(Publicado el pasado domingo en El Día de León)
No
sé si será muy elegante que empiece con la confesión de que cada día leo menos
los periódicos; o, mejor dicho, que cada día leo menos de los periódicos. Pero
es por razones que se me disculparán en esta casa, pues se acabará entendiendo
por qué me gusta mucho más este que otros.
Los
periódicos han sido casi un vicio durante toda mi vida, desde niño. Mi padre
era un campesino que apenas podía escribir más que su firma y que leía
silabeando, pero era feliz cuando un periódico caía en sus manos y podía repasarlo
de la primera página hasta la última. Mi madre bajaba los sábados a la ciudad,
a Gijón, a vender ajos o cebollas o patatas, o flores, para hacer la compra de
la semana con lo que sacaba. Mi padre la esperaba ansioso porque ella volvía
con El Comercio en el tren de mediodía. Los sábados mi padre leía mientras
comía y apenas se enteraba de lo que tenía en el plato.
A
los diez años me mandaron a la ciudad para estudiar el bachillerato y vivía con
mi tía y su marido. Él tenía un modesto trabajo en la imprenta del periódico
Voluntad. En esos años, hasta los dieciséis, era yo el que cada jornada,
después del colegio, repasaba el diario que a mi tío le regalaban.
Y
así fue siempre, pero ya he confesado que los periódicos del montón los miro
ahora muy por encima y medio distraído, con la cabeza en otro lado o como quien
oye llover. ¿Por qué? Porque no me interesa apenas lo que cuentan en la mayor
parte de sus páginas. Me encanta o me entretiene mucho si entrevistan a algún
personaje peculiar, si se cuenta alguna historia llamativa, si hay un reportaje
sobre lugares o sobre formas de vida, si se da cuenta de avances científicos o
de sucesos notables. También me siguen atrayendo las páginas sobre libros o
sobre cine o las noticas de artistas que no sean muy gafapastas y que no tengan
pinta de hípster o de impostores con ínfulas. Me importan unas cuantas cosas de
la información internacional y echo a veces un rápido vistazo a los deportes. Y
hasta ahí.
Entonces,
¿qué es lo que no leo y por qué digo que los periódicos actuales me parecen aburridos
y no les encuentro interés apenas? Porque hablan y hablan de lo que hacen y
dicen los políticos españoles. Cada día me trae más al fresco saber lo que hizo
ayer el sinsustancia de Rajoy, si el elemental Pedro Sánchez estaba en Segovia
o de vacaciones en California otra vez o si algún jovenzuelo de Podemos intenta dar gusto a los proclives
al sadomaso. Hace falta estar muy ocioso o desesperado para leer sobre esa
gente.
Sospecho,
además, que no soy el único que así piensa y reacciona y tengo para mí que a lo
mejor radica ahí una causa muy principal de la llamada crisis de la prensa.
Puede que seamos bastantes los que con cierta fruición leemos una buena
entrevista con una señora que se fue a poner un restaurante a las Bahamas o con
uno de aquí que se marchó a cuidar ovejas en Australia, y no digamos un
reportaje serio sobre algún tema científico presentado en el debido tono
divulgativo. Y hasta de los políticos nos gusta tener noticia, pero después de
que se jubilen, y por eso a mí me encantaba aquella sección que en este
periódico había sobre “Qué fue de Fulano”.
¿No
captan los periodistas de que la gente está hasta el moño de esos políticos
que, para colmo de nuestras desdichas, son unos patanes y unos petulantes, unos
pelmazos y bastante cantamañanas? Y eso sin contar la grima que da el que les
guste tanto meter la mano en la caja o colocar a la parentela en los cargos. Si
se tratara de periodismo de investigación política, pase, pero resulta chocante
que un medio mande a sus reporteros a una rueda de prensa donde Rajoy, Sánchez,
Díaz, Iglesias o algún paniaguado de cualquier de ellos va a repetir por
enésima vez lo mismo de siempre y, encima, con patadas a la sintaxis y
gestualidad bovina.
Hace
años, un europarlamentario amigo nos invitó a visitar Bruselas y el Parlamento
Europeo a mí y a un puñado de personas más, entre ellas cinco o seis
periodistas jóvenes. Todos nos fijamos en muchas cosas y las comentábamos,
menos los periodistas aquellos, indiferentes a tantísimas informaciones
interesantes y a tanta gente entrevistable que nos íbamos topando. Supongo que
ellos pensaban de buena fe que si no asomaban por allí Zapatero o Rajoy, nada relevante
sucedía y de nada merecía la pena escribir. Creo que estaban gravemente
equivocados. Y bien que lo siento por ellos y por cómo les fue; o les va.