31 agosto, 2007

Pitos pecaminosos

Un hombre de treinta años, de Salamanca, se ha cortado el pene y lo ha tirado por el retrete. La razón es, al parecer, que no quería pecar más. Que no quería pecar más con el pene, se supone. Imagino que ladrón no era, pues en ese caso se habría cortado la mano. Ya sé que el asunto es trágico y lamentable, y no es que quiera tomarme a chufla los sufrimientos de ese ser tan escrupuloso con los requerimientos de su entrepierna, pero no puedo evitar el cabreo que me causa la obsesión religiosa con las cosas del sexo. Tal vez debería amputarme una parte del cerebro para tomármelo con calma.
Quizá el atribulado salmantino se ha quedado tranquilo y convencido de que ha dado con un atajo para alcanzar el cielo. Ya va a ser puro y no hay más tu tía ni tía ninguna que lo incite a lo que él consideraba una degradación de su cuerpo y de su alma. Muy bonito. Se habrá quedado a gusto, pero me parece que alguien debería pagar por inducir a los más vulnerables a tales desmanes contra sí mismos. Lo ideal sería que, por cada uno que se castre por terror al pecado carnal, les cortasen el pito a un cardenal y a un par de obispos, elegidos por sorteo. Se acababa el cuento en un periquete. Total, imagino que a los obispos la pilila sólo les produce quebraderos de cabeza también. Muerto el pene, se acabó la rabia. Digo más, ¿por qué los obispos no refuerzan su fe con la automutilación? Camino seguro de santidad, sangriento, pero efectivo.
Los propios términos de la noticia ya se las traen. Se cercena el pene para no pecar más. Tal parece que no hay otro pecado que se solucione con instrumento cortante o que, simplemente, el pecado sexual es el pecado por antonomasia, y los demás, menudencias veniales. Ardo en deseos de leer en un periódico que un obispo gordinflón se operó del estómago para reducir la gula o que un constructor de misa diaria tiró por la alcantarilla la libreta de ahorros para curarse la avaricia. Pero no pasará, no hay cuidado. El mejor mártir siempre es el más cuitado, el tonto del pueblo. Y que me disculpe esa alma cándida que se ha despenado.
Qué tortura. Me pongo así porque me vienen recuerdos de aquella adolescencia en colegio religioso. Recuerdo, por ejemplo, aquel cura cabrón que nos lavaba el cerebro a base de asegurar que, si nos masturbábamos, la médula espinal se quedaría reseca y el resto del cuerpo paralítico. Además, nos insistía en que cada vez que recaíamos en ese vicio nefando la Virgen lloraba a lágrima viva al vernos enfilar a mano el camino del infierno. En una ocasión estábamos de ejercicios espirituales con semejante ser infecto y enfermo. Después de explicarnos que sólo había tres mujeres propiamente puras, María, nuestra madre y la que un día sería nuestra esposa, si elegíamos bien y no la magreábamos nada antes de pasar por vicaría, iba por las habitaciones a confesarnos. En mi habitación ser hartó de acariciarme el lomo y de echarme su fétido aliento, mientras me insistía en que le contase si yo me tocaba, cómo y pensando en qué. Ojalá se haya muerto retorciéndose de asco y se le estén derritiendo los genitales en las llamas del Averno.
Me acuerdo también de que en una ocasión, allá por los quince años, resistí un mes entero sin tocarme eso que, al parecer, Dios me había dado nada más que para que el día de mañana me reprodujera ampliamente con alguna santa frígida. Un día tomé el autobús, me apoyé en la barra de la ventanilla y me puse a pensar en las musarañas. A mi lado se puso una señora que, inadvertida o perversa, colocó su seno izquierdo exactamente encima de mi codo derecho. Hasta ahí llegamos, y aquella noche recuperé la cordura, no sin angustias e internamente convencido de que la había enviado el mismísimo diablo para comprobar si era genuina mi santidad. Bendita mujer. El diablo estaba en otra parte, vestía sotana y comía como un cerdo.
Otro día nos contaron lo que nos jugábamos cuando jugábamos con nosotros mismos: la vida eterna, nada menos. Según el padre Bernardo, que en teoría explicaba religión, una vez estaba en el infierno, echo polvo, un sujeto que se había echo pajas a tontas y a locas. Andaba sumido en la desesperación y en los más inimaginables padecimientos. Un pajarito se le acercó –de lo que se deduce que hay pájaros que también paran en los dominios de Belcebú- y le dijo que sus penas se acabarían y se libraría de la condena con el siguiente trámite: ese pájaro bebería una gota de agua de los mares cada mil años y cuando los mares se secasen, de resultas de ese gasto de sus aguas, saldría del infierno ese hombre, al que la noticia llenó de alegría y esperanza. Manda güevos, precisamente.
Siempre me apresuro a aclarar que le tengo todo el respeto del mundo a la religiosidad, entendida como sentimiento poético, como misterio o como místico sentido de trascendencia. O como amor al prójimo, mira por donde. Pero eso es una cosa y otra, bien distinta, los códigos que los eclesiásticos más obsesos y desvergonzados aplican a los fieles incautos, para sorberles el seso y tenerlos en un puño. Adoradores de un dios caprichoso y perverso que nos pone órganos y pulsiones para putearnos y llenarse de vanidad y soberbia cuando no los usamos, de puro miedo que le tenemos a él. Infinitamente bueno y sabio, sí, pero con una mala baba de no te menees. Una contradicción en los términos, un sinsentido a costa de los sentidos, un amoroso represor con galones y salas de tortura. O conmigo o contra mí, y al que se salga de madre lo quemo. Venga ya.
Puestos a probarnos, podrían decidir los curas del diablo que es pecado rascarse los juanetes o hacer bolas con los moquillos. O la especulación urbanística, o la usura. Pero no, con eso no se controla un carajo al personal. Hay que dar por donde más duele, es mejor llevarnos al redil con una cuerda atada a las partes.
Si al pobre obseso de Salamanca le hubiera rebanado el pene un médico por error o impericia, la indemnización iba a ser de órdago y los tribunales condenarían por daño físico y moral. Pues yo propongo que, cuando recupere la cordura y caiga en la cuenta de que le han tomado el pelo y el pene con historias para niños tontos, demande a su confesor y a la empresa entera. Y si me apuran, al mismísimo Estado como responsable civil subsidiario, por permitir que tanto sádico ande suelto comiéndole el tarro a los inocentes. Porque semejante engaño, semejante timo, semejante abuso, semejante crueldad, no debería quedar impune. Y, si los jueces no atienden a razones, que se tome la justicia por su mano la propia víctima y cape al párroco o a todos los que le habían dejado sin cerebro antes de quedarse sin miembro. Si Dios existe, aplaudirá la revancha, eso seguro. Trabajo que le ahorran en el Juicio Final.
Vuelvo a las precisiones y los matices, antes de que algún lector apenado solicite que se reabran para un servidor las mazmorras de la Santa Inquisición. Mi propia mujer es católica y tengo buenos amigos que creen y practican el cristianismo. Hace un año me casé en la iglesia por respeto a la fe de mi pareja, si bien acogiéndome al artículo del Código Canónico que permite los matrimonios mixtos, y eso también por consideración a su fe y para no hacer el paripé que la mayor parte de los curas y de su grey prefieren para que todo parezca ideal y chiripitifláutico. Por las mismas, permitiré que nuestra pequeña Elsa sea bautizada. Ahora bien, al primero que le venga con la milonga de que su cuerpo es de mírame y no me toques y que reprimiéndolo se gana la salvación, me lo como con patatas; o lo capo por el procedimiento que en el pueblo aprendí para los cerdos, para ayudarlo a ser coherente con su morbosa fe de pacotilla; palabra. Algo hay que hacer contra el terrorismo, contra ese terrorismo, y parece que el Derecho ahí nos ayuda poco. Pues ya está.
Uy, qué poco académico me ha quedado este post. Me siento tan inseguro e incorrecto como cuando me meto con ciertas feministas castradoras. Los extremeños se tocan.

30 agosto, 2007

Quejicas profesionales

Ya le vale a la Rosa Regàs (así, con la tilde al bies). Si fuera un hombre diríamos que mejor habría estado en su casa viendo fútbol, hinchándose a cervezas y soltando regüeldos a diestro y siniestro. Pero como es una tía, cualquiera dice nada, oiga. Y no sólo porque hoy llamas zafia a una mujer zafia o fea a una mujer fea o zángana a una mujer zángana y te la cargas y te ponen de vuelta y media por tratar así el género. Así está el género, efectivamente. Pero es que, además, la Regàs se lo monta de profesional del género-vacuna (he dicho vacuna, no vacuno, ojo): puesto que soy mujer, chitón, que como me critiquen grito y me alboroto, pero no para que me llamen histérica desmelenada o vieja chocha, sino para que se libren muy mucho de mentarme una sola cosa que haga mal, ya que es un machista y un güevazos el que hace un reproche a una señora, aunque sea un cargo público y aguantar chaparrones le vaya en el sueldo.
Fíjense, he usado a posta las expresiones “histérica desmelenada” y “vieja chocha” y a más de uno/a se le habrá atragantado el tercer café de la oficina. Son expresiones sexistas, seguro, amén de que la segunda ofende también a la tercera edad. Pues, sépase, no hay mujeres histéricas ni señoras mayores que chocheen. Hombres sí, pero féminas no.
Un día voy a acercarme a un partido de fútbol femenino a ver cómo se grita desde la grada. Porque tu vas a ver al Sporting de Gijón y a la mínima gritas al jugador del equipo rival aquello de inútil, mastuerzo, cabrón y tal. Si juegan señoras, ni se te ocurra abrir la boca, salvo para comentar oh, qué pase tan preciso o qué regate tan sutil, ya que, como te caiga una Regás cerca y digas algo feo de la defensa central, te va a cascar que eres un machista y un cobardica que sólo se mete con las damas que van en pantalón corto.
Viene todo esto a cuento de que la señora Regàs ha declarado que eso de que el ministro de Cultura la cese y la ponga a caldo se lo hace a ella por ser mujer, que, si llega a ser señor Regàs en lugar de señora Regàs, el otro ni pía. Vamos, que no la critican porque haya desempeñado mal su cargo, cosa imposible por ser vos quien sois, sino porque son todos unos falócratas, empezando por el Molina. De lo cual se desprende que si una señora se luce en su puesto, puedes cantarle alabanzas, pero si la embarra, como diría un sudamericano, a callar la boca para no ser un vil machista y un abusón de las nenas. ¿Será ésta la manera correcta de practicar el feminismo y de luchar contra la opresión de las mujeres? Tengo para mí que no.
Y digo yo, si Rajoy fuera Mariana en lugar de Mariano, ¿se animaría la Rosa de los vientos a afearle su política o a echarle en cara sus decisiones más torpes? Porque si no podemos meternos con las chicas, no podemos, y listo. Y luego va la buena mujer –la Regàs, quiero decir- y deja caer que le parece a ella que el ladronzuelo de los valiosos mapas de la Biblioteca Nacional es un investigador argentino. Toma castaña. ¿Y si ahora el aludido nos sale con que eso se lo dice a él porque lo tratan como sudaca y que si fuera de Reus no se insinuaría tal cosa? Pues debería salir con ésas si fuera hábil, decir que ya está bien de colgarles a los latinoamericanos la imagen de ladrones y pillos y tal y cual. Y así todo el mundo. ¿Que a usted le vienen con que no cumple bien con su trabajo? Muy fácil, diga que el reproche se endilgan por ser castellano, o murciano, o cántabro o gallego, pero que si fuera de otro lado no osarían. A mí me critican porque soy bajito, que si no…. Pues a mí porque tengo granos. Ah, pues a mí porque soy moreno. Y todos echando balones fuera al grito de viva lo políticamente correcto y para mí lo gordo y que los demás se queden con lo estrecho. La ley del embudo aplicada a todo género y a todo trapo.
Que sigue habiendo desigualdad entre los sexos, discriminación de las mujeres, machismo y de todo, es verdad difícil de discutir. Que puedan estar justificadas las cuotas y demás medidas de discriminación positiva también podemos admitirlo. Pero, oiga, si no las nombran, porque no las nombran; si las nombran y lo hacen mal, que no se las critique; si se las critica, que vuelve el machismo por sus fueros. Carajo, y si una señora no da una en su cargo, a juicio del Ministro que pone y quita, ¿qué diablos se debe hacer? ¿Ponerle una vela a la Virgen de Monserrat?
Esto pasa por no cuidar los nombramientos. Bien está que haya hombres y mujeres en el Gobierno, pero cuidadín con los y las gilipollas. Porque la idiotez no tiene ni seso ni sexo.

29 agosto, 2007

La monda universitaria (privada, eso sí)

Veo en los periódicos de hoy un anuncio que me pone loca la bilirrubina. Resulta que una universidad privada privadísima, de las de a tanto el título y me lo pone envuelto en papel de colorines y con unas gominolas y unos globos, se anuncia con un titular que reza así: "El 98,5 de nuestros titulados tiene trabajo en 6 meses". ¿Habrán puesto un puticlub? Al lado, en letra pequeñita, figura esta nota: "Estudio por Demométrica". La tal Demométrica, Metri para los amigos, debe de ser la gobernanta.
Esto de poner datos a voleo (¿o será "boleo", de bola?) en los anuncios tiene mucha miga. En tres semanas adios a los michelines. En un mes se le alarga dos centímetros, garantizado. Y el personal a soltar la mosca para que el niño mastuerzo o la niña lerda lleven a casa el título que los papis cuelgan en la salita de estar para envidia cochina de los parientes del pueblo. Y luego a trabajar por todo lo alto de administrador de empresas futbolísticas o de diseñador de puentes sobre el río Kwai. Un chollo, oiga.
¿Cómo diablos puede uno comprobar la certeza de semejantes estadísticas? ¿Por qué trabajan más -si es verdad que trabajan- los que se licencian sabiendo menos? Misterios insondables.
Me pongo aún más contento cuando veo que esta universidad pecadora es aquella que me llevó al tribunal de la primera tesis en Derecho que en ella se defendió. Nunca me pagaron el viaje. Podría haber sido un anuncio: "el ciento por ciento de los tontainas que vienen a nuestros tribunales se lo ponen de su bolsillo".
Así vamos. De trasero.

¿Virtuosos a la fuerza?

Esto ha escrito Rogelio, un amigo del blog, a propósito del debate que el último post ha provocado sobre el tema de la castración química de ciertos delincuentes sexuales:
"¿Qué sucederá el día en que los investigadores, que lo harán, den con un gen, retrogén o protogén inhibidor de la maldad, que nos despoje del germen del mal? ¿ Será lícito el suministro obligatorio de dicha sustancia desde la guardería, al igual que ahora lo son los programas de vacunación infantil por motivos de salud pública ? Si la salud según la OMS es: "El estado de completo bienestar físico, psicológico y social", ¿no podrían incorporarse estas cuestiones al ámbito de la salud pública?".
Me ha recordado una cosilla que escribí hace unos cuantos años después de leer una novela de H. Stangerup titulada El hombre que quería ser culpable. En la novela se recrea una sociedad en la que las terapias y medios de control social casi han desterrado el delito y todo comportamiento antisocial. Todos son buenos y probos sin alternativa posible, pero el protagonista de la novela mata a su esposa porque no soporta esa virtud impuesta y quiere sentir la culpa y la condena para seguir considerándose humano.
El que tenga ganas y paciencia, puede ver aquel texto si pincha aquí.

27 agosto, 2007

¿Dónde está Wally capador?

Anteayer, sábado 25, me pongo a leer con calma los periódicos en papel, aprovechando que estamos en Gijón de asueto, que me he levantado el primero, he ido al quiosco, me he tomado un cortado mañanero en al cafetería de toda la vida y no pienso ni dedicar un minuto del día a pensar en cosas de Derecho ni a escribir un post sobre cualquier cosa.
Pero el diablo acecha en cada rincón de la ciudad y en cada página de los diarios. Resulta que veo en el ABC un artículo de uno de sus afamados colaboradores, buen escritor y combativo militante de las derechas católicas; un conservador en toda línea, vaya, y en su derecho está. Y dice este día cosas como éstas:
SARKOZY no me mola nada. No me gusta cómo gallea, cómo saca pecho mientras profiere fantochadas. Sarkozy tiene el ademán resolutivo y el verbo propenso a las pomposidades propio de los gobernantes con ínfulas cesáreas; fuegos de artificio que combina con una corrección política nauseabunda cuando se trata de formar gabinete ministerial (y quizá en esta mezcolanza de protofascismo aspaventero y complejito ante la superioridad de la izquierda se resuma su condición poco fiable). Ahora, aprovechando el marasmo estival, los medios de comunicación se han empleado en glosar una ocurrencia del personaje cuya mera mención causa vergüenza: al parecer, ha propuesto «castrar químicamente» a pederastas y violadores reincidentes (…) Castrar químicamente» a los delincuentes sexuales es una indignidad y una abyección que sólo puede ocurrírsele a un mentecato o a un demente; es como volver al Código de Hammurabi, que castigaba a los ladrones con la amputación de las manos. Los sistemas punitivos civilizados se fundan en la convicción de que el delincuente, tras penar su culpa, puede convertirse en un hombre nuevo; también en la consideración de que todo hombre, incluso el más sórdido criminal, es titular de una dignidad inalienable. Castrar a un delincuente significa pisotear esa dignidad inalienable; significa también negar su capacidad para convertirse en un hombre distinto. Aquí podría oponérseme que un pederasta no es un delincuente, sino un tarado incurable. Puede que en algunos casos así sea (aunque no en la mayoría, como luego trataré de explicar): habilítense, pues, centros psiquiátricos donde tales enfermos encuentren tratamiento adecuado; pero parece evidente que el modo de combatir las enfermedades mentales no es la amputación, física o «química».
Pues quien así escribe sobre la ocurrencia de castrar químicamente a ciertos delincuentes sexuales es Juan Manuel de Prada, en su artículo que titula precisamente “Castración”. Luego fundamenta su opinión con sus habituales referencias a la sacralizad de la persona para el cristianismo y otras consideraciones de raíz religiosa. Pero ahí lo tienen, oponiéndose a esa medida que tanto excita a más de una feminista y que no tardará en proponernos don Zapa si piensa que por ahí van los votos.
Porque miren lo que me encuentro a continuación en otro periódico, esta vez La Nueva España, bajo un titular que se las trae: "Cataluña apoya la castración química si hay evidencia de su efectividad". Se trata de las declaraciones de una tal Marina Geli, que no es aspirante a Operación Triunfo ni azafata de concurso televisivo, sino “consellera de Salud” del Gobierno catalán. En el periódico asturiano aparece así, “consellera”, con lo que no soy capaz de discernir si es que lo han puesto en bable al baño María o si lo recogen en catalán aprovechando que estamos en Asturias. Bueno, pues consellera o lo que manden los meapilas de turno. Pero el caso es que esta señora forma parte de un gobierno de progreso, no sé si por la parte del gobierno o la del progreso, pero ahí está, de avanzadilla, levantémonos todos y tal. Esta chorba, desde su atalaya sanitaria, matarile-rile-rile, nos dice que la propuesta de castración química para delincuentes sexuales reincidentes “tiene sentido si existe un aval de evidencia científica que apoye su efectividad”. Que no vamos a tirar el dinero, vaya, no sea que el violador se tome la pastilla y siga igual. Pero que, si funciona, adelante y viva la rehabilitación amputada.
Y más, pues ahora va a resultar que la publicidad se la lleva Sarko, pero los generalistas de la Generalitat generalizante lo vieron primero, pues el pasado mes de julio se creó en aquella nación –Catalunya, digo- una comisión a instancia de “la Consellería de Justicia y el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) –¿por qué huevos, me pregunto yo, interrumpiendo el entrecomillado, pone el periódico aquí esta chorrada de las iniciales?-, en la que participa personal del sistema sanitario de Cataluña”. Perdón, ¿el Tribunal Superior de dónde? De Cataluña, rey. Ah, entonces no digo nada, que ésos son progres y comprometidos con la liberación de los pueblos y la promoción de personas, y, por tanto, si hacen una comisión para ver a quien castran no van a castrar a tontas y a locas, eso seguro. Pero, ay, si ese tribunal y esa comisión llegan a ser de Valencia o Murcia o si la prepara un gobierno de Aznar o Rajoy, arde Troya. Al día siguiente, ocho mil catedráticos de Derecho penal y sus correspondientes becarios firmando enfebrecidos una carta en El País contra la involución penal por obra de la derechota y de su aversión a los pitos. Pero, chico, si lo hacen los amontillados, será que está bien; y si se le ocurre a Sarko, lo copiamos, pero decimos que a nosotros se nos había ocurrido antes.
Cuenta el periódico que dice doña Marina Geli, la “consellera”, que “considera que la castración química podría <<plantearse con intensidad>> en caso de presos sobre los que psicólogos y psiquiatras consideren que es necesario realizar un seguimiento cuando se reinserten en la sociedad”. Maravilloso, absolutamente maravilloso. Esto lo dice Esperanza Aguirre -que es igual de boba, pero del PP- y aquí arde El País. Pero lo dice la Marina esta y chitón, progres callados y con las piernas apretadas, que andan por ahí unas conselleras con la tijera en ristre. Van a practicar la castración química intensa con los delincuentes sexuales que se reinserten en la sociedad. Viva la lógica difusa.
- ¿Usted adónde se cree que va?
- A reinsertarme, he cumplido y pena de cárcel por mis delitos pasados y salgo como nuevo
- Quieto parao. Pase por aquí, que lo vamos a capar.
- ¿Y eso?
- No por lo de la reinserción y tal.
- Ah, bueno, pues procedan, que ardo en ganas de reinsertarme a trozos. ¿Cómo se llama esta clínica?
- Buchenwald. Es un centro de rehabilitación muy moderno y lo dirige una de ERC de Manresa.
- ¡Ay!
- Tranquilo, ya está. No le dolerá más. Vamos a probar si ha quedado bien.
- De acuerdo.
- Mire esta foto de la consellera. ¿Qué siente?
- Amor.
- ¿Y deseo?
- No, deseo no.
- Perfecto, ya está rehabilitado.
- Muchísimas gracias, quedo en deuda con ustedes.
- Pues vótenos, buen hombre, vótenos.

23 agosto, 2007

Caja de citas. Saki

Todo un descubrimiento los Cuentos completos de Saki, seudónimo de Hector Hugo Munro, escritor inglés muerto en la Primera Guerra Mundial. Humor inglés del mejor, ironía envenenada, sátira finísima.
Copio unos pocos fragmentos, correspondientes a su primer libro, Reginald (1904), recogido en la primera parte de esta edición reciente en castellano de sus cuentos completos. Anímense a devorar el tomo entero, merece la pena. Pinchando aquí se puede también ver una selección de sus cuetos, en edición electrónica.
1. “Se dirá lo que se quiera del declive del cristianismo; el sistema religioso que ha producido el Chartreuse verde no puede morir nunca”.
2. “- Después de todo –dijo la duquesa con vaguedad-, hay cosas ineludibles. El bien y el mal, la buena conducta y la rectitud moral tienen unos límites bien definidos”.
- Si es por eso –contestó Reginald- también los tiene el Imperio ruso. El problema es que los límites no están siempre en el mismo sitio.
(…) La duquesa pensaba que Reginald no superaba el nivel ético que las circunstancias requerían.
- La moda imperante –prosiguió de modo combativo- es creer en el cambio perpetuo, la mutabilidad y todas esas cosas; y decir que sólo somos una forma mejorada del mono primigenio; imagino, claro está, que suscribe usted esa doctrina.
- La considero claramente prematura; en la mayoría de las personas que conozco, el proceso dista mucho de haberse completado.
- E imagino también que es bastante descreído.
- Oh, de ninguna manera. Ahora mismo la moda es tener una disposición de ánimo católica con una conciencia agnóstica: así disfruta uno del pintoresquismo medieval de lo primero con las comodidades modernas de lo segundo.
La duquesa reprimió un respingo. Era una de esas personas que contemplan la Iglesia anglicana con un cariño condescendiente, como si fuera algo que hubiera crecido en el huerto de casa.
- Pero supongo que hay otras cosas –prosiguió- que hasta cierto punto son sagradas para usted. El patriotismo, por ejemplo, el imperio, la responsabilidad imperial, la propia sangre y todas esas cosas.
- Reginald esperó un par de minutos antes de contestar, mientras el señor de Rímini monopolizaba temporalmente las posibilidades acústicas del teatro.
- Esto es lo peor de las tragedias –comentó-, que no siempre te puedes oír hablar. Acepto, por supuesto la idea del imperio y la responsabilidad que conlleva. Al fin y al cabo, tanto me da pensar en continentes como en cualquier otro lugar. Y algún día, cuando termine la temporada y tengamos tiempo, me tiene usted que explicar la precisa hermandad de sangre y todas esas cosas que existen entre un canadiense francófono, un afable hindú y un habitante de Yorkshire, por ejemplo.
(…) – Oh, saca usted de quicio a cualquiera. Ha leído tanto a Nietzsche que ha perdido todo sentido de la proporción moral. ¿Se rige usted, si se puede saber, por alguna regla de comportamiento?
- Existen ciertas reglas fijas que uno observa por comodidad. Por ejemplo, no ser nunca irrespetuosamente descortés con un extraño inofensivo y de barba gris que puedas encontrar en bosques de pinos o en salas de fumadores de hoteles de Europa. Al final siempre resulta ser el rey de Suecia”.
3. “Así que sintió un gran alivio cuando la hija del vicario emprendió la reforma de Reginald. Se llamaba Amable; era la única extravagancia del vicario. Se la consideraba una belleza e intelectualmente dotada; nunca jugaba al tenis, y le atribuían haber leído La vida de las abejas de Maeterlinck. Si en un pueblo pequeño no juegas al tenis y además lees a Maeterlinck, eres necesariamente un intelectual. También había estado dos veces en Fécamp para adquirir un buen acento francés de los estadounidenses que allí veraneaban; por lo tanto, tenía un conocimiento del mundo que podría considerarse útil en los tratos con una persona de mundo”.
4. “En la actualidad mi tía se encuentra en un estado de ánimo más bien balcánico a causa del tratamiento que reciben los judíos en Rumanía. Personalmente, considero que los judíos tienen cualidades dignas de estima: son muy amables con sus pobres… y con nuestros ricos. Imagino que en Rumanía el coste de vivir por encima de los propios ingresos no es tan elevado”.
5. “Y el más joven, que estaba destinado al mercado matrimonial estadounidense, ha desarrollado tendencias políticas y escribe panfletos sobre las viviendas para los pobres. Es una cuestión de mucha importancia, por supuesto, y yo misma le dedico una buena cantidad de tiempo por las mañanas; pero, como dice Laura Whimple, no estaría mal tener casa propia antes de agitar a favor de las de los demás”.
6. “Los jóvenes tienen aspiraciones que nunca se cumplen; los mayores, recuerdos de lo que nunca sucedió. Sólo los de mediana edad son realmente conscientes de sus limitacines; y por eso hay que ser muy pacientes con ellos. Pero nunca lo somos”.
7. “Ninguna mujer realmente previsora almuerza de modo regular con su marido si desea aparecérsele como una revelación a la hora de la cena. Debe darle tiempo para olvidar; una tarde no basta".

22 agosto, 2007

Debate interesante y respuesta a un amigo.

Miren por donde, el post de hace unos días a propósito de la calaña de un etarra que echó a correr y dejó a un niño perdido en el monte ha provocado un bonito debate entre unos cuantos amigos de este blog. Como creo que los comentarios de todos son sumamente interesantes y aleccionadores, me permito remitir de nuevo al lector a ellos, recojo aquí, en primera plana, la muy ponderada aportación última de "un amigo" y añado después un nuevo comentario de mi cosecha.
Esto nos dice últimamente "un amigo":
Estimados contertulios,
Me explicaré un poco, aunque no sé, veo indicios de que las pasiones se hayan apoderado de algunos comentarios. Pero por escrúpulo.
1) Sobre el fondo de mi comentario inicial. Reitero que no he equiparado a nadie con nadie; simplemente he señalado algunos datos objetivos que, a mi juicio, indican que el problema de la siniestralidad vial es demostrablemente mucho más grave para la sociedad española que el de la violencia criminal de ETA.
2) Sobre mis intenciones comunicativas, seguramente fallidas. Había por supuesto intenciones en mi observación; la más evidente era la de suscitar la reflexión sobre el hecho de que en este país se ganan o se pierden elecciones hablando de ETA, y que en cambio se considera un ¿éxito suficiente? -con la oposición de muchos- unas medidas que a lo mejor han ahorrado un 10% de muertos en carretera, permaneciendo de cualquier manera cifras absolutas que serían de vértigo en cualquier otro ámbito. No sólo eso, sino que un ex-presidente del gobierno se ha permitido eructar en público su desvergonzado apoyo al consumo de alcohol por parte de los conductores.
3) Sobre mi uso (errado) de términos coloquiales. Usé el término "hijueputas", sobre cuyo empleo "en serio" me he expresado críticamente más de una vez en estas páginas, de manera coloquial, y tomando pie del uso que se hacía en la entrada original en la bitácora. En (10) propongo un método para reparar mi desatino, que espero encuentre el favor de todos.
4) Sobre el significado real al que aludía con tales términos. Cuando coloquialmente hablo de nuestra hijueputez, característica evidentemente no medible, me estoy refiriendo a lo medible que hay debajo. A la alucinante estela de cadáveres, tetra- y parapléjicos, mutilados y lisiados varios que estamos dejando detrás de nosotros, año tras año, el colectivo de conductores españoles. Permítanme ver por consiguiente en las reacciones a la tal "hijueputez" un rechazo y una incomodidad enormes ante la idea de hablar de esta estela. Diré que no me ha sorprendido. Se vive probablemente mejor con la cabeza bajo la arena -hasta que alguien se salte el stop adonde nuestro vehículo está llegando incauto, claro está-.
5) Sobre mi condición personal. Soy yo también conductor español, aunque eso probablemente no calmará a quien se sienta ofendido por lo que prediqué con ligereza del colectivo. Pido perdón desde ya, y vuelvo a remitir a (10) para la solución concreta.
6) Sobre la "T-palabra". Ni la he usado para hablar del problema, ni la pienso usar, y aunque parezca mentira, no fue por un despiste, ni por timidez. Encuentro la última intervención de ATPDT, en el fondo, apropiada, porque viene a recordar lo mismo que ya considero, es decir que la pobre está casi vacía de significado desde hace tiempo.
7) Sobre algunos hechos técnicos. Enfatizar en la discusión las carreteras inadecuadas y las señales mal puestas me parece una aburrida figura de lenguaje, que a mi juicio persigue sólo un fin: desplazar la responsabilidad a otros. Pasar la patata caliente, vamos. La responsabilidad del conductor es llevar su vehículo a la velocidad adecuada a la carretera y a las condiciones de la misma, e interpretar prudentemente las señales, incluyendo en esa prudencia la posibilidad de que las señales estén equivocadas. Persiste una interpretación contractualística (que considero inane, o criminal, según lo que ocurra como consecuencia de ella) de las señales de tráfico, según la cual un signo de "prohibido circular a más de 80" se considera como compromiso vinculante de la Administración de Obras Públicas con la sociedad, garantizando el derecho de circular en ese punto a 80,0 kms/hora, y atribuyendo a la Administración cualquier desgracia que de ello derive. Cuando lo que dice realmente la señal es, "conduce como mucho a 80", expresión donde permanece intacta en cualquier circunstancia la responsabilidad que implica la palabra "conduce" -que es independiente de la velocidad, pues deriva de la acción de ponerse al volante, encender el motor y poner el vehículo en movimiento-.
Arreglar las carreteras y mejorar las señales es una ayuda a la responsabilidad del conductor, no un sustituto de la misma. Los criminalmente irresponsables sobre "buenas" carreteras con señales "correctas" seguirán siendo criminalmente irresponsables.
8) Sobre otros hechos técnicos, demasiado técnicos. La energía cinética de una masa en movimiento es proporcional al cuadrado de su velocidad. Los daños que recibe un cuerpo humano de un impacto son aproximadamente proporcionales, a igualdad de otras circunstancias, del cuadrado de la energía absorbida. De donde se sigue, como regla de andar por casa, que los daños recibidos por peatones y ocupantes de vehículos en accidentes de tráfico son más o menos proporcionales a la cuarta potencia de la velocidad. En un impacto a 80 km/h a hay un potencia de daño 16 veces mayor que en un impacto a 40 km/h. La responsabilidad de ese agravamiento del 1500% (en absoluto, de 15 veces, 16-1) reside íntegra en la persona que, libremente, había decidido aumentar la velocidad. [Nota supracultural: estos datos técnicos siguen siendo ciertos expresados en alemán, o en swahili].Para los peatones se conocen bastante bien las probabilidades de supervivencia en un atropello. Más allá de 30-35 km/h de velocidad, en el momento de impacto, comienzan a ser dolorosamente bajas. Por eso hay limitación de 50 km/h en los cascos urbanos, considerando (arriesgadamente) que en la mayor parte de los atropellos se suele reducir algo la velocidad de impacto, relativamente a la de circulación, gracias a un inicio de frenada.
9) Sobre casualidad y causalidad. La interpretación de los accidentes como hechos "casuales" es manifiestamente acientífica. La influencia de lo casual es ya baja para el accidente aislado -prueba palmaria de ello es que hay, o debería haber, una detallada investigación forense sobre cada accidente de tráfico-. Cuando se contempla el sistema, y se evalúa el impacto conjunto de las decenas y decenas de miles de accidentes graves de un año, con sus miles y miles de muertos, argumentar que ello se deba a la mala pata da las espaldas -obcecadamente- a la realidad. De esos números, y de todos los análisis científicos y judiciales que llevan años haciéndose, y que son archiconocidos, emerge un sistema de causas bien definido. Prepondera entre ellas, con mucho, la responsabilidad de los conductores.
10) Sobre las excusas que debo a todos los ofendidos, y el método de reparación que propongo. Cerrando el círculo de los adjetivos que mal usé. Pido perdón, los retiro, y voy a sustituirlos por los que ustedes exijan. Les pido sólo equidad y ponderación, y la garantía –me basta su palabra, faltaría más– de que habrán hecho el mejor esfuerzo por encontrar un adjetivo que describa adecuadamente los hechos que todos conocemos. Cuando tenemos un sistema que produce 3.000 muertos al año, amén de otros horrores innumerables, y donde sobresale la clara responsabilidad de un colectivo que, nos pese o no, es definible como el de los "conductores españoles" (si queremos ser más precisos, el de los conductores activos en España, mayoritariamente españoles), ¿qué adjetivo piensan ustedes aplicable, estimada Ariadna y estimados contertulios, para describir la responsabilidad ética de nuestro colectivo?
¿Nos autodenominamos "malandrines"? ¿"Pillines"? ¿"Traviesones"? ¿"Descocados"? ¿Nos tiramos de las orejitas, o nos privamos del postre esta noche?
Elija Vd., estimada; me apremiaré en ese momento a retirar públicamente lo de la "hijueputez", cubriéndome la cabeza de cenizas, y presentando mis más sentidas excusas a todos los ofendidos. Y reescribiré mi imprudente primera entrada de esta serie de comentarios con el término correcto de "malandrinez", o el que usted me señale.Cordiales saludos a todos.
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Mi comentario al hilo de éste y de los anteriores.
Muy estimado “Un amigo”:
Este último comentario suyo me parece absolutamente reconfortante y magnífico, y no hay en estas palabras ni la menor ironía. Gracias. Le haré algunas consideraciones rápidas, pues en este momento no me alcanza el tiempo para más y no quiero dejar pasar la ocasión.
Este tipo de comunicación cibernética que nos traemos se presta a malentendidos y equívocos abundantes. Confieso que yo mismo me he perdido en muchas de las amables obervaciones que unos y otros han venido haciendo a propósito de este post. Ni yo mismo debí de expresarme con una mínima claridad en mi comentario anterior. Tengo para mí que esta perplejidad de que no se nos interprete como quisiéramos la comparten y también usted –ya lo ha dicho-, ATCM o Ariadna.
Ahí van unas pocas ideas sueltas:
- Hace lo menos un año yo mismo escribí por aquí, creo, que la sociedad tiene problemas mucho más graves que el del terrorismo, problemas mensurables en muertes y dramas. Mencionaba precisamente los muertos en accidentes de tráfico y lo hacía con la intención de mostrar que el empeño de políticos y medios de comunicación para que consideremos el terrorismo la más grave de las lacras que padecemos tiene propósitos más manipuladores que otra cosa y se trata de jugar con las pasiones y los impulsos más primarios de los ciudadanos. No me atribuyo la paternidad de la idea, ni pretendo jugar al yo lo vi primero, sino expresar mi acuerdo de fondo con usted.
- Es verdad que yo mismo entro al trapo de lo del terrorismo muy a menudo. Me solivianto a veces cuando creo que veo trazas de razonamiento del siguiente tipo. Uno dice: los X son malos. Y otro responde: peor son los Y. Y tal respuesta puede darse con dos propósitos. Uno, afirmar que efectivamente los Y son aún más malos que los X, sin negar lo malos que éstos son; otro, diluir la maldad de los X mediante la mención de la de los Y o pedir que el mismo tratamiento que tienen o se demanda para los X se aplique también a los Y.
En esta comparación que nos ha salido estos días aquí entre terroristas de ETA y conductores que causan muertes, podemos poner el énfasis en el elemento subjetivo o en la índole objetiva del problema. En términos objetivos, me parece absolutamente cierto que es más grave el asunto de los muertos de la carretera, pues son muchas más las víctimas, muchísimas más, como bien ha señalado usted. De ahí que los políticos, que deben preocuparse ante todo de solucionar problemas objetivos de la sociedad, debieran ocuparse mucho más y más en serio de los accidentes de tráfico y no limitarse a medidas más o menos aparentes, legislación para la galería y campañas de publicidad dudosamente efectivas. Nos tienen pendientes del “coco” del terrorismo mientras seguimos matando y matándonos con los coches y las motos. Creo que en esto estaremos bien de acuerdo. Otro frecuentador de este blog mencionaba hace días a los muertos en el andamio, que también son bastantes más que los del terrorismo.
En cambio, si atendemos al elemento subjetivo, también acordaremos que la maldad o perversidad del terrorista que coloca una bomba o da un tiro en la nuca es de tal grado, que justifica la indignación, el más puro asco hacia su persona y sus móviles, llámense éstos autodeterminación de un pueblo o guerra santa. Hay mucho conductor irresponsable, loco y hasta “hijoeputa” (no nos asustemos de las palabras y sigamos hablando como solemos), pero es difícil imaginar un conductor que cause muertes con una deliberación tan fría, una demencia y una saña como la que a menudo los terroristas demuestran. Esto último es lo que hace que la indignación con la persona del terrorista sea mayor que la que aplicamos al que con su coche siega vidas, y por eso algunos pensamos que, aunque sea pertinente tildar de “hijoeputas” a unos y a otros, los unos lo son AÚN MÁS claramente que los otros. ¿Y el que ordena bombardear ciudades y masacrar a la población civil en Iraq o en cualquier otro lugar? Pues también y seguramente no menos que esos terroristas. El que quiera, que sustituya "hijoeputas" por "malandrines", "malones" o lo que su exquisita sensibilidad le permita.
Si nos fijamos en esas actitudes, en tales designios abiertamente asesinos, me parece que está justificado que la indignación MORAL que provocan los crímenes terroristas sea AÚN mayor que las que nos despiertan los conductores homicidas. Pero al decir moral nos estamos refiriendo al aprecio o desprecio que nos merecen las personas por sus actitudes y por las acciones consiguientes. Supongo que ese trasfondo de juicio moral sobre intenciones y actitudes es lo que explica, por ejemplo, que el delito doloso tenga mayor castigo que el culposo, pero que me corrijan los buenos amigos penalistas si estoy equivocado en esto.
Ahora bien, creo que los muy doctos penalistas también proclamarán de inmediato que la inmoralidad de una conducta no tiene que dar la pauta, o la pauta principal, a la hora de que el Derecho tipifique delitos y aplique penas. De ahí que alguien –yo mismo- pueda admitir sin problema que a todo asesino se lo trate por igual, sin necesidad de agravar las penas cuando ese asesino es tan indecente como un terrorista. Estamos moralizando en exceso el Derecho y, en particular, el Derecho penal, y eso, creo, es lo propio de sociedades crecientemente autoritarias.
Más aún, estoy perfectamente de acuerdo con tres cosas. Una, que el terrorismo no puede ser la excusa para que se conviertan en delito conductas que seguramente no deberían serlo, por mucho que sus autores nos susciten a muchos un juicio personal muy negativo. Me refiero a la exaltación del terrorismo y otros delitos de opinión similares. Otra, que no parece de recibo que se amplíe a lo loco la lista de acciones terroristas, hasta el punto de que parezca que todo el que no es un probo ciudadano de orden, obediente y sumiso, es un terrorista y debe ser castigado como tal. En esto creo que estoy de acuerdo con ATMC, si he entendido bien su irónico comentario. Ariadna (que sospecho que también ha sido mal interpretada aquí) nos daba ayer un magnífico ejemplo de esa desmesura de tratar como terrorista al que usa no sé qué palabra o simpatiza con este o aquel movimiento de protesta. Me refiero a lo que está ocurriendo en Alemania con Andrej Hola, profesor de Sociología. Y la tercera cosa es que no me parece mal que se aumenten los controles y los castigos para los conductores que proceden del modo que usted bien describe, con las consecuencias por usted señaladas y de todos conocidas. Dicho todo esto, si dejamos de hablar de lo que el Derecho hace o debería hacer, yo sigo pensando que difícil será encontrar hijoeputas más hijoeputas que los terroristas propiamente dichos. Como le digo una cosa, le digo la otra.
- Es muy común que nos enzarcemos en debates del tipo “o esto o lo otro”, cuando probablemente todos queremos decir (o deberíamos querer decir) “tanto esto como lo otro” o “tanto esto como lo otro, pero más de esto o de lo otro”. Me explico. El gran número de muertos que provoca el tráfico tiene dos causas, por lo menos: las actitudes y torpezas de los conductores y factores “objetivos” como el mal estado de algunas carreteras, deficiente señalización, escaso o mal orientado control del tráfico, etc. ¿Qué lo primero influye o determina más que lo segundo? Seguramente, pero no lo excluye, y los accidentes serán menos si se hace la política adecuada en los dos campos, en la proporción que corresponda. Usted ponía más hincapié en los conductores, Ariadna en las carreteras. Pero sospecho que el desacuerdo entre ustedes no será muy profundo, aunque tal vez discrepen algo en las proporciones.

20 agosto, 2007

Entrevista con Francisco Sosa Wagner

No se pierdan la entrevista con Francisco Sosa que aparece hoy en el periódico asturiano La Nueva España. Pueden verla si pinchan aquí.

19 agosto, 2007

Mística promiscuidad con ángel estrella y baratillo religioso

Me he reído un buen rato con esta noticia que viene hoy en El Mundo, escrita, ciertamente, con muy mala leche. Supongo que no es para menos. ¿Fundará Garzón un Opus Iuris algún día y será canonizado junto a Justiniano y el Dioni? Cada uno tiene su Camino, está claro. Y las ovejillas andan necesitadas de pastores...
Vean la noticia:
Garzón 'levita' en el Festival de la Espiritualidad: «Siempre quise ser más que un juez» Pide en Edimburgo reconocimiento a su papel pionero en la creación de la «Justicia universal» EDUARDO SUAREZ. Enviado especial.
EDIMBURGO.- Lo del juez Garzón ayer en Edimburgo fue una experiencia religiosa. Lo fue para él, que predicaba por primera vez en una iglesia. Y lo fue desde luego para la fervorosa feligresía que poblaba los bancos de la parroquia episcopaliana de San Juan, deseosa de ver en carne mortal al hombre que puso en un brete a Pinochet. «Siempre quise ser más que un juez», afirmó a los oyentes.
El programa del Festival de Espiritualidad y Paz de Edimburgo lo presentaba como «el superjuez» y lo cierto es que super-Garzón cumplió su papel con creces, presentándose como el pionero absoluto de la Justicia universal, regodeándose en cada detalle del asalto a la inmunidad del tirano chileno y refiriéndose a sí mismo en tercera persona como si no fuera el propio Garzón quien estaba hablando. «No sé si soy o no un activista», proclamó, «pero sí he tratado de ejercer mi oficio de juez como si fuera algo más que un mero aplicador de normas».
El magistrado se apareció -prácticamente levitó- sobre el altar de la iglesia poco después del mediodía, acompañado de su mujer y del director del Comité de Apoyo al Tíbet, Alán Cantos. De traje, demasiado formal, como un vendedor de Cortefiel en un concierto de Raimon... Porque la audiencia no eran precisamente las abuelitas del Domund sino una extraña mezcla de ecologistas, laboristas de izquierdas, sacerdotes y gays cristianos.
El traje fue lo de menos. Desde el principio se vio que era una parroquia entregada. No más de 100 incondicionales. Muchos de ellos chilenos, cuya colonia en Escocia ronda el medio millar. Uno de ellos tomó la palabra al final del acto: «Estábamos ansiosos de conversarlo, de verlo, de mirarlo, sabemos que hay personas que le odian, pero hay muchos que lo amamos...».
Con semejante declaración de amor, ¿cómo no sucumbir siquiera levemente a la autocomplacencia? Garzón no pudo evitarlo. Sucumbió. Se puso el traje de superhéroe, cargó las alforjas de edulcorante y se abandonó al onanismo intelectual: «Muchas veces me preguntan que por qué tomé esas decisiones. Y la respuesta siempre es la misma: porque no se podían dejar de tomar. ¿Que por qué no lo ha hecho nadie antes? No lo sé. Sólo hay que analizar los riesgos y llegar hasta el final. Y créanme que no pasa nada».
«Algunos dicen que soy incansable», añadió, «no es cierto. A veces uno se cansa, pero es difícil desfallecer cuando tienes experiencias tan intensas como la del 96, cuando tres mujeres mayores, con pañuelos blancos en la cabeza, tocaron en la puerta de mi despacho y me dijeron: 'Gracias porque es la primera vez que alguien investiga la desaparición de nuestros hijos'. Yo les dije sencillamente: 'Para eso nos pagan'».
Desde luego, como predicador no tiene precio. Alguna tecla debieron de tocar en el ex alumno del seminario de Jaén el altar engalanado, los libros de himnos en los bancos, la melodiosa flauta dulce que abrió el acto, la poltrona casi episcopal desde la que hablaba... porque lo cierto es que el juez Garzón se trasfiguró ayer en una especie de justiciero universal, perseguidor implacable de todos los villanos.
¿De todos? Bueno, de todos no. Con Bush y Blair el justiciero se arruga. Cuando alguien del público le preguntó entre vítores cómo se les podía llevar a los tribunales, Garzón torció el gesto y remó contracorriente: «Yo siempre he dicho que no debe uno ir a buscar justicia fuera». O sea que con Pinochet sí y con Bush no, debió de pensar el espectador medio del acto. Tal vez por eso, Garzón se apresuró a sacar el pedigrí antiamericano: «Para mí es muy grave que hayan muerto en Irak miles de personas. Y lo digo con la legitimidad que me da haber estado desde el primer momento contra la guerra. En cuanto a Blair y Bush, puede haber responsabilidades y tarde o temprano es probable que llegue el momento de abordarlas. A aquéllos que iniciaron esos hechos algún día habrá que exigirles una responsabilidad penal».
Pero las querellas que vayan mejor a otros juzgados: «Yo en un caso así estoy completamente contaminado pues he sostenido una posición pública y muy beligerante contra la guerra».
En una atmósfera como la de ayer, aquello no podía terminar sino en el martirio: «Por mis opiniones sobre Irak me abrió dos investigaciones el órgano de gobierno de los jueces en España [el CGPJ]. Estaba dispuesto a perder la carrera judicial por defender aquello en lo que creía».
Irak y Pinochet no fueron los únicos temas. El anfitrión, el prestigioso abogado escocés Derek Ogg, le mencionó a Garzón su papel en la investigación de la trama de los GAL, algo que pilló con el pie cambiado al protagonista, que desvió como pudo la pregunta relacionando el terrorismo de Estado con Guantánamo y devolviendo el morlaco -no pregunten cómo- a los territorios de las dictaduras latinoamericanas, que era de lo que tocaba hablar ayer. Ni palabra de sus devaneos entonces y ahora con la política, ni de sus años en el Gobierno de Felipe González.
Se habló también del Tíbet y de la querella que se ha presentado en la Audiencia Nacional por crímenes contra la Humanidad contra el régimen chino. Aquí el juez se puso misterioso: «No creo que desvele aquí ningún secreto de Estado al decir que el ministro español de Exteriores, que es muy amigo mío, me dijo antes del viaje de Zapatero a China: '¿Cómo hacer para que no interfiera [el caso del Tíbet]?'. Yo le dije: 'Muy fácil. Dándole órdenes al fiscal para activar el caso. Porque el fiscal general en este caso no ha hecho nada. Bueno, por lo menos no ha interferido como hizo el Gobierno anterior en los procesos argentino o chileno... La Justicia universal es la panacea pero no es nada fácil'».
Inesperadamente el de ayer fue un sermón a dos voces: La voz aflautada de Garzón y la voz sugerente de la intérprete, que iba traduciendo sobre la marcha lo que decía el juez en lo que en algunas fases se antojaba un número de ventriloquía.
Cualquiera hubiera esperado más del magistrado de la Audiencia Nacional, que ha disfrutado de una excedencia reciente precisamente aprendiendo inglés en Estados Unidos. Sin embargo, Garzón no se aventuró más allá de las primeras palabras que es casi mejor no traducir: «My English is not good. It's better translator. Time is very quick». Genio y figura.
El Festival de la Espiritualidad y la Paz es uno de los muchos eventos que en agosto hacen que bulla la agenda cultural de la ciudad de Edimburgo. Al frente está el sacerdote Donald Reid y el programa es una extraña mezcla de 'ecopacifismo', buenas intenciones y religiosidad 'new age'.
La charla de Garzón es sólo la punta del iceberg de un programa rico en excentricidades. El favorito del público este año ha sido Lionel Blue, un rabino 'gay' que ha hablado sobre sus experiencias como homosexual en el mundo de la religión y como hombre religioso entre los homosexuales. El sacerdote Abott C. Jamison y la monja budista Ajahn Candasiri han dialogado sobre los inescrutables caminos que conducen a la paz interior.
Y el reverendo Christopher Goodwins ha firmado ejemplares de su Biblia en verso. Como lo oyen, sí: la Biblia en verso.
Por lo demás el cartel es muy variopinto. Hay conciertos de música de arpa, minutos de silencio y meditaciones zen. También se programan vigilias por la paz, recitales poéticos y talleres de caligrafía y eficiencia energética. Ayer por la tarde se celebraba uno de los actos más llamativos: un certamen de recitación coránica organizado por la mezquita de Edimburgo. Quienes se acercaran podían disfrutar además de un taller de caligrafía en árabe.

18 agosto, 2007

Lagos austriacos, urbanismo y zarzuela. Por Francisco Sosa Wagner

Nuestro amigo Paco Sosa nos regala hoy un nuevo artículo en El Mundo, que nos provoca sana envidia por ese veraneo y, también, de nuevo, nos da que pensar. Aquí está:
Lagos austriacos, urbanismo y zarzuela. Por Francisco Sosa Wagner.
Poner distancia de España es un buen ejercicio de gimnasia veraniega, junto a los abdominales y las caminatas por el campo o a orillas del mar. Porque éstas, las citadas distancias, aquilatan los sentimientos y les sacan brillo; son una especie de mascarilla que les devuelven lozanía. Es bueno, pues, viajar, terapia de antiguo aconsejada para advertir que la querella local y los aspavientos de quienes ocupan el proscenio no son -en su mayoría- más que anécdotas fugaces, agujereadas además por el hastío que provocan en los espíritus más sensibles.
Parte de esta medicina que suelo administrarme ha discurrido este año por el sur de Alemania y Austria. Entre Múnich, Salzburgo y un pueblecito austriaco que se llama Bad Ischl, con un balneario situado en el corazón de Salzkammergut, la región conocida por sus salinas, sus montañas, sus lagos y sus aguas medicinales y termales. El lector español empezará a familiarizarse con el lugar si añado que Bad Ischl fue el elegido por Francisco José I para descansar en verano y para formalizar las relaciones con Sissi, preludio de un inminente matrimonio que ha sido una mina para la industria cinematográfica y las historias dulces de amor (muy alejadas del acíbar de la realidad).
A lo largo de 60 años, tomó el soberano las aguas en sus termas con esa confianza vaga en sus virtudes curativas que tan propia es de todo bañista formal y esperanzado. Bad Ischl tuvo muy pronto ferrocarril y, mucho antes, servicio de telégrafo y un teatro, por entre cuyos muros esparció Bruckner su música, fiel como fue a las festividades más solemnes de la corte. Muchas de las decisiones del Gobierno austriaco se tomaron allí, entre ellas, la concluyente de declarar la guerra a Serbia y desencadenar así la I Guerra Mundial, fatal caída y tumba de todo el tinglado imperial (el mismo emperador murió antes de que acabara).
En la villa que ocuparon los monarcas -hoy obligada y gozosa visita turística- se exhibe una copia del documento A mis pueblos, bando de alistamiento que, cuando se oyó, sacudió la paz estival que, bajo los acordes de la Marcha Radetzky, se empezaba a disfrutar aquel mes de junio; Stefan Zweig -entre otros- ha dejado páginas memorables sobre aquel rayo veraniego, origen de un incendio que -en parte- aún dura, dejando manchas y ardores de hielo. No extraña que el lugar salga o sea una referencia en la literatura de la época: Grillparzer, Roth, Schnitzler, Werfel, Lernet-Holenia, Robert Musil...
Bad Ischl está rodeada de grandes titanes que allí llaman montes, y que ayudaban al emperador a vencer en sus torneos con los corzos y a abatir águilas de las que el monarca tomaba sus plumas para firmar los barrocos documentos del Imperio, consciente de que ése era el único destino asignado al exceso dérmico de tales altivas aves. Francisco José presidía un imperio y no quería por nada del mundo que se alojaran en su seno unas moderneces que para él eran en rigor heraldos de oscuros designios y presagios. Sucumbió con mucho esfuerzo a los cantos de sirena del sufragio universal, pero su firmeza se mantuvo sin fisuras frente a la máquina de escribir. Las únicas novedades que eran bien recibidas en el palacete eran las ocurrencias de un señor llamado Karl Zauner, confitero entre cuyas habilidosas manos se arrullaban los bizcochos, las natas, las cremas y el chocolate para dar a luz a unas criaturas llamadas tartas, purificación postrera y gloriosa de todos sus empeños. Hoy todavía existe la confitería Zauner, un lugar donde han puesto un punto y aparte los bienes y las glorias de la vida.
Por Bad Ischl pasaron muchos músicos de la época. He citado a Brucker, pero el más popular allí es Franz Léhar, que vivió en el pueblo y en él murió en 1948. Léhar fue el verdadero monarca de la opereta en el periodo de entreguerras, y ello es motivo para que se celebre todos los años un pequeño festival dedicado a esta modalidad musical que ha hecho a Austria, y especialmente a Viena, famosa. Bad Ischl lo alberga en un moderno y bello teatro que ha venido a sustituir al que fue escenario de las veladas musicales en la época del emperador.
Este verano de 2007 se han representado dos operetas: El murciélago, de Strauss hijo, habitual en todos los repertorios y la más famosa de todas las operetas; y Giuditta de Léhar, más desconocida pero bien hermosa, aceptada la tristeza y la amargura de la historia que se cuenta y de su desenlace.
Lo que quiero subrayar es el cuidado que en Austria se pone en las representaciones de las operetas. El papel de Giuditta fue interpretado por la soprano portorriqueña Melba Ramos de manera excepcional; inolvidable la famosa aria mis labios que tan cálidamente besan que repitió ante el público embelesado. Esta mujer, Melba Ramos, muy conocida sobre todo en el mundo germano, ha interpretado en teatros de ópera destacados papeles tan comprometidos como los de Pamina (La flauta mágica), Gilda (Rigoletto), Violeta (La Traviata) o Fiordiligi (Cosí fan tutte). Reconocida, pues, en ese mundo superior, recrea personajes también de operetas como es el caso de esta Giuditta de Léhar.
¿Por qué quiero subrayar este dato del mundo musical austriaco que, por lo demás, ningún aficionado a la música ignora? Pues porque ofrece un contraste bien acusado con lo que entre nosotros sucede con la zarzuela, espacio éste en el que -salvo excepciones aisladas-las representaciones suelen ser en exceso vulgares y poco cuidadas. Si tenemos en cuenta que estamos viviendo en España un verdadero festival en torno a las señas de identidad y a los hechos diferenciales -que se buscan por aquí y por allá con paciencia de entomólogo y que se celebran con regocijo para lanzarlos como armas arrojadizas al vecino-, resulta que una de nuestras más innegables señas de identidad musical, la zarzuela, se halla olvidada y relegada.
Produce asombro ver cómo se organizan en muchas ciudades españolas, durante las Navidades, conciertos especiales de valses y polcas procedentes del mundo austriaco y, sin embargo, a nadie se le ocurre hacer lo propio con arias y melodías bien conocidas de nuestras zarzuelas. Y produce sonrisa ver cómo los españoles son capaces de seguir los acordes de la Marcha Radetzky, popularizada por la televisión, y, sin embargo, no podrían hacer lo mismo con fragmentos de obras inmortales de Bretón, Amadeo Vives, Sorozábal, etcétera. La época dorada de Ataulfo Argenta y la época en la que grandes voces como las de Caballé, Kraus o Domingo interpretaron y grabaron discos de zarzuela queda bastante lejos, como borroso es, asimismo, el recuerdo del intento del tenor citado, Plácido Domingo, de ofrecer un recital de música española con ocasión de la festividad de los Reyes Magos (análogo al popularísimo vienés de fin de año), que fue flor de un día.
Hay algo más que quiero poner de relieve en relación a este mundo austriaco para traerlo a comparación con nuestra España. La zona en la que se encuentra Bad Ischl es conocida por sus lagos, copas labradas en amenos valles, que constituyen lógica atracción para veraneantes de muchas partes de Europa. Si tomamos el camino que conduce desde Salzburgo hasta allí (en un moroso autobús de línea), podemos contemplar un mundo fantástico animado por pequeños pueblecitos, tiernos como el corazón de un niño, donde se apiñan las casas con grandes ventanales hermoseados por flores, hoteles y pensiones igualmente adornados donde a buen seguro se sueñan ilusiones seductoras porque apenas hay ruidos, acaso el de un coche que avanza lentamente, el de una bicicleta que pilota una señora anciana, el de la pequeña algarabía de quienes se bañan... Hay tendidos eléctricos como hay vías de ferrocarril pero no existen estridencias urbanísticas en forma de edificios agresivos ni granjas con el techo de uralita o talleres de reparación de vehículos con las ruedas desafectadas de su uso esparcidas en derredor. Tampoco altavoces inclementes que difunden de forma despiadada una música zafia y banal. Hay una armonía abrochada por el buen sentido de los gobernantes que allí han dispuesto del espacio.
Mientras los austriacos cuidan sus lagos y sus montañas porque son su tesoro paisajístico, nosotros hemos destruido nuestras bellísimas costas, encarcelándolas, con el auxilio de una llave oxidada, en un infierno de ruidos, cemento y llamas. Menos mal que nuestros gobernantes nos obsequian cada temporada de baños con una nueva ley del Urbanismo y del Suelo...

17 agosto, 2007

La otra mano de los partidos

Veo la noticia en El Confidencial y no salgo de mi asombro. Se nota que me espanto por cualquier cosa, a lo que se suma lo que debe de ser mi condición de reaccionario rampante. Pero qué quieren que les diga, a mi me huele a chamusquina.
¿De qué hablamos? De las cantidades de dinero que los ministerios de Cultura y Exteriores están metiendo en las fundaciones de los partidos que parten el bacalao en este país, so pretexto de que organicen sublimes actividades para la promoción en el mundo de los valores democráticos, los derechos humanos, la cooperación internacional y los grandes expresos europeos.
Ya, y un huevo de pato. No me creo nada. Apuesto algo bueno a que se trata de alimentar reptiles de distinta especie. Lo interesante sería conocer las artimañas contables que se traerán las fundaciones de marras para justificar unos dineros que irán a pagar otras cosas, en particular los gastos de esos partidos llenos de vividores y jetas variados. O pongamos que sí, que montan unas conferencias muy guapas para difundir las excelencias de la participación y la libertad. Es fácil imaginar el cotarro. La FAES preparando unos cursos en Paraguay sobre derechos sociales, por ejemplo. Total, cincuenta mil euros para financiar viaje y hotel de cinco estrellas a un puñado de diputados del PP y un par de intelectuales propiamente orgánicos a tanto la hora, promoción desinteresada de los valores más valiosos y tal y tal. O la de ERC divulgando en Bolivia las excelencias de la liberación de los pueblos oprimidísimos, tipo el catalán. O la Pablo Iglesias explicando en Venezuela las virtudes del liderazgo carismático y su esencial ligazón con el interés general. ¿Llevarán a Pérez Royo? A otro perro con ese hueso. Cuando ya olía a cuerno quemado lo de muchas ONGs turísticas y tapadera de variados contubernios económico-financieros, ahora toca alimentar por vía intravenosa a los partidos políticos, cada uno con su fundación la mar de mona para placer de listillos y enriquecimiento de caraduras.
En lugar de practicar la cooperación más intensamente, Exteriores le suelta una pasta a la fundación de Aznar para que propague las ventajas de la cooperación. Cooperan entre sí los partidos de maravilla y sobre eso no discuten, mira por donde. Resulta que el Gobierno de ZP le suelta una pasta gansa a la FAES por debajo de la mesa, y aquí paz y después gloria y todos calladitos y en unión, defendiendo la bandera de la santa apropiación. Todo el mundo es la mar de solidario cuando dispara con pólvora ajena y chupa del bote. Señorito, deme algo de los presupuestos para que pueda un servidor practicar su personal solidaridad con los parias de la tierra. Y luego llega a Latinoamérica un sujeto todo engominado y les cuenta a los indios que a ver si aprenden y que mira cómo somos, dadivosos con nosotros mismos y ultrademócratas de boquilla. Y digo yo que por qué no se nutren esas fundaciones de lo que cobra Aznar del Murdoch o González del Slim, sin ir más lejos.
En fin, pinchen aquí y vean las cifras. Yo de mayor quiero fundar una fundación para promocionar mi promoción promocional. A cambio, prometo portarme bien e invertir con soltura. Y contratar a mucha gente para que me haga la pelota y acaricie las ubres de las que mama.
Por cierto, los becarios de investigación en las universidades siguen siendo mileuristas. Por no militar. Que se fastidien.

16 agosto, 2007

Hijo de etarra

Hace una semana venía en los periódicos una noticia la mar de guapa, estimulante, de las que te enseñan bien sobre el mundo y las ladillas que lo pueblan. Amor de padre; la familia, célula básica de la sociedad, y clandestina; todo por la patria; arriba parias de la tierra. En fin, corto la exaltación poética, no vaya a darme un sofoco, y cuento el caso en los términos en que venía en el titular de El Mundo a la hora que yo lo vi ese día: “Un etarra abandona en el Pirineo a su hijo al creer que le seguía la Policía”. Al muchacho, de 13 años, lo encontró, perdido en la montaña, un pastor francés. A este chaval dicen que lo engendró, quién sabe si a punta de pistola o de qué, un etarra de esos que llaman “históricos” porque no dejan de ser idiotas por mucho que envejezcan, un tal Zaldua Corta, que vaya usted a saber lo que significará Zaldua en la Gudariensprache, pues Corta está muy claro y se referirá o bien a su inteligencia o bien a su sensibilidad.
Un gudari de tres pares de narices, un valeroso soldado -qué digo soldado, cabo, lo menos- de los que luchan a brazo partido y tiro en la nuca por la liberación de su pueblo de las garras del imperialismo y la paternidad responsable. Me encantan esos gudaris a los que luego los oligofrénicos de su pueblo ponen monumentos y organizan homenajes cuando se los lleva por delante una bomba que iban a colocarle a un inocente cualquiera o cuando se los come un cáncer y se muere de asco. Y es para estar orgullosos de los gudaris de los cojones, no me digan que no. Si yo fuera paisano suyo, qué digo paisano, compatriota, estaría lleno de gozo por compartir Lebensraum con una fauna así, todo amor y sacrificio. Oye, Pachi, ¿que tienes que dejar a tu hijo tirao en el monte porque ves a un par de jubilatas franceses y piensas que son de la pasma?, pues lo dejas, qué hostias, que de mayor él ya te va a comprender, hombre, ya se dará cuenta de que es un hijo de etarra, ahí va Dios, que eso es muchísimo más que ser un hijo de puta, oye, dónde vas a parar. Y el otro, que sí, Iñaki, que en realidad no lo dejas tú, qué hostias, que es España la que te obliga, no te jode, que si no nos tuvieran así de acogotaos y explotaos sin libertades ni nada, no andaríamos por el monte y mataríamos de otra manera, oye, y con vida familiar y todos los derechos, ya ves tú.
El niño estará bien convencido de que su papá es un héroe del copón, un insurgente, incluso. ¿Y por qué te dejó en el monte, monín? No, pues porque tenía que luchar por la liberación del pueblo vasco. Ah, pero ¿las hienas tienen pueblo? Pues claro, qué se cree usted, y familia y todo. ¿Y tú de mayor qué quieres ser, majete? Matarife, como mi papá, y tener muchos hijos y hacer con ellos excursiones al monte cuando no haya nadie, para que no nos asusten los putos turistas opresores. Vaya, mira que mono el Zalduín, también es cortito.
Por cierto, que si estos carniceritos de Hernani son capaces de dejar así de abandonados y perdidos a sus hijos, cómo no iban a hacer otro tanto con el Forrest de nuestras entretelas. Pero a éste dejémoslo en paz hoy, que está de vacaciones, el pobre.
Pero de qué nos extrañamos. Las mitologías están en todas partes llenas de cabrones así. Luego, cuando ganan porque ya han exterminado a mogollón de invasores, hacen una constitución y ponen en ella aquello de que la familia es la leche de importante y que los poderes públicos la ampararán y pararán, pachín. ¿Se acuerdan de Guillermo Tell, el héroe de la independencia suiza? Joder con la independencia, parece que se paga en niños. Esto es como lo de las cien doncellas, pero aquí con cien infantes. ¿Qué hay que hacer para liberar a este pueblo? Cargarse unos niños, oiga. ¿Por cuál empezamos? Por el mío mismamente, que yo voy para héroe nacional y careto en las monedas. En aquellos libros de vidas ejemplares que nos hacían leer en el pueblo cuando los tiempos de Franco, Guillermo Tell salía siempre como ejemplo de valor y gallardía, pues se había apostado el país a que partía de un flechazo una manzana colocada en la cabeza de su hijo. Oye, Pachi, y no le tembló el pulso al hijoputa.
Entre los liberadores de pueblos y los colonizadores de cielos, venían aquellos libracos absolutamente plagados de desalmados. Pero lo de darle por el saco a la familia siempre puntuaba de lo que más, sea para la historia de la nación por los siglos de los siglos, sea para la beatificación y canonización. Claro, la cosa ya está hasta en la Biblia, con el bromazo aquel que Jehová le gasta a Abraham para que se cargue de un tajo a su hijo y luego lo ase, y con la buena disposición que Abraham, todo amor, mostró para ejecutar el encargo. Y luego vienen los obispos con el rollo de la célula básica. Ya ves. Y protegen el embrión, eso sí. Y, como no quiero meterme en camisas de once varas, no me voy a detener aquí a glosar la que armó Jehová, al parecer, con su propio hijo, algo bastante más chungo que dejarlo en el monte cuando pasaban unos turistas con cachava.
Por acabar con esto de los curas, contaré que hace un mes o dos escuché una misa, con ocasión de una ceremonia de ésas en las que se entra en la iglesia por cortesía y respetuosamente, aunque uno no sea de esa movida, y el sermón del cura me dejo la mar de contento con el humano género. Narraba, con el acostumbrado sonsonete y sonrosadas mejillas, la vida de la santa del día, que debió de ser en tiempos una torda pistonuda. Su mérito y lo que le había dado en el cielo un apartamentito con vistas era que se había ciscado en su padre porque éste no era muy partidario de la fe de ella. Se le ponían los ojos en blanco de emoción al párroco de marras, que creo que no era precisamente de los que se van a misiones a dejarse la salud, sino de los que comulgan con listos ricos para ir haciendo obra y caja.
Me hago a la idea de que igual el día de mañana tengo yo que pencar para que mi Elsa se salve y lo pase como una santa. ¿Que, por ejemplo, no me gusta que se case con uno se la secta de Acebes, Muchavilla y todos esos? Pues se lo digo a lo bestia: ¡te prohíbo terminantemente que te cases con ese malandrón! Y ella: papá, vete a la mierda, so cabrón ateo, réprobo, ojalá te mueras por descreído y pecador. Y yo: sigue, hija, sigue, que te salvas y te vas directa a los altares; ahora pégame un poco o apuñálame aquí.
Siempre he dicho -y lo dicen muchos- que lo del nacionalismo es lo más parecido a una religión, con sus mártires, su afición a la sangre y sus perrerías a la family y todo. Por eso sus hijos son hijos del pueblo, en realidad.
PD.- Releo la noticia aquella y veo que el abandonado no era hijo del gudari, sino sólo de su pareja. Bah, lo que yo pensaba. Así que no retiro ni una coma de lo dicho.

13 agosto, 2007

Imágenes perniciosas

Somos lo que hacemos y hacemos lo que vemos, imitadores compulsivos. Con tamaña afirmación no descubro ningún ignoto Mediterráneo, ya lo sé. La novedad quizá radique en que en estos tiempos tenemos que cambiar de manera de ser a cada rato, pues los modelos que en imágenes se nos ofrecen mutan a toda velocidad y el día que nos apalanquemos en un modo estable de comportamiento y en un proceder vital duradero se nos va a la porra el mercado y a la economía se le pinchan las burbujas, los neumáticos y hasta los juanetes. Así que venga y dale y cambie usted de aspecto, de hábitos y de gustos cada dos por tres, para alimentar la máquina de la producción y todas esas cosas. Y bla, bla, bla; pero no pretendía ponerme a menear sesudas teorías que, por lo demás, no domino.
A lo que iba es a que el predominio de las imágenes y lo mucho que nos dirigen y que cuestionan cada una de nuestras convicciones y costumbres a base de ofrecernos a cada rato nuevos patrones puede provocarnos más de un trastorno en nuestro cotidiano transcurrir. Nuestro modo de ser y de pensarnos se hace líquido, como diría un famoso sociólogo polaco que está un poco de moda y que se pasa el rato haciendo libros en los que concluye que andamos licuándonos todo el tiempo. Zygmunt Bauman creo que se llama el gachó.
Yo quiero traer a colación dos ejemplos de andar por casa: los termómetros callejeros y las películas porno. El primer caso nos enseña que ya no nos fiamos ni de nuestras propias sensaciones físicas. ¿A quién se le ocurrió llenar las calles de termómetros al sol que marcan temperaturas inverosímiles que la gente se cree a pies juntillas? Vas muerto de frío por una ancha avenida y de pronto te topas con ese aparato de los demonios, estratégicamente situado en el único punto en que le cae encima el sol a chorros y no corre ni una pizca de brisa, y lo ves: veinticinco grados. Y te quedas pensando que tu cuerpo está hecho una birria y que tu piel te engaña, pues con semejante calor a ver cómo es que tiritas.
¿Y las discusiones familiares que el puñetero chisme provoca? De pronto tu suegra baja por completo la ventanilla del coche y tú que cómo se le ocurre con este fresquito. Y ella que si estás tonto, que si no has visto que el termómetro callejero indica un calor tropical. Te armas de paciencia y le haces ver que todos esos cacharros están alterados y que no hay que fiarse, pero ella saca la mano y dice que el que anda mal eres tú y que fíjate cuánto ha mejorado el clima y que por qué no has cogido una chaqueta y que ya te ha visto ella últimamente paliducho y débil y que hasta le viene comentando a su hija que se te ve un poco piltrafilla y que pobre chica atada a un tipo así. Y no sube la ventanilla. Se le helará hasta la bilis, pero no dará el brazo a torcer, pues se fía mucho más del maldito aparato municipal que de ti y de toda tu estirpe de frioleros exagerados.
Lo de las pornos es asunto más serio y capaz de provocar alteraciones más graves en la convivencia de las parejas. Reconozcámoslo, ahí suele ser el hombre el que comienza la gresca, y siempre con la misma fatídica pregunta: ¿y a ésa por qué no le duele? Sí, sí, admitámoslo humildemente. Al cabo de un mes de relaciones íntimas, día arriba, día abajo, cada pareja ya se ha fabricado su rutina procedimental y el resto es un ir tirando, y nunca mejor dicho. Hasta que todo se altera por culpa del zapeo.
Dormitas en el salón después de cenar, al lado de tu señora, que está en las mismas, y te pones a cambiar de canal por si ocurre un milagro. Y, zas, aparece uno de esos canales piratas que siembran la incertidumbre en los pacíficos hogares. Y como la historia se repite cada noche, te dedicas a analizar y te pierdes en ociosas comparaciones, sin caer en la cuenta de que a tu lado está quien también analiza y sopesa.
Lo primero que te choca son los trámites amatorios que ahí se recrean, el contraste de las rutinas. Para empezar, esas esmeradas artistas del evento sexual tienen una incontenible propensión al sexo oral. Siempre hay un señor haciendo cualquier cosa, colgando un cuadro, reparando un coche, lavando unas lechugas, lo que sea. Y de sopetón se nos aparece una señora con una cara de vicio imponente y que empieza a gemir y a tentarse el cuerpo mientras él, ajeno y confiado, sigue a lo suyo. Hasta que ella, impaciente, con nimio pretexto o sin él, se le acerca y sin mayor gasto de palabras le echa mano a la bragueta y le devora las partes con expresión de hurto famélico. Y, claro, el señor de su casa que contempla la película comienza, quieras que no, a reparar en detalles y a hacerse preguntas.
Primera observación: esas tías nunca tienen jaqueca. Segunda observación: ellas toman la iniciativa para tan rebuscada maniobra, sin que él se lo pida. Tercera observación: ellas son capaces de hacer en ese momento cinco cosas a la vez: a) la cosa propiamente dicha; b) mantener los ojos abiertos; c) ¡sonreír!, no se sabe si con las comisuras de la boca o con los ojos, pero, diablos, sonreír sonríen; d) emitir distintos ruidos y sonidos; e) manejar las manos.
Quieras que no, en ese instante comienza la realidad postiza a suplantar a la otra y el buen hombre, convencido de que ese rito que en cada nueva película se reitera es la manera corriente y moliente de hacer las cosas, empieza para sus adentros a preguntarse si su mujer será como es debido o si le habrá tocado torpona. Pero los problemas no han hecho más que comenzar. Porque una y otra vez los de la tele atacan por la retaguardia de sus damas, no sólo con consentimiento pleno de las interfectas, sino con entusiásticas reacciones de las mismas. Con lo cual también te parece tal cosa el pan nuestro de cada día y te sientes culpable por privar a tu par de semejante disfrute, que a ti ni se te ocurría. Manos a la obra. Comienzas con algunos comentarios alusivos, que no encuentran mayor eco en tu partenaire. Bueno, será por pudor, piensas. Así que pasa el tipo una noche a la fase dos, con la consabida reacción de la víctima: ay, ay, ay.
Al cabo de los días y las películas, él, resentido, suelta desde su parte del sofá la mentada frase. Me apuesto una buena cena a que es la conversación más repetida en las noches de esta nación de naciones:
- Él.- ¿Y a ésa por qué no le duele?
- Ella.- Anda, calla.
- Él (cegándose).- Si callo, no lo digo.
- Ella (conciliadora, dentro de lo que cabe).- Esas cosas de las películas tienen truco, deberías saberlo.
- Él (con aviesa intención).- Pues ya me dirás qué truco, con el aparato que calza el negrata ese.
- Ella (con intención aún peor).- Pues a lo mejor por eso, mira tú por donde.
- Él (touché).- Bueno, me voy a la cama, que mañana madrugo.
Y todo, como digo, por culpa de los malditos aparatos y sus imágenes. Con lo bien que estábamos así, sin más, como siempre, fieles a la tradición y persuadidos de que esto es lo máximo. Mira que si tienen razón los obispos...

10 agosto, 2007

Culturas y culturas

Un magnífico cuento de Flannery O´Connor titulado “El geranio” nos muestra a las mil maravillas que lo del contraste, o el choque, de las culturas ni es nuevo ni tiene que ver necesariamente con el asunto de la inmigración. Se ha dado también, y se da, dentro de las fronteras de cada Estado. El cuento refleja con sensibilidad y un punto de humor la perplejidad que a un viejo del Sur de los Estados Unidos le producía su nueva vida en Nueva York, en casa de su hija. Allá en su tierra habían sido educados en la estricta separación entre blancos y negros y en el convencimiento de la natural superioridad moral y jurídica de los primeros. Cuando le toca habitar un edificio en el que también moran negros y viven en aproximada igualdad, no es capaz de asimilarlo. Se enfada con su hija, se rebela, quiere marcharse de ese que considera mundo echado a perder. Y eso a pesar de que recuerda con cariño sus expediciones de caza y pesca con un criado negro allá en su pueblo de origen, negro amigo, pero criado, como no podía ser de otro modo a tenor de los esquemas allá heredados.
¿Alguien en sus cabales lamentaría aquí y ahora la pérdida –en lo que se haya perdido o se vaya perdiendo- de aquella cultura, de aquellos valores culturales del Sur de Norteamérica? ¿Opina alguno que en el Nueva York de la primera mitad del siglo XX que el cuento dibuja deberían haberse creado espacios de tolerancias para aquel racismo o aquel machismo que comenzaba, trabajosamente y por fortuna, a marchitarse?
Ese perplejo ciudadano de la narración podría ser un viejo machista hispánico, desconcertado ante la imparable igualación social y jurídica de las féminas, perplejo ante las mujeres que trabajan, mandan, se equiparan a compañeros y maridos y viven como su conciencia y su sentido de la libertad les dicta. No se trata de perversiones individuales, como a veces se quiere aparentar, sino de resquicios de otro tiempo, secuelas de una “cultura” milenaria, expresión parcial de una cosmovisión completa y que inspiró desde el arte y la vida religiosa hasta las instituciones y la convivencia cotidiana. Es una cultura, la machista, que se extingue, felizmente. ¿Pero acaso no dicen muchos que es triste y lamentable que las culturas mueran? ¿No les parece a tantos penoso que la síntesis de modernidad y globalización acabe con las maneras tribales de antaño, asfixie las concepciones del mundo de grupos enteros? ¿Reconocemos un derecho residual al machismo para esos últimos especímenes de una sociedad acosada? A que no, ¿verdad? Estamos de acuerdo en eso. Entonces, si es bueno que la cultura machista perezca aquí, ¿por qué tanto cuento y tantas zarandajas con los derechos colectivos de otras culturas brutalmente machistas? ¿Por qué el privilegio del machista extranjero, inmigrante? Si somos relativistas culturales, seámoslo hasta las últimas consecuencias y sin parar mientes en el lugar, las costumbres o el libro sagrado en que cada uno mamó sus convicciones. Si no lo somos, obremos en consecuencia.
El viejo Dudley del cuento se cae un día en las escaleras de su edificio y sufre intensamente cuando su vecino negro lo levanta y lo lleva del brazo hasta su casa. Luego es insultado y amenazado por otro vecino blanco. Se siente en un mundo ajeno y hostil, lejos de su arcadia feliz; feliz al menos para él. Aquel paraíso suyo con sirvientes negros y obedientes hijas. No tiene retorno. Que se repita una y mil veces la historia.

Qué tropa, qué país.

Miren esta noticia que viene hoy en EL Mundo. Se comenta sola. La realidad supera a la ficción. López Vázquez, Alfredo Landa y cia. se quedaban cortos en sus papeles. Esto es propiamente lo que hay. Convendrá ver ese voto particular y desmelenado de Calvo Cabello para reírse otro poco.
Ahí va la buena nueva:
La relajada 'vidilla' de la guarnición de Chafarinas.
El Supremo condena a 10 militares destacados en las islas que no quisieron levantarse un domingo por la mañana.
JOAQUIN MANSO
MADRID.- «¡Aquí se va a acabar la vidilla!», exclamó el teniente Carlos Galisteo, y acto seguido mandó tocar diana a las 8.00 horas del día siguiente, domingo, y que la tropa formase a las 9.30. A 10 de ellos no les dio la gana. Ni a la cuarta orden se levantaron, llegando alguno a darse la vuelta en la cama mostrando la espalda a quien les mandaba. El Supremo ha confirmado ahora la condena a 10 meses de prisión por desobediencia que les impuso el Tribunal Militar Territorial Segundo.
Hasta ese día, al teniente Galisteo, comandante militar de las islas Chafarinas, le gustaba gastarse de manga ancha con sus soldados. Les permitía bajar al puerto a bañarse y a tomar el sol y no les exigía demasiado esfuerzo en el cumplimiento de su plan de actividades, que hasta el 14 de mayo de 2005 había sido «harto relajado», extremos que fueron declarados como probados por la sentencia recurrida.
En esa fecha, la guarnición, compuesta en su mayor parte por soldados de etnia magrebí y religión musulmana, celebró el Día de la Familia, con la presencia de sus seres queridos y del coronel jefe del Grupo de Regulares. Los visitantes llegaron la plaza de soberanía española, a un par de millas al norte de Marruecos, en distintas embarcaciones. En una de ellas, «se descubrió la falta de un aparato de localizador GPS y de un cuchillo de buceo».
Como quiera que en el archipiélago no hay más población, aparte de la tropa, que gaviotas, reptiles y algas, «el teniente Galisteo, sospechando que alguno de los miembros de la guarnición pudiera haber sustraído ambos objetos, [...] les dijo que hasta que no aparecieran esos dos objetos se había terminado la vidilla, en alusión al régimen de vida cómodo y relajado» que hasta ese momento habían llevado.
Y así es como ordenó tocar diana al día siguiente a las 8.00 horas para desbrozar el camino que une el helipuerto con el muelle, con vistas a una «previsible y próxima visita del ministro de Defensa». Entonces, José Bono.
A la hora a la que debían formar, el cabo primero observó que «faltaba gente». Ni más ni menos que un tercio de la guarnición: 10 de los 30 soldados del destacamento. El mando preguntó en voz alta «si aquello era una guerra o una revolución islámica (ocho de los insubordinados son musulmanes)», a lo que algunos impelidos respondieron que no formaban porque era domingo, y otros le dieron la espalda al cabo. Hasta tres veces más se repitió la orden, la última emitida directa e individualizadamente por el propio teniente Galisteo.
La sentencia de la Sala Militar, de la que ha sido ponente el magistrado Agustín Corrales, rechaza que esa orden de formar fuese «ilegítima» o que supusiese un castigo colectivo, como argumentaron las defensas, ya que estima que «no puede ser considerada como ilícita una orden cuya única finalidad era la de distribución de trabajos, perfectamente encuadrables en las obligaciones del destino».
Discrepa, no obstante, el magistrado José Luis Calvo Cabello en un voto particular en el que razona que la orden fue «arbitraria» y no con ocasión del servicio, «sino con la finalidad de constreñir a los miembros de la guarnición a que apareciesen los objetos».

09 agosto, 2007

Vejez

Vivimos de lo que planeamos, los proyectos nos alimentan. Mientras aún esperamos hacer esto y lo otro, mientras estamos seguros de que aún han de sucedernos imprevistos, mientras nos quedan compromisos con nosotros mismos que requieren años y justifican esfuerzos, todavía no hemos dado carpetazo a la vida.
La vejez es el acortamiento de los afanes, la elementalidad de las esperanzas. Un día ya no ves sentido ninguno a proponerte una novela o a organizar un largo viaje o a hacerte una casa. Tampoco te merece la pena soñar una pareja nueva, una pasión repentina o un amor que te cambie la vida, si no la sientes plena. La suerte está echada. No queda tiempo. No va más. Te convences de que la rutina más elemental se ha quedado sin alternativas, el día a día ya no piensa en el mañana, el instante quiere repetirse porque al otro día no se avizora más que el vacío.
En las horas de cada jornada queda concentrada, prensada, toda el ansia vital. El rito diario, que antes se transitaba sin conciencia ni apego, se vuelve el centro de la vida cuando la vida se cuenta día a día, en días; el acontecer rutinario y repetido ocupa el sitio de todas las esencias, desplaza recuerdos, añoranzas y propósitos. Comer, dormir, orinar... Últimos maderos a los que asirse cuando se hunde el barco y ya no se espera puerto.
Hace unos días hemos visitado en su residencia a una señora anciana, bisabuela de Elsa. Sus maneras y obsesiones eran exactamente las de mis padres hasta hace un año: que nada se salga del guión cotidiano. Las sorpresas inquietan, el vivir se ha hecho costumbre y disciplina. Las ritinas son el mapa de los días y fuera de ellas sólo hay desasosiego y desorientación. Muy poco después de nuestra llegada y de haber mostrado su alegría, nos dijo: bueno, yo tengo que irme, que va a ser la hora de cenar. Faltaban dos horas y se lo hicimos ver. No se conformó. Era la hora de aguardar la hora de la cena. Estorbábamos la espera, distraíamos al reloj, desorientábamos el cálculo. Preguntaba la hora a cada momento y volvía a repetirnos lo mismo, que era tiempo de que nos marcháramos, pues ella tenía que cenar enseguida. No era capaz de concentrarse en nuestra conversación, y no por falta de luces, sino porque había cambiado de mundo y sus referencias ya eran otras, sin incertidumbres, pacífica reiteración de los ansiados eventos cotidianos. Ella sólo quería cenar como siempre y tenía miedo, mucho miedo, de que le alteráramos esa seguridad de lo inmediato. Porque ya no hay más que lo inmediato sucediéndose a sí mismo. La muerte ya se ha hecho dueña, aunque lo nieguen los biólogos, los médicos y los curas.
Y vuelvo a pensar en la cantidad de muertos en vida que conozco, algunos bien jóvenes, por cierto.

07 agosto, 2007

Niños de competición

Una de las ventajas de volver a tratar con bebés es que se aprende mucho sobre los mayores. Detrás de muchos adultos hay un pequeño Goebbels que enseña la patita por debajo de la conversación.
El bebé es examinado con ojo clínico por la concurrencia variable. Se forma alborozo cuando los ojos despuntan azules. Ay, si además saliera rubio, qué dicha. Se hacen votos para que se confirme su pinta de pequeño ario, por mucho que en la tribu tengamos casi todos un tinte agitanado y maneras de morito sin reciclar. Y que sea alto, claro. A cada regreso del pediatra se amontonan las consultas: ¿cuánto creció? Queremos un Gasol de pasarela que viva del cuerpo y sin entrenar, a poder ser, y que se permita mirar a los demás por encima del hombro, literalmente.
Un poco después, tocan las habilidades de feria. Borja Alejandro, recita la alineación del Madrid. Ahora la del Barça. Chico listo, y qué guapo. Jo, y está más grande que todos los de la guardería.
Que venga más adelante el profe de Educación para la Ciudadanía a explicarle lo de la integración de los discapacitados y la igualdad de los inmigrantes. Y luego que el de Historia le cuente que los de esta nación de aquí mismo somos la leche en bote, pueblo elegido, y que a ver cómo nos reproducimos sin contaminarnos ni perder esencia.
El monstruo acecha y le hace carantoñas al pequeñín. Para comérselo.

Miedos inducidos, control, rebaño.

Estos días he visto dos magníficos artículos de periódico con un tema común, aunque tratado con diferente estilo y matiz diverso: la sistemática inculcación de miedos y prevenciones (comida, carretera, calles, casa, sexo...) con la que, primero, se nos asusta, después se nos venden cosas, remedios infalibles (comida alternativa, limitadores de la velocidad del coche ultrapotente que llevan los/as más machos/as, alarmas y puertas blindadas, condones y variados artilugios para el coito a distancia...), para, finalmente, tenernos siempre a los pies de los pontífices que dictaminan sobre lo que hemos de hacer con el cuerpo y con el alma. ¡Ay, si fueran sólo los obispos!
Uno de esos artículos es de Andrés Ibáñez y se titula Por su propia seguridad, publicado en el último suplemento cultural de ABC. El otro, de Aurelio González Ovies, titulado ¡Alerta, alerta, alerta! y que apareció en La Nueva España el pasado 1 de agosto.
Échen un vistazo y a ver cómo se les queda el cuerpo.
¿Cuándo fundamos un club de convencidos de que la única vida buena consiste en un lento y muy placentero suicidio?

05 agosto, 2007

Agosto como ejemplo

No sé por qué no cierro este chiringuito en agosto, como los dos años anteriores. Va a resultar una adicción. O quizá es la válvula de escape, yo qué sé. ¿Escape de qué? También lo ignoro. Para colmo, ya ven los amigos que por aquí se dan una vuelta de vez en cuando, que con los calores veraniegos se me pasan las ganas de hablar de zapateros y otros mosquitos y me sale una papilla personal que vaya usted a saber cómo se digiere. Hagamos un trato: el 1 de septiembre esto vuelve por donde solía. Hasta entonces, escribiré sólo a salto de mata, sin regularidad y sin ton ni son.
Así que, hoy, sigamos un rato con las bobas meditaciones estivales. Es que estoy haciendo introspección agosteña y preguntándome por qué no anda uno todo lo cómodo que debiera en semejante mes de sol, vacaciones, gazpacho y pieles morenas. Y digo más: vivo, vivimos, en una casa hermosa, en un paraje muy agradable, he conseguido (con la inestimable ayuda de la pequeña Elsa y el pleno apoyo de su mamá) no viajar este mes a ningún lado, y, por si me daba la ventolera de irme a la Facultad a hacer papeles, mi Universidad está cerrada por decreto rectoral; cerrada a cal y canto durante medio mes, no sea que se le ocurra venir a un investigador extranjero, por ejemplo, a tocarnos los libros en esta época.
Con situación tan favorable, yo debería estar absolutamente pletórico bajo el siguiente régimen de vida: durmiendo lo que me apetezca (también en esto Elsa y su madre se enrollan muy bien), una horita o dos para leer periódicos y navegar –en la red, ojo- un poco, dos o tres horitas de buena literatura, hacer la compra con calma y disfrute y cocinar un poco, comer con mi santa en santa armonía, siestecilla novela en mano, bañito, cuatro o cinco horas de trabajo casero sobre el tema de un dichoso librillo que me va a costar sangre sudor y pestes como no me dejen hacerlo en paz, cena íntima con la pareja y conversación evocadora, media hora de zapeo como pretexto para fumarse un purito y hacerse unos guiños, y a la piltra, etc.
Bueno, pues no. No se logra así como así. ¿Impedimentos? Sociales. Es que como tú estás de vacaciones y casi todo el mundo está de vacaciones, se produce lo que los sociólogos deberían llamar parasitismo vacacional. O vampirismo de estío. Todo parte de que hay dos clases de personas de vacaciones: a) los que las quieren para concentrarse más en sus cosas, sus gustos y sus afectos personales, aprovechando que hay - se supone: so ingenuos- menos interferencias que en periodo laboral, que el horario es libre, que las reglas del día las pones tú -ja-; b) los que no tienen actividades pendientes, ningún gusto o afición que puedan practicar solos o meramente en pareja y, que, desde luego, no dejan para vacaciones ninguna labor o trabajo que puedan completar con gusto y recreándose, pues de ordinario trabajan bajo mínimos y en lo que no les mola nada, con tendencia a sentirse en el curro explotados, maltratados, incomprendidos y tristes porque no se les valora aquella cortadita en el dedo que, sin embargo, justificará una baja laboral de cinco meses.
¿Cómo se relacionan esos dos tipos de especímenes en vacaciones? Los del primer grupo están todos contentos esperando que llegue agosto para andar por su casa a su bola -y en bolas- y a sus cosas, disfrutando más, más aún, de todo lo que les gusta y ya gozan todo el año, cosas del trabajo incluidas, pero también aficiones varias: lectura, jardinería, cocina, ejercicio físico, sexo con la parienta, etc., etc. Los del segundo grupo persiguen sin parar a esos del primero, para tener algo que hacer y alguien con quien entretenerse en vacaciones, porque, si no, ya me dirás a qué se dedican, si nada les gusta especialmente, nada tenían pendiente, a nada aspiran, con nada sueñan y, una vez que han dormido, comido, defecado y echado el polvo de la semana, a qué diablos se dedican, vamos a ver. Pues a caer por tu casa o por tus caminos con cara de “vengo a ayudarte a pasar el rato y a que nos divirtamos juntos estas vacaciones, fíjate que suerte tienes conmigo y qué generoso soy”. So cabrón, piensas tú, pero callas. Porque en el otro no hay mala fe, no, hay lo que hay: nada y la convicción de que todo el mundo está en su misma situación, chapoteando en su vacío.
Puesto que he dicho que voy a hablar de mí algo más estos días y que el que no tenga gana de semejantes melindres que vuelva en septiembre sin problema, seguiré exponiendo mi yo. Así que me pregunto retóricamente aquí: ¿por qué a mí no me apetece viajar en agosto? Respuestas: a, -y principal-) Porque me gusta estar en mi acogedora casa con mi mujer –ahora con mis mujeres- para hacer todo lo antes dicho; b) Porque viajo bastante, incluso demasiado, el resto del año; c) porque es buen tiempo para completar cosas –del trabajo o tuyas; es decir: tuyas- que te quedaron pendientes. Y ahora otra pregunta: ¿por qué esos aburridos profesionales que practican contigo en esta época el abrazo de la lapa, no aprovechan agosto para irse a la Conchinchina y ver un poco de mundo, entreteniéndose al tiempo? Respuestas más razonables para esto: a) porque, como no tienen ni aficiones ni ambiciones ni afanes que trasciendan las cuatro reglas de la vida vegetativa, sienten mucha pereza ante viajes y cualquier iniciativa similar; b) porque es más barato quedarse en casa; c) porque les mola más estar contigo y buscarte por los rincones en que te escondas; d) porque hasta les da un poco de morbo joderle los días a tipos así, como tú, que parece que no se aburren y siempre tienen que hacer.
Y luego, para acabar, está la preguntita, la preguntita del verano, el no va más de las preguntas de agosto. Te ofrecen, por las buenas o por las malas, una tarde (más) de conversación en el jardín, otra cena (la sexta en una semana) con los mismos, irte otra vez de vinos al mismo bar a pasar calores y oler fritangas, ver la fórmula 1 con todos los del barrio en un chiringuito que ha puesto pantalla gigante, o cualquier otra diversión igual de apasionante y tentadora; y tú dices: es que me apetece quedarme en casa a leer tranquilo un rato. Y en ese momento suenan, tronantes, siete voces: ¡¿PERO NO ESTÁS DE VACACIONES?! Y la respuesta de uno, si tuviera lo que hay que tener, debería ser: no, porque no me dejáis. Y luego: ¡¡¡¡que venga septiembreeeeeeeeeee!!!! Pero ni por esas se irían: bueno, si no te apetece venir hasta el bar, nos quedamos nosotros aquí y vemos la fórmula 1 contigo. ¿Estás contento? Para que veas que amigos tienes, desagradecido. Anda, saca ese riojilla y las aceitunas, so amuermao, que eres un amuermao, tanto libro, tanta película y tantas hostias, con lo bien que se está en vacaciones. Aprende de nosotros, joer.
Pasará un día la desgracia de la violencia de género y vendrá otra, ya lo verán, la violencia vacacional: profesor de Derecho mata a medio barrio porque no lo dejaban estar de vacaciones leyendo libros, en silencio y tocándose las pelotas con delectación e individualismo extremo. Cosas veredes.
Los poetas lo entendieron los primeros. Miren el final de Casa tomada, de Cortázar: “Como me quedaba el reloj de pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada”.