21 junio, 2008

¿Sería mejor que se leyera menos?

No sé muy bien qué pensar, la verdad. Me paso estos días de la ceca a la meca y me ha tocado esta temporada oír algunas cosas que para qué. Concretemos.
Hace pocas jornadas escuché las conferencias de dos importantes magistrados que en lo suyo me merecen todos los respetos y la mayor consideración. Pero tengo una pregunta para usted: ¿por qué a los magistrados les gusta tan poco contar sentencias y comentarlas? Luego dicen, y dicen bien, de los profesores de Derecho. Esta disciplina que uno más o menos cultiva, la Filosofía del Derecho, debe de tener su cosa, pese a que muchas veces se ha visto como el patito feo de la ciencia jurídica. Pues en cuanto a los profesionales de las leyes les dan un micrófono se ponen como locos a citar a Dworkin, Alexy, Hart, Radbruch y demás meneadores de las esencias jurídicas. Bien está, pero el cisco que suelen organizar es morrocotudo. Mira que si al final va a ser perjudicial que el personal lea... O a lo mejor es que me estoy convirtiendo en un tiquismiquis impaciente. Será lo más probable.
El caso es que también me sorprende que la mayoría de estos conferenciantes de la judicatura acaben por decir lo mismo: que el culto a la ley es cosa del pasado, que el positivismo sólo pretende hacer a los jueces ciegos y sordos para la justicia, que donde estén los valores para qué andar con más normas y que con la Constitución basta y sobra para que el juez sepa lo que debe fallar en cada ocasión. Es lo mismo que afirman igualmente muchísimos profesores de mi gremio, en sospechosa coincidencia entre izquierdas y derechas y entre confesionales y laicos. Y, digo yo, si tanto insistimos en que los jueces hagan lo que les salga de la toga y en que se pasen la ley por salva sea la parte, ¿por qué nos escandalizamos luego cuando no deciden como nos gusta?
Escuché a un gran magistrado que los jueces deberían aplicar antes que nada las Constitución y sus principios, pues si se dedican a seguir la ley existe grave riesgo de que metan de matute su subjetividad. Así fue como literalmente lo dijo, que metan de matute su subjetividad. Levanté la mano y le pregunté si no veía riesgo de que la misma subjetividad se introdujera en medida aún mayor cuando se trata de aplicar a pelo esos principios constitucionales cuya indeterminación es aún más evidente. Quince minutos de respuesta y nuevo batiburrillo -que me hizo pensar que para qué diablos pregunto chorradas- y la conclusión de que los jueces debían atenerse más que nada a la Constitución por razón del principio democrático. Con un par.
A la salida, varios jueces entrañables comentaban que qué gran erudición la del pontifex maximus, que cuanta soltura doctrinal y que menudo nivel. A un servidor, modestamente, le parecía que ninguno de los autores que había citado sostiene lo que él les atribuía. Creo que me he perdido algo. Tendré que releer con más calma.
Hace una temporadilla me tocó hablar en otro lugar y traté de contar unas cosas sobre el precedente que el llamado neoconstitucionalismo tiene en dos eventos de 1958: el comentario de G. Dürig a los primeros artículos de la Ley Fundamental de Bonn -dentro del Comentario de Maunz y Dürig-, y en la decisión del Tribunal Constitucional Alemán en al caso Lüth. Un muy apreciado colega me reprochó que anduviera invocando autores de tercera fila que nadie conoce. Eso dijo. Con otro par. A lo mejor más bien tengo que desleer. Doctrina bien desleída es lo que hace falta.
Siento que a ratos se me tambalea la vocación.
Ustedes disculpen.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Qué opina usted de lo que dice Luis Prieto en la respuesta a su artículo "Derechos y pretextos" publicada en el libro colectivo "Teoría del neoconstitucionalismo" (Trotta, 2007)?

Me refiero, concretamente, a esta tesis: "el ideal de la ponderación es la subsunción" (p. 278)

Anónimo dijo...

Soy magistrado y seguidor de este blog. Nunca antes había escrito un comentario, pero este post me toca muy de cerca, porque se refiere a algo que vengo observando desde hace años: lo que relata sobre esa conferencia de un ilustre magistrado lo he visto tantas veces que había llegado a creer que nadie más se daba cuenta. Cuando alguien llama a un magistrado para que dé una charla, conferencia o cosa parecida, debe saber que dedicamos casi todo el tiempo a estudiar asuntos y a redactar sentencias y, por tanto, debemos suponer que se trata precisamente de eso: de la tarea de aplicación del Derecho, desde el punto de vista de nuestra posición de jueces. Si lo que se quiere es la exposición y crítica de Dworkin, Alexy, Hart u otros “autores de segunda fila”, lo normal y lógico sería contar con alguien que conozca en profundidad su obra, circunstancia que difícilmente concurrirá en un magistrado, por la evidente razón de que los magistrados nos dedicamos a otra cosa, creo que digna y meritoria (al menos, algunas veces), pero otra cosa.

Puedo garantizar que la inmensa mayoría de los jueces vive tan feliz (o infeliz) desconociendo, no ya la obra, sino la existencia misma de tan eximios iusfilósofos, de las teorías de la argumentación o de las lógicas deónticas divergentes. Por eso me continúa sorprendiendo el fenómeno que refleja el post, al que sólo encuentro motivaciones de orden psicológico: magistrados hay que sufren un verdadero complejo frente a los profesores, pero no en lo que atañe al conocimiento del Derecho positivo, terreno en el que –paradójicamente- desprecian todo saber puramente “académico”, sino en eso de citar autores raros o conceptos impactantes, a ser posible en alemán. Alguno daría un brazo por escribir, v. gr., Sippenhaftung, y el otro por saber cómo pronunciarlo.

No hay nada que dé peor resultado que pretender pasar por lo que no se es. Si un magistrado se lanza a invocar autores de los que –en el mejor de los casos- tiene un precario conocimiento de segunda mano, es seguro que acabará pasándole lo que cuenta el post: atribuirá a uno lo que ha dicho otro o le hará decir a alguno lo que nunca ha dicho, pero lo mejor de todo esto es que nadie se dará cuenta o no le dará ninguna importancia.

Puede que sea buena idea eso de que nos pongamos todos a “desleer” y a hablar en público de cosas de las que no sabemos nada: yo me ofrezco a opinar de fútbol, conozco a un ingeniero que estaría encantado de disertar sobre jardinería y los filósofos del Derecho, que son polivalentes, pueden impartir unos módulos de electrónica industrial.

Una explicación para tanto desatino, me parece, es que nadie acude a esas conferencias, seminarios y “saraos” de toda laya a enterarse de lo que va a decir un experto en la materia, sino a “ver” físicamente a personas más o menos conocidas, a veces por motivos de lo más peregrino. De lo que hablen, eso ya da igual.

P.S. Enhorabuena por su blog. Un saludo.

Anónimo dijo...

Luminoso.

Por cierto: también es aplicable a muchos académicos. Esos que se dedican a tareas distintas de la investigación académica, y cuando tienen que dar una conferencia, montan un pifostio importante.

Y luego, los que les citan de rebote, hasta convertirlo en una opinión extendida.

Y luego, los que intentan dotar de sentido a una opinión tan extendida.

Y luego, uno prende fuego a un departamento y alguien tendrá los santos cojones de querer mandarlo a la cárcel.

Anónimo dijo...

totalmente de acuerdo, ¡¡luminoso!!

(por si acaso: no cito de rebote, prometo que he leído los textos de prieto y garcía amado; al margen, la tesis citada no es de prieto, sino de gª figueroa)

Juan Antonio García Amado dijo...

Hombre, Flavio, menuda pregunta. Siento no tener ahora mismo tiempo para extenderme sobre el asunto que usted plantea. Si contactamos por otra vía, le puedo pasar algún texto adicional sobre ese tema de las relaciones entre ponderación y subsunción. Por lo demás, y al margen de las estupendas polémicas teóricas, Luis Prieto es un buen amigo y uno de los colegas que más admiro y respeto. Y otro tanto me ocurre con Alfonso García Figueroa. Personas, además, con las que es posible debatir sin que la amistad se tambalee, y eso no es poco en estos tiempos.
Gracias por sus atentas consideraciones, estimado Tomás. Acaba usted planteando un tema sobre el que no estaría mal extenderse algún día: por qué asiste la gente a las conferencias y qué busca en ellas.
Ánimo, Ante Todo. Y no echemos en saco roto la vía ígnea que usted plantea.
Saludos cordiales.

Anónimo dijo...

Tomás
los magistrados, salvo raras excepciones, lo de argumentar se os da bastante mal, en mi modesta opinión, porque al ser feos (eso aparte del que es deforme)y la única virtud que habéis tenido en la vida es aprenderos unos textos para decirlos de memoria (porque en los patios de los colegios habéis sido pringadillos collejeados)os vengais de los pobres diablos drogadictos y de los extranjeros , con la fuerza que llamais imperium porque creeis que es así como funcionan las cosas. Da igual que citeis mal o bien a Kant, da igual que apliqueis la Constitución o las leyes, porque moralmente estais podridos de raíz, porque vuestra fealdad física y el desprecio hacia vuestro empolle absurdo os ha hecho duros como piedras y sin humanidad y a esos caracteres le llamais : no me tiembla la mano al poner una sentencia.
A ver si un día me tocas de magistrado en un tribunal y te digo cuatro verdades, que yo no me voy a callar cuando me intentes tu cortar con tu verborrea leguleya.

Anónimo dijo...

¿¿¿ ... ???

Anónimo dijo...

¿¿¿¿....????
Lo que está claro no hace falta interpretarlo, pero más claro : casi todos los magistrados de ESPAÑA, da igual que citen o no citen bien porque su labor está viciada por falta de humanidad ocasionada por dos cosas : la primera su fealdad física que les ha hecho concentrarse en sus estudios porque no les hacían caso las mujeres y la segunda que al ser los "pringaos"/das del colegio y los acomplejados/as de la facultad se vengan de desdichados en cuanto poseen el "imperium" ese de los cojones.
Y yo, no me voy a cortar en adoptar un estilo de defensa beligerante ante sus corazones de piedra.

Anónimo dijo...

Querido D. GA:

Lo de prender fuego aún no lo estoy barajando, porque me decía mi abuela que te puedes orinar en la cama.

Para lograr efectos similares, por ahora me dedico a dos tareas que requieren un esfuerzo dispar.

Por una parte, a socializar el caos. En conversaciones con la Mejor Doctrina, me invento citas ante sesudos doctores, que asienten con convicción y aprobación; casi siempre muy cargado de razón y muy crítico con autores inventados. Cuanta más vehemencia, más razón tiene uno. Mi experiencia me dice: si se quieren inventar algo, digan que es una autora austríaca reciente. También reivindico antiguos autores españoles malísimos.

Esto no me cuesta nada. Es vacilar, y me sale solo.

La segunda tarea me cuesta esfuerzos ímprobos. Consiste en ignorar imbéciles, amargados y demás ladrones de tiempo. Por más atención que insistan en reivindicar.

Hoygan, humildemente debo decir que voy aprendiendo la técnica.