleva ese apellido en sus siglas igual que alguna gente lleva el de Expósito sin comerlo ni beberlo.
Sería precioso tocar un botón y que al menos por un rato, en plan realidad virtual, virtual pero muy real, viéramos a Zapatero y Rajoy con los papeles invertidos, que los viéramos invertidos del todo, más de lo que ya son y están. Daría gusto escuchar la voz tronante de Zapatero echando la culpa al Gobierno pepero de todos los desastres económicos, diciéndole que no se escude en cuentos de coyunturas internacionales y en promesas de que en marzo esto repuntará, pero vaya usted a saber en marzo de qué año. Y a Rajoy diciendo poco más o menos lo que ahora rebuzna Zapatero entre el éxtasis general del votante sodomizado, a Rajoy repitiendo que no es patriótica una oposición que dice que hay crisis cuando hay crisis, pues luego la gente se entera y es peor. ¿Y esa huelga general que ya estaría a la vuelta de la esquina contra la mismísima política que ahora los sindicatos abrazan con el pantalón bajado y el preservativo en la boca? ¿Y las embestidas contra banqueros y demás jerarcas de la economía financiera que se lo llevan crudo con el pretexto de que lo necesitan para prestárnoslo por nuestro bien? Ay, creo que hasta el Guerra saldría otra vez a las tribunas a clamar por los descamisados fraternos, en lugar de estar como ahora está, más callado que una puta aseándose y metiéndose los cuartos en el escote.
Pero todo da igual, repito. Aquí el personal es de piñón fijo, leales hasta la muerte, votantes cejijuntos, electores de una sola marcha, paletos políticamente monógamos. Antes cambio de pareja, abandono a mis hijos y ahorco al perro, que dejar de votar a quien voto, pues, aunque sea un hijo de una gran puta o un analfabeto con ínfulas, es mi hijo de puta y de analfabeto será más o menos como yo, corazón, criatura, cuerpo, sigla de mis entretelas. El lema de nuestros “grandes” políticos con sus electores debería ser el mismo que usábamos en mi pueblo cuando éramos salvajes y felices en lugar de frecuentadores del manual del perfecto gilipollas con estilo: “day, day, hasta lo negro”.
¿Será el enésimo misterio de la naturaleza humana? ¿De la naturaleza del humano español tal vez? ¿O habrá una explicación? Tengo para mí que hay explicación. Tiene que haberla. Yo creo que esa explicación está en la síntesis entre incultura, conservadurismo y superstición. Explicación una y trina, tres aspectos de una misma realidad, tres notas definitorias de un tipo humano que por estos andurriales se da a patadas.
El ignorante, el inculto radical, es dado al maniqueísmo y a las explicaciones simplificadas y simplistas de cuanto en el mundo acontece. La realidad es siempre compleja, pero el idiota la encuentra elemental y de cajón. Todo se aclara por el eterno enfrentamiento entre el Bien y el Mal, pero el ceporro no los ve así, con el empaque filosófico o teológico de las mayúsculas, sino como los buenos y los malos en permanente lucha, los nuestros y los otros. No puedes bajar la guardia nunca, lo que significa que jamás debes dejar de votar a los buenos. ¿Por qué? Hosti, tu, porque son los buenos, no te jode. Puedes no entender ni papa de economía, ni de política propiamente dicha, ni de historia, ni de nada de nada de nada. Pero tienes claras las cosas, eso sí. A este lado, los buenos; al otro, los malos. Cuando los buenos lo hacen mal, es porque no han podido hacerlo mejor o porque los malos les echan la zancadilla. Cuando los malos lo hacen bien, es para disimular y conseguir con un rodeo sus fines torticeros. Por cierto, ¿qué significa torticero, profe? Solbes puede errar con dolo, Zapatero puede mentir con descaro. Pero la única realidad es que, por muy mal que con ellos vayan las cosas, con “los otros” irían peor, muchísimo peor, dónde vas a parar. Fíjate, si con los nuestros, los buenos por designio divino, hay tanto paro, tanto mamoneo y tanto desastre, imagínate cómo nos iría de horrible con los del otro lado. Pánico da pensarlo. Consecuencia: el ignorante se convence de que con los suyos al mando vive en el mejor de los mundos posibles, aunque se muera de hambre y de asco. Por cierto, esto también lo piensa el intelectual propiamente orgánico y en descomposición, pero ése porque pone la mano. A los intelectuales jineteros los dejo para otro día.
Ese lelo es además ultraconservador. Siempre asume la realidad presente como un dato incuestionable y sólo se imagina que las cosas pueden empeorar. No admite que con una gestión mejor de los asuntos públicos y del interés general, con un gobierno más competente las cosas podrían marchar mejor. Su lectura de la historia y de los acontecimientos siempre es sesgada, pues siempre hemos llegado a donde mejor podemos estar. Toda alternativa es para mal, cualquier cambio asusta. Si con éstos me quedo sin trabajo y paso apuros, es porque no puede suceder de otra manera. Los míos no tienen culpas, todo lo más son víctimas de la pésima suerte y de plurales conspiraciones del Averno. Virgencita, que me quede como estoy, que no está tan mal. Al día siguiente estoy peor, pero sigo aplicando el mismo lema: que me quede como estoy. Y así hasta la muerte por inanición, si hace falta.
Ese ignorante y conservador cultiva además, una superstición selectiva, de raigambre religiosa. De la misma manera que con mentalidad religiosa todo favor del destino se agradece a Dios, sin que por ello se culpe a Dios de la desgracia cuando toca, en lo que el país marche bien damos gracias al gobierno, pero no lo culpamos de las catástrofes sociales y económicas. De las contrariedades tiene culpa el Diablo, lo que en política se traduce en cargarle los muertos al partido rival.
No hay una vara de medir, sino dos. Como estos días escribía Santiago González, cuando una burra del PP hace guasas con el acento andaluz de la Ministra de Fomento, se nos abran las carnes por lo ofensivo de su discurso; cuando el alcalde de Getafe llama tontos de los cojones a los votantes del PP, cerramos filas con él y ni su partido le abre expediente.
Pero, ojo, no pretendo aquí reproducir la historia de buenos y malos insinuando que los buenos sean los del PP y los malos los del PSOE. Son iguales, ellos y la gran mayoría de sus respectivos votantes. Idéntico esquema, pareja simpleza. La diferencia en este momento está en que el PP pretende ganarse a los incondicionales del PSOE a base de imitar su discurso y sus maneras, de ponerse así de perfil y con la boquita de piñón, de echarle vaselina al artilugio y tener pinta de director de cine amanerado o de directora de una galería de arte sado para el tercer mundo. Eso es como si los del Barcelona CF quisieran quitarle hinchada al Madrid poniendo a sus jugadores un uniforme blanco: una idiotez.
La única política decente que cabe en este país ahora mismo es una política no conservadora. Nada de dar por sentado que tenemos la mejor situación que cabe gracias a que hemos hecho la mejor Constitución, la mejor organización territorial del Estado, la mejor gestión económica, etc. No tenemos que comparar la realidad con nuestros miedos, sino lo que hay con lo que podría haber si no se hubieran cometido tantos errores y si no nos obcecáramos en el inmovilismo y el voto útil (para el que lo recibe). La única política decente que ahora cabe es una política de cambios radicales y profundos: es necesario modificar la Constitución para reorganizar el Estado, es necesario reformar la regulación de los partidos políticos, hace falta reorientar la economía seriamente para buscar le igualdad de oportunidades y para conseguir un Estado social, y no esta caricatura de Estado julandrón que hace falsa caridad mientras aumenta la distancia entre pobres y ricos. Por eso los que no vivan obnubilados con su sentido religioso de la política deben dejar de votar al PSOE y al PP. Pueden votar a otros o pueden no votar. Y pueden manifestarse, escribir cosas, protestar; salir del establo, en suma, abandonar el cercado, combatir este caciquismo imperante, arriesgar. Arriesgar, rediez, arriesgar. Porque a peor no vamos a ir, salvo que todo siga igual.

16 enero, 2009

La Facultad de Derecho de León en la encrucijada. Por Francisco Sosa Wagner

(Publicado hoy, 16 de enero, en El Mundo de León).

De día en día aumenta la confusión acerca de las propuestas para reformar la enseñanza universitaria con la excusa de “Bolonia”. No obstante, es posible atisbar en ese horizonte algunos perfiles de lo que pueden llegar a ser en un futuro las Facultades de Derecho de las Universidades españolas, de manera especial, de las pequeñas Universidades de provincias.
De momento, todo parece indicar que el cambio de las licenciaturas en los nuevos “grados” supondrá un significativo empobrecimiento de los estudios. La concepción del título de grado como una enseñanza básica y general originará una importante reducción de las materias a impartir, una considerable rebaja de los conocimientos, en fin, una notable devaluación de esos títulos. Quizá quede la honra personal de muchos profesores, que quieran enseñar y exigir, pero nada será valorado por la existencia de otros títulos aparentemente superiores.
La especialización, se dice, procederá de la continuación de los estudios a través de “másters atractivos” (ahora los másters son atractivos como en la política los proyectos son “ilusionantes”). Pues bien, para adquirir un título que no esté tan devaluado como el grado, los alumnos tendrán que matricularse -pagando- en másters en los que encontrarán una formación especializada. Pero hay que saber que, para poder impartirlos de manera continuada, clave de su futuro éxito, son necesarios varios presupuestos previos cuyo cumplimiento conduce a sonoros interrogantes en el caso de las Facultades de ciudades pequeñas: ¿se tiene conciencia de cuántos profesores en un ámbito específico son necesarios para garantizar tales estudios? ¿habrá suficientes alumnos interesados en esas especializaciones? ¿De dónde procederán los recursos económicos? ¿De las endeudadas universidades? ¿De los alumnos? Estas preguntas se responden desviando la mirada hacia la actividad empresarial. La irresponsabilidad del poder público, que no quiere asumir el coste de servicios sociales cuya rentabilidad no es inmediata, hace que confiadamente se mire hacia las empresas como fuente de financiación. Pero ¿qué empresas pueden financiar los estudios especializados? Y, con relación a los estudios jurídicos: ¿cuáles pueden estar interesadas en pagar un máster de especialización jurídica? Los grandes despachos de abogados cuentan ya con sus específicos procesos de selección y con sus propios cursos de formación. ¿Y otras empresas locales? Que las Facultades de Derecho, como las antiguas órdenes mendicantes, recorran las calles pidiendo dinero a los empresarios con sumisión limosnera para poder financiar estudios especializados parece una solución descabellada. ¿Por qué un empresario va a financiar de manera permanente y continuada unos concretos estudios de especialización de los que no se va a beneficiar? Y además ¿dónde están esos empresarios? Si existieran, digo yo que se sabría ...
Por eso, se entiende mal que las Facultades de Derecho de ciudades pequeñas no hayan generado una activa contestación frente a la puntilla que supone para ellas el proceso español de reforma universitaria y se entretengan -como ocurre en la de León- con la farsa de la reforma del plan de estudios, cambalacheando créditos y mercachifleando asignaturas. Porque la adulterada interpretación que se está haciendo de Bolonia originará a medio plazo la desaparición de tales Facultades. La movilidad de los estudiantes y profesores se producirá, pero no porque se reformen los estudios, sino porque se desvanecerán muchas Facultades y todos, profesores y estudiantes, habrán de trasladar sus bártulos (una expresión que viene precisamente de Bolonia: de Bartolo, el gran glosador) a las grandes Universidades, con muchos profesores y, sobre todo, con ofertas de másters alojadas en un entorno -el que propicia la gran ciudad- que permite allegar fondos de grandes bancos o grandes empresas.
Pero no sólo sorprende la mortecina situación de las Facultades pequeñas y su visión burocrática y angosta, también la de las autoridades locales. Aquí, en Castilla y León, es incomprensible que no se estén organizando ya títulos conjuntos de las cuatro Facultades de Derecho para aunar los esfuerzos de los prestigiosos profesores que tienen cada una de ellas por separado. De verdad ¿para qué sirven las competencias universitarias de las Comunidades autónomas? ¿para crear Agencias de humo, nombrar a sus directivos, y multiplicar los órganos de coordinación y otras zarandajas extravagantes?
Todo un sin sentido que soportamos porque frívolamente nos hemos acabado creyendo el tenor literal del himno que entonamos: gaudeamus igitur, iuvenes dum sumus (alegrémonos pues, mientras seamos jóvenes).

13 enero, 2009

Voto útil

En un magnífico artículo de ayer en La Nueva España se lamentaba el papelón de los dirigentes asturianos del PSOE y del PP, que dicen amén y agachan la cerviz ante lo que ordenen sus jerifaltes llamados nacionales (es un decir), perjudique o no a Asturias. Lo que se dice para esa Comunidad cabe por igual para muchas otras. Lo que el articulista lamenta especialmente es la escasa beligerancia de los rectores asturianos del PSOE, ahora que Zapatero está repartiendo la tortilla como más le conviene a él, a su “aparatchik” y a quienes tienen más fuerza para con él pactar o apoyarlo.
Dirigentes locales y dirigentes nacionales de los grandes partidos no son más que el haz y el envés del mismo problema, hoy por hoy irresoluble. El dirigente asturiano o extremeño o de donde sea no puede plantar cara seriamente a los mandamases estatales de su partido, pues, si lo hace, sus días de mando y carguete estarán contados. Siempre hay otro más sumiso dispuesto a subirse al carro a cambio de unas palmadas en el culillo y unas prebendas. ¿Que qué pena y que adónde vamos con políticos tan mierdecillas? Sí, pero es lo que hay. La política -con honrosísimas excepciones- se ha convertido, y más en las Autonomías, en refugio de soplagaitas y de gentes sin otro oficio o sin ganas de trabajar en un oficio serio. Echemos a todos éstos, si tanto nos fastidia su incompetencia y su ruindad.
En cuanto a los líderes nacionales, tipo Zapatero o Rajoy, son prisioneros de quienes sí pueden ponerles las peras a cuarto, dentro de su partido y fuera de él. Zapatero sabe que no hay mayoría posible sin un Partido Socialista Catalán con muchos votos. Y los socialistas catalanes saben que para conseguir esos votos tienen que apretarle las tuercas a Zapatero y sacarle ventajas para Cataluña, incluso en detrimento de otras Comunidades, de la solidaridad, de la justicia social y, por supuesto, de cualquier idea cabal del socialismo (el socialismo era verde y se lo comió un burro; pregunta: ¿sabe usted el nombre del burrito?). Y lo mismo vale para Andalucía y otros territorios fuertes y grandes. A Rajoy le pasa otro tanto, ha que mejorar resultados en Cataluña e ir aflojando la pinta de centralista y poco sensible con los “derechos” de los catalanes, sean históricos o con leche. Y tampoco puede bajar en los lugares que controla, como Valencia o Madrid. Solución: ir con los de la feria y volver con los del mercado, para mantenerse él haciéndose que manda.
Consecuencia de todo lo anterior es que ninguno de los grandes partidos puede aspirar a gobernar si no apoya las ventajas de esas Comunidades Autónomas ricas y que están en condiciones de chantajearlos. O bien se evaporan las mayorías absolutas, si se hace auténtica política de Estado, o bien no cabe alcanzar el Gobierno, sin mayoría absoluta, a base de pactos, pactos que siempre tendrán que ser con partidos nacionalistas fuertes: catalanes, vascos, gallegos. O sea, que las comunidades políticamente más débiles y sin partidos nacionalistas de peso que puedan hacer de bisagra y, al tiempo, poner al PP y al PSOE en la tesitura de imitarlos para pillar vitos, están condenadas a la inanidad y a llevar las de perder: pringados for ever, últimos de la fila, comparsas. Todo, por supuesto, en el contexto de un país a cuyos ciudadanos se les ha insistido hasta el mareo en que no tiene ningún sentido, y hasta es “facha” hacer verdadera política de Estado, atendiendo al interés general antes que a los caprichos particulares de tribus, clanes y naciones de pacotilla con los morritos así. España es de fachas, vivan las otras naciones, que son progres aunque vayan de gris y marquen el paso de la oca.
¿Soluciones? Probable, ninguna. Posibles en teoría, pocas. La primera pasaría porque en las Comunidades desaventajadas y hoy impotentes la gente dejara radicalmente de votar al PSOE y al PP, para compensar en negativo los votos que esos partidos sacan a base de renunciar a las políticas de Estado y de decir en cada lado lo contrario de lo que manifiestan en otro. Ni un voto más, por sinvergüenzas y cretinos, por prostituirse y encamarse con los más fuertes. La segunda, compatible y hasta complementaria de la anterior, se apuntaría si comenzara a tener suficiente apoyo un partido que anteponga políticas globales y de interés general al puro afán por gobernar a cualquier precio y vendiéndose a los localismos. Si un partido tal llegara a votos y escaños suficientes para compensar el peso de los partidos nacionalistas y para meter el miedo en el cuerpo a PSOE y a PP, y hasta para tener un día la llave de la formación de Gobierno, las cosas empezarían a cambiar y volveríamos a tener un Estado en lugar de este imperio de mercachifles sin luces y sin principios.
Yo sé, a día de hoy, cuál es ese partido, y voy a votarlo y a apoyarlo en lo que pueda. ¿Y usted?

Carta de los profesores de universidad a los Reyes Magos

(Publicado por un servidor en el número de esta semana de Gaceta Universitaria).
Queridos Reyes Magos: Este año no vamos a pedir regalos especiales ni caros, pues somos conscientes de los efectos de esta crisis antipatriótica. Pero las cosas sencillas que pedimos esperamos que nos las traigáis, ya que hemos sido bastante buenos: no hemos andado en manifestaciones, protestas ni huelgas, a pesar de que el pasado año lo tiramos en reformas que no entendemos, evaluando y siendo evaluados el buen tuntún y haciendo cursillos cuasiobligatorios que suelen abochornarnos.
Así que, con todo respeto y mucha seriedad, os pedimos para el 2009 lo siguiente:
- Que alguien nos explique a todos, profesores y estudiantes, en qué consiste realmente el sistema de Bolonia, a qué obliga la UE y qué nos estamos inventando por aquí aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid.
- Que se nos saque de una duda que nos corroe: si los nuevos planes de estudios de las universidades españolas se hacen para lograr la convergencia en el Espacio Europeo de Educación Superior, ¿por qué son entre sí tan divergentes?
- Que universidades e investigación dejen de bailar de ministerio en ministerio con cada cambio de gobierno. Son cosas serias, aunque no lo parezcan.
- Que la política universitaria la hagan, en ministerios y consejerías, académicos expertos y prestigiosos, no señores y señoras que aterrizan como pueden y no se enteran mayormente.
- Que se consiga al fin la cuadratura del círculo: un sistema de selección de profesorado que no permita arbitrariedades y manejos descarados de los que viven bajo la larga sombra de los gobiernos de turno. Y que no sea ridículo.
- Que nadie deje de ser acreditado para profesor titular y catedrático por no haber hecho en su vida académica más que investigar y enseñar con buenos resultados.
- Que algún genio de la evaluación caiga de la burra y se dé cuenta de que en ciencias humanas, jurídicas y sociales un artículo no puede contar lo mismo que un libro grande y bueno. En tales ciencias también los libros importantes tienen mucho impacto.
- Que en las universidades se despida o se jubile a todos los profesores que entraron en tiempos de rebajas y demagogia sin tener ni puñetera idea de nada. Inútiles fuera.
- Que en las universidades no se permita que se prejubile ningún viejo maestro acosado por la burocracia y las frivolidades pedagógicas. Útiles dentro.

12 enero, 2009

Agua va

La repanocha. Anteayer leí y releí la noticia varias veces. Aún pienso que puede ser pura intoxicación del ABC, que ya se sabe que es un periódico de la derecha y al servicio descarado de la reacción. Decía el titular: “El Gobierno quiere que el agua para Valencia y Murcia llegue de Extremadura”. Y en el cuerpo de la noticia (?) nos cuentan que lo del trasvase Tajo-Segura hay que ir suprimiéndolo, pues el Estatuto de Castilla-La Mancha así lo dispone, y ya se sabe que hay normas del bloque constitucional que son más constitucionales que la Constitución misma, igual que hay ladrillos tan enladrillados que son más casa que la casa misma que con ellos se construye. Es como si una uña mía se rebela contra mi cuerpo entero alegando que a ver cómo me rasco sin ella. Lógico.
Como da la casualidad de que el flamante Estatuto de Aragón también dice que de llevarse al Sur el agua del Ebro nanay del pirulí, y, puesto que si se resecan los naranjos un poco más el PP va a seguir ganando en Valencia y Murcia aunque haya votado en los otros lados a favor de los Estatutos aragonés y castellano-manchego (es fabuloso el sentido del país que tienen los patriotas peperos, ubicuos y plurales, unos y trinos y trinando en cada parte a gusto del votante), pues el Gobierno gobernante se ha puesto a toda prisa a resolver el crucigrama hidrológico a base de buscar alguna Comunidad Autónoma despistada que no haya puesto candado a sus aguas mayores y menores.
Les tocó a los extremeños, que no sospechaban que este Gobierno suelta imaginación por un tubo. Están tontos. Por cierto, ya pueden espabilarse mis paisanos asturianos y añadirle a su Estatuto un articulito que diga que el agua del Nalón es nuestra por designio divino y constitucional, pues el día menos pensado nos dejan sin esa corriente fluvial y se la llevan a Chiclana, igual que Franco nos dejaba en tiempos sin aquellos salmones sumisos y patrióticos. Bastaría aprovechar los túneles del AVE y meter por ahí unas tuberías de nada. Con un poco de suerte, aprovechamos para exportarles sidra por la misma cañería.
Somos un país de cachondos. Va el Tajo a su aire kilómetros y kilómetros y la gente recorre sus orillas caldero en ristre, pero se encuentra letreros que dicen que esas aguas son del señor márqués y que no las toque naide ni para bautizarse. Y trescientos kilómetros más allá al marqués del lugar se le olvidó colocar el cartelito y, ¡zas!, de ahí se lo llevan. Oye, económico no será, pero racional tampoco.
Verás la cara que se les queda a los portugueses cuando tengan que usar el cauce del Tajo para jugar al fútbol o plantar frutales de secano. No sé por qué no colocan en su propia Constitución un precepto que diga que el Tajo es suyo en la parte que les toca, pero rellenito. Al fin y al cabo, ¿por qué van a ser menos que los maños o los de Toledo?