¡Por fin el honor de las vacas se ha restablecido! Quien me lea -si es que hay alguien con esa disposición de ánimo- recordará que denunciaba hace poco en una de estas “soserías” la campaña que había iniciado el ex-beatle Paul Mc Cartney contra el consumo de carne de vaca porque -según acusaba el cantante travestido de científico- estos animales, al ventosear con estrépito, hedor y contumacia, ponían en riesgo los ecosistemas, el clima y, sobre todo, la venta de discos. Recuerdo incluso que en el Parlamento europeo le reservaron una sala noble para airear allí sus ideas de hombre de ciencia a la violeta.
Las personas con sentimientos delicados hacia estos rumiantes salimos en su defensa recordando su carácter apacible y lo bien que protegen las montañas de los ecologistas de coronel tapioca y 4 x 4. Incluso nos vimos en la obligación de mentar la condición ventoseadora de tantos otros animales -los músicos, un suponer- sin que a nadie se le pase por la cabeza prohibirles su normal expansión por el Planeta.
Ahora las cosas vuelven a su lugar tradicional pues la ONU acaba de admitir otro fallo en sus previsiones sobre el cambio climático: “no es correcto afirmar que comer un kilo de carne de vacuno equivale a viajar 250 kilómetros” como ha sostenido un tal Pachuri que va de un lado a otro dando conferencias y, a lo que se ve, contando camelos a los que él mismo presta oídos. Parece mentira tener que recordarle a este señor algo tan elemental como lo siguiente: todos nos hemos visto obligados a lo largo de nuestra asendereada vida a dar conferencias pero a nadie con buen sentido se le ha ocurrido nunca creerse lo que nos vemos forzados a sostener en ellas, dictadas como están por la necesidad de hacer frente a gastos e hipotecas. La conferencia es el grito de hambre más educado que puede proferir el ser humano y el hombre de letras es ante todo un hombre de letras de cambio.
Ahora bien, un desliz científico de esta naturaleza no puede zanjarse con unas disculpas y un descomprometido “pelillos a la mar”. Este señor y el beatle famoso han de pedir hora y sala de nuevo al Parlamento europeo para explicar allí, con la misma alharaca de la ocasión anterior, que estaban equivocados y que la vaca se tirará pedos pero exactamente igual que los empleados de la ONU y los artistas jubilados. Y no por ello pedimos su exterminación, todo lo más nos limitamos a apartarnos discretamente, cuando la aromática expulsión se produce, del círculo contaminado por sus efluvios.
Yo pondría a estos precipitados apóstoles de sus cuentos a comer hierba y más hierba para que comprobaran si ellos no sucumbían igualmente a estas necesidades fisiológicas. Con una anotación favorable a las vacas: y es que ellas se descomponen bajo el cielo sagrado o alumbradas por el titilar de las estrellas, es decir, allá donde los vientos esparcen miasmas en un rito de pureza siempre renovado y eficaz, mientras que ellos lo hacen en recintos cerrados con toda la perturbación aromática que ello lleva a las almas y a los cuerpos.
Tampoco estaría de más ponerles las orejas de burro -de burro cursi- y hacerles escribir cien veces en la pizarra que los filetes de las vacas son tesoros, que están un punto por encima de las diademas de las casas reales y que, con pimientos verdes y patatas bien fritas, se convierten en gemas magníficas labradas por siglos de mimos.
¡Ah, vaca! Vuestra cortesía os impide hablar, tan solo meneáis la cabeza con gesto contrito de desaprobación, pero contad conmigo para organizar vuestro desagravio y la retribución que os deben estos parlanchines tan bien remunerados. Y tan contaminantes.
Las personas con sentimientos delicados hacia estos rumiantes salimos en su defensa recordando su carácter apacible y lo bien que protegen las montañas de los ecologistas de coronel tapioca y 4 x 4. Incluso nos vimos en la obligación de mentar la condición ventoseadora de tantos otros animales -los músicos, un suponer- sin que a nadie se le pase por la cabeza prohibirles su normal expansión por el Planeta.
Ahora las cosas vuelven a su lugar tradicional pues la ONU acaba de admitir otro fallo en sus previsiones sobre el cambio climático: “no es correcto afirmar que comer un kilo de carne de vacuno equivale a viajar 250 kilómetros” como ha sostenido un tal Pachuri que va de un lado a otro dando conferencias y, a lo que se ve, contando camelos a los que él mismo presta oídos. Parece mentira tener que recordarle a este señor algo tan elemental como lo siguiente: todos nos hemos visto obligados a lo largo de nuestra asendereada vida a dar conferencias pero a nadie con buen sentido se le ha ocurrido nunca creerse lo que nos vemos forzados a sostener en ellas, dictadas como están por la necesidad de hacer frente a gastos e hipotecas. La conferencia es el grito de hambre más educado que puede proferir el ser humano y el hombre de letras es ante todo un hombre de letras de cambio.
Ahora bien, un desliz científico de esta naturaleza no puede zanjarse con unas disculpas y un descomprometido “pelillos a la mar”. Este señor y el beatle famoso han de pedir hora y sala de nuevo al Parlamento europeo para explicar allí, con la misma alharaca de la ocasión anterior, que estaban equivocados y que la vaca se tirará pedos pero exactamente igual que los empleados de la ONU y los artistas jubilados. Y no por ello pedimos su exterminación, todo lo más nos limitamos a apartarnos discretamente, cuando la aromática expulsión se produce, del círculo contaminado por sus efluvios.
Yo pondría a estos precipitados apóstoles de sus cuentos a comer hierba y más hierba para que comprobaran si ellos no sucumbían igualmente a estas necesidades fisiológicas. Con una anotación favorable a las vacas: y es que ellas se descomponen bajo el cielo sagrado o alumbradas por el titilar de las estrellas, es decir, allá donde los vientos esparcen miasmas en un rito de pureza siempre renovado y eficaz, mientras que ellos lo hacen en recintos cerrados con toda la perturbación aromática que ello lleva a las almas y a los cuerpos.
Tampoco estaría de más ponerles las orejas de burro -de burro cursi- y hacerles escribir cien veces en la pizarra que los filetes de las vacas son tesoros, que están un punto por encima de las diademas de las casas reales y que, con pimientos verdes y patatas bien fritas, se convierten en gemas magníficas labradas por siglos de mimos.
¡Ah, vaca! Vuestra cortesía os impide hablar, tan solo meneáis la cabeza con gesto contrito de desaprobación, pero contad conmigo para organizar vuestro desagravio y la retribución que os deben estos parlanchines tan bien remunerados. Y tan contaminantes.
1 comentario:
La mayor parte de la cabaña ganadera industrial se alimenta con piensos.
Convertir grano en carne es un proceso extremadamente ineficiente.
Los cerdos y las aves de corral son comparativamente mejores que los rumiantes - aunque siguen siendo ineficientes-.
Aparte de ello, está la cuestión del consumo de agua y de terreno. Y de emisión de metano.
Las estimas varían -está claro que hay tal variedad de condiciones posibles, que ningún número único puede ser afirmado como verdad absoluta-.
El ratio que he visto citar más consistentemente por fuentes que considero fiables es 1:10. Es decir, que con los mismos recursos necesarios para producir x kCal de alimentos humanos de origen animal, produce 10x kCal de alimentos humanos de origen vegetal.
Somos casi 7.000.000.000 de individuos sobre el planeta, y seguimos creciendo.
El 'lobby' de la industria de la carne ha impuesto la idea de que una comida sin un filete no es comida.
Los estudios históricos de la dieta indican que el consumo de proteínas de origen animal se ha disparado desde la postguerra en adelante. La dieta humana es omnívora, no predominantemente carnívora.
Las intoxicaciones alimentarias graves derivadas de productos de origen animal son mucho más frecuentes que las de origen vegetal.
Las enfermedades cardiovasculares se han disparado en Occidente.
Resumiendo: que conste que me han entretenido los ingeniosos gracejos encadenados en excelente castellano. Si en el próximo artículo añade además algo de información, me tendrá en el séptimo cielo.
Salud,
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