Miren por donde, el post de hace unos días a propósito de la calaña de un etarra que echó a correr y dejó a un niño perdido en el monte ha provocado un bonito debate entre unos cuantos amigos de este blog. Como creo que los comentarios de todos son sumamente interesantes y aleccionadores, me permito remitir de nuevo al lector a ellos, recojo aquí, en primera plana, la muy ponderada aportación última de "un amigo" y añado después un nuevo comentario de mi cosecha. Esto nos dice últimamente "un amigo":
Estimados contertulios,
Me explicaré un poco, aunque no sé, veo indicios de que las pasiones se hayan apoderado de algunos comentarios. Pero por escrúpulo.
1) Sobre el fondo de mi comentario inicial. Reitero que no he equiparado a nadie con nadie; simplemente he señalado algunos datos objetivos que, a mi juicio, indican que el problema de la siniestralidad vial es demostrablemente mucho más grave para la sociedad española que el de la violencia criminal de ETA.
2) Sobre mis intenciones comunicativas, seguramente fallidas. Había por supuesto intenciones en mi observación; la más evidente era la de suscitar la reflexión sobre el hecho de que en este país se ganan o se pierden elecciones hablando de ETA, y que en cambio se considera un ¿éxito suficiente? -con la oposición de muchos- unas medidas que a lo mejor han ahorrado un 10% de muertos en carretera, permaneciendo de cualquier manera cifras absolutas que serían de vértigo en cualquier otro ámbito. No sólo eso, sino que un ex-presidente del gobierno se ha permitido eructar en público su desvergonzado apoyo al consumo de alcohol por parte de los conductores.
3) Sobre mi uso (errado) de términos coloquiales. Usé el término "hijueputas", sobre cuyo empleo "en serio" me he expresado críticamente más de una vez en estas páginas, de manera coloquial, y tomando pie del uso que se hacía en la entrada original en la bitácora. En (10) propongo un método para reparar mi desatino, que espero encuentre el favor de todos.
4) Sobre el significado real al que aludía con tales términos. Cuando coloquialmente hablo de nuestra hijueputez, característica evidentemente no medible, me estoy refiriendo a lo medible que hay debajo. A la alucinante estela de cadáveres, tetra- y parapléjicos, mutilados y lisiados varios que estamos dejando detrás de nosotros, año tras año, el colectivo de conductores españoles. Permítanme ver por consiguiente en las reacciones a la tal "hijueputez" un rechazo y una incomodidad enormes ante la idea de hablar de esta estela. Diré que no me ha sorprendido. Se vive probablemente mejor con la cabeza bajo la arena -hasta que alguien se salte el stop adonde nuestro vehículo está llegando incauto, claro está-.
5) Sobre mi condición personal. Soy yo también conductor español, aunque eso probablemente no calmará a quien se sienta ofendido por lo que prediqué con ligereza del colectivo. Pido perdón desde ya, y vuelvo a remitir a (10) para la solución concreta.
6) Sobre la "T-palabra". Ni la he usado para hablar del problema, ni la pienso usar, y aunque parezca mentira, no fue por un despiste, ni por timidez. Encuentro la última intervención de ATPDT, en el fondo, apropiada, porque viene a recordar lo mismo que ya considero, es decir que la pobre está casi vacía de significado desde hace tiempo.
7) Sobre algunos hechos técnicos. Enfatizar en la discusión las carreteras inadecuadas y las señales mal puestas me parece una aburrida figura de lenguaje, que a mi juicio persigue sólo un fin: desplazar la responsabilidad a otros. Pasar la patata caliente, vamos. La responsabilidad del conductor es llevar su vehículo a la velocidad adecuada a la carretera y a las condiciones de la misma, e interpretar prudentemente las señales, incluyendo en esa prudencia la posibilidad de que las señales estén equivocadas. Persiste una interpretación contractualística (que considero inane, o criminal, según lo que ocurra como consecuencia de ella) de las señales de tráfico, según la cual un signo de "prohibido circular a más de 80" se considera como compromiso vinculante de la Administración de Obras Públicas con la sociedad, garantizando el derecho de circular en ese punto a 80,0 kms/hora, y atribuyendo a la Administración cualquier desgracia que de ello derive. Cuando lo que dice realmente la señal es, "conduce como mucho a 80", expresión donde permanece intacta en cualquier circunstancia la responsabilidad que implica la palabra "conduce" -que es independiente de la velocidad, pues deriva de la acción de ponerse al volante, encender el motor y poner el vehículo en movimiento-.
Arreglar las carreteras y mejorar las señales es una ayuda a la responsabilidad del conductor, no un sustituto de la misma. Los criminalmente irresponsables sobre "buenas" carreteras con señales "correctas" seguirán siendo criminalmente irresponsables.
8) Sobre otros hechos técnicos, demasiado técnicos. La energía cinética de una masa en movimiento es proporcional al cuadrado de su velocidad. Los daños que recibe un cuerpo humano de un impacto son aproximadamente proporcionales, a igualdad de otras circunstancias, del cuadrado de la energía absorbida. De donde se sigue, como regla de andar por casa, que los daños recibidos por peatones y ocupantes de vehículos en accidentes de tráfico son más o menos proporcionales a la cuarta potencia de la velocidad. En un impacto a 80 km/h a hay un potencia de daño 16 veces mayor que en un impacto a 40 km/h. La responsabilidad de ese agravamiento del 1500% (en absoluto, de 15 veces, 16-1) reside íntegra en la persona que, libremente, había decidido aumentar la velocidad. [Nota supracultural: estos datos técnicos siguen siendo ciertos expresados en alemán, o en swahili].Para los peatones se conocen bastante bien las probabilidades de supervivencia en un atropello. Más allá de 30-35 km/h de velocidad, en el momento de impacto, comienzan a ser dolorosamente bajas. Por eso hay limitación de 50 km/h en los cascos urbanos, considerando (arriesgadamente) que en la mayor parte de los atropellos se suele reducir algo la velocidad de impacto, relativamente a la de circulación, gracias a un inicio de frenada.
9) Sobre casualidad y causalidad. La interpretación de los accidentes como hechos "casuales" es manifiestamente acientífica. La influencia de lo casual es ya baja para el accidente aislado -prueba palmaria de ello es que hay, o debería haber, una detallada investigación forense sobre cada accidente de tráfico-. Cuando se contempla el sistema, y se evalúa el impacto conjunto de las decenas y decenas de miles de accidentes graves de un año, con sus miles y miles de muertos, argumentar que ello se deba a la mala pata da las espaldas -obcecadamente- a la realidad. De esos números, y de todos los análisis científicos y judiciales que llevan años haciéndose, y que son archiconocidos, emerge un sistema de causas bien definido. Prepondera entre ellas, con mucho, la responsabilidad de los conductores.
10) Sobre las excusas que debo a todos los ofendidos, y el método de reparación que propongo. Cerrando el círculo de los adjetivos que mal usé. Pido perdón, los retiro, y voy a sustituirlos por los que ustedes exijan. Les pido sólo equidad y ponderación, y la garantía –me basta su palabra, faltaría más– de que habrán hecho el mejor esfuerzo por encontrar un adjetivo que describa adecuadamente los hechos que todos conocemos. Cuando tenemos un sistema que produce 3.000 muertos al año, amén de otros horrores innumerables, y donde sobresale la clara responsabilidad de un colectivo que, nos pese o no, es definible como el de los "conductores españoles" (si queremos ser más precisos, el de los conductores activos en España, mayoritariamente españoles), ¿qué adjetivo piensan ustedes aplicable, estimada Ariadna y estimados contertulios, para describir la responsabilidad ética de nuestro colectivo?
¿Nos autodenominamos "malandrines"? ¿"Pillines"? ¿"Traviesones"? ¿"Descocados"? ¿Nos tiramos de las orejitas, o nos privamos del postre esta noche?
Elija Vd., estimada; me apremiaré en ese momento a retirar públicamente lo de la "hijueputez", cubriéndome la cabeza de cenizas, y presentando mis más sentidas excusas a todos los ofendidos. Y reescribiré mi imprudente primera entrada de esta serie de comentarios con el término correcto de "malandrinez", o el que usted me señale.Cordiales saludos a todos.
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Mi comentario al hilo de éste y de los anteriores.
Muy estimado “Un amigo”:
Este último comentario suyo me parece absolutamente reconfortante y magnífico, y no hay en estas palabras ni la menor ironía. Gracias. Le haré algunas consideraciones rápidas, pues en este momento no me alcanza el tiempo para más y no quiero dejar pasar la ocasión.
Este tipo de comunicación cibernética que nos traemos se presta a malentendidos y equívocos abundantes. Confieso que yo mismo me he perdido en muchas de las amables obervaciones que unos y otros han venido haciendo a propósito de este post. Ni yo mismo debí de expresarme con una mínima claridad en mi comentario anterior. Tengo para mí que esta perplejidad de que no se nos interprete como quisiéramos la comparten y también usted –ya lo ha dicho-, ATCM o Ariadna.
Ahí van unas pocas ideas sueltas:
- Hace lo menos un año yo mismo escribí por aquí, creo, que la sociedad tiene problemas mucho más graves que el del terrorismo, problemas mensurables en muertes y dramas. Mencionaba precisamente los muertos en accidentes de tráfico y lo hacía con la intención de mostrar que el empeño de políticos y medios de comunicación para que consideremos el terrorismo la más grave de las lacras que padecemos tiene propósitos más manipuladores que otra cosa y se trata de jugar con las pasiones y los impulsos más primarios de los ciudadanos. No me atribuyo la paternidad de la idea, ni pretendo jugar al yo lo vi primero, sino expresar mi acuerdo de fondo con usted.
- Es verdad que yo mismo entro al trapo de lo del terrorismo muy a menudo. Me solivianto a veces cuando creo que veo trazas de razonamiento del siguiente tipo. Uno dice: los X son malos. Y otro responde: peor son los Y. Y tal respuesta puede darse con dos propósitos. Uno, afirmar que efectivamente los Y son aún más malos que los X, sin negar lo malos que éstos son; otro, diluir la maldad de los X mediante la mención de la de los Y o pedir que el mismo tratamiento que tienen o se demanda para los X se aplique también a los Y.
En esta comparación que nos ha salido estos días aquí entre terroristas de ETA y conductores que causan muertes, podemos poner el énfasis en el elemento subjetivo o en la índole objetiva del problema. En términos objetivos, me parece absolutamente cierto que es más grave el asunto de los muertos de la carretera, pues son muchas más las víctimas, muchísimas más, como bien ha señalado usted. De ahí que los políticos, que deben preocuparse ante todo de solucionar problemas objetivos de la sociedad, debieran ocuparse mucho más y más en serio de los accidentes de tráfico y no limitarse a medidas más o menos aparentes, legislación para la galería y campañas de publicidad dudosamente efectivas. Nos tienen pendientes del “coco” del terrorismo mientras seguimos matando y matándonos con los coches y las motos. Creo que en esto estaremos bien de acuerdo. Otro frecuentador de este blog mencionaba hace días a los muertos en el andamio, que también son bastantes más que los del terrorismo.
En cambio, si atendemos al elemento subjetivo, también acordaremos que la maldad o perversidad del terrorista que coloca una bomba o da un tiro en la nuca es de tal grado, que justifica la indignación, el más puro asco hacia su persona y sus móviles, llámense éstos autodeterminación de un pueblo o guerra santa. Hay mucho conductor irresponsable, loco y hasta “hijoeputa” (no nos asustemos de las palabras y sigamos hablando como solemos), pero es difícil imaginar un conductor que cause muertes con una deliberación tan fría, una demencia y una saña como la que a menudo los terroristas demuestran. Esto último es lo que hace que la indignación con la persona del terrorista sea mayor que la que aplicamos al que con su coche siega vidas, y por eso algunos pensamos que, aunque sea pertinente tildar de “hijoeputas” a unos y a otros, los unos lo son AÚN MÁS claramente que los otros. ¿Y el que ordena bombardear ciudades y masacrar a la población civil en Iraq o en cualquier otro lugar? Pues también y seguramente no menos que esos terroristas. El que quiera, que sustituya "hijoeputas" por "malandrines", "malones" o lo que su exquisita sensibilidad le permita.
Si nos fijamos en esas actitudes, en tales designios abiertamente asesinos, me parece que está justificado que la indignación MORAL que provocan los crímenes terroristas sea AÚN mayor que las que nos despiertan los conductores homicidas. Pero al decir moral nos estamos refiriendo al aprecio o desprecio que nos merecen las personas por sus actitudes y por las acciones consiguientes. Supongo que ese trasfondo de juicio moral sobre intenciones y actitudes es lo que explica, por ejemplo, que el delito doloso tenga mayor castigo que el culposo, pero que me corrijan los buenos amigos penalistas si estoy equivocado en esto.
Ahora bien, creo que los muy doctos penalistas también proclamarán de inmediato que la inmoralidad de una conducta no tiene que dar la pauta, o la pauta principal, a la hora de que el Derecho tipifique delitos y aplique penas. De ahí que alguien –yo mismo- pueda admitir sin problema que a todo asesino se lo trate por igual, sin necesidad de agravar las penas cuando ese asesino es tan indecente como un terrorista. Estamos moralizando en exceso el Derecho y, en particular, el Derecho penal, y eso, creo, es lo propio de sociedades crecientemente autoritarias.
Más aún, estoy perfectamente de acuerdo con tres cosas. Una, que el terrorismo no puede ser la excusa para que se conviertan en delito conductas que seguramente no deberían serlo, por mucho que sus autores nos susciten a muchos un juicio personal muy negativo. Me refiero a la exaltación del terrorismo y otros delitos de opinión similares. Otra, que no parece de recibo que se amplíe a lo loco la lista de acciones terroristas, hasta el punto de que parezca que todo el que no es un probo ciudadano de orden, obediente y sumiso, es un terrorista y debe ser castigado como tal. En esto creo que estoy de acuerdo con ATMC, si he entendido bien su irónico comentario. Ariadna (que sospecho que también ha sido mal interpretada aquí) nos daba ayer un magnífico ejemplo de esa desmesura de tratar como terrorista al que usa no sé qué palabra o simpatiza con este o aquel movimiento de protesta. Me refiero a lo que está ocurriendo en Alemania con Andrej Hola, profesor de Sociología. Y la tercera cosa es que no me parece mal que se aumenten los controles y los castigos para los conductores que proceden del modo que usted bien describe, con las consecuencias por usted señaladas y de todos conocidas. Dicho todo esto, si dejamos de hablar de lo que el Derecho hace o debería hacer, yo sigo pensando que difícil será encontrar hijoeputas más hijoeputas que los terroristas propiamente dichos. Como le digo una cosa, le digo la otra.
- Es muy común que nos enzarcemos en debates del tipo “o esto o lo otro”, cuando probablemente todos queremos decir (o deberíamos querer decir) “tanto esto como lo otro” o “tanto esto como lo otro, pero más de esto o de lo otro”. Me explico. El gran número de muertos que provoca el tráfico tiene dos causas, por lo menos: las actitudes y torpezas de los conductores y factores “objetivos” como el mal estado de algunas carreteras, deficiente señalización, escaso o mal orientado control del tráfico, etc. ¿Qué lo primero influye o determina más que lo segundo? Seguramente, pero no lo excluye, y los accidentes serán menos si se hace la política adecuada en los dos campos, en la proporción que corresponda. Usted ponía más hincapié en los conductores, Ariadna en las carreteras. Pero sospecho que el desacuerdo entre ustedes no será muy profundo, aunque tal vez discrepen algo en las proporciones.