Cuando uno se mete en desvaríos
que se van sumando, acaba pillado en su propia trampa; cuando empiezas a
cubrirte con mentiras, terminas por no poder decir ni una sola verdad. Y, tarde
o temprano, en medio de tu propio desconcierto, sucumbes. Puede que un rato
antes de ese momento terminal hayas dado bastantes palos de ciego, cuando la
desorientación ya no te dejaba percibir cabalmente ni un ápice de la realidad
circundante.
En España ahora estamos cerca del
instante terminal y en plena obnubilación. Lo que pueda ocurrir será bueno o
malo, quién sabe, pero si el tiro sale por la culata habrá culpabilidad de los
que no supieron ver, no quisieron obrar y no se atrevieron a decir.
Lo del aforamiento del anterior rey
tiene mucho que discutir, pero vale muy poco la discusión tal como se está
presentando. Porque ni se dice todo lo que cuenta ni se subraya suficientemente
lo que más importa. Veamos.
¿Se teme que algún ciudadano se
plante en un juzgado cualquiera para acusar a Juan Carlos de Borbón de delito y
que la acusación prospere? Hombre, descabellado no es, pero fácil tampoco
parece. Y si algún juez se animara ya le mandarían un
Horrach
para contenerlo y llamarlo de todo menos guapo. Que, por cierto, a ver cuánto
tarda en caerle al fiscal balear un marquesado o un ducado, que ya lo va
mereciendo y por menos han salido otros muy bien parados. Lo extraordinario y
llamativo es que pueda haber fundamento para acusar e imputar por delito,
seguramente económico, a un rey. ¿Extraordinario y llamativo? Bueno, al fin y
al cabo, están penalmente imputados su hija y su yerno. Pero resulta que
durante los actos de su reinado el rey es penalmente irresponsable y, según han
pensado más de cuatro grandes cabezas del Derecho, lo sería hasta por asesinato
o violación, pongamos. Así es como algunos han interpretado y están
interpretando la primera frase del art. 56, apartado 3 de la Constitución, que
dice que "La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a
responsabilidad". No creo que sea la única interpretación posible ni la
más razonable ni la más acorde con la Constitución misma, y más si se lee el
resto de ese apartado ("Sus actos estarán siempre refrendados en la forma
establecida en el artículo 64, careciendo de validez sin dicho refrendo, salvo
lo dispuesto en el artículo 65, 2"), pero dejémoslo ahí.
El caso es que la persona del que
ya no es rey, Juan Carlos de Borbón, ya no es inviolable ni irresponsable y,
desde luego, no lo es por sus conductas de ahora, después de la abdicación. Con
lo que resulta que si mañana va y en el parque de El Retiro le arrebata a una
señora el bolso y sale corriendo o huye en moto, sí podría ser penalmente
procesado por el correspondiente delito. Esa, la del procesamiento penal, es
una de las razones por las que a toda prisa se está organizando legalmente el
aforamiento del antiguo rey. ¿Es eso un problema? Y si lo es ¿por qué lo es?
Respuesta que vemos a menudo en
los medios y las tertulias: se trata de evitar el riesgo de que la conjunción
de un ciudadano loco y un juez chiflado acabe en una investigación judicial de
un posible delito del antiguo rey, y quién sabe si hasta en su imputación, con
la consiguiente apertura de juicio oral. Un desastre no descartable, al
parecer.
Pero ese razonamiento tiene un
trasfondo de tomo y lomo y envuelve más de una falacia, creo. Por tres razones.
Una, porque pareciera que hace falta estar mal de la cabeza para andar acusando
de delitos a Juan Carlos de Borbón o para admitir a trámite, siquiera, una tal
acusación. Sí, a quién se le va a ocurrir que pueda delinquir el suegro de
Urdangarín, padre de Cristina, amigo del alma de algunos de los más selectos
hombres de negocios que acabaron en la cárcel durante las últimas décadas, el
que resultó que tenía una fortuna que desconocíamos, al que Hacienda no vigila
ni controla por ser él quien es, el que desaparecía días y semanas para ir a
cazar elefantes y variadas criaturas en compañía de la amante de turno a la que
le ponía habitación en la parte de atrás de palacio. Etc. ¡Anda ya! Un pájaro
de cuenta.
Segunda razón: tal parece que del
Tribunal Supremo para abajo la proporción de jueces majaretas es preocupante,
por lo que es tan de temer que el posible caso real de la realeza le cayera a
uno de ésos que están de atar y la liara gorda. Así que si yo fuera juez de
instrucción de cualquier ciudad española o magistrado de Audiencia o Tribunal
Superior de Justicia me sentiría considerablemente ofendido y tentado de
hacerme republicano a toda prisa.
Tercera razón. Ah, pero con los
del Tribunal Supremo estamos seguros. Si yo fuera magistrado del Supremo me molestaría
más todavía. ¿Por qué? Porque se está dando toda la impresión de que por ese
lado no caben sorpresas ni heterodoxias y que el que llega a tan alta
magistratura es bien fiable y podemos estar tranquilos. ¿Fiable por qué?
¿Tranquilos quiénes? Medítese sobre el particular y ya me cuentan sus
conclusiones.
Pero FALTA LO MÁS SIMPÁTICO Y JURÍDICAMENTE
MÁS APASIONANTE. Así que allá vamos.
¿Me permiten que les copie los
apartados 1 y 2 del art. 57 de la Constitución Española? Rezan así:
"1. La Corona de España es hereditaria en los sucesores de S. M. Don
Juan Carlos I de Borbón, legítimo heredero de la dinastía histórica. La
sucesión en el trono seguirá el orden regular de primogenitura y
representación, siendo preferida siempre la línea anterior a las posteriores;
en la misma línea, el grado más próximo al más remoto; en el mismo grado, el
varón a la mujer, y en el mismo sexo, la persona de más edad a la de menos.
2. El Príncipe heredero,
desde su nacimiento o desde que se produzca el hecho que origine el
llamamiento, tendrá la dignidad de Príncipe de Asturias y los demás títulos vinculados
tradicionalmente al sucesor de la Corona de España".
Ya ven, la Corona es hereditaria,
como corresponde, y el heredero es el varón primogénito. Recordaremos todos
también que, Constitución en mano, ya no cabe discriminar, a efectos de
derechos, entre hijos legítimos e ilegítimos, se acabó esa distinción. Bien,
pues ahí está la madre del cordero: hay un varón de más edad que Felipe VI, el
Rey actual, que se dice hijo de su mismo padre, aquel del que, como
primogénito, Felipe de Borbón ha heredado la Corona. Ese que reclama la
filiación lleva años peleando en los tribunales y hasta ahora le había dicho,
con forzadísima interpretación, que no cabía un proceso civil de
establecimiento de la paternidad porque el demandado, que era el rey, es
inviolable e irresponsable, según la Constitución. Ja, pero ahora ya no es rey.
Esos procesos de establecimiento
de paternidad son en estos tiempos de una sencillez apabullante, en el fondo,
pues el problema probatorio se ha diluido: prueba de ADN y a volar. Pues bien,
supongamos que procesalmente la reclamación del que se dice hijo mayor (por el
momento) de Juan Carlos de Borbón procesalmente es viable, que lo es, y llega
al juez o tribunal competente y ahí se determina, prueba irrefutable en mano,
que sí, que Felipe de Borbón, ahora Felipe VI, tiene un hermano mayor. Uno más
para heredar lo de las cartillas de ahorros, pero eso es lo de menos. Lo
interesante es preguntarse esto otro: ¿Tendría que ser o haber sido ese hijo
mayor el heredero de la Corona? Y si contestamos que no, ¿en qué queda la ya
maltrecha legitimidad política y constitucional de la monarquía actual?
Llegan al paroxismo tensiones que
estaban más o menos latentes. Una es la que afecta a la monarquía misma. La
monarquía solamente puede funcionar como Jefatura del Estado, en la nación que
sea, bajo una de estas dos condiciones: o por legitimidad de origen o ganándose
la legitimidad por el ejercicio. La legitimidad de origen supone que la gente
crea que la cadena dinástica en cuestión la puso Dios y que se trata de sujetos
con cualidades excepcionales, únicas, tremendas. Eso hoy en día ya no cuela y
se opone hasta a los presupuestos constitucionales de monarquía parlamentaria.
Además, la condición social tácita era también la de que si son tan así ni
pueden casarse con plebeyos ni pueden tutearse con los del barrio ni pueden
bajarse ni un ratito de la peana delante de sus súbditos.
La otra vía es la de que se les
acepte en su función no por ser quienes son, sino porque, ya que cayeron ahí por
un azar histórico y por tradiciones bobas, pues que lo hagan muy bien y sean la
mar de honestos, capaces y eficaces. Ese parecía ser el caso de Juan Carlos I
hasta..., hasta que los medios de comunicación empezaron a soltar lo que había,
entre otras cosas porque ya no se podía ocultar que su yerno robaba y su hija o
tenía también la mano larga o era una marujona boba. Y resultó que fueron
saliendo cosas y más cosas y más y que ahora la imagen del Rey recién abdicado es
mala tirando a pésima y que la única virtud que se le aplica aún es la de
campechano, pero vaya usted a saber para qué la usará o la habrá usado.
Tenemos una deslegitimación de la
Corona por ejercicio, tenemos una bomba constitucional en forma de juicio de
paternidad, tenemos una paradoja jurídica irresoluble, por tanto, tenemos un
problema político y de legitimidad de primer orden y por todas esas razones, y,
de propina, todo ello sucede en tiempos de crisis radical de las instituciones
públicas y de todos y cada uno de los poderes del Estado, manchados hasta el espinazo
por la corrupción, el nepotismo, los sucios manejos y las parcialidades más
descaradas. Ya saben, ayer mismo contaban los medios que de los setecientos
empleados del Tribunal de Cuentas (¡¿setecientos?!), cien son parientes de los
de dentro. Y, así, diez casos nuevos cada día.
Añádase al cóctel un detallito no
baladí: los políticos con mando son unos mindundis de primera y no tienen más
hábito que el de escurrir el bulto o el de disfrazarse de avestruz. Con lo que
con cada nueva propuesta o chapuza empeoran la situación y echan leña al fuego.
¿Que quieren mantener y defender la Monarquía y dar respaldo al nuevo Rey? De
acuerdo, pueden tener buenas razones. Pero están consiguiendo y van a conseguir
lo contrario.
En el caso de la Infanta
Cristina, a la que al fin ha imputado el juez, se equivocan absolutamente los
que instruyen al fiscal Horrach y lo animan a convertirse en defensor, escudero
y enamorado. Porque como él y los de detrás de él se salgan con la suya y la
Audiencia de Mallorca les acepte el
recurso contra la imputación, va a suceder algo infinitamente peor que ver a la
señora de Urdangarín sentada en el banquillo de los acusados. Se va a armar la
marimorena y ese mismo día se habrán multiplicado por cuatro los republicanos
en este país. Porque es tan zafia la maniobra, tan burda la maturranga, tan
impresentable la actitud del fiscal, y más cuando él se pierde, hasta en el
recurso, en ataques personales al juez, que, si ganan, resultará peor el remedio
que la enfermedad. Una infanta penalmente condenada desgasta la Corona y las
instituciones en general mucho menos que una infanta absuelta por la espalda y
con la nariz tapada y los dedos cruzados.
Y algo similar sucede con lo del
aforamiento de Juan Carlos de Borbón. El Estado no tiene que asumir como
propias las fechorías del que fue Jefe de Estado. Porque si por haber sido rey
las asume y las asumimos, nos topamos con otra razón para preferir una
República. Pues no me imagino por qué habría de ser un problema que al anterior
Presidente de la Nación le salieran siete hijos no reconocidos o que decidiera,
después de dejar su cargo, atracar un par de bancos. Se permitiría cumplir el
papel a las instituciones del Estado, empezando por la Justicia, y santas
pascuas.
Mucho se ha dicho sobre los
méritos del anterior Rey y su papel a la hora de instaurar un régimen
constitucional y democrático. No discuto eso ahora, ni entro ni salgo. Parece
que en su caso fue virtud moral el preferir la democracia a la dictadura y la
libertad de los ciudadanos antes que la opresión de los súbditos. Pero de
acuerdo. Mas sean mayores los méritos de antaño o sean menos, lo cierto es que
el mismo personaje se está ahora llevando por delante el crédito del Estado y
de muchas de sus instituciones principales. Con sus hazañas de antes que se van
sabiendo y las de hace poco que se han conocido, ha dejado la Corona para el
arrastre. Para evitar que se le juzgue como a un ciudadano más, puesto que
ahora se le supone una capacidad para el delito superior a la común, se está
degradando el legislativo al aprobar a la trágala la norma que permita su
aforamiento súbito. Y para que salga bien librado el día que tenga que sentarse
en un banquillo ante los jueces, no sólo se trata de domesticar bien a los
magistrados de los altos tribunales, sino que de esa corruptela se hace virtud
y tal parece que tengamos que agradecer, en pro de la salud del Estado, que los
jueces más altos estén bien atados y adecuadamente dispuestos a hacer la vista
gorda cuando toque. Siempre por nuestro bien,
Todo se está yendo al carajo,
pero pocos andan con mala conciencia. Es lo que tienen la impunidad como hábito
y la irresponsabilidad como procedimiento.